jueves, 16 de febrero de 2023

“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mateo 5,38-48) Domingo VII durante el año.

Amigas y amigos, desde hace tres domingos estamos siguiendo la enseñanza de Jesús en el sermón del Monte, que comenzó con las bienaventuranzas; luego, el llamado a ser sal y luz de la tierra y, finalmente, el cumplimiento de la ley de Dios en plenitud, en profundidad… hoy, cerrando este breve ciclo, porque este miércoles comienza la Cuaresma, nos encontramos con este mandato de Jesús que nos muestra hasta dónde llega para Él el amor al prójimo.

En la primera lectura, un pasaje del libro del Levítico nos prepara para escuchar lo que dice Jesús en el Evangelio:
Ustedes serán santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo.
No odiarás a tu hermano en tu corazón; deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él.
No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor.
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Levítico 19, 1-2. 17-18)
Así es: en este antiguo libro de la Biblia, escrito muchos siglos antes de Jesús, aparece el mandamiento del amor al prójimo: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Es de allí donde lo toma Jesús. Pero, como veíamos en nuestro programa anterior, Jesús dijo que Él ha venido para llevar la ley de Dios a su plenitud, es decir a su perfecto cumplimiento.

Leyendo este pasaje, podríamos preguntarnos qué más se puede decir: renunciar al odio, al rencor y a la venganza y buscar enmendar la mala conducta del otro; amarlo como a sí mismo y, todo esto, enmarcado en un llamado a la santidad: “ustedes serán santos, porque Yo, el Señor, soy santo”.

Leyendo más de cerca, parece que estos preceptos tienen que ver con el trato entre los miembros del pueblo de Israel, porque se habla de “tu hermano”, “tus compatriotas”, “tu prójimo” … Para muchos israelitas, la correcta interpretación de “mi prójimo” significaba mi vecino, mi pariente, mi compatriota y eso no se aplicaba a los extranjeros.

Sin embargo, en varios lugares del antiguo testamento se habla de un especial deber de caridad hacia tres grupos de personas particularmente vulnerables: el huérfano, la viuda y el extranjero. El extranjero se refiere al emigrante o incluso al refugiado que estaba en la tierra de Israel, con mucha necesidad de ayuda.

Con esto, el círculo del amor al prójimo se amplía, aunque eso seguía siendo discutido en tiempos de Jesús, como lo muestra la pregunta que le hizo un Maestro de la Ley: ¿quién es mi prójimo? Jesús respondió con la parábola del buen samaritano, presentando a un extranjero que tuvo compasión del hombre que encontró herido en el camino, al que sanó y cuidó. En su respuesta Jesús no dice “el herido es tu prójimo” sino: “el que tuvo compasión del herido es el que se hizo prójimo” y nos llama a hacer lo mismo.

Un viejo refrán dice que “la caridad bien entendida empieza por casa”, es decir, empieza por ayudar a mi familia, a mis amigos, a quienes me son más cercanos. Ese refrán no excluye que ayudemos a otros, pero, en cierta forma, nos dice que si no ayudamos a los que tenemos más cerca, difícilmente lo haremos por personas extrañas.

Pero hoy Jesús nos quiere llevar mucho más lejos:
Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y odiarás a tu enemigo. 
Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores (Mateo 5,38-48)
Jesús recuerda el mandamiento del libro del Levítico: “amarás a tu prójimo”. 
Menciona también que se dijo “odiarás a tu enemigo”. Esa palabra no se encuentra en la Sagrada Escritura, pero sí en las enseñanzas de algunos maestros. Jesús extiende el amor al prójimo llevándonos también a amar a nuestros enemigos.

El enemigo puede ser el pueblo con el que mi pueblo entra en guerra; pero puede ser también quien me ha hecho daño, quien me ha quitado mis bienes, quien ha quitado la vida de alguno de los míos. No se trata de renunciar a la justicia que la sociedad pone en acción para detener la violencia y mantener el orden. Amar al enemigo no es un acto masoquista ni la actitud ingenua de una persona frágil, sino un acto de valor y fortaleza. Un acto por el que se reconoce la dignidad propia e imborrable de cada persona humana, más allá del mal que haya hecho. Todo ser humano es imagen de Dios, aunque esa imagen se vea desfigurada por una conducta indigna.

El amor a los enemigos va unido al perdón. Siempre es posible tomar la decisión de perdonar en nuestro corazón a alguien que nos ha hecho mal. A veces, ese perdón no es pedido ni es recibido, porque la persona “enemiga” -vamos a llamarla así- ya no está presente, porque ya no vive cerca de mí o simplemente ya no vive. Otras veces, la persona está, pero no se arrepiente ni pide perdón y la relación se ha cortado… sin embargo, mi corazón sana muchas heridas cuando yo tomo la decisión de perdonar más allá de todo, incluso cuando no sea posible el reencuentro y la reconciliación.

El libro del Levítico motivaba el amor al prójimo como participación en la santidad de Dios. Por un camino parecido va Jesús cuando dice:
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo. (Mateo 5,38-48)
Realmente, Jesús pone la vara muy alta: ¿qué significa ser perfectos como el Padre Dios? A todas luces eso parece imposible para nosotros… Pero la perfección de Dios se manifiesta en su misericordia. El Padre es para nosotros el modelo de la misericordia. Esto lo encontramos de forma más comprensible para nosotros en el evangelio de Lucas. De hecho, allí encontramos esta otra versión de las palabras de Jesús:
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. (Lucas 6,35-36)
Ser perfectos suena inalcanzable; pero ser misericordiosos es más entrañable y humano. Quien ha experimentado la misericordia de Dios encuentra allí la fuerza para ser misericordioso, renunciar a la violencia y devolver bien por mal.

Que el Señor nos ayude a practicar la paciencia, el diálogo, el perdón y a ser obreros de la unidad y de la fraternidad, empezando por nuestra propia familia.

Comienza la Cuaresma

El día 22 es miércoles de ceniza, comienzo de la Cuaresma. Allí donde sea posible, acerquémonos a nuestras parroquias, vayamos a Misa. Encontrémonos con la comunidad para participar del gesto penitencial de la imposición de las cenizas. Vivamos de corazón este tiempo que Dios establece para que renovemos nuestra vida de fe.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

No hay comentarios: