viernes, 28 de diciembre de 2018

La Sagrada Familia: “Juntar todas las cosas” para crecer en sabiduría (Lucas 2,41-52).







“Que la inocencia te valga”. Con esa frase suele todavía coronarse las bromas del día de los inocentes, cada 28 de diciembre. Quién sabe cómo se asoció esa humorada al recuerdo de esa terrible matanza de niños organizada por Herodes, con la cual pretendía eliminar al niño Jesús. Es curioso como ese rey tirano se sentía amenazado por un recién nacido, al punto de ordenar una masacre como aquélla.

La inocencia está asociada a los niños. Pasar a la edad adulta significa, en muchos aspectos, perder esa inocencia, pero también entrar en la etapa definitiva de la vida. Se entra a la vida adulta cuando se asumen responsabilidades. A veces la adolescencia se prolonga en el tiempo. Se sigue manteniendo la dependencia respecto a los padres, sin hacerse cargo de la propia vida, sin ganarse el pan de cada día ni formar una familia. En fin, sin decisiones importantes.
En otros casos, nos sorprenden muchachos y muchachas que, aún jovencitos, muestran ya una gran determinación y emprenden el camino de la vida dispuestos a todo para alcanzar sus sueños e ideales, a veces superando situaciones muy difíciles.

En la tradición judía existe un rito llamado Bar Mitzvah que hoy en día se realiza para los varones judíos a los 13 años. Bar Mitzvah significa “hijo de los mandamientos”. Eso significa que, a partir de esa iniciación, el joven entiende los mandamientos de Dios y se hace él mismo responsable de cumplirlos, sin necesidad de que sus padres se lo recuerden. No sólo los diez mandamientos, los principales, sino los 613 preceptos contenidos en la Torá (los cinco primeros libros de la Biblia).
A partir de allí el joven adquiere la mayoría de edad desde el punto de vista religioso y puede leer en voz alta la Torá en un acto público de la sinagoga. El Bar Mitzvah comenzó a celebrarse en la Edad Media; pero ya existía una antigua tradición judía con respecto al momento en que los jóvenes pasaban a estar regidos por los mandamientos y a poder leer en la sinagoga. Ese momento parece haber sido el de los 12 años.

Delante de ese telón de fondo, podemos ubicar el episodio de la vida del joven Jesús que nos presenta el Evangelio de este domingo, en el que celebramos a la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
De Nazaret a Jerusalén, como decíamos la semana pasada, hay al menos seis días de camino. Se viajaba en un grupo grande de familiares y vecinos, lo que justifica que la ausencia de Jesús no se notara al principio. El momento y el lugar del reencuentro serán muy significativos.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Jesús se había quedado en Jerusalén, la ciudad donde, mucho después, moriría en la cruz. Lo encontraron “al tercer día” … al poner este paréntesis de tiempo, Lucas juega con el gran Tercer Día: el de la Resurrección, donde es reencontrado vivo el crucificado al que se creía perdido para siempre.
En nuestro episodio de hoy, Jesús está entre los doctores de la Ley y muestra ante ellos un conocimiento sorprendente; no sólo por lo que dice, sino por lo que pregunta. Un viejo dirigente israelí decía que su formación se la debía a su madre, que al volver de la escuela no le decía “¿Qué aprendiste hoy?” sino “¿Qué pregunta hiciste hoy?”.

Pero María y José tienen una pregunta para Jesús y lo que esperan es su respuesta:
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
María pregunta, pero Jesús responde… con dos preguntas:
«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?»
Ellos no entendieron lo que les decía.
El relato termina con la vuelta a lo que había sido normal hasta entonces:
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos.
Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
María y José “no entendieron” en ese momento lo que Jesús había hecho.
Ellos fueron madurando su fe en medio de situaciones que a veces los dejaron perplejos o angustiados y en otras que los llenaron de gozo.

El evangelista Lucas hace notar que María “conservaba estas cosas en su corazón”. El verbo griego que traducimos como “conservaba” significa “poner juntas las cosas”. María no borraba lo que no entendía. Al contrario, lo que no entendía lo ponía junto con lo que iba comprendiendo.
En el camino de la vida junto a su Hijo, esas cosas se fueron acomodando y ella fue entendiendo los misterios de los designios de Dios. No olvidemos: María es la primera evangelizada por Jesús, la primera discípula. Ella y José, al igual que Jesús, debían crecer en gracia y sabiduría… como también tenemos que crecer nosotros ¿no es verdad?

Gracias, amigas y amigos por seguirme a lo largo de este año. Pedimos al Señor, por la intercesión de la Virgen María y de San José, que haga crecer a nuestras familias sobre el fundamento de su gracia y de su paz. Hasta pronto, ya en el entrante 2019. Muy feliz año para todos.

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