miércoles, 28 de agosto de 2019

“El que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado” (Lucas 14,1.7-14). Domingo XXII del Tiempo Ordinario.






“Date corte, Juan Antonio; no te quedes atrás”.
Esas palabras punzantes se atribuyen a Ana Monterroso, esposa de Juan Antonio Lavalleja, a quien la historia uruguaya recuerda como “el libertador”. Lavalleja fue el jefe de los Treinta y Tres Orientales, el grupo que inició en 1825 la revuelta de la Provincia Oriental -lo que hoy es el Uruguay- contra el imperio de Brasil.
Ana Monterroso, nacida en Montevideo, era una mujer de fuerte carácter, hija de un gallego de noble cuna. Una familia rica e influyente.
Juan Antonio Lavalleja, después de su importante actuación en el proceso que culminó con el surgimiento del Uruguay independiente, pasó a segundo plano en la política nacional.
En esos tiempos le insistía su esposa: “Date corte”.
En 1853, pocas semanas antes de su muerte, Lavalleja aceptó integrar un triunvirato de gobierno donde se le colocaba en un lugar destacado, pero que no dejaba de ser más bien “decorativo”.
Un historiador fue muy duro con él:
“Es un acto de claudicación senil (…)
está detrás de él doña Ana Monterroso, picaneando sus ambiciones de gobierno”.
(Alberto Zum Felde, Proceso histórico del Uruguay)
Es difícil saber cómo fueron realmente las cosas, y cuáles fueron los sentimientos que movían a las personas en un hecho que ya pertenece al pasado, contado, además, por terceros… pero la historia sigue siendo “maestra de la vida” y sigue dejando su enseñanza para quien la quiera recoger.

Mejor que esa maestra, tenemos al Maestro: a Jesús, que hoy nos deja su enseñanza sobre los criterios verdaderos con los que valorar a los demás y valorarnos a nosotros mismos.
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos.
Ellos lo observaban atentamente.
Jesús está, realmente, bajo la lupa. Los fariseos, un importante movimiento religioso de su época, lo tienen en la mira. Más aún en sábado, día de descanso sagrado, que Jesús muchas veces ha pasado por alto cuando lo pedía el bien del prójimo.

Sin embargo, Jesús también observa atentamente y nota enseguida que
los invitados buscaban los primeros puestos…
Los invitados buscan los puestos más destacados, allí donde todos los verán: en la cabecera o en el centro, al lado del dueño de casa. (“Date corte, no te quedes atrás”.) Es una competencia por estar en una posición superior a la de los demás. Sentirse más importante que los otros. Jesús va a proponer una conducta diferente por medio de una parábola:
No te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: "Déjale el sitio", y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: "Amigo, acércate más", y así quedarás bien delante de todos los invitados.
Lo que Jesús propone podría entenderse como una actitud de falsa humildad, apenas una estrategia para “quedar bien”. No se trata de eso. Se trata de dejarle al dueño de casa la tarea de asignar los lugares. Los puestos no dependen de los méritos que creamos tener, sino de la gratuidad del patrón.
No olvidemos que esto es una parábola, una comparación. Dios es el dueño de casa. Ante Él no valen nuestras pretensiones. Todo el ostentar, lucirse, hacer alardes, “darnos corte” no lo impresionan. Al contrario. Ante Dios es nada y vacío. En cambio, es Él quien nos da la importancia y el valor que tenemos. El verdadero lugar del hombre es el que ocupa ante Dios y no el que puede ganar haciéndose auto propaganda. Por eso la parábola concluye:
todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.
Después de esas palabras a los invitados, Jesús se dirige ahora al anfitrión del banquete, para hablarle sobre la lista de invitados. Le dice primero lo que no tiene que hacer:
no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos,
no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
La sociedad en la que se mueve Jesús tiene muy clara la idea de que toda atención debe ser correspondida de la misma manera. Si me invitan a cenar, se espera que luego yo invite. Si me hacen un regalo, se espera que yo haga otro. Si me hacen un favor, se espera que yo haga lo mismo. Eso lleva a la gente a moverse entre quienes consideran que son iguales, que están al mismo nivel y a dejar de lado a quienes consideran inferiores. El círculo de invitados se reduce.

Jesús indica a continuación lo que el anfitrión debe hacer:
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
Jesús abre la invitación a personas habitualmente excluidas, marginadas. Les reconoce así su valor y dignidad, semejante al de cualquier otro ser humano. Otra vez Jesús está manifestando el querer de Dios, que
“no hace acepción de personas” (Hechos 10,34; Romanos 2,11; Gálatas 2,6).
Manifestando su amor preferencial por los pobres, Dios no está excluyendo a nadie, sino incluyendo a todos… pero también quiere que nos demos cuenta de que ante Él nada valen las riquezas materiales que hayamos podido acumular: ante Él no somos más que indigentes.

Jesús no quiere decir que no podamos comer con familiares y amigos. En cambio, nos llama a romper relaciones excluyentes y a dar lugar a los desfavorecidos, los abandonados, los que sufren y hacerlos parte de nuestra vida.

Quien obre de esa manera estará entre los bienaventurados. En este mismo evangelio de Lucas, Jesús había proclamado:
Felices los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios (6,20)
Esa misma palabra “felices” o “bienaventurados” es la que aparece al final del pasaje que estamos comentando, en la promesa que hace Jesús a quien deje entrar en su corazón a esos mismos pobres:
¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!
Amigas y amigos: pongámonos una vez más en las manos de Dios. Es de Él de quien viene la dignidad de cada persona humana. Cada uno de nosotros ha sido modelado por las manos del Padre; por cada uno de nosotros el Hijo ha derramado su sangre; en cada uno de nosotros quiere habitar el Espíritu Santo. Cuando reconocemos el valor infinito que tiene cada persona, se hace más posible la comunión que alcanzaremos plenamente en la eternidad, junto a Dios.

Este domingo 1 de setiembre se celebra la V Jornada de Oración por la Creación, establecida por el Papa Francisco. En este tiempo en que tenemos noticias de incendios devastadores en distintos lugares del mundo, particularmente en la Amazonia, unámonos en la plegaria y en la conciencia de que todos somos responsables del cuidado de la casa común.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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