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jueves, 28 de marzo de 2024

Viernes Santo: «… una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos"» (Juan 19,19)

En cada Viernes Santo, en la celebración de la Pasión del Señor, leemos el relato de ese acontecimiento según el evangelista san Juan. Allí encontramos un pasaje que dice:

Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"».
Pilato respondió: «Lo escrito, escrito está».
(Juan 19,19-22)

En latín, esa inscripción se leería así:

Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum

Las iniciales de esas cuatro palabras forma la sigla I.N.R.I. que encontramos en muchos crucifijos, como éste que heredé de mi tía Amelia, hermana de mi madre y que ahora tengo en la capilla del Obispado.

El pintor Diego Velázquez, en cambio, con mucha prolijidad pintó la inscripción completa, en las tres lenguas, en el cartel que aparece sobre la cabeza de este “Cristo Crucificado” que pintó hacia el año 1632 destinado a la clausura de las monjas benedictinas de San Plácido, en Madrid. Actualmente se encuentra en el Museo del Prado.

Los cuatro evangelistas nos dicen que hubo una inscripción en la cruz, aunque nos transmiten el texto con algunas variantes.

Marcos y Mateo dicen, también, que la inscripción indicaba la causa de la condena. Esto era habitual cuando se ejecutaba un reo, como lo muestran varios testimonios históricos. Recordemos que la condena a muerte en la cruz tuvo mucho recorrido antes y después de Jesús y no solo en los dominios de Roma. En el año 71 a. C., en tiempos de la República Romana, seis mil rebeldes que habían adherido a la rebelión de Espartaco fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia, entre Capua y Roma. 

Ciento cuarenta años después, durante el sitio de Jerusalén, el futuro emperador Tito crucificó a muchos judíos que fue capturando. Con cartel o sin cartel, la crucifixión era un fuerte mensaje: “así terminan quienes se rebelan contra Roma o han cometido crímenes terribles”.

Y bien ¿cuál fue el motivo de la condena de Jesús? Las palabras “rey de los judíos” aparecen en los cuatro textos.

Los cuatro coinciden, pues, en lo esencial; pero cada evangelista le da su propio color, como sucede cada vez que nos narran el mismo hecho vivido por Jesús. Ese color no es una cuestión puramente literaria; hay una intención de cada evangelista quien, inspirado por el Espíritu Santo, presenta un aspecto que nos ayuda a conocer más a Jesús.

Veamos entonces las diferencias e intentemos comprender esos distintos enfoques.

Evangelio según san Marcos

El evangelio más antiguo es el de Marcos: Mateo y Lucas lo tuvieron a la vista y lo tomaron como base. Empecemos por ahí.

La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». (Marcos 15,26)

Marcos registra sobriamente el hecho. No dice quién redactó la inscripción ni en qué idioma estaba. Solo en este lugar de su evangelio aparece explícitamente el título “rey de los judíos”. 

Sin embargo, el Mesías que esperaban los judíos era, precisamente, un personaje que se pondría al frente del pueblo para iniciar una guerra de liberación. En su obra “Las guerras de los Judíos”, el historiador judeo-romano Flavio Josefo relata las muchas revueltas que se sucedieron a lo largo de unos 240 años y que terminaron con la caída de Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Todas esas luchas, con más derrotas que triunfos, no apagaban la esperanza de que el Mesías llegaría y “fuera él quien librara a Israel”, como le dijeron los peregrinos de Emaús al mismo Jesús Resucitado, sin reconocerlo (Lucas 24,21). 

Según el relato de san Juan, después de la multiplicación de los panes y peces, 

Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. (Juan 6,15)

Esa esperanza del Mesías–Rey–Guerrero estaba alimentada por las profecías que decían que el Mesías sería “hijo de David”, es decir, descendiente del rey David. Muchas veces en el evangelio se le llama así a Jesús: “Hijo de David”, aunque Jesús prefiere nombrarse a sí mismo como “el Hijo del hombre”.

