domingo, 22 de marzo de 2009

Bodas de Plata episcopales de Mons. Pablo Galimberti, Obispo de Salto, Uruguay



Aquí puedes escuchar la homilía:



Homilía de Mons. Pablo Galimberti

18 de marzo de 2009, Basílica Catedral de Salto

Bodas de Plata Episcopales

Una tarde como hoy, vísperas de la solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, hace 25 años, ingresaba a la Diócesis de San José. Llegué a esa Diócesis cuya Catedral es, desde 1956, santuario nacional de San José: el templo de mayor dignidad dedicado a la figura de este hombre justo, el esposo de María, padre adoptivo de Jesucristo.

Y como en la vida no hay casualidades, y mucho más para el creyente, me fui como aproximando a la figura de este hombre, de este creyente que es José, en todo lo que esto significa como esposo y padre, aquel que cuida la familia, que arriesga, que vive la fe en las situaciones fáciles y en las complicadas, tal como está en el Evangelio de hoy.

Encontré bueno y oportuno destacar esta figura y que hoy le dedique unos momentos para pensar y recorrer estos 25 años en mi misión de Obispo.

Sin duda que han sido muchos los acontecimientos y uno se siente en la dificultad de poder sintetizar, ante hermanos que me conocen desde que nací, ante sacerdotes u obispos que me conocen desde los primeros pasos en la Iglesia en el despertar de mi vocación, gente de San José que me conoció en mi tarea de obispo y los fieles de aquí, de la Diócesis de Salto, peregrina en los departamentos de Artigas, Salto, Paysandú y Río Negro donde hoy estoy y digo ‘este es mi pueblo, esta es mi gente’.

De modo que hay una cantidad de vivencias y cada uno sería capaz de abrir una serie de recuerdos y situaciones; pero no lo hago con el ánimo de volver hacia atrás, porque lo pasado, pisado. Ya no volverá; pero entre recordar y celebrar hay una intima relación.

Los judíos tienen una misma palabra para decir “recordar” y “celebrar”. Uno recuerda y trae al presente y dice “¡cuántas cosas me ha regalado Dios, realmente! Cuántos acontecimientos, en momentos distintos del país Eran los años ’84, ’85… circunstancias sociales, políticas muy diversas a las actuales, pero siempre estuvo la misión de despertar y acompañar la fe del pueblo, de proponerla, de llevarla al corazón y a la boca de las distintas comunidades. Misión que continúa, misión que es la tarea de José, de introducir y acompañar a Jesús, socialmente hablando, en la sociedad, en la cultura, en los rituales religiosos, sociales, políticos. Aceptar que ese Niño, no habiendo sido concebido por Él, por su intervención, era sin embargo su misión y él tenía que estar, y no eludió. No dijo “no me encargo de esto, yo me encargo de lo que yo hago”. Dejó ese machismo que a veces distancia diciendo “yo no intervengo” por lo tanto “no me hago cargo, no me responsabilizo”, y entendió que María tenia un designio particular, y que él no podía ser el poseedor, el dueño, adueñarse de su prometida y pensó que debía retirarse, tomar distancia. Cuando Dios entra en los caminos y uno ve que hay un camino que uno no comprende, él aceptó. Tuvo esta manifestación de Dios que en los momentos oscuros también se manifiesta y le dijo, tal como está en el Evangelio de hoy, “José no temas, no tengas miedo de recibir a María tu esposa, porque lo que hay engendrado en Ella proviene de la fuerza del Espíritu Santo”, es el Espíritu de vida, que crea y genera vida de todas las formas, vida en todo el universo, Dios es generador de vida, por definición y el Espíritu Santo es aquel que genera, introduce, mueve, de distintas formas. Por lo tanto, allí estaba la respuesta y José, dice el Evangelio, “al despertar hizo lo que Dios le había dicho y aceptó a Maria, su mujer”.

