viernes, 7 de diciembre de 2018

Segundo Domingo de Adviento: Aconteció la Palabra de Dios (Lucas 3, 1-6).







Cuando un latinoamericano llega por primera vez a una capital europea, le llama la atención la ausencia de algo que en nuestros países nos es familiar: la plaza con la estatua del héroe nacional; esa figura alrededor de la cual se construye la identidad de un país: Artigas, San Martín, O’Higgins, Bolívar… Nuestros relatos históricos los presentan como conductores, hacedores de la historia.
Hace algunos años, sin embargo, un destacado historiador uruguayo escribió un artículo sobre nuestro héroe nacional titulado “Artigas, conductor y conducido”. Allí hacía referencia a cómo, en determinados momentos, no fue Artigas quien dio los giros del timón, sino el pueblo o sus representantes, participando en la conducción de nuestra historia e incluso imponiendo otra dirección. Voluntad de los dirigentes, voluntad de los pueblos… ¿quién da realmente dirección y sentido a la historia?

El Evangelio que escuchamos este segundo domingo de adviento nos lleva al tiempo en que Juan el Bautista comenzó su predicación. Juan el Bautista tenía la misión de preparar la aparición pública de Jesús, que comienza precisamente cuando Jesús es bautizado por Juan. El evangelista Lucas, en una forma que ningún otro de los evangelistas había hecho, ubica el contexto histórico y el espacio geográfico en el que Juan aparece:
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás,
Ubicándolo en la geografía y en la historia, san Lucas nos está diciendo que Juan el Bautista no es un ser de leyenda, una figura mítica, sino un personaje real, histórico. Sin embargo, no deja de llamar la atención que lo sitúa en el tiempo de otras figuras de aquella época.
Lucas comienza nombrando al emperador, a las autoridades de Palestina, pero también a reyes de comarcas vecinas, indicando que el mensaje que vendrá a continuación no estaba ni está dirigido solamente a la gente de un lugar, sino que quiere extenderse universalmente.
Algunos de esos hombres estarán después en la Pasión de Jesús: Pilato, Herodes y los sumos sacerdotes Anás y Caifás.
Grandes personajes, protagonistas de la historia de aquellos tiempos y luego actores en la pasión y muerte de Jesús.
Pero para Lucas, esos personajes son solo un telón de fondo. El va a introducir al principal protagonista, el que verdaderamente hace la historia. Y no se trata de Juan el Bautista, aunque él va a tener un papel muy importante. Dice el Evangelio:
Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
Dios dirigió su Palabra. Dios es el protagonista de la historia, a través de su Palabra. Una traducción mejor, aunque pueda sonarnos un poco rara, sería la siguiente:
La palabra de Dios aconteció sobre Juan.
Para Juan, recibir la Palabra de Dios fue un acontecimiento, por eso se puede decir aquí que la Palabra aconteció sobre él. Es un acontecimiento, porque la Palabra entró en su vida transformándola totalmente, dándole a su misión un profundo sentido. Juan será el portador de esa Palabra de Dios que lo ha tocado hasta el tuétano y lo ha puesto en un movimiento imparable. Si la Palabra de Dios no hubiera acontecido en su vida, Juan, que estaba en búsqueda espiritual, se habría quedado esperando.

Lucas dice también donde ocurrió este acontecimiento de la Palabra sobre Juan: en el desierto. Decir que Juan el Bautista estaba en el desierto nos puede hacer pensar que se encontraba solo, aislado… en realidad, Juan no estaba muy lejos de Jerusalén. Cuando comenzó a predicar, la gente cruzó el río Jordán y fue hasta donde él estaba para escucharlo y hacerse bautizar. Y fue mucha gente. Juan el Bautista “predicaba en el desierto”, pero predicaba para multitudes.
Pero el desierto evoca otras cosas… el desierto fue el lugar del camino del Pueblo de Dios para llegar a la tierra Prometida. Lugar de encuentros, desencuentros y reencuentros con Dios. Lugar donde se selló la Alianza y también donde a veces se rompió y se volvió a sellar.
Los evangelistas nos hablan del estilo de vida austero de Juan, viviendo en el desierto. Al desierto se lleva sólo lo estrictamente necesario. Por eso es un lugar propicio para la conversión, para un cambio de vida, porque allí se descubre lo que es superfluo, lo que tenemos que dejar y aquello con lo que tenemos que quedarnos, lo que es realmente esencial.

¿De qué habla Juan después de que acontece en él la Palabra de Dios?
comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,
Juan habla de un bautismo, es decir de un signo, que consiste en sumergirse en el agua del río Jordán. Ese bautismo es de conversión y ésa es la palabra central. Conversión significa darse vuelta, cambiar la orientación del camino de la vida, volviéndose hacia Dios. Es nuestra respuesta cuando nos sentimos tocados por la iniciativa de Dios que viene hacia nosotros. Podríamos decir, humanamente hablando, que nos encaminamos hacia Dios porque vemos que Dios camina hacia nosotros. La conversión lleva a recibir el perdón: conversión para el perdón de los pecados, es decir para todas nuestras acciones y omisiones que nos han encerrado en nuestro egoísmo, alejándonos de Dios y de los demás. Recibir el perdón de Dios es lo que nos hace posible también ser capaces de perdonar a quienes nos han lastimado.

Amigas, amigos, muchas gracias por llegar hasta aquí en su lectura. Que san Juan Bautista los acompañe en estos días y que la Palabra de Dios acontezca también en cada uno de ustedes.

Palabra eterna y creadora,
¡ven, Señor!
a renovar todas las cosas,
¡ven, Señor!

Imagen de la luz eterna,
¡ven, Señor!
a iluminar nuestras tinieblas,
¡ven, Señor!

Verdad y vida encarnada,
¡ven, Señor!
a responder a nuestras ansias,
¡ven, Señor!

Pastor y Rey de nuestro pueblo,
¡ven, Señor!
a conducirnos a tu Reino,
¡ven, Señor!

¡Despertemos, llega Cristo!
¡Ven, Señor!
¡Acudamos a su encuentro!
¡Ven, Señor!

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