jueves, 12 de enero de 2023

“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1,29-34). II Domingo durante el año.

Amigas y amigos: les cuento que días atrás estuve participando en el GUADACAM, o sea el Campamento Guadalupe, un campamento de jóvenes de nuestra diócesis de Canelones.

Es siempre una alegría encontrarse con jóvenes que sienten una inquietud espiritual, que quieren acercarse más a Jesús y crecer en la fe dentro de la Iglesia.

Algunos de los mayores de nuestras comunidades me han transmitido una visión en general negativa de los jóvenes. Ellos ven y, para ser sincero, a veces yo también lo veo así, que muchos jóvenes parecen indiferentes a lo que la Iglesia presenta. La ven como una institución obsoleta, donde se reúne un montón de viejos aburridos, que no tienen nada para decirles.

Algunos mayores ven a los jóvenes como en un mundo aparte, conectados a sus pantallas (aunque nosotros también terminemos haciendo lo mismo), buscando todo tipo de entretenimiento, sacando de sus padres lo que puedan para darse sus gustos y, muchas veces, derrapando en las adicciones, en el vértigo de la velocidad y, muy tristemente, a veces poniendo ellos mismos fin a una vida a la que no le encuentran sentido.

Los jóvenes que se han recuperado de adicciones nos dan otra versión. Reconocen sus errores, ven el daño que han hecho, piden perdón… pero también han identificado sus heridas, sus dolores y dan gracias por haber encontrado un camino de sanación.

Volviendo al campamento, allí encontré jóvenes que se abren a la presencia de Dios en su vida… algunos de ellos se han encontrado con el dolor, con la pérdida de amigos jóvenes y con las preguntas que atraviesan toda la historia de la humanidad: ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos? ¿qué significa la muerte? ¿para qué vivir?

En la Misa que celebré con ellos escuchamos un pasaje del evangelio (Juan 1,35-42) en el que Juan el Bautista estaba con dos discípulos y, mirando a Jesús que pasaba les dijo: “este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos comenzaron a seguir a Jesús y éste, viendo que lo seguían les preguntó qué querían. Ellos le preguntaron: “¿dónde vives?” y Jesús les respondió: “Vengan y verán”. Ellos fueron y se quedaron con él hasta las cuatro de la tarde.

Comentando este evangelio con los jóvenes, nos quedamos en esa invitación de Jesús. Al final de este video, ellos los invitarán a que también ustedes vayan y vean.

Lo que no hicimos fue ver qué quería decir Juan el Bautista presentando a Jesús como Cordero de Dios. El evangelio de hoy es el pasaje anterior al que leímos en esa Misa y nos da pie para buscar esa explicación, que ya en algo nos adelanta Juan el Bautista cuando dice:

“Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1,29-34)

Esas palabras las oímos en cada Misa, cuando el sacerdote muestra la hostia consagrada antes de la comunión. Vamos a acercarnos de a poco para tratar de entender qué significa que Jesús es el cordero de Dios.

En nuestro pueblo uruguayo, hay una época del año en que aparece en varios sitios un letrerito que dice “hay cordero”. Es el tiempo de las fiestas de Navidad y comienzo de año. Un cordero asado convoca a la familia y a los amigos. Cuando se invita diciendo “tengo un cordero”, se está indicando que hay algo especial que se quiere compartir. Humanamente, entonces, el cordero que comemos en las fiestas nos da una oportunidad de acercamiento, encuentro, unión. Es una oportunidad: a veces no la aprovechamos y nos quedamos solo con la comida pero otras veces es ocasión de reafirmar la amistad o la unión familiar.

En los comienzos del pueblo de Dios, muchos siglos antes de Cristo, ese pueblo de pastores también se reunía para comer un cordero asado, agradecidos a Dios porque el rebaño se estaba agrandando con muchas pariciones de ovejas.

Más adelante, el cordero va a adquirir un significado muy fuerte. Una noche, el pueblo de Dios, esclavo en Egipto, va a ser liberado por la acción de Dios. Y en esto entrarán los corderos. Con su sangre se marcarán las puertas de las casas de los israelitas para preservarlos de una acción de Dios que pasará dañando a los opresores. Dentro de la casa, la familia de pie y preparada para salir a la libertad, comerá el cordero, fortaleciéndose para el camino. 

Esa fue la primera Pascua, que nos relata el libro del Éxodo. A partir de allí, el pueblo de Dios siguió recordando ese acontecimiento de salvación con la cena Pascual, en la que el Cordero seguía siendo la comida principal. 

Desde que los israelitas tuvieron un templo, las familias llevaban allí los corderos para que los sacerdotes los sacrificaran, desangrándolos y los llevaban para asarlos y comerlos en sus casas. Para los israelitas, la sangre es la vida, que pertenece a Dios y a él debe ser ofrecida; por eso los animales debían ser desangrados. La sangre del cordero seguía significando la protección de Dios para el pueblo.

Hay otro lugar de la Biblia donde se nos habla de un cordero. Es el libro de Isaías, donde encontramos cuatro cánticos dedicados al “servidor sufriente”: un hombre de Dios que salvará al pueblo a través de sus propios padecimientos. En el cuarto cántico (Isaías 52,13 – 53,12) ese personaje es comparado a un cordero:

Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca (…)  expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables. (Isaías 53,7.12)

Los israelitas esperaban la llegada del Mesías, el salvador enviado por Dios. Muchos lo esperaban como un rey poderoso, capaz de vencer al imperio que los sojuzgaba y a los reyes como los Herodes, serviles ante los romanos y opresores de su pueblo. Uno de los títulos del Mesías era “el león de Judá”, en referencia a la tribu a la que pertenecía el rey David. “Hijo de David” era otro título del Mesías. (cf. Génesis 49,9-10)

Pero Juan presenta al Mesías como “cordero de Dios”, no como león. Eso fue desconcertante para quienes esperaban un guerrero. Nada más opuesto a su expectativa. El cordero no es la fuerza, sino la más completa fragilidad. Sin embargo, este cordero se manifestará fuerte como un león; pero no con la fuerza que despedaza y mata, sino con la fortaleza que construye un mundo nuevo en el amor; la fuerza del amor que se da, que se entrega totalmente, en la vida y en la muerte.

Es el Cordero “que quita el pecado del mundo”. En un mundo infestado por la maldad, en un mundo acostumbrado a la violencia, a la venganza, a la explotación y a toda forma de iniquidad, el Cordero presenta un rostro diferente del ser humano; el del que es capaz de amar, de dar de sí, de darse a sí mismo en la búsqueda del bien del otro. Jesucristo, Cordero de Dios, es testigo de un mundo nuevo, un mundo que abandona el camino del mal para dejarse guiar por Dios en el amor y la misericordia. La humanidad solo puede ser transformada por el Cordero inocente, que revierte la lógica del mundo, la de devolver mal por mal y maldición por maldición y solo buscar para sí el tener, el poder y el placer. Y por eso mismo, el Cordero será rechazado y se le dará muerte; pero también por eso, en él la muerte será vencida. 

Nos queda un detalle, nada menor. Juan cuenta:

He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre Él.  (Juan 1,29-34)

A veces se ha interpretado que en ese momento Jesús recibe el Espíritu Santo. Al contrario, Jesús está lleno del Espíritu. El Espíritu desciende sobre él como una paloma que se posa en su nido, como el ave que vuelve allí donde está su casa. El Espíritu Santo es el espíritu de amor. Allí está la fuerza de Jesús, la fuerza que nos ofrece para que nosotros, en él, podamos salir del pecado del mundo y entrar en la vida plena.

Amigas y amigos, que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.


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