martes, 12 de agosto de 2025

12 de agosto: Santa Juana Francisca Frémyot de Chantal y sus grandes momentos de decisión en el camino a la santidad.


La Diócesis de Canelones tiene la dicha de contar cuatro monasterios femeninos de vida contemplativa. Uno de ellos, Visitación de Santa María, es el de las Hermanas Salesas (Orden de la Visitación) a la entrada de la ciudad de Progreso. Por eso Santa Juana Francisca hace parte del santoral canario. 

Homilía de Mons. Heriberto en la Misa celebrada esta mañana en el Monasterio de la Visitación.

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos la memoria de una santa mujer, a la que en vida podemos contemplar  ya como cofundadora, junto a un ilustre obispo, de una orden religiosa innovadora para el espíritu de su tiempo, escritora de cartas de gran riqueza espiritual, viajera incansable a la hora de extender la orden, escuchada y venerada por todos lados…

¿Y qué decir cuando contemplamos su vida plenamente realizada, gozando de la gloria de Dios? Pues, contemplando todo esto, corremos a veces el riesgo de olvidarnos que su camino a la santidad, como el de muchos santos y santas, estuvo lleno de dificultades, y que esas dificultades estuvieron muchas veces en su propio interior, en su propio corazón y fueron resueltas con buenas pero difíciles decisiones.

En la vida de los santos, en la vida de nuestra santa Juana Frémyot, hay momentos dramáticos, momentos de decisión, momentos en los que la vida se puede volcar en una u otra dirección.

Ayer, por ejemplo, celebramos la memoria de santa Clara de Asís. Su momento de decisión se dio temprano, a los dieciocho años, cuando aquel domingo de ramos del año 1212, se escapó de su casa, fue al encuentro con Francisco y sus hermanos en la iglesia de San Damián, donde Francisco cortó su cabello y ella abandonó sus finos vestidos para vestir un áspero sayal, abrazando con todo su corazón a Jesucristo pobre. Clara venía de una familia noble y rica y abandonó todo ese mundo para seguir a Jesús por el camino de Francisco.

Casi 400 años después, en el año 1601 encontramos a Juana Francisca Frémyot, con 29 años, casada con el barón de Chantal, madre de cuatro hijos pequeños. Tiene una vida y una misión como esposa y madre, en ese mundo de familias nobles, en el que acompaña a su esposo y educa a sus hijos y agradece a Dios por todo lo que ha recibido.

Pero en el otoño de aquel 1601, la vida de Juana tiene un vuelco inesperado. Una bala perdida, durante una cacería, causa la muerte de su esposo.

Mientras el barón de Chantal es sepultado, muchos ven a la joven viuda en brazos de un nuevo marido, que sea, de preferencia, más rico y con título mayor que el del barón. El mundo del dinero prevalece sobre el del corazón y éste, a su vez, deja a veces de costado el del alma.

A aquel otoño, dicen las crónicas, sucedió un invierno glacial, crudísimo; también se hizo invierno en el alma devastada de Juana, que se mueve vacilante entre el cielo y la tierra, volviendo una y otra vez sobre las mismas preguntas: ¿quién disparó la bala fatal? ¿Tal vez algún pariente torpe, al que Juana le gustaría que ardiera en el infierno? Terrible pensamiento… pero la otra pregunta es también angustiante: ¿y si esto lo hizo la justicia divina? El alma de Juana, mujer de oración, con vocación de vida mística, se encuentra con el silencio de Dios, un silencio que le parece por momentos indiferencia… Y siguen las preguntas: ¿es que Dios la ama? ¿es que Dios la escucha? ¿qué es esa voluntad de Dios que acaba de destruir lo que era su felicidad?

Estas preguntas que pasan por el alma de Juana son preguntas que tal vez nos hemos hecho también nosotros, por situaciones similares… la muerte de un ser querido, sobre todo cuando sucede así, imprevistamente, en la plenitud de la vida… o cualquier otra realidad de esas que solemos denominar “una desgracia”.

