lunes, 1 de junio de 2009

"Laberintos" de Mario Benedetti


La muerte del poeta, novelista y ensayista uruguayo Mario Benedetti ha motivado un comentario de Mons. Pablo Galimberti en su columna semanal de diario Cambio de Salto.
Transcribo en primer lugar el poema de Benedetti y luego el comentario de Mons. Galimberti.

LABERINTOS
De todos los laberintos el mejor
es el que no conduce a nada
y ni siquiera va sembrando indicios
ya que aquellos otros
esos pocos que llevan a alguna parte
siempre terminan en la fosa común

así que lo mejor es continuar vagando
entre ángulos rectos y mixtilíneos
pasadizos curvos o sinuosos
meandros existenciales / doctrinas en zigzag
remansos del amor / veredas del desquite
en obstinada búsqueda de lo inhallable

y si en algún momento se avizora
la salida prevista o imprevista
lo más aconsejable es retroceder
y meterse de nuevo y de lleno
en el dédalo que es nuestro refugio

después de todo el laberinto es
una forma relativamente amena
de aplazar cualquier postrimería

el laberinto / además de trillada metáfora
frecuentada por borges y otros aventajados
discípulos y acólitos del rey minos
es simplemente eso / un laberinto /
cortázar se quejaba / entre otras cosas /
de que ya no hubiera laberintos
pero qué sino un laberinto
es su rayuela descreída y fértil

forzado a elegir entre los más renombrados
digamos los laberintos de creta samos y fayum
me quedo con el de los cuentos de mi abuela
que no dejaba vislumbrar ninguna escapatoria

en verdad en verdad os digo que la única fórmula
para arrendar la esquiva eternidad
es no salir jamás del laberinto
o sea seguir dudando y bifurcándose y titubeando

o más bien simulando dudas bifurcaciones y titubeos
a fin de que los leviatanes se confundan

así y todo el laberinto es tabla de salvación
para aquellos que tienen vocación de inmortales
el único inconveniente es que la eternidad /
como bien deben saberlo el padre eterno
y su cohorte de canonizados /
suele ser mortalmente aburrida
Mario Benedetti

BENEDETTI
La vida y sus laberintos

  • Columna de Mons. Pablo Galimberti, publicada en el Diario “Cambio”, del 22 de mayo de 2009
Mario Benedetti ha escrito su última página. Los elogios quedaron de este lado mientras él se marchaba con una curiosidad: “No sé si Dios existe, pero si existe sé que no se va a molestar por mis dudas”. El “más allá”, eso que vichamos, al menos de reojo, entre las grietas de nuestra condición humana, nos interpela. Benedetti aludió al tema y en su poema “Laberintos” hay rastros de esta pulseada.
Existir es tomar conciencia de estar situado en un laberinto o entrecruzamiento de caminos, donde algunos están cerrados y otros conducen al centro de esta enmarañada construcción. Su complejidad es imagen de la condición humana cuando pierde la “brújula” y no encuentra el “centro” o la fuente de la vida. Para Eliade la misión del laberinto era defender el centro, es decir, el acceso a lo sagrado y la realidad absoluta. Como si un padre le dijera a su hijo: ¡en tu vida hay un tesoro escondido; más que llevarlo, él te lleva a vos; está muy cerca tuyo pero tenés que descubrir las huellas para encontrarlo!
Camuflado con esta imagen, Benedetti es cronista y aventurero de estos espacios por donde cuerpo y alma se internan, a veces juntos, otras distanciados. Así empieza:
“De todos los laberintos el mejor es el que no conduce a nada y ni siquiera va sembrando indicios ya que esos pocos que llevan a alguna parte siempre terminan en la fosa común.” El narrador se bifurca. Su yo se divide. Reconoce huellas, pero decide no decodificarlas porque el laberinto, -se lo dicta su ideología-, termina en una “fosa común”. Pero fosa viene de cavar, por tanto ¿quién dice que no esconda algún tesoro?
Un talante inquisitivo convive con una porción de absurdo, como es “buscar lo inhallable” de modo obstinado. ¿Por qué, entonces, continúa buscando? “Lo mejor es continuar vagando entre pasadizos curvos o sinuosos, meandros existenciales, doctrinas en zigzag, remansos del amor, en obstinada búsqueda de lo inhallable.” Pasadizos, meandros, doctrinas, remansos (“treguas”), reflejan su ritmo oscilante entre los polos de la condición humana: lo apolíneo o geométrico y lo dionisíaco o instinto vital.
Pero Benedetti no pierde el buen olfato; en el laberinto de la vida siempre aparece el factor “sorpresa”: salida, centro o razones ocultas. Así lo plantea:
“Y si en algún momento se avizora la salida prevista o imprevista, lo más aconsejable es retroceder y meterse de nuevo y de lleno en el dédalo que es nuestro refugio.”
¿Miedo? ¿O no contó con gente baquiana, como Dante con Virgilio para travesías oscuras? “Retroceder”, huir y volver al “refugio”. Al recinto ambiguo y protector, trabajando sin pausa. Así el laberinto con ecos de monstruo, vence al héroe, derritiendo las alas de libertad.
Los refugios son ambiguos. Pueden aplazar cuestiones punzantes; así vuelve la incisiva pregunta de la razón de ser de este laberinto. Dice el poeta:
después de todo el laberinto es una forma relativamente amena de aplazar cualquier postrimería.”
La postrimería significa el último período de la vida como el último piso o razón de vivir donde se asienta la condición humana agujereada por la nada. Quien “aplaza” no define; enfría el partido, posterga el examen.
Benedetti queda en la duda. Esta es razonable cuando los argumentos son insuficientes; o bien metódica, como la de un maestro ante sus alumnos; a veces la duda es por falta de observación o temor a las consecuencias: me alejo del médico y no me hago los análisis porque temo. Dice Benedetti:
“…. …. La única fórmula para arrendar la esquiva eternidad es no salir jamás del laberinto, o sea, seguir dudando y bifurcándose y titubeando, o más bien simulando dudas, bifurcaciones y titubeos a fin de que los leviatanes se confundan.”
Benedetti usa un recurso para asir la huidiza eternidad: jugar a las escondidas dentro del laberinto. Oscilando, dudando, bifurcándose, como el juego del gato y el ratón. La duda es simulada, porque, en el fondo, sabe que sabe pero juega a no saber. Así el secreto del laberinto se elude y el jaque mate no llega. Peripecias menores como confundir a los leviatanes, personificación de las fuerzas de la desgracia, sirven de pasatiempo.
Benedetti nos ayuda a pensar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uno de mis poemas favoritos de cualquier autor. Tocando el tema existencial y recordandome algunas palabras de Dostoevsky: No conseguía ser malo, pero tampoco amistoso, ni infame, ni honrado, ni un héroe, ni un insecto. Y ahora vivo mi vida en un rincón, trato de consolarme con la estúpida, inútil excusa de que un hombre inteligente no puede convertirse en nada, de que solo un tonto puede hacer consigo lo que quiera.

O como dijese Kierkegaard, "la subjetividad es la verdad"

Grandioso poema.