A fines del siglo XII, la ciudad de Asís, a unos 130 km al norte de Roma, había alcanzado cierta prosperidad. Vivían allí familias nobles de antigua fortuna y otras enriquecidas por el comercio. La vida de Asís se vio sacudida cuando Francisco, hijo de un rico comerciante, después de haber pasado un tiempo entre leprosos y de reconstruir una iglesia en ruinas, decidió formar con otros jóvenes una orden religiosa para vivir totalmente consagrados a Dios en la pobreza y cumplir fielmente el Evangelio, que adoptaron como regla de vida. Después de algunas peripecias, el Papa les dio su aprobación y comenzó así la orden franciscana.
Vivía también en Asís una jovencita de familia noble llamada Clara. Sus padres querían casarla con un buen candidato, pero ella sentía el llamado a una vida de oración, pobreza y total consagración a Dios: una vida como la de la comunidad que había formado Francisco. A los 17 años, Clara escapó de su casa, dejó sus finos vestidos y vistió el tosco hábito de la orden. Francisco y sus compañeros recibieron sus votos y la instalaron con las monjas benedictinas. Pronto se le unió una de sus hermanas, Inés, y otras jóvenes que sintieron igual vocación. Así se fundó la segunda orden franciscana, hoy conocida como las Clarisas. Al principio fue dirigida por Francisco, como fundador; pero cuando obtuvo también reconocimiento del Papa, pasó a estar bajo la guía de Clara. Ella ejerció su autoridad según el Evangelio, sin dejar de hacer, como cualquiera de sus hermanas, los servicios más humildes. Santa Clara de Asís murió el 11 de agosto de 1253. Su fiesta se celebra en esa fecha.
En nuestra diócesis hay una parroquia que le está dedicada, cuya sede está en Santa Clara de Olimar, en el departamento de Treinta y Tres. El pueblo fue fundado en 1878 pero, ya antes, existía una capilla que funcionaba casi como una parroquia, con sus propios libros de bautismos y casamientos. En 1932 Mons. Miguel Paternain regularizó esa situación, erigiendo, o sea, creando, la parroquia Santa Clara de Asís, con sede en Santa Clara de Olimar. Actualmente, junto a la vecina Tupambaé, es atendida por las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima, religiosas peruanas que tienen como carisma el servicio pastoral en lugares donde no hay sacerdotes.
El evangelio de este domingo nos ayuda a entender un poco más la vida y vocación de Santa Clara y, a la vez, nos llama a considerar qué estamos haciendo con nuestra propia vida, sea cual sea la situación en la que nos encontremos.
La clave está en estas palabras de Jesús:
Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.Se trata, entonces, de estar preparados para nuestro encuentro definitivo con Jesús: sea porque llega el final de los tiempos, en el que “de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos” (como decimos en el Credo); sea porque llega el término de nuestra vida en la tierra, la hora de presentarnos ante Dios.
Jesús dice eso a sus discípulos. Ellos han sido llamados a vivir un desprendimiento total. En ese espíritu san Francisco y santa Clara abrazaron la pobreza, haciendo lo que pide Jesús:
Vendan sus bienes y denlos como limosna.No todos pueden seguir este llamado. Quien ha formado una familia necesita contar con bienes; pero ya veíamos el domingo pasado que esas cosas o el dinero no pueden convertirse en un ídolo colocado en el centro de nuestra vida, lugar que solo corresponde a Dios.
Jesús continúa desarrollando este pensamiento, ahora de una forma que todos podemos aplicar de un modo u otro:
Acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.
El domingo pasado san Pablo nos hablaba de buscar los bienes del cielo, de poner el pensamiento en las cosas celestiales: acumular, pues, bienes espirituales. Orientar el corazón y toda nuestra vida hacia el encuentro definitivo con Jesús, a partir del encuentro diario con Él en la oración y los sacramentos, en el hermano necesitado, en la comunidad. Como decíamos, la clave es estar preparados. Para explicarlo, Jesús utiliza una imagen:
Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
“Estén preparados”: cuando el Señor regrese, la casa ha de estar limpia y ordenada; el agua disponible para lavarse; la ropa de entrecasa preparada; la comida lista para servir. Algunas de esas cosas se hacen con tiempo, como preparación remota; otras se van manteniendo prontas como preparación inmediata.
“Estén ceñidos”. Esta expresión aparece muchas veces en la Biblia, notablemente en el libro del Éxodo cuando Dios indica a los israelitas cómo comer el cordero pascual, en la noche en que Dios pasará para liberar a su Pueblo:
Así lo comerán: con sus cinturas ceñidas, sus pies calzados, y el bastón en su mano; y lo comerán de prisa. Es la Pascua de Yahveh. (Éxodo 12,11)Estar con la cintura ceñida es estar prontos para la acción y se contrapone a estar con la ropa suelta, de entrecasa, en actitud de descanso.
“Con las lámparas encendidas”. ¿Alguna vez intentaron encender una lámpara de aceite? Yo probé una vez y no pude. La gente del tiempo de Jesús tenía mucha más práctica y lo hacía rápidamente… pero no basta una lámpara para iluminar la casa. Son muchas y hay que vigilar que no se acabe el aceite. Si no, las lámparas se apagarán, como recuerda la parábola de las vírgenes prudentes, que tenían aceite de repuesto y las necias, que se quedaron sin el combustible. La lámpara encendida es el testimonio de la vida cristiana. Pensemos en otras palabras de Jesús:
Ustedes son la luz del mundo. (…) Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; se pone en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así su luz ante los hombres; para que, viendo sus buenas obras, den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos. (Mateo 5,14-16)
Finalmente, se trata de estar atentos al regreso del Señor “para abrirle apenas llegue y llame a la puerta”. Dice Jesús, en el Apocalipsis:
Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. (Apocalipsis 3,20)
Esta promesa de cenar juntos tiene otra expresión en el evangelio de este domingo. Jesús anuncia qué es lo que sucederá si el Señor llega y encuentra todo pronto. En primer lugar, dice:
¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!Felices, bienaventurados. Muy bueno. Pero queda todavía algo sorprendente:
Les aseguro que el Señor mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.Recoger la túnica es acortar la vestimenta larga, doblándola hacia arriba y ciñéndola a la cintura. El Señor se pone en el lugar del servidor… Ese es Jesús, que en la última cena sirvió a sus discípulos, lavándoles los pies y preparándoles la comida: su propio cuerpo y sangre. Ese es Jesús que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por la multitud. El que se hizo así “servidor de todos”. Él es el Señor, a quien seguimos y a quien queremos esperar con nuestra luz encendida.
Gracias, amigas y amigos por su amable atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.
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