viernes, 8 de julio de 2022

“Un samaritano lo vio y se conmovió” (Lucas 10,25-37). XV Domingo durante el año.

Un hombre está tendido al costado del camino. Otros hombres pasan a su lado, lo ven, pero siguen de largo. Por fin, uno se conmueve y detiene su marcha. Cura las heridas del caído y lo lleva a un lugar seguro, donde será cuidado hasta que él pase de nuevo, dispuesto a asumir los gastos que puedan presentarse.

Esa es una síntesis de la parábola del buen samaritano que narra Jesús este domingo. Él agrega otros detalles que le dan un color particular, que los oyentes de su tiempo captan en seguida; pero, en definitiva, esto es lo esencial: un hombre que reconoce al anónimo herido del camino como su prójimo y le da socorro y ayuda.

Nuestras leyes penalizan a quien, como dice el Código Penal: “por negligencia, dejare de prestar asistencia, dando cuenta a la autoridad, a un hombre desvanecido o herido, sepultado o en situación en que corra peligro su vida o su integridad física” (Art. 332). La ley está bien y es necesaria; pero nuestro primer motivo para actuar en una situación así debería ser siempre la compasión, la humanidad; en definitiva, la vieja regla de oro: «Trata a los demás como querrías que te trataran a ti».

El ejemplo que pone Jesús responde a una pregunta que le hace un doctor de la Ley, es decir, un estudioso de la Palabra de Dios, un hombre que conoce la Ley de Dios:

«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?» (Lucas 10, 25-37)
Jesús no le responde directamente, sino que le invita a buscar la respuesta dentro de lo que el doctor tan bien conoce:
«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» (Lucas 10, 25-37)
El doctor de la Ley responde:
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo» (Lucas 10, 25-37)
La respuesta es acertada. En esos mandamientos está contenida toda la Ley. Jesús se lo asegura:
«Has respondido exactamente; obra así y alcanzarás la vida» (Lucas 10, 25-37)
A continuación, el doctor de la Ley hace otra pregunta, porque quiere una respuesta más detallada; una respuesta que tal vez delimite con claridad hasta dónde hay que cumplir esa ley:
«¿Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10, 25-37)
Jesús responde con la parábola del buen samaritano, poniendo en el centro a ese extranjero que se compadece del hombre herido. Toda persona humana es mi prójimo: esa es la conclusión. La compasión ante la persona herida no puede ser selectiva: si es de mi grupo o de mis simpatías, sí, y si no, no… o según como venga.

¿Qué tan difícil es esto? La primera lectura nos anima. Dios dice:
Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. (…) No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques. (Deuteronomio 30,9-14)
A pesar de lo que aparenta la forma de hablar, esas palabras no están dirigidas a una persona sola; están dirigidas al conjunto del Pueblo de Dios y a cada uno de sus miembros. El cumplimiento del mandamiento es personal, pero también colectivo. Unir solidariamente las fuerzas para ayudar al prójimo… pero alguien tiene que empezar y esa persona puedo ser yo, puedes ser tú, y así puede convertirse en un “nosotros”.

La ley, los mandamientos, son parte del Plan de Dios, Plan de amor, Plan de Salvación para toda la humanidad. La segunda lectura nos presenta a Jesús como aquel en el que se realiza y también por quien se realiza el Plan de Salvación de Dios. La entrega de amor de Jesús es el cumplimiento total de la Ley como Plan de amor de Dios:
Él es el Principio,
el Primero que resucitó de entre los muertos,
a fin de que Él tuviera la primacía en todo,
porque Dios quiso que en Él residiera toda la Plenitud.
Por Él quiso reconciliar consigo
todo lo que existe en la tierra y en el cielo,
restableciendo la paz por la sangre de su cruz.
(Colosenses 1,15-20)
Por esa obra salvadora de Dios en Cristo, la Iglesia, leyendo la parábola del buen samaritano, más allá de la realidad humana de un hombre solidario con su prójimo, la Iglesia ha visto a Cristo, que sigue haciéndose presente en el mundo. Así lo expresa la liturgia en un hermoso prefacio de la Misa, especialmente adecuado para este domingo:
También hoy, como buen samaritano,
se acerca a todo hombre
que sufre en su cuerpo o en su espíritu,
y cura sus heridas con el aceite del consuelo
y el vino de la esperanza.
(Prefacio común VIII: Jesús, buen samaritano.)
Que Jesús inunde con su amor nuestro corazón para que superemos la indiferencia y los miedos y sepamos brindarnos a quienes necesitan nuestra ayuda.

En esta semana

El lunes 11 recordamos a San Benito, abad, fundador de los monjes benedictinos. Los monjes ya no están en nuestra diócesis, como en otro tiempo, pero saludamos a sus hermanas, las benedictinas, que celebran al fundador.

El viernes 15 hacemos memoria de San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia. Fue un gran teólogo franciscano, superior general de la Orden, a la que acertadamente condujo a la paz en tiempos de serias tensiones internas.

Finalmente, el sábado 16 celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, patrona de dos parroquias de Nuestra Diócesis. En Migues será el mismo sábado, a las 15 horas y en Toledo el domingo 17, también a las tres de la tarde.
Pidamos al Señor que, de la mano de María, reina y madre del Carmelo, lleguemos hasta la cima del monte de la perfección que es Cristo, nuestro Señor.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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