martes, 12 de julio de 2022

“Una sola cosa es necesaria” (Lucas 10,38-42). Domingo XVI del tiempo durante el año.

Cuando todos los miembros de una familia se encuentran enfrascados en una tarea que les concierne a todos, como una limpieza a fondo de la casa o la preparación de una fiesta, no es nada lindo que alguno de ellos se instale tranquilamente a hablar por teléfono o a hacer algo que no signifique mucho esfuerzo y, sobre todo, que no hay ninguna necesidad de que se haga en ese momento, mientras hay tareas urgentes que encarar.
Algo así parece… ¡cuidado! … parece suceder en el evangelio que escuchamos este domingo, con la historia de Marta y María.

El evangelio de Lucas nos presenta desde el principio a Marta como dueña de casa:

Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. (Lucas 10,38-42)
En la familia hay también un hermano, Lázaro, que no aparece en este relato. De él nos habla el evangelio de Juan, pero esa es otra historia. Aquí aparece enseguida la hermana menor:
Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. (Lucas 10,38-42)
Inmediatamente se plantea un contraste, una contraposición entre las dos hermanas:
Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». (Lucas 10,38-42)
María, sentada. Marta, ocupada con los quehaceres. ¿Estamos frente a lo que decíamos al principio, cuando alguno de los miembros de la familia se acomoda o se entretiene, mientras los demás están corriendo y agitándose en múltiples tareas?
Prestemos atención a los detalles. María no está simplemente “sentada”: está sentada a los pies de Jesús y escucha su Palabra. Sentarse a los pies del maestro es la posición del discípulo. María ha tomado ese lugar y esa actitud. El Maestro está presente, está dispuesto a enseñar y ella, como discípula, se dispone a escuchar.
Por eso, Marta recibe de Jesús una respuesta que busca hacerle ver que se está perdiendo algo importante:
«Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas y, sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada». (Lucas 10,38-42)
Muchas veces se ha interpretado este pasaje del evangelio como una contraposición entre la vida contemplativa, que estaría representada por María y la vida activa, representada por Marta. Nuestra diócesis tiene cuatro monasterios femeninos, cuatro comunidades de vida contemplativa. Por cierto, en esas comunidades, dedicadas principalmente a la oración, cada una de las hermanas, según sus capacidades y fuerzas, tiene también su tarea práctica, necesaria para la vida en común… Una gran contemplativa, santa Teresa de Ávila, cuando encontraba alguna de sus hijas desconsolada al ver que tenía que ocuparse de las cosas de la casa, le decía:
“en la cocina, entre los pucheros, anda el Señor ayudándoles en lo interior y en lo exterior”
(Libro de las Fundaciones, capítulo V, 8).
Entonces, no se trata de oponer la actividad a la oración, sino de ver cómo se armonizan bien. Decía san Juan Pablo II:
La íntima unión entre contemplación y acción permitirá, hoy como ayer, acometer las misiones más difíciles. (Exhortación Vita Consecrata, 74)
Como algunos han hecho notar, san Lucas colocó este episodio entre la parábola del buen samaritano y la enseñanza del Padre Nuestro. El buen samaritano, que comentamos la semana pasada, nos muestra a un hombre que se pone en acción para ayudar al herido que ha encontrado en su camino. Jesús pone al samaritano como modelo de amor al prójimo. Por otro lado, la oración del Padre Nuestro expresa nuestra relación con Dios Padre, como hijas e hijos que nos confiamos a él y nos disponemos a realizar su voluntad. La oración es una expresión de nuestro amor a Dios.

Ahora bien, como veíamos la semana pesada, si Jesús no separa el amor al prójimo del amor a Dios, ¿por qué una sola cosa es necesaria? ¿No serían necesarias las dos, por decir, la escucha de la Palabra y la práctica de la Palabra?

La sola cosa necesaria es la escucha. Escuchar la Palabra de Jesús “es lo más necesario en la vida”, decía Chiara Lubich, fundadora del movimiento de los Focolares. Y agregaba: 

“escuchar la Palabra significa también vivirla. Por eso debes hacerlo también tú: recibir la palabra, dejar que ella te transforme… permanecer fiel, conservándola en el corazón para que plasme tu vida”.
Sí, se puede decir que no necesitamos la Palabra para hacer cosas. Es mucho lo que podemos hacer y lo que, efectivamente, se hace sin escuchar la Palabra. Necesitamos escuchar la Palabra de Dios para que lo que hacemos encuentre su sentido más profundo. El samaritano no se detuvo a ayudar al herido porque temiera cometer una falta, lo que hoy sería una “omisión de asistencia”. Se detuvo, actuó y aún asumió una responsabilidad haciendo previsiones para los días siguientes, porque vio más allá de lo puntual, de las circunstancias. Seguramente era un hombre creyente. Los samaritanos creían en el mismo Dios que los judíos, aunque a su manera. Pero no se trata de eso. Él supo contemplar, supo reconocer el llamado silencioso de Dios en el prójimo herido. Y porque supo contemplar, no se quedó contemplando la escena, sino que puso manos a la obra.

Pidámosle al Señor la capacidad de hacer un alto en la jornada, de apagar los ruidos exteriores e interiores y permanecer en silencio algunos minutos, dándole espacio al Señor que pasa y quedándonos en un aparte con Él, para después, sí, retornar con serenidad y eficacia, a nuestro servicio en las cosas de cada día.

22 de julio: Santa María Magdalena

El próximo viernes es la fiesta de santa María Magdalena, la mujer que fue liberada por el Señor de siete demonios y, convertida en su discípula, lo siguió hasta el monte Calvario y mereció ser la primera que lo vio resucitado en la mañana de Pascua y la que se lo comunicó a los demás discípulos. San Gregorio Magno la llamó “testigo de la divina misericordia” y Santo Tomás de Aquino la reconoció como “apóstol de los apóstoles”

Y esto es todo por hoy. Amigas y amigos, muchas gracias por su atención. Hasta la próxima semana y que descienda sobre ustedes la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
 

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