El domingo de Ramos recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén. En los cuatro evangelios se nos cuenta que la gente lo aclama. No nos detengamos en los “Hosana” ni en las bendiciones y prestemos atención a lo que nos habla de rey o de reino:

¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! (Marcos 11,10)

¡Hosana al Hijo de David! (Mateo 21,9)

¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! (Lucas 19,38)

¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! (Juan 12,13)

Vemos que la gente espera que Jesús se proclame rey de Israel o “rey de los Judíos”.

Esa es la pregunta que, finalmente, le hace Pilato, recogida por los cuatro evangelios:

«¿Tú eres el rey de los judíos?» (Mateo 27,11; Marcos 15,2; Lucas 23,3; Juan 18,33)

En Mateo, Marcos y Lucas la respuesta de Jesús es “Tú lo dices”. Eso hay que entenderlo como una respuesta afirmativa. En algunas Biblias se traduce “Sí, tú lo has dicho”. En el evangelio de Juan, la respuesta es afirmativa, pero más extensa. En las palabras que Jesús dirige a Pilato en el evangelio de Juan hay una explicación de lo que significa su reinado, que no se realiza a la manera de este mundo.

«Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». (Juan 18,37)

En conclusión, la inscripción “el rey de los judíos”, según el evangelio de Marcos, está indicando el motivo de la condena pero, al mismo tiempo, está proclamando algo que es verdad. Jesús es rey, y su reinado se inaugura en el trono de la cruz.

Evangelio según san Mateo

Veamos qué nos cuenta Mateo:

Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: 
«Este es Jesús, el rey de los judíos». (Mateo 27,37)

Mateo agrega algunos detalles a lo que dice Marcos. Y son detalles que tenemos que atender.

Lo primero es que el cartel fue colocado sobre su cabeza. Para que esto fuera posible, el palo vertical de la cruz debía sobresalir. Es lo que estamos acostumbrados a ver, porque así se forma la cruz; si el palo vertical no sobresaliera, tendríamos una “T”. Sin embargo, esa forma de T era la más común en la crucifixión. Recordemos que los condenados a morir en la cruz eran cargados no con la cruz completa, como se suele representar a Jesús, sino con el “patíbulum”, que es el palo horizontal de la cruz. El palo vertical esperaba en el lugar de la ejecución y el palo horizontal se sujetaba en la punta del otro. El cartel se colgaba al cuello del condenado o en otro lugar.

Un segundo detalle que Mateo agrega es el nombre de Jesús. Este evangelista le da mucha importancia al nombre del Hijo de Dios. 

Cuando el ángel anuncia a José que el hijo que espera María proviene del Espíritu Santo, agrega:

Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados (Mateo 1,21)

El nombre de Jesús significa “Dios salva” y expresa su misión: es el salvador de su Pueblo. Jesús “rey de los judíos” está realizando en la cruz su obra salvadora, está culminando la realización del programa expresado en su propio nombre.

Finalmente, la inscripción se inicia con las palabras “éste es”. Parece un detalle menor y, sin embargo, es muy importante. Recordemos: 

“Este es mi hijo amado” (Mateo 3,17) dice la voz de lo alto, la voz del Padre, en el bautismo de Jesús.

“Este es mi hijo amado: escúchenlo”, dice la misma voz en la transfiguración (Mateo 17,5).

Ahora es desde un cartel que está “en lo alto”, sobre la cabeza de Jesús, desde donde se proclama “este es Jesús, el rey de los judíos”. La inscripción se pone así en paralelo con la voz del Padre en los otros pasajes, proclamando a Jesús como rey.

Evangelio según san Lucas

Vayamos al evangelio de Lucas:

Sobre él había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». (Lucas 23,38)

Aunque a veces se traduce “sobre su cabeza había una inscripción”, el texto griego dice “sobre él”. Como hemos visto, la inscripción a veces se colgaba del cuello del condenado.

