miércoles, 18 de abril de 2018

Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí (Juan 10, 11-18). IV Domingo de Pascua: el Buen Pastor.







A 12 km de Melo se encuentra la Posta del Chuy, una construcción del siglo XIX recuperada por el esfuerzo del historiador Horacio Arredondo, el mismo que impulsó la reconstrucción de otros monumentos históricos del Uruguay. Junto a la posta hay un corral circular de piedra. Ese corral se parece mucho a los corrales comunes de los pueblos de Palestina en tiempos de Jesús. Allí, en la noche, cada pastor dejaba su pequeño rebaño. Uno de ellos quedaba como cuidador y, a la mañana, solo dejaba entrar por la puerta del redil a quienes tenían allí sus ovejas. Cada pastor entraba y se llevaba a sus ovejas. Él sabía bien cuáles eran las suyas… y las suyas sabían bien cuál era su pastor. Un visitante de Israel, hace pocos años, contaba que vio a un pastor guiando a sus ovejas en medio del barullo del tránsito de Jerusalén, cantando y silbando para mantener el rebaño unido. Las ovejas lo oían y lo seguían.

Todo esto lo describe claramente Jesús, al comienzo del capítulo 10 del evangelio de Juan, el capítulo que conocemos como “el buen pastor”:
“el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10,2-5).
Pero el pasaje que leemos este domingo no comienza allí. Comienza más adelante, con una solemne declaración de Jesús:
“Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.”
Detengámonos un poco en las dos primeras palabras de Jesús: “Yo soy”. A lo largo del Evangelio de Juan, muchas veces utiliza Jesús esa expresión:
“Yo soy el pan de vida” (6:35)
“Yo soy la luz del mundo” (8:12; 9:5)
“Yo soy la puerta” (10:9)
“Yo soy la resurrección y la vida” (11:25)
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (14:6)“Yo soy la vid verdadera” (15:1).
“Yo soy” es el nombre con que Dios se manifestó a Moisés (Éxodo 3:14). Cuando Jesús utiliza ese “Yo soy”, sutilmente se está identificando con Dios.

Nuestro “yo soy” de hoy es “yo soy el buen pastor”. ¿Qué quiere decir aquí que Jesús es el “buen” pastor? En su tiempo los pastores de ovejas no eran considerados buena gente… como la experiencia probaba, la mayoría de las veces eran tramposos y ladrones; conducían sus rebaños por propiedades ajenas y robaban parte de los productos: lana, leche, cabritos. Esos son los que Jesús llama “los asalariados”, que no son dueños de las ovejas y huyen cuando hay peligro.
“El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.”
El buen pastor que es Jesús es el pastor noble, el pastor modelo… el pastor capaz de dar la vida por sus ovejas.

Encontramos en la Biblia ejemplos de pastores que arriesgan su vida por proteger sus ovejas. Del rey David se cuenta que, cuando era un joven pastor, mató un león y un oso por defender sus ovejas (1 Samuel 17:35-36). Pero arriesgar la vida no es lo mismo que darla. El pastor que se arriesga no espera morir, sino vivir. Si muere, no solo perderá su vida, sino que sus ovejas quedarán desamparadas e indefensas. Entonces, parecería que el buen pastor no es aquel que da su vida, sino el que queda vivo, para poder seguir guiando las ovejas. Sin embargo, Jesús no muere por haberse arriesgado, sino que fue hacia la muerte. Curiosamente, yendo a la muerte, el pastor se convirtió en oveja, en cordero…
“Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que está muda ante los que la trasquilan, tampoco él abrió la boca.” (Isaías 53,7)
Pero es a través de la muerte y la resurrección de Jesús, a través del triunfo del cordero de Dios sobre la muerte, que nos llega a nosotros la resurrección y la vida. Jesús insiste en que él da la vida: “Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo”.

De nuevo declara Jesús:
“Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.”
¿Qué significa hoy conocer a alguien? ¿Hasta que punto conocemos a los demás? Cada persona es un misterio, incluso para sí misma. Muchas veces creemos conocer a alguien y, en realidad, lo que hacemos es proyectar sobre esa persona nuestra idea o, peor, nuestro ideal de lo que ella debe o debería ser. Así vienen las desilusiones cuando nos encontramos con la realidad: simplemente la persona real no se corresponde con la idea que nos hicimos.

Jesús habla de un conocimiento profundo, muy íntimo. “Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre”. La manera en que el Padre y el Hijo se conocen uno a otro es total. No hay ningún secreto. Hay total comunión en el amor. De esa manera nos conoce Jesús a cada uno de nosotros. En Él se cumple lo que dice el salmo:
Señor, tú me sondeas y me conoces;
sabes cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes;
todas mis sendas te son familiares. (S. 139,1-3)
Pero Jesús dice también “mis ovejas me conocen a mí”… y aquí sentimos que hay una gran asimetría… ¿conocemos a Jesús tanto como Él a nosotros? ¿Cómo podemos conocerlo más?

Podríamos recurrir a todas las formas que tenemos para encontrarnos con Él… la Sagrada Escritura, los Sacramentos, la oración, la comunidad de discípulos reunidos en su nombre, el hermano pobre y necesitado… pero todo eso sirve si nos acercamos a Jesús desde la fe y con el corazón.

Si nos acercamos a Jesús desde la fe, si buscamos su amistad, lo conoceremos como lo conocieron sus discípulos, como lo conoció después san Pablo: con el corazón. Hay personas que pueden haber estudiado mucho, que conocen a Jesús en detalle. Hay también personas sencillas que no conocen esos detalles, pero que conocen a Jesús en su verdad, porque lo conocen de corazón a corazón. Esa es la verdadera forma de conocer a Jesús y de recibir lo que podemos aprender sobre él. No como una persona del pasado, sino como nuestro Señor, nuestro Hermano, nuestro Amigo, que está hoy con nosotros y nos muestra cómo vivir y aún cómo morir para entrar en la Vida plena que Él quiere dar a sus ovejas.

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