De modo que es el hombre creyente que no elude, sino que acepta que en la vida hay tramos, etapas, días, horas difíciles, oscuras, pero que Dios también habla, ilumina. Descubre como uno debe caminar, tomar, dejar, elegir, pero no sentirse ajeno a lo que está ocurriendo. Figura entonces de José, hombre creyente, hombre que pone su fe al servicio de la venida de Jesucristo, luz del mundo. Así que es una figura que nos ilumina, nos anima a acompañar pasos pequeños del pueblo, de la gente, de las comunidades. Uno a veces piensa que la fe tiene que ser ya grande, robusta como un árbol, y a veces es una semilla, un pensamiento, una sugerencia, una duda, una pregunta, un dolor, una queja, una interpelación, una ausencia, un fallecimiento, una boda, lo que sea. Allí hay gérmenes de fe en nuestro pueblo uruguayo que también, como todo pueblo, como toda familia humana busca no sólo ser eficaces, tener un buen nivel económico y de bienestar, sino también tener espacios de re-creación, espacios donde la vida tiene significación y sentido y un para qué. No somos animales de trabajo, sino que el trabajo está en función de la familia, de nosotros, para que pueda educar y establecerse, generar futuro para sus hijos.

La fe está siempre presente en un modo o de otro, y el pastor, sacerdotes, fieles, comunidades a lo largo de nuestra Diócesis y en nuestro país y en donde estén, están presentes como una luz que hace crecer las semillas de fe, de confianza, de valentía, de ánimo, de coraje, porque la fe hay que tomarla como lo hace José, con fuerza, no solamente vibrando en los momentos de triunfo y gozo, cuando hay motivos que nos elevan y entusiasman momentos de jolgorio, hay también momentos de tristeza en que uno sabe por dónde encaminarse.

Recuerdo que cuando éramos chicos mi padre nos contaba como había pasado momentos difíciles navegando en los años en que yo nací, en el año 1941, 1942, teniendo que navegar a Estados Unidos en época de guerra. Realmente no sabía si iba a volver. Nos dejaba escritas recomendaciones por si no volvía. En esos momentos uno veía como en los momentos de angustia, el hombre creyente pone su fe y no los vive con cobardía, huyendo, diciendo “que no me toque a mí” sino afrontado, escribiendo las cosas que nosotros en caso de que no hubiera vuelto, debíamos asumir, leer, conservar.

Uno ve - y lo vemos todos en nuestras familias y comunidades - gente que no solamente tiene fe, sino que la vive y la transmite y desea ardientemente que esa fe no se apague en el corazón y en la vida de su familia, en la vida del pueblo, de un barrio, de una familia, de los que están alejados. Uno escucha el clamor, la preocupación de madres, de padres cuando van naciendo nuevas generaciones y siempre atentos para que junto al mínimo de bienestar para llevar una vida digna, también tengan esa apertura, esa serenidad esa tranquilidad y ese horizonte grande que ensancha y que dice que por acá hay que avanzar y seguir, no podemos asustarnos, en un momento de miedo e incertidumbre.

Esta fe valiente de José, nos inspira, nos guía, y nos anima a descubrir a veces donde parece que hay cenizas, a buscar, remover y descubrir que hay una fe que es una riqueza humana. Un pueblo con fe tiene mas ánimo, más fortaleza afrontar para momentos de dificultades, para que existan propuestas positivas a las autoridades para que puedan generar, entre todos, espacios, posibilidades y derechos. Esta fe en que José educó pacientemente a Jesús, es también inspiradora para todos nosotros.

Muchas veces el Obispo recibe iniciativas, propuestas, sugerencias, y todo eso hay que estudiarlo, procesarlo, definir si realmente algo de esto es bueno, no importa de dónde, de qué lugar… sin embargo, José es el que acepta y da un aval a aquellas propuestas que han venido de Dios, aquel camino de Dios que se ha planteado en su esposa. De modo que también nos hace generosos para ver lo bueno también en los adversarios, lo bueno en los que están distantes, lo bueno, lo positivo para el pueblo, la familia, para el bienestar general en aquellos que de pronto no están afiliados a mi club, partido o iglesia, pero nos muestra esa amplitud de José para estar presente en las coyunturas que hoy que se viven con mucha frecuencia en este mundo pluricultural y plurireligioso. Saber compartir momentos donde hay que poner una palabra pacificadora, un criterio que sirva para ayudar a una buena convivencia, pacífica, en libertad, en verdad, con valores humanos compartidos.