Lucas, como Mateo, agrega “este es”, pero no pone el nombre de Jesús, de modo que el “éste es” recae sobre “el rey”: éste es el rey.

Esto es coherente con algunos acentos que pone Lucas en su Evangelio.

En la anunciación, el ángel Gabriel dice a María que a su hijo

“El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lucas 1,32-33)

Cuando recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén, hemos hecho notar que se recibe a Jesús como rey, solo Lucas y después Juan ponen esa palabra en boca de la gente:

¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! (Lucas 19,38)

Finalmente, el buen ladrón reconoce a Jesús como el rey que ha de venir y le ruega:

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino» (Lucas 23,42)

El cartel de Lucas proclama así que, en la cruz, Jesús ha subido a su trono y ha comenzado a desde allí a reinar.

Evangelio según san Juan

Volvamos ahora al relato de la Pasión que leemos cada Viernes Santo. El Evangelio según san Juan es el más tardío. La presentación que hace de Jesucristo es la más elaborada, trayendo en su prólogo el misterio de la encarnación del Verbo. 

Es impresionante notar en los detalles como Juan conjuga la humanidad de Jesús, por ejemplo, cuando lo muestra llorando ante la tumba de Lázaro, con la realidad del Verbo, el Hijo de Dios, que aparece siempre dueño de la situación, como cuando los soldados van al huerto a detenerlo. En el momento en que el mismo Jesús se identifica diciendo “Yo soy”, “ellos retrocedieron y cayeron en tierra”. Si hubiera sucedido así, creo que los soldados habrían huido rápidamente. Juan los hace caer en tierra porque Jesús, al decir “Yo soy”, ha pronunciado el nombre con que Dios se presentó a Moisés: “Yo soy”. Es una afirmación de la divinidad de Jesús.

No nos extrañe entonces que la referencia de Juan a la inscripción sobre la cruz de Jesús sea la más detallada; pero, como siempre, los detalles están al servicio de una intención. 

Juan dice que Pilato escribió y colocó la inscripción sobre la cruz. 

Se puede entender, y así se traduce, que Pilato hizo colocar el cartel. Pero en el original griego dice que Pilato colocó el cartel, como si hubiera ido él mismo al Gólgota a ponerlo en la cruz.

Mientras que en los otros evangelios la palabra griega que traducimos como “inscripción” es “epígrafe”, en el evangelio de Juan es “titlos”, de donde viene nuestra palabra “título”. Forzando un poco el texto, podríamos decir que es el propio Pilato el que le está reconociendo a Jesús el título de “rey de los judíos”.

Y cuando los sumos sacerdotes, como si hubieran estado también en el Gólgota, le piden «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"», Pilato se reafirma diciendo: «Lo escrito, escrito está». Así, Juan hace que, irónicamente sean los gentiles los que proclamen la realeza de Cristo.

Al final de cada año litúrgico, la Iglesia celebra la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Proclamamos y celebramos la realeza de Jesús; pero no olvidemos que Él fue proclamado rey en la Cruz. El se hace rey dando su vida. Si queremos nosotros que Él sea nuestro rey, es eso lo que tenemos que asumir, con sus propias palabras:

“el Hijo del hombre (…) no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20,28)

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que en este Viernes Santo todos nos dejemos tocar por el amor de Jesús, el rey que ha dado la vida por nosotros. Y que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

domingo, 24 de marzo de 2024

Semana Santa 2024 en la Catedral Nuestra Señora de Guadalupe, ciudad de Canelones



➢ DOMINGO 24 DE MARZO. DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR.
10.30 hs. Bendición de ramos en el liceo Guadalupe. Procesión hacia la Catedral. Misa.
Traer ramos de olivos.

➢ 25 DE MARZO. LUNES SANTO.
08.00 hs. Laudes
10.00 a 11.00 hs. Confesiones.
18.00 hs. Misa.

