El día 10 de agosto, aunque este año no se celebre por ser domingo, es la fiesta de San Lorenzo, diácono y mártir, patrono de los diáconos. Saludo muy especialmente en este día a los diáconos permanentes, que en nuestra diócesis de Canelones son actualmente quince, la mayor parte de ellos en plena actividad.
El diaconado es el tercer grado del sacramento del Orden y es un paso necesario para quien se ha preparado para ser ordenado presbítero; pero también lo pueden recibir hombres casados o, si no lo están, con una promesa de celibato, para ser vivido en forma permanente. Por eso hablamos de diáconos permanentes.
Diácono significa “servidor”.
Dice el Concilio Vaticano II, al restablecer el Diaconado Permanente:
“Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso de San Policarpo: «Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos». (Lumen Gentium 29)
Demos gracias a Dios por estos ministros y recemos por ellos y por sus familias.
El Evangelio de este domingo puede motivar nuestra reflexión en varias direcciones.
Las primeras palabras de Jesús son especialmente reconfortantes para quienes responden como discípulos y discípulas al llamado del Maestro:
«No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino.» (Lucas 12,32)
“No temas”. Esa primer palabra de Jesús infunde seguridad, confianza. Fortalece la esperanza en la promesa del Reino de Dios, el Reino que Jesús ha venido a anunciar y que comienza a realizarse en su misma persona.
A continuación, Jesús invita a quienes quieran seguirlo a hacer lo contrario del hombre de la parábola anterior, el que acumuló para sí mismo y no se hizo rico ante los ojos de Dios:
«Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.» (Lucas 12,33-34)
¿Cómo vivir en la confianza? ¿Cómo mantenerse en ese desprendimiento, ese desapego de los bienes del mundo? ¿Cómo mantener el corazón en el tesoro del Cielo?
Son muchas las tentaciones y es fácil justificar el apego a las cosas… por eso es necesaria una actitud vigilante y eso es lo que Jesús indica a continuación.
«Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas.» (Lucas 12,35)
No se trata solamente de estar preparados para recibir al Señor al final de nuestra vida. Se trata de estar preparados para reconocerlo y servirle toda vez que viene a nosotros. Es un tema fuerte en el tiempo de Adviento, donde decimos que el Señor viene a nosotros en cada persona y en cada acontecimiento, por lo que se nos llama a estar atentos para recibirlo y servirlo.
Lo de “ceñidos” se relaciona con la manera de vestir en el antiguo oriente: vestiduras largas y amplias que, dentro de la casa, se llevan sueltas, pero que se ajustan, se ciñen con un cinturón o una faja cuando se va a salir. Las lámparas encendidas puede significar poco para nosotros hoy, cuando encender la luz se hace apenas oprimiendo un botón; pero no es tan sencillo encender una lámpara de aceite y hay que cuidar que no se agote el combustible si queremos que permanezca encendida toda la noche.
Esa parábola de los servidores culmina con una preciosa bienaventuranza y una impresionante promesa:
«¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos.» (Lucas 12,37)
A continuación, Jesús presenta otra breve parábola, usando una imagen muy inquietante:
«Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.» (Lucas 12,39-40)
Es otra exhortación a la vigilancia, que aparece también en cartas de Pablo y de Pedro, así como en el Apocalipsis (1 Tes 5,2; 2 Pe 3,10; Ap 3,3; 16,15). La imagen atemoriza ¿es una amenaza? ¿Estará Dios esperando el momento en que estemos menos preparados para caernos arriba y condenarnos? El Señor no viene para robar, sino para salvar. Nos exhorta a estar preparados, atentos, vigilantes, para no desatender su llamado, su presencia que trae la salvación.
La tercera parábola de Jesús toca a quienes tenemos responsabilidades en la comunidad.
«¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.» (Lucas 12,42-44)
Somos administradores, no dueños. Estamos al servicio de nuestros hermanos para distribuir la ración de trigo, es decir, para cuidar y alimentar con la vida de Cristo, Pan y Palabra. Pero el administrador no solo puede descuidar su tarea sino, peor aún, caer en conductas lamentables, descriptas con crudo realismo:
«Pero si este servidor piensa: "Mi señor tardará en llegar", y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.» (Lucas 12,45-46)
No pensemos que este mensaje atañe sólo a los ministros de la Iglesia… todos los cristianos, como discípulos misioneros, participamos en la misión de la Iglesia, en el servicio. Todos somos responsables de nuestros hermanos.
La esperanza de la vida eterna no nos desentiende del mundo, de trabajar para hacerlo más justo y habitable. Más aún, la esperanza de poseer el Reino en la eternidad es lo que nos compromete a mejorar las condiciones de la vida terrena, especialmente de los hermanos más débiles.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Feliz día a todos los diáconos. Al rezar por las vocaciones, no nos olvidemos también de quienes puedan ser llamados por el Señor a este servicio en la Iglesia.
Y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
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