jueves, 30 de julio de 2020

"Denles ustedes de comer" (Mateo 14,13-21). Domingo XVIII durante el año.







A continuación, el texto de los archivos de audio.
En el video hay algunos aspectos más desarrollados.

A poco del comienzo de la emergencia sanitaria en Uruguay, se hizo conocer a través de distintos medios informativos de la ciudad de Melo, un llamado a la solidaridad desde el Artigas Sportivo Club, una institución centenaria de esta ciudad. Frente a las dificultades que ya estaban sintiendo algunas familias, el club organizó la distribución de canastas de comestibles y pidió a quienes quisieran colaborar la donación de alimentos secos. Ahora bien… ¿cómo se reciben y reparten alimentos en tiempos de coronavirus?
Cuando todavía no se hablaba de protocolos, la asociación implementó el suyo. Indicó un número de teléfono para recibir mensajes. Los donantes debían comunicar su dirección y el momento en que se podía recoger los comestibles. La persona que los recogía avisaba que se encontraba frente a la casa, dentro de un vehículo. La gente salía, dejaba la donación afuera y entraba. Se recogía entonces el paquete, sin contacto alguno con quienes lo ofrecían. 
Para la entrega de las canastas se pedía que fuera una sola persona por familia y se la hacía con la mínima interacción posible. Cuando hay sensibilidad ante la necesidad del otro y se quiere ayudar, hay reservas de ingenio para adaptarse a situaciones nuevas y difíciles. La respuesta de la población fue muy buena y se llegaron a entregar hasta 500 canastas semanales durante dos meses.

Hubo pronto otras iniciativas desde el gobierno departamental y las alcaldías, las organizaciones de la sociedad civil, otras entidades deportivas, comunidades religiosas de distintos credos y aún de familias y personas que se animaron a actuar.
En conjunto, estas ayudas se han mantenido y han contribuido a sostener a muchas familias y personas que se vieron sin la posibilidad de trabajar y contar con el sustento diario.

En ese marco de preocupación por el pan, encontramos este domingo el pasaje del evangelio en el que Jesús alimenta una multitud:
“cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños”,
que, seguramente, eran muchos más.

¿Desde dónde llegamos a este pasaje del Evangelio? ¿Qué es lo que nos viene contando san Mateo? Desde hace varios domingos venimos escuchando palabras de Jesús; instrucciones a sus discípulos para la misión:
“vayan proclamando que el Reino de los Cielos está cerca” (10,7) 
y en los tres últimos domingos, parábolas que tienen como tema central el Reino (capítulo 13). Mateo organiza su evangelio alternando capítulos de discursos con capítulos de actos, de modo que ahora pasamos de escuchar a Jesús, a verlo en acción, haciendo presente el Reino de Dios que Él y sus discípulos vienen anunciando.

Sin embargo, hay algo más que ha sucedido y que va a incidir en los movimientos de Jesús: el martirio de Juan el Bautista (14,3-12). Los discípulos de Juan le han avisado a Jesús que Herodes (14,13), instigado por Herodías, la mujer de su hermano Filipo, ha hecho matar a Juan. Es esta la circunstancia que lleva a Jesús a un cambio de escenario, a tomar distancia, aunque sin retirarse de la orilla del Mar de Galilea.

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos.

Jesús busca siempre un momento de soledad para hablar con su Padre. Seguramente, al enterarse de la muerte del Bautista, lo necesitaba especialmente. Pero el lugar alejado pronto dejó de ser solitario: una multitud lo siguió.
Jesús se llenó de compasión y curó a los enfermos. A continuación alimentará a esa muchedumbre hambrienta.

La acción de Jesús es provocada por un pedido de los discípulos. Un pedido completamente razonable desde un punto de vista humano:
“despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos”. 
“Comprarse alimentos”: ¿será posible para cada una de esas personas?
Jesús responde
«No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos».
Jesús quiere ofrecer un signo del Reino de Dios. La felicidad del Reino se ofrece gratuitamente, como lo recuerdan las palabras que transmite Isaías, en la primera lectura:
¡Vengan a tomar agua, todos los sedientos,
y el que no tenga dinero, venga también!
Coman gratuitamente su ración de trigo,
y sin pagar, tomen vino y leche.

Sin embargo, Jesús no va a realizar su obra sin la colaboración de los discípulos. Dios no nos salva sin nuestra participación, aunque a nosotros nos parezca mínima.
Los discípulos solo tienen cinco panes y dos pescados; pero ése es el punto de partida de la acción de Jesús. Jesús no crea alimento de la nada, ni transforma las piedras en pan, sino que multiplica lo que se le ofrece. Cuando estamos dispuestos a compartir, Él hace que todo sea posible.

Los gestos de Jesús (v. 19) recuerdan a los de la liturgia de la Eucaristía:
-    tomó los cinco panes y los dos pescados: presentación de los dones
-    levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición: plegaria eucarística
-    partió los panes: fracción del pan
-    los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud: comunión

El relato de la multiplicación permite comprender las dimensiones de la Eucaristía, don de Dios, en la que se revela la bondad inagotable del Padre. La multiplicación de los panes prefigura el banquete pascual: Jesús, Palabra de Dios, hará de su Cuerpo, en la Eucaristía, el Pan de Vida para la humanidad.

Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas.
El hecho de que sobraran panes y peces es expresión del
amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor, 
como dice san Pablo en la segunda lectura. Amor que desborda todos nuestros anhelos y que
hace todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Efesios 3,20).

Si la multiplicación de los panes es anuncio del banquete del Reino, es también recuerdo de que estamos peregrinando en este mundo, para lo que necesitamos tanto nuestro pan de cada día como el pan vivo bajado del Cielo: Jesús mismo.

Volvamos a nuestro presente: la pandemia no ha terminado y, aunque pase, muchas de sus consecuencias seguirán entre nosotros por un tiempo. La solidaridad que se despertó en el primer momento tiene que continuar.

Amigas y amigos: sigamos cuidándonos y no perdamos la oportunidad de participar, de colaborar con todos aquellos que se han abierto a las necesidades de los más vulnerables. Pongamos allí nuestros cinco panes y dos pescados: sea como alimentos u otros bienes que podamos ofrecer a quienes los necesitan, como con trabajo y servicios que podamos realizar. Estaremos entonces, llevando el fruto de la Eucaristía al mundo y cumpliendo las palabras de Jesús: “denles ustedes de comer”.

Gracias por atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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