El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz;
sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz. (Mateo 4,12-23)
El evangelista Mateo cita esta profecía de Isaías. La oscuridad nos incomoda, nos hace sentir inseguros; no vemos por dónde vamos, tememos a quienes puedan esconderse en las sombras para hacer el mal… pero cuando la oscuridad está dentro del corazón humano, nos angustia y nos hace sentir una profunda necesidad de luz. Mateo presenta a Jesús como esa luz que llega a quienes viven en una oscuridad de muerte.
«Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mateo 4,12-23)
“Conviértanse” es el llamado que Jesús nos hace hoy. Un llamado que resuena con más fuerza en el tiempo de Adviento, con el que iniciamos el año litúrgico, o en la Cuaresma, que comenzaremos el 22 de febrero, con el miércoles de ceniza… pero el llamado está resonando aquí, hoy. Es un llamado que nos toca a todos, de alguna manera, porque siempre tenemos necesidad de convertirnos.
En la Vigilia Pascual, una de las fórmulas para renovar las promesas bautismales nos pregunta:
“¿Renuncian a los criterios y comportamientos que llevan a creerse los mejores; verse siempre superiores, creerse ya convertidos del todo…”
Y sigue, pero quedémonos con eso que tenemos que evitar: creernos ya convertidos del todo. Siempre tendremos necesidad de convertirnos.
En el Nuevo Testamento encontramos algunas escenas de conversión. Pensemos, por ejemplo, en la conversión de san Pablo, cuya fiesta celebraremos el próximo miércoles. O en la de Zaqueo.
La conversión de Pablo o la de Zaqueo se dan a partir de una manifestación de Jesús: “Saulo, Pablo, Yo soy Jesús, a quién tu persigues”; “Zaqueo, baja, que hoy tengo que quedarme en tu casa”. Pablo y Zaqueo responden al llamado de Jesús. Jesús pasa a ocupar un lugar central en sus vidas y ambos cambian radicalmente de conducta: Pablo pasa de perseguidor a evangelizador. Zaqueo pasa de explotador a benefactor de los pobres.
Ahora bien… he insistido en que siempre tendremos necesidad de convertirnos. Las conversiones de Pablo y Zaqueo parten de un fuerte momento inicial, con decisiones radicales; pero, después, cada uno habrá tenido que progresar en esa nueva vida y seguir cambiando de mentalidad. Porque hay que seguir creciendo en el conocimiento y la unión con Jesús; porque, en definitiva, la conversión solo tiene sentido a partir del encuentro con él, de modo que hay que continuar y renovar cada día ese encuentro, para ir entrando cada vez más en el Reino de Dios.
El evangelio de hoy nos cuenta también el llamado de Jesús a sus primeros discípulos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan.
«Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. (Mateo 4,12-23)
Para ellos significó un profundo cambio de vida ¿Podemos hablar también de conversión?
Aquí no se dejaron actividades incompatibles con el evangelio como perseguir a los cristianos o robar en el cobro de impuestos… Los cuatro discípulos eran pescadores, que vivían de un trabajo honesto. Trabajaban juntos, se apoyaban... pero también ellos harán su camino de conversión.
Si seguimos con atención la vida de Pedro a lo largo del evangelio, veremos cómo él necesita un cambio de mentalidad e irá haciendo un proceso. Él tiene su idea de lo que debe ser Jesús como Mesías y muchas veces no escucha o no entiende lo que Jesús dice. A veces Jesús lo corrige, incluso duramente, para que se dé cuenta de su error y otras veces lo apoya y lo sostiene para que él llegue a ser capaz de confirmar en la fe a sus hermanos y apacentar el rebaño de Jesús.
Tal vez Pedro es el mejor ejemplo de lo que puede ser un camino de conversión para alguien que quiere seguir de cerca a Jesús, que está dispuesto a dar la vida por Él, pero que tiene que descubrir que el discípulo sigue al maestro y no al revés. Y todo eso lleva un largo proceso.
La conversión no comienza por descubrir mi pecado. Comienza por descubrir el amor de Dios manifestado en su Hijo Jesús. Es desde el encuentro con Él que voy descubriendo el pecado, que es todo lo que me separa de su amor, todas las cosas que tengo que ir dejando; y, a la vez, las cosas que tengo que ir asumiendo en mi vida. Más aún, es a partir del encuentro con Él, en su Palabra, en los sacramentos, donde encuentro la fuerza que me hace posible cambiar mi manera de pensar y de actuar. Esa fue y sigue siendo la experiencia de Pablo, de Zaqueo, de Pedro y de tantos hombres y mujeres a lo largo de los siglos.
En esta semana
Hoy se celebra en la Iglesia Católica el Domingo de la Palabra de Dios, establecido por el Papa Francisco. En Uruguay tenemos en octubre el Mes de la Biblia y trasladamos esta celebración al domingo más próximo a la memoria de San Jerónimo, gran estudioso y traductor de la Sagrada Escritura. En todo caso, siempre cabe la invitación a escuchar, leer y meditar la Palabra de Dios, donde Jesús nos anuncia el Reino de Dios y nos llama a la conversión.
El martes 24 recordamos a San Francisco de Sales, quien, junto con Santa Juana Chantal, fundó la Orden de la visitación de María, es decir, las monjas salesas, presentes en nuestra diócesis. El año pasado se cumplieron los cuatrocientos años de su muerte. Con ese motivo, el Papa Francisco escribió una carta apostólica titulada Totum Amoris Est, “Todo pertenece al amor”. Leyendo a San Francisco de Sales, sobre todo en la forma que habla del amor de Dios, podríamos pensar que vivió apartado del mundo, con mucho paz. Al contrario: vivió en un mundo desgarrado por las guerras de religión y las luchas de poderosos y ambiciosos por sobreponerse unos a otros. Fue allí, en medio de esas turbulencias, donde compuso este acto de abandono, que recoge la carta de Francisco:
«Señor, tú que tienes todo en tus manos y cuyos caminos son justicia y verdad, cualquier cosa que suceda, […] yo te amaré, Señor […], te amaré aquí, oh Dios mío, y siempre esperaré en tu misericordia, y siempre cantaré tus alabanzas. […] Oh, Señor Jesús, tú siempre serás mi esperanza y mi salvación en la tierra de los vivientes» . (Francisco de Sales, Fragments d’écrits intimes, 3: Acte d’abandon héroïque, en Œuvres de Saint François de Sales, XXII (Opuscules, I), Annecy 1925, 41.)
El miércoles 25, como ya lo habíamos adelantado, celebramos la conversión de San Pablo y al otro día, recordamos a sus queridos discípulos, los santos Timoteo y Tito, a quienes escribió cartas que siguen iluminando a quienes hoy tenemos la responsabilidad de pastorear al Pueblo de Dios.
Finalmente, el sábado 28, hacemos memoria de Santo Tomás de Aquino, patrono de la parroquia de Soca, localidad que, por un tiempo, llevó el nombre del Santo.
Amigas y amigos, gracias por su atención. Nos unimos a todos los que en el Uruguay están orando por el fin de esta sequía tan prolongada. Que el Señor envíe la necesaria lluvia sobre nuestra tierra y que a todos ustedes los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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