viernes, 12 de abril de 2024

«Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo» (Lucas 24,35-48). III Domingo de Pascua


El domingo pasado escuchamos, del evangelio según san Juan, el relato de una de las apariciones de Jesús a sus discípulos. Allí se nos dice que Jesús, al darles el saludo de paz:
les mostró sus manos y su costado. (Juan 20,20)
También supimos que Tomás, uno de los discípulos, que no estuvo presente ese día, respondió de esta manera cuando los otros le contaron que habían visto a Jesús:
«Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.» (Juan 20,25)
Estas palabras nos resultan chocantes y el mismo Jesús reprocha a Tomás esa falta de fe. Sin embargo, Tomás nos da un dato interesante, ya que él nos dice lo que espera encontrar en las manos de Jesús: la marca de los clavos. Es ésta la única mención a los clavos de Cristo que encontramos en los evangelios.
En cuanto al costado de Jesús, el evangelio de Juan nos había informado que, cuando los soldados fueron a rematar a los crucificados, quebrándoles las piernas, no procedieron así con Jesús porque…
… al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. (Juan 19,33-34)
Esas son las marcas de las que habla el evangelio de Juan: las producidas por los clavos en las manos y la herida en el costado, que abre el corazón de Jesús.

En este domingo leemos otra aparición del Señor, contada por el evangelio según san Lucas:
Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes.» (Lucas 24,35-48)
Los discípulos reaccionan con asombro y temor. Jesús los serena y, para que ellos comprueben que se trata de él, les dice:
Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. (…) Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. (Lucas 24,35-48)
Tanto en el evangelio de Juan, que escuchamos el domingo pasado, como en el de Lucas, sobre el que reflexionamos hoy, Jesús se presenta mostrando las marcas de su pasión. Esa es su señal de identidad. Pero no solo en el sentido de que haya quedado una cicatriz por la que puede ser reconocido, sino que ha quedado certificada su pasión, con todo su significado redentor. La crucifixión de Jesús es mucho más que un episodio doloroso y terrible, que, una vez superado por la resurrección, se convierte en algo que no se quiere guardar en la memoria sino relegarlo al olvido.
Al contrario: pasión, muerte y resurrección son inseparables. La Pascua de Cristo no es solamente la resurrección de un hombre que murió, no importa en qué circunstancias. La Pascua de Cristo es la resurrección del crucificado, del Hijo de Dios que amó hasta el extremo, porque, como dijo él mismo:
“nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Juan 15,13)
El bautismo por el que hemos sido hechos cristianos tiene su fundamento en la Pascua de Cristo, en su paso de la muerte a la vida. Al recibir el bautismo nos hemos unido a Cristo, participando de su muerte y resurrección. San Pablo, en su carta a los Romanos, lo expresa con toda claridad.
¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. (Romanos 6,3-5)
Para Pablo, morir con Cristo es morir al pecado; abandonar todo aquellos que nos aparta de Dios y de los hermanos. Con la fuerza de la Gracia, con la fuerza del Espíritu Santo, arrojar fuera de nuestra vida toda mala acción y llevar una Vida nueva, una vida en Cristo, guiados por Él, cumpliendo sus mandamientos.
Más aún, Pablo encuentra en la pasión de Cristo el sentido de sus propios sufrimientos, uniéndose a través de ellos a los padecimientos de Cristo. Así le dice a los Colosenses:
Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. (Colosenses 1,24)
Cerca del final de su vida, san Francisco de Asís recibió un muy especial don: llevar en su cuerpo los estigmas, las llagas de Cristo crucificado. Ese don lo recibieron también algunas santas mujeres, vinculadas a la Orden franciscana y, en tiempos más cercanos al nuestro, San Pío de Pietrelcina, el Padre Pío. Contemplando la vida de estos santos y santas, podemos ver que 
“la alegría inalterable y la caridad activa, en particular con los más pobres, cuentan más que los propios estigmas, que no son tanto señales de santidad como llamadas a una mayor perfección” 
Jesús resucitado sigue mostrando hoy, a los ojos de nuestro corazón y de nuestra fe, sus manos y sus pies, su corazón traspasado. ¿Cómo nos situamos frente a Él? ¿En qué medida nuestra vida sigue uniéndose a la suya? ¿Qué podemos presentarle nosotros?

Cada Eucaristía nos llama a unirnos más profundamente a Jesús y a los hermanos; pero no como algo apenas sentimental, que puede darnos un calorcito en el corazón, sino como algo que compromete nuestra vida, nuestra entrega cotidiana al Señor y al prójimo, aceptando como consecuencia nuestros propios sufrimientos, pero también, a través de ellos, uniéndonos a la Pasión, para que se hagan realidad en nuestra vida las palabras de san Pablo: 
“si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección”. (Romanos 6,3-5)

Noticias

  • Se inició la visita de la reliquia del beato Jacinto Vera a nuestra diócesis. Comenzó en la parroquia de Sauce, donde fue recibida y venerada en cada capilla, en el colegio Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y en la sede parroquial.
  • La Pastoral Juvenil de la Diócesis de Canelones se prepara para recibir en septiembre la 45ª Jornada Nacional de la Juventud en Pando. El sábado 6 se realizó una Hora Santa, guiada por Hakuna Montevideo.
  • En esta semana se reunió la Conferencia Episcopal del Uruguay. Los Obispos entregamos un mensaje con motivo del Año Electoral, destacando los valores de la vida cívica de nuestro pueblo y exhortándonos a seguir cultivando el amor a la libertad, el sentido de la justicia y el espíritu de compasión, que nos vienen de la tradición artiguista y a profundizar la dimensión espiritual, en la que encontramos el sentido profundo de nuestra vida.
Gracias, amigas y amigos, por su atención. 
Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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