jueves, 20 de diciembre de 2018

Cuarto Domingo de Adviento - Belén, Nazaret y Ain Karim (Lucas 1,39-45)







En muchos países del mundo hay un lugar que se llama Belén. En Uruguay tenemos el nuestro, con su rica historia. Fue fundado en lo que hoy es el departamento de Salto, el 14 de marzo de 1801 por el capitán de Blandengues Jorge Pacheco. El pueblo ya no está en su lugar original, porque el embalse de la represa de Salto Grande lo cubrió y debió ser relocalizado, quedando, sí, a orillas del lago.

Claro que el primer Belén es el que más nos interesa. Hoy es una ciudad de 27.000 habitantes, ubicada en Cisjordania, territorio bajo la Autoridad Palestina. Los habitantes son mitad cristianos ortodoxos y mitad musulmanes. Los turistas y peregrinos que viajan a la tierra de Jesús suelen visitar el lugar de su nacimiento, sobre todo en Navidad, a pesar de las dificultades que ofrece a veces el paso desde Israel a territorio palestino.

La primera lectura de este domingo, tomada del profeta Miqueas, nos da una referencia de Belén, mucho antes de la Navidad:
Así habla el Señor:
Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá,
de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel:
sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial.
Belén significa “casa del pan”, un nombre que ya nos anticipa a Jesús como el Pan verdadero, el Pan de vida. “Efratá” puede interpretarse como “fecunda”, la ciudad de la que saldrán numerosos hijos.
El profeta la llama “pequeña” y, como hemos visto, no es, ni siquiera hoy, una gran ciudad; sin embargo, esa pequeñez contrasta con su lugar en la historia: “de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel”.
Esto es una alusión a un descendiente del gran rey David, que era oriundo de Belén. No olvidemos que Jesús va a ser llamado “Hijo de David”, es decir, descendiente de aquel rey de Israel.

Pero aquí no estamos todavía en la celebración del nacimiento de Jesús que, sí, nos llevará a Belén. El Evangelio nos conduce a otro lugar, conocido hoy como Ain Karim, donde vivían Zacarías e Isabel, los padres de Juan el Bautista. En aquellos tiempos era una pequeña aldea muy cerca de Jerusalén. Hoy ya es parte de la Ciudad Santa.

Ain Karim se encuentra a unos 150 km de Nazaret. Para cubrir esa distancia se necesita caminar más de 30 horas. A unos 25 km por día, como hacen los peregrinos del camino de Santiago, el viaje duraría al menos 6 días.

Ese camino hizo María para ver a su prima Isabel. El ángel Gabriel ya había visitado a María, le había anunciado su misión como Madre del Hijo de Dios y había recibido su Sí. Pero también le había dado una valiosa información: Isabel, ya muy mayor y considerada estéril, estaba esperando un hijo. “Ya está de seis meses”, dijo el ángel.

Al enterarse de eso, María se puso en camino. No iba para una visita social. Iba dispuesta a servir, a ayudar a su prima en sus últimos meses de embarazo. No en vano Ella será la madre del que dijo “yo no he venido a ser servido sino a servir”.

Al llegar María, entró en la casa y saludó a Isabel, que le devolvió el saludo. No hay palabras de saludo de Zacarías porque, recordemos, él ha quedado mudo y sólo volverá a hablar cuando nazca su hijo. Pero, atención a las palabras de Isabel, porque no es sólo ella la que habla:
Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá
lo que te fue anunciado de parte del Señor.»
Este saludo tiene muchos detalles curiosos. María es una jovencita; Isabel una mujer mayor. En aquella sociedad, la edad avanzada daba una posición socialmente superior a las personas. A los ancianos se les debía tratar de forma especialmente respetuosa. Sin embargo, es la mujer mayor la que trata con una particular consideración a la más joven, reconociendo que ella es una persona que ha sido bendecida por Dios y aun llegando a decir:
“¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?”.
“Quién soy yo”. Es una gran expresión de humildad. La anciana Isabel ensalza a la joven María.

Pero antes, cuando María recibió el saludo del Ángel, ella había respondido:
«Yo soy la servidora del Señor».
Ahora, al saludo de Isabel, María va a responder diciendo:
«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,
porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora.» (Lucas 1,46-48)
“La pequeñez de su servidora”. Así se ve María a sí misma: pequeña servidora. En el Uruguay, cuando una persona considera que su cargo o su posición social la ponen muy por encima de los demás, decimos que “se la cree”, es decir, que se cree así, alguien que está por arriba de todos, y que tiene el mundo a su servicio.
Pensemos en el lugar que tiene María en la historia de este mundo.
No ha habido en toda la humanidad persona humana, ni hombre ni mujer, más grande que María. Pero María no “se la cree”. María “cree”, que es algo muy diferente. María ha creído en la promesa de Dios. Por eso Isabel le dice:
«Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor»
Ya cerca de Navidad, les invito a contemplar con cariño a María, la pequeña, la humilde servidora, que se dispone a entregar al mundo el Hijo de Dios que lleva en su seno.
Contemplándola, dejémonos inundar por sus sentimientos y dispongamos nuestro corazón para recibir al Hijo de Dios, el Hijo de María y a darle verdaderamente lugar en nuestra vida.
Amigas, amigos, gracias por su atención. Que Dios nos haga constantes en la fe, alegres en la esperanza y activos en la caridad. Tengan todos ustedes una muy Feliz y Santa Navidad.

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