El 7 de diciembre de 1943, vísperas de la solemnidad de la
Inmaculada Concepción, una joven de 23 años llamada Silvia Lubich hizo voto de
castidad en la Tercera Orden Franciscana, tomando el nombre de Chiara (Clara),
que expresaba su profunda admiración por la radical opción de Santa Clara de
Asís.
Hoy se cumplen 75 años de aquel “Sí” de Chiara que fue
fundacional, aunque ella dijera una vez que aquella fría mañana ella no tenía
intención de fundar nada: “Me había casado con Dios. Lo esperaba todo de él”.
Eso sucedía en la ciudad de Trento, en el norte de Italia,
en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Trento era frecuentemente
bombardeada. Chiara y otras jóvenes que estaban en la misma búsqueda espiritual
se encontraban muchas veces en los sótanos donde los tridentinos se refugiaban
de las bombas. En una de esas ocasiones, leyendo el Evangelio a la luz de la
vela, encontraron la llamada “oración sacerdotal” de Jesús, en el Evangelio de
Juan. Allí les toca el corazón el versículo donde Jesús pide al Padre “que
todos sean uno” (Juan 17,21). En medio del desgarramiento de la guerra, aquellas
jóvenes se sintieron llamadas a dar su vida por un Ideal: la Unidad querida por
Jesús.
Otro pasaje del Evangelio también las había tocado
profundamente: el grito de dolor de Jesús abandonado en la Cruz (Mt 27,46). Chiara
le dijo a una de sus compañeras: «¡Tenemos una sola vida, gastémosla lo mejor
que podamos! Si el dolor más grande de Jesús fue el abandono por parte de su
Padre, nosotras seguiremos a Jesús abandonado».
Sobre esos cimientos evangélicos se fue construyendo la
espiritualidad del Movimiento. La Palabra de Dios tiene allí un lugar central:
pero se trata de que la Palabra sea realmente vivida, puesta en práctica, en el
amor.
En 1962 el Papa San Juan XXIII le da una primera aprobación,
con el nombre de “Obra de María”. Hoy, más de dos millones de personas en todo
el mundo han abrazado la espiritualidad del Movimiento. La Obra de María se ha
extendido, ramificado en diversas expresiones y producido ricos y variados
frutos.
En nuestra Diócesis de Melo, algunos laicos y sacerdotes
participan de esta espiritualidad; Mons. Cáceres, durante mucho tiempo y ahora
yo mismo frecuentamos los encuentros de Obispos Amigos del Movimiento.
La llegada de la Fazenda de la Esperanza a nuestra Diócesis
(masculina, en Cerro Chato, 2009 y femenina, en Melo, 2015) nos trajo aún mayor
cercanía con los Focolares. Si bien la Fazenda no es parte del Movimiento, dos
de los cuatro fundadores, Nelson Giovanelli y Lucilene Rosendo, iniciaron el
camino de la comunidad terapéutica movidos por la espiritualidad focolarina. Nelson
lo hizo precisamente buscando poner en práctica la Palabra “Me hice débil con
los débiles…” (1 Corintios 9,22) que lo llevó a acercarse a un grupo de jóvenes
adictos que frecuentaban una esquina de su barrio. Cuando un joven pidió ayuda
para poder salir de la droga, Nelson, junto a su párroco Fray Hans Stapel OFM,
fueron buscando la forma de ayudar. La rama femenina tuvo también como
confundadora a Irací Leite. La propuesta se fue armando sobre tres pilares: convivencia,
trabajo y espiritualidad. Cada día los jóvenes internos meditan un versículo de
la Palabra de Dios y buscan vivirlo a lo largo de la jornada, como hizo Nelson
en 1983 cuando se acercó a los jóvenes de aquella esquina, hoy “Esquina de la
Esperanza”.
+ Heriberto
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