➢ 26 DE MARZO. MARTES SANTO.
08.00 HS. Laudes
10.00 a 11.00 hs. Confesiones.
18.00 hs. Misa

➢ 27 DE MARZO. MIÉRCOLES SANTO.
08.00 hs. Laudes
10.00 hs. Misa Crismal. Inauguración del Año Vocacional Nacional en nuestra Diócesis.

➢ 28 DE MARZO. JUEVES SANTO. COMIENZA TRIDUO PASCUAL.
8.00 hs. Laudes
20.00 hs. Misa de la Cena del Señor
(Traer alimentos no perecederos para los más necesitados).
Luego de la Misa: Hora Santa Comunitaria. El templo estará abierto hasta las 00.00 hs).

➢ 29 DE MARZO. VIERNES SANTO.
08.00 hs. Laudes. Continúa con el Oficio de Lecturas
10.00 hs. Celebración comunitaria de la Santa Unción (para personas mayores de 60 años).
15.30 hs. Celebración de la Pasión del Señor.
17.00 hs. Vía Crucis por las calles de Canelones hacia la Capilla de Fátima.

➢ 30 DE MARZO. SÁBADO SANTO.
08.00 hs. Laudes
20.30 hs. Solemne Vigilia Pascual. Traer velas.
Luego en comunidad celebramos la Pascua. Traer algo rico para compartir (huevo de Pascua).

➢ 31 DE MARZO. DOMINGO DE PASCUA.
08.00 hs. Laudes
10.30 hs. Misa.
19.00 hs. II Vísperas del domingo de Pascua.

jueves, 6 de abril de 2023

“… si hemos muerto con Cristo (…) viviremos con Él” (Romanos 6,3-11). Vigilia Pascual.

Como todos sabemos, la Semana Santa no tiene una fecha fija, porque se marca de acuerdo al calendario lunar. Por eso a veces ocurre a fines de marzo o, como este año, en el mes de abril.

Por otra parte, el calendario por el que hoy medimos el tiempo, el que cada día nos señala la fecha, ha ido sufriendo varias reformas y ajustes a lo largo del tiempo, inclusive suprimiendo algunos días.

¿En qué fecha resucitó Jesús? Curiosamente, esta Pascua de 2023 coincide con uno de los cálculos que se hace de la fecha de la Pascua de Cristo. La resurrección habría ocurrido el domingo 9 de abril del año 30.

Los evangelios nos dicen que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos “el primer día de la semana”. A pesar de lo que alguno pensaría hoy, ese día no es el lunes, sino el día siguiente al sábado, séptimo día de la semana. En memoria de la resurrección de Cristo, el primer día de la semana comenzó a ser llamado por los cristianos “el día del Señor”: en griego Kyriaké heméra; en latín Dies Domini. Así lo menciona el libro del Apocalipsis:

El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu… (Apocalipsis 1,10)

Dentro de todos los domingos del año, el Domingo de Pascua es el principal; es “el Domingo de los Domingos”, la celebración del acontecimiento que está en el centro de la fe cristiana: la resurrección de Cristo.

Otro detalle, que tiene su importancia: ¿cuándo comienza el día? Para el calendario civil, a las cero horas, cero minutos: es decir, cuando se completan las 24 horas del día anterior, comienza el día siguiente.

Otra referencia importante es la salida y la puesta del sol. Para los israelitas, el día comenzaba a la caída del sol. La noche, entonces, ya era parte del nuevo día.

Los cristianos continuaron esa manera de interpretar el tiempo y así se fueron ubicando las vigilias para algunas celebraciones muy especiales.

Vigilia, dice el diccionario, es el estado de quien se halla despierto o en vela. Estar despierto es lo normal durante el día; por eso se habla de vigilia más bien en relación con la noche: permanecer despierto, velando, mientras los demás descansan. De vigilia tenemos la palabra vigilante, que no solo está despierto, sino que está atento a lo que sucede. También hablamos de velar o estar en vela para expresar la preocupación y el cuidado por alguien que, por ejemplo, está enfermo y necesita de otro que esté despierto y cuide que todo marche bien. Velar a los difuntos es mantenernos despiertos dándonos un tiempo para el duelo, los recuerdos y la oración por quien ha partido.

Son muchas las palabras de Cristo que nos hablan de velar, de estar en vigilia… tantas, que el poeta Antonio Machado le decía a Jesús: “todas tus palabras fueron una palabra: ¡velad!”, o como diríamos nosotros “velen”, estén despiertos, manténgase en vela. Para el poeta, ese mandato de Jesús resume todo el Evangelio.

Pues bien, la noche del sábado al domingo es la noche de la vigilia Pascual. Una extensa celebración en la que se bendice el fuego y el agua, se escuchan lecturas que resumen la obra salvadora de Dios, se cantan salmos y cantos propios de esta fiesta, los catecúmenos reciben los sacramentos de la iniciación cristiana y la comunidad renueva sus promesas bautismales. Todo apunta al bautismo como participación de la muerte y resurrección de Cristo.

En la vigilia pascual, después de las lecturas del Antiguo Testamento y antes del Evangelio, se lee un pasaje de la carta de san Pablo a los Romanos, que explica el sentido del bautismo:

¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva. (Romanos 6,3-11)

San Pablo está recordando a los cristianos de Roma la celebración del Bautismo por la que pasaron todos ellos. Habla de haber sido “sumergidos” en la muerte de Cristo, porque el bautismo se hacía, precisamente, sumergiéndose totalmente, hasta que el cuerpo quedaba, por un instante, como sepultado bajo el agua. Eso de ser sumergidos en la muerte de Cristo, significaba morir a la vida anterior, morir al “hombre viejo”. El ”hombre viejo” significa para Pablo la persona dominada por el pecado. En la carta a los Gálatas, Pablo describe esa situación, que él llama “las obras de la carne”:

“… fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza.” (Gálatas 5,19-21)

La Vigilia Pascual es, para todo cristiano, el momento de recordar y reasumir las promesas bautismales, que comienzan con la renuncia al pecado, a Satanás y a todas sus obras y seducciones.

Pero no se trata solo de morir al hombre viejo: la salida del agua es un nuevo nacimiento, el inicio de una vida nueva en Cristo. Sigue diciendo Pablo a los Romanos:

Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado (…) si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. (Romanos 6,3-11)

La vida nueva en Cristo no es solamente dejar el pecado, “las obras de la carne”, que ya es algo bueno; la vida nueva en Cristo hace posible lo que Pablo llama “los frutos del espíritu”, que son:

amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. (Gálatas 5,22-23)

Ahora bien, no dejamos de darnos cuenta de que, en nuestra vida, la realidad del pecado sigue presente. Muchas veces nos encontramos actuando en forma egoísta y mezquina, nos encerramos en rencores, sentimos deseos de venganza, lastimamos a los demás con palabras hirientes, los dañamos con nuestras mentiras… en fin, nos vemos ante nuestra fragilidad humana. Por eso es necesario velar, vigilar, estar atentos a la voz de Jesús en nuestro corazón.

La Pascua nos introduce en una dinámica de conversión, de conversión permanente, que nos da la fuerza para levantarnos después de cada caída y recomenzar. No se trata solamente de nuestra voluntad, de nuestro esfuerzo: se trata, ante todo, de dejar que la Gracia, el amor de Dios que recibimos en los sacramentos, actúe en nosotros, renovándonos por dentro. La Semana Santa es un tiempo especial de Gracia para que, inmersos en el misterio del amor de Jesús y de su entrega en la cruz, pongamos nuestra alma en sus manos.

Pbro. Luis Díaz Castang (Q. E. P. D.)

El jueves anterior a Semana Santa, a los 73 años de edad, nos dejó el P. Luis Díaz Castang, párroco de Atlántida. Había sido ordenado sacerdote por Mons. Nuti, el 14 de agosto de 1977, en la Iglesia Cristo Obrero y Nuestra Señora de Lourdes, de Estación Atlántida. Que pueda gozar de la presencia del Señor quien lo sirvió fielmente en la tierra.