José también es este hombre que vive su fe, la comunica, la enseña, la trasmite, la cultiva y sirve a Jesucristo en esta crianza que el niño Dios necesitaba. Esto es maravilloso. Ver que el Dios todopoderoso nos necesita a nosotros. Necesita los pequeños gestos de nuestra vida. No pensar que Dios está lejos y nosotros armamos el mundo según nuestro antojo y nuestras herramientas de que disponemos en un momento. Todo vale: el mínimo gesto, si lo hacemos con amor, si lo hacemos con entrega, generosidad y solidaridad.

Tantos gestos pequeños… Cuando le decían a la Madre Teresa “¿Ud. qué hace? Está perdiendo el tiempo… le está dando de comer a un chiquilín, cuando en el mundo hay millones ¿Ud. se da cuenta?”. Y ella decía: “Yo sé que lo mío es pequeño, que mi gesto no lo ven, no sale en los medios de comunicación; sin embargo, si falta este gesto, es como si le faltara a un océano una gota de agua, que es la mía”.

Así que nuestra fe se va construyendo también con pequeños hechos que van mostrando una fortaleza y nuestro pueblo tiene esas convicciones, esa fortaleza. Salto tiene esos ejemplos: la represa o la Universidad que son como baluartes de lo que significa una fuerza colectiva que se une para exponer, proponer y defender. Lo que implica armar un legajo y defenderlo, viajar a Montevideo y dar las razones y conseguir lo que se propone, aunque no sea de inmediato. Saber luchar para que las cosas salgan.

La fe es en Jesús, se transmite, se traduce también en iniciativas, en formas para que nuestro pueblo llegue a niveles de cultura, de fe, de espiritualidad, que le den el sentido cabal, por qué estamos en el mundo. Por qué tenemos que afrontar dolores, desafíos, superar barreras e ir a veces más allá de lo que nuestras lógicas humanas nos permiten ver. La fe de José es una fe valerosa, porque está apoyada en Dios que es Padre de todos. Esa es la gran ventaja del creyente que escucha la Palabra de Dios que hace llover sobre buenos y malos, sobre los míos y los otros, sobre los que están aquí y allí. Quien mira a Dios tiene esa gran posibilidad de ver un mundo ensanchado, más grande con una perspectiva que tenemos que ofrecer, que tenemos que aportar.

En el día de hoy, es bueno y ¡que lindo! celebrar a un hombre que fue un hombre protector, y hoy quisiéramos que nuestras familias y que la gran familia de la Iglesia extendida por el mundo lo tuviera como el protector, como el padre. Ese padre hoy tan ausente de muchas familias, tan ajeno. El padre que fuera el inspirador de esas conductas que acompañan, fortalecen, apoyan, ponen límites cuando hay que ponerlos, pero al mismo tiempo abren puertas, un futuro. El padre es el que abre las puertas del futuro para formarse, estudiar, avanzar, crear algo, dejar algo antes de irse de este mundo. Plantar un árbol, engendrar a otros, de alguna manera, espiritualmente, en la familia, adoptar... cómo sea.

Dejar algo en este mundo cuando nos vayamos. La vida de José fue vida fecunda y nos inspira a ser responsables de los talentos que Dios nos ha regalado.

Yo quiero agradecer a todos los que están aquí, que representan etapas de mi vida: sacerdotes, obispos, comunidades, los que hoy me han llamado, que son muchos. Que también Dios los bendiga a todos, que esa mano de Dios llegue a sus corazones, a sus hogares, vidas, sueños, proyectos y a sus noches y dificultades, que con esta alegría podamos renovarnos en este servicio y bueno… que Dios me conceda, fe, salud, ganas, deseos de seguir sirviéndolo en esta tierra, en el Litoral Norte, en esta tierra donde estamos celebrando este aniversario.

Que la virgen Santísima que fortaleció a José con su fe, nos fortalezca también a nosotros. Ella es la mujer creyente y servidora: “aquí está la servidora del Señor”. Que nos haga también servidores, no de nosotros mismos, de nuestros intereses, de nuestros títulos, de nuestras cosas, sino servidores de los caminos de Dios en el mundo. Caminos de dignidad, de verdad, de justicia, de nobleza y caminos de fe como hijas e hijos de Dios.

Así sea.

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