jueves, 15 de agosto de 2019

“Yo he venido a traer fuego sobre la tierra“ (Lucas 12, 49-53). Domingo XX del Tiempo Ordinario.







¡Fuego! Es el grito de alarma cuando alguien advierte que se ha desatado un incendio. En agosto para el hemisferio norte y en enero para el hemisferio sur, períodos prolongados de sequía, temperaturas altas y vientos fuertes aumentan el riesgo de incendio forestal. Cuando el fuego se inicia, rápidamente se extiende con fuerza incontenible y devoradora destruyendo miles de hectáreas de bosques, calcinando la tierra, matando la fauna y cobrando también, a veces, vidas humanas. Sucedía días pasados en las Islas Canarias; otros años en Australia, en California o aún en nuestro Uruguay.

El evangelio de este domingo comienza también con una alarma, en las palabras de Jesús:
Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!
Si leemos el texto griego, encontramos la palabra fuego en primer lugar, dándole todavía más dramatismo a este anuncio:
Fuego he venido a traer a la tierra,
Lo mismo sucede con lo que dice Jesús a continuación, en el mismo pasaje:
Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!
Si vamos al texto griego, vemos que también comienza con la palabra clave: bautismo.
Fuego vengo a traer… Bautismo tengo que recibir, podríamos traducir, conservando el énfasis de esos dos anuncios, ya de por sí muy fuertes.

¿A qué se refiere Jesús? ¿De qué fuego habla?
Estamos en el evangelio de Lucas. Al comienzo de este evangelio encontramos a Juan el Bautista predicando. Y nos habla de fuego; con dos sentidos:

Primer sentido: destrucción.
“Den frutos dignos de conversión (3,8) … todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (3,9)”
Segundo sentido: transformación. Y, atención, relacionando fuego y bautismo:
Yo los bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego. (3,16)
El fuego destruye, pero también purifica.
Es el mismo fuego; es la expresión de un juicio, que destruye las obras de la maldad y pone de manifiesto las obras de Dios, que son las que resisten a las llamas.
San Pablo lo expresó muy bien en su primera carta a los corintios:
Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el Día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada cual. (1 Corintios 3,13)
Probados por el fuego. Eso sucederá con nuestras obras, nuestros trabajos, nuestra vida. ¿Qué quedará de todo lo que hemos hecho, de todo lo que hemos vivido? Recordemos la reflexión de los domingos anteriores. ¿Hemos buscado los bienes del Cielo? ¿Hemos guardado tesoros espirituales? ¿O nos hemos gastado y desgastado detrás de cosas que, a su vez, también se desgastan y se pierden?

Jesús habla también del bautismo en el que debe ser bautizado. A esta altura del evangelio de Lucas, ya han pasado varios capítulos desde que Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán. No está hablando, pues, del bautismo que ya recibió.
Bautismo significa inmersión, es decir, introducir o introducirse en un líquido o en un ambiente.
El bautismo del que Jesús habla ahora no es una nueva inmersión en el agua, sino en las profundidades de la muerte. Sumergirse en la muerte para emerger a una vida nueva en la resurrección.
Eso quería decir Jesús cuando dos discípulos le pidieron ocupar los primeros puestos en su Reino. Jesús les preguntó:
¿Pueden beber de la copa que yo voy a beber y recibir el bautismo que yo voy a recibir? (Mateo 20,22)
Jesús no está hablando de una bebida y un baño. Está hablando de su pasión: su copa de amargura, su cáliz de dolor, su bautismo de sangre.
A través de ese trago amargo, de esa inmersión dolorosa en la muerte, Jesús llegará a la resurrección, similar a una explosión de luz y de fuego capaz de transformar a la humanidad, sacudiendo las escorias del mal y purificándola como en un crisol.

Volviendo a nuestro evangelio de este domingo, Jesús sigue diciendo cosas inquietantes:
¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra?
No, les digo que he venido a traer la división.
Nuevamente Jesús nos sorprende… en otros pasajes del evangelio, Él comunica Su paz a los discípulos. Ruega al Padre para que todos seamos Uno. San Pablo habla de él diciendo “Cristo es nuestra paz”. ¿Y entonces?

Podemos entender mejor esto volviendo al comienzo del evangelio de Lucas. Allí, un anciano llamado Simeón reconoce al Salvador en el pequeño que está en brazos de María, su madre. Simeón anuncia que ese niño será “signo de contradicción” y hará que se revelen “los pensamientos de muchos corazones”.

Jesús ha venido a establecer la paz definitiva entre los hombres y entre Dios y los hombres; pero sus palabras, sus gestos, su persona toda, piden una opción frente a Él: seguirlo o apartarse. Allí se manifiestan los pensamientos de unos y otros. Allí se produce la contradicción y la división, división no querida por Jesús, entre aquellos que lo siguen y quienes lo rechazan.

Fuego, bautismo, división… ¿qué sucede después de la muerte y resurrección de Jesús? Los primeros cristianos encuentran personas que aceptan el evangelio, la buena noticia de Jesús, anunciada ahora por los apóstoles. Al mismo tiempo, encuentran de otras personas, rechazo y persecución. Sin embargo, los creyentes mantienen su corazón encendido, ardiente, alimentándose con la Palabra de Dios y con el Cuerpo y Sangre de Cristo.

El fuego que sostiene ese ardor es el Espíritu Santo, que Lucas nos presenta en su otra obra, los Hechos de los Apóstoles, de esta manera:
“Aparecieron como lenguas de fuego que se dividían y se posaron sobre cada uno de los apóstoles y todos fueron colmados de Espíritu Santo” (Hechos 2,3-4).
El Espíritu Santo, entonces, es semejante a un fuego que enciende los corazones y hace de los discípulos y discípulas de Jesús testigos valientes, capaces de dar cada día su vida por Cristo. Este es el fuego que Jesús vino a traer a la Tierra y que fue encendido con su muerte y resurrección.

Amigas y amigos: renovemos una vez más nuestra unión con Jesús, en el Espíritu. Recordemos la antigua invocación:
“Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor”.
Gracias por este tiempo de lectura. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

No hay comentarios: