viernes, 26 de abril de 2024

“Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes”. (Juan 15,1-8). V Domingo de Pascua.

Quienes, como yo, crecimos circulando por las rutas de Río Negro, en el litoral uruguayo, nos acostumbramos al paisaje de los trigales… la tierra negra preparada, la llegada de la siembra, las plantitas verdes que van creciendo y espigando y los campos dorados a la hora de la cosecha.

Un día me encontré en un paisaje diferente, de campos anegados con plantas creciendo entre el agua, rodeados por una ingeniería de canales y taipas: los arrozales de Cerro Largo y Treinta y Tres.

Ahora hace tres años que vivo en Canelones y me gusta su paisaje de chacras, de tierra trabajada y cultivada, de huertos de frutales… pero los viñedos y sus hileras llaman siempre mi atención.

Las palabras de Jesús que nos presentan los evangelios están llenas de imágenes relacionadas a la ganadería, al pastoreo, como escuchamos el domingo pasado; pero las que han sido tomadas de la agricultura no se quedan atrás. Cereales como el trigo y otros similares, así como los viñedos, no eran paisajes ajenos a Jesús. No por casualidad nos dejó su presencia bajo los signos del pan y del vino que vienen de esos cultivos.

El domingo pasado Jesús se presentaba como el buen pastor. Hoy comienza diciéndonos:

“Yo soy la verdadera vid” (Juan 15,1-8)

Pensándolo un poco, no deja de ser una comparación un poco extraña… porque la imagen anterior, la del pastor es enormemente dinámica. El pastor que cuida sus ovejas, que las guía hasta las aguadas y los pastos verdes, que las defiende del lobo, que sale a buscar la que se ha perdido…

La vid, en cambio, es una planta, fijada al suelo por sus raíces. Es una imagen completamente distinta. 

Sin embargo, al igual que la figura del pastor recorre toda la Biblia como imagen de Dios que cuida a su pueblo, también la imagen de la vid está presente desde los primeros libros sagrados.

Mirando primero a la vida cotidiana, vemos que la viña era una propiedad especialmente valorada por la familia que la tenía. El primer libro de los Reyes nos cuenta la trágica historia de Nabot, que era dueño de un viñedo vecino al palacio real. El rey Ajab ofreció cambiársela por otra mejor, o pagarle su valor. 

Pero Nabot rechazó la oferta: «¡El Señor me libre de cederte la herencia de mis padres!». (1 Reyes 21,1-3). Para Nabot, la viña no era un medio de producción que puede ser intercambiado, incluso con una buena ganancia: era parte de su historia familiar, algo que lo unía a sus raíces… por eso no quería, no podía, desprenderse de ese bien, que esperaba transmitir un día a sus hijos. 

Jezabel, la malvada esposa del rey, enterada de la negativa, urde una trama que lleva a la muerte de Nabot y a la apropiación de su viña por el rey. Dios hará justicia, pero eso es otra historia.

Pero, más allá del valor que una viña podía tener para sus dueños, en la Biblia la viña es, ante todo, el pueblo de Dios, la Viña del Señor. Esa expresión nos ha quedado en un refrán que todavía usamos: “hay de todo en la viña del Señor”; o sea, hay de todo aún en su pueblo, donde puede darse una historia como la de Ajab, Jezabel y el pobre Nabot.

El salmo 80, que invoca a Dios como pastor, en otra parte lo llama a visitar su viña, es decir, a visitar a su pueblo:

“Vuélvete, Dios de los ejércitos, observa desde el Cielo y mira:
ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano.” (Salmo 80,15-16)

A poco que conozcamos la historia de la Salvación, es decir la historia de la relación de Dios con su Pueblo, vemos que ha sido una historia complicada, con muchos momentos en que el Pueblo rompió su alianza con Dios. El profeta Isaías recuerda uno de esos momentos en “la canción de la viña” (capítulo 5), que habla de una plantación que, a pesar de haber sido cuidada con mucha dedicación y cariño, no dio dulces uvas, sino frutos agrios, los frutos de la infidelidad.

Con este trasfondo se presenta Jesús como “la Vid verdadera”. Es que Él viene a restablecer la alianza de Dios con los hombres; no la primera, únicamente con el Pueblo de Israel, sino con toda la humanidad, con todos los pueblos de la tierra.

“Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. (Juan 15,1-8)

En estas palabras Jesús establece su relación con nosotros y la de nosotros con él. Los sarmientos son las ramas de la vid, que solo pueden crecer recibiendo de ella la savia. Por eso, hay un verbo que se repite a lo largo de esta gran alegoría que presenta Jesús: permanecer.

Permanezcan en mí, como Yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
El que permanece en mí, y Yo en él, da mucho fruto (…)
Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca (…)
Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. (Juan 15,1-8)

Permanecer tiene muchos significados. Puede entenderse como no moverse, quedarse siempre en el mismo lugar, mantener la misma actitud, no cambiar… Pero se trata de permanecer en Jesús. Esa fue la experiencia de los discípulos: estar con él. Detenerse con él, cuando había que hacer un alto en el camino y caminar con él, seguir a su lado cuando retomaba la marcha.

Pero fundamentalmente, se trata de permanecer más allá de todo lo que pueda pasar, porque es permanecer en su amor, sostenidos por su amor. Otra vez recurrimos a San Pablo, que nos habla desde su propia experiencia espiritual:

“Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Filipenses 4,13)

“Todo lo puedo”: todo lo bueno, todo lo que tengo que hacer en el seguimiento de Jesús, en el trabajo por su Reino. 

Permanecer en Jesús es vivir en la esperanza, una esperanza que está más allá de todas nuestras limitaciones humanas, más allá de nuestra vida misma, porque es una esperanza de eternidad. Permanecer en Jesús: desde ahora y para siempre.

Noticias

El próximo miércoles es primero de mayo, Día de los trabajadores y fiesta de San José Obrero. En nuestra Diócesis hay dos parroquias que lo tienen como patrono: Montes y Paso Carrasco. También las capillas de San José de los Troncos, en Canelones; San José de los Obreros, en Parque del Plata Norte y San José Obrero en Cassarino, parroquia de Joaquín Suárez.

El sábado 4 y domingo 5 se realizará en nuestra diócesis la colecta para el sostenimiento del Seminario. Agradezco a todos su colaboración.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

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