Cuando en la vida se abre un vacío repentino e imprevisible ¿qué se puede hacer? ¿qué hay que hacer? Ella siente que no tiene que ceder a las presiones y a los intereses que quieren casarla de nuevo “con alguien más rico y de mejor título”. Aún enfrentándose dolorosamente con su padre, porque huye de un nuevo casamiento, ella asume tres compromisos:
- Ofrecer secretamente su vida a Dios
- Permanecer fiel a su difunto esposo
- Hacer un voto de castidad.

Es una decisión tomada, un punto desde el que no se vuelve atrás. Es una decisión que significa dejar el mundo en el que ha vivido hasta ahora y cambiar su vida… pero no sabe todavía de qué forma. No hay ninguna iglesia de san Damián y todavía no hay ningún Francisco…

Sin embargo, comienza por dejar de lado las joyas, los vestidos finos y todo lo accesorio y superfluo, para vivir una vida sencilla y sin esposo. Busca un director espiritual y lo percibe por el don de una visión. Cree encontrarlo en un religioso, que, sin embargo, resulta ser un hombre duro y tiránico, que no va a ayudarla de verdad.

Tres años después de la muerte de su esposo, el largo invierno del alma de Juana empieza a vislumbrar la primavera, cuando es invitada a escuchar a un obispo que ha llegado para ofrecer unas prédicas… sentada en primera fila, Juana reconoce en Francisco de Sales al religioso de aquella visión. Francisco también la reconoce, porque él ha tenido una visión similar. El acercamiento entre ambos será lento, en el marco de las formalidades y de las cortesías de la época, pero Francisco es capaz de ver el fondo de aquella alma que busca la voluntad de Dios.

También el padre de Juana nota un cambio y ese cambio es motivo de preocupación, porque se va enterando de que su hija se pasa rezando y ayunando y dedica mucho tiempo a los pobres, incluso les lleva pan y sopa que ella misma prepara para un grupo creciente de gente en la miseria que llega de todas partes, porque una gran parte del pueblo francés estaba en extrema pobreza. Pero con todo eso, el padre piensa que, urgentemente, tiene que volver a casarla.

Pero Juana sigue dando pasos. Francisco la desata de los lazos que le había impuesto su anterior director espiritual y comienza un camino de acompañamiento donde se equilibran devoción y caridad. Así siguen seis años de cartas en las que se teje una amistad espiritual y se ponen las bases de la futura congregación, pensada sin votos perpetuos, sin claustro, de vida activa, para ocuparse de los pobres, los enfermos, los indigentes. 

Todavía falta un tiempo para eso y su padre hará un último intento, muy firme, por casarla con un excelente partido, un hombre viudo, padre de familia, muy noble y muy rico. La llaman a Juana y le presentan un contrato matrimonial donde solo falta su firma. Los hombres la presionan fuertemente para que acepte… pero ella se encierra en su habitación y con un punzón escribe en su pecho el nombre de su único esposo: Jesús.

Cuantos momentos dramáticos, cuántas decisiones en la vida de Juana…

Y llega por fin la decisión de dejar su casa y sus bienes en Dijon y emprender el camino a la ciudad de Annecy, donde Francisco de Sales tiene su sede episcopal. El 6 de junio de 1610 se hace la fundación y comienza la vida del pequeño instituto. Cinco años después, la intervención del arzobispo de Lyon hará que la Visitación tome otra forma, con clausura y votos solemnes. No es lo que habían soñado los fundadores pero lo aceptan como voluntad de Dios y continúan bajo la nueva forma.

Treinta y un años después, el 13 de diciembre de 1641, Juana parte hacia el Cielo, dejando 87 monasterios distribuidos en Savoya, Francia, Suiza y el Piamonte.

Y así termina la vida terrena de esta mujer que pudo haber tomado otro camino… encerrarse en su dolor, aceptar lo que le señalaban su padre y su suegro, casarse de nuevo y dejar enterrado, en algún rinconcito de su corazón, el llamado que Dios le hacía. No fue así. La esperanza le abrió un horizonte que le hizo descubrir y seguir la voluntad de Dios  y por eso estamos dando gracias a Dios y rogando que el Señor que inició esta obra, la siga sosteniendo con nuevas vocaciones. Que así sea.

Bibliografía consultada (en francés)

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