Consagración en el Orden de las Vírgenes

El próximo domingo, 16 de abril, segundo de pascua o de la misericordia divina, Sandra De Filippis y Silvia Lago serán consagradas en el Orden de las Vírgenes. El Orden es una de las primeras formas de vida consagrada femenina en la Iglesia, por medio de la cual las mujeres, sin abandonar sus hogares, se entregaban totalmente a Jesucristo y a la misión evangelizadora. Fue restablecido a partir de una disposición del Concilio Vaticano II. Invitamos a participar de esta celebración el domingo 16, a las 17 horas, en la Catedral de Canelones.

Amigas y amigos, ¡muy feliz Pascua de Resurrección! Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

miércoles, 5 de abril de 2023

Misa Crismal: participar en el sacerdocio de Cristo.

El aceite de oliva, con el que se preparan el óleo para la Unción
de los Enfermos, el óleo de los Catecúmenos y el Santo Crisma.

Jesús, consagrado y enviado 

“Todos tenían los ojos fijos en él” (Lucas 4,16-21).

Así estaba la gente aquel sábado, en la sinagoga de Nazaret. Jesús acababa de proclamar un pasaje del profeta Isaías, se había sentado y se esperaba que comenzara a hablar. Todos tenían los ojos fijos en él, esperando su palabra. Jesús les manifestó que lo que acababa de leer se estaba cumpliendo ese mismo día. 

Jesús ha venido para realizar lo que anunciara el profeta: traer consuelo, liberación, sanación… en definitiva, para poner en obra la salvación de Dios.

Él no ha venido por sí mismo. Él ha sido enviado por su Padre. Tampoco ha venido a hacer su propia voluntad. Ha venido a realizar la voluntad del Padre, voluntad de vida y salvación para toda la humanidad. Ha sido consagrado, consagrado por la unción, marcado con el sello del Espíritu Santo. 

Enviado y consagrado, para cumplir la voluntad del Padre, se ofreció a sí mismo en la cruz, haciéndose

 “por nosotros sacerdote, altar y víctima” (V prefacio de Pascua) 

en un sacrificio totalmente único. 

La Iglesia, pueblo sacerdotal, continúa la misión de Jesús

Jesús ya no está presente entre nosotros en carne y hueso, pero sus palabras se siguen cumpliendo hoy. Él continúa su misión por medio de su Cuerpo, que es la Iglesia.

El sacrificio de la cruz vuelve a hacerse presente en cada Eucaristía, con toda su fuerza salvadora, gracias al ministerio de los sacerdotes, que el mismo Jesús dejó establecido. El día de su ordenación, los sacerdotes fueron ungidos con el Santo Crisma. Ellos son hoy enviados por Jesús a anunciar el Evangelio, sanar, consolar, liberar y reconciliar con Dios. Por eso, dentro de instantes, los presbíteros y también los diáconos, van a renovar las promesas de su ordenación.

Pero Jesucristo no solo hace participar de su sacerdocio a los presbíteros y obispos, sino a todos los bautizados, a todo el Pueblo de Dios. Como dice el pasaje del Apocalipsis que escuchamos en la segunda lectura, Él 

“hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre” (Apocalipsis 1,4b-8).

Una de las oraciones de consagración del Santo Crisma dice así:

"[Señor, tú] haces que tus hijos
renacidos por el agua bautismal
reciban fortaleza en la unción del Espíritu Santo
y, hechos a imagen de Cristo, tu Hijo,
participan de su misión profética, sacerdotal y real.” 

Esto significa que todos los bautizados son sacerdotes o, más precisamente, que participan del sacerdocio de Cristo. 

Porque hay dos formas de participar del sacerdocio de Cristo: el sacerdocio común de los fieles, recibido en el bautismo y el sacerdocio ministerial, recibido por la ordenación. El sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común. La misión de los presbíteros y del obispo, en ese sentido, es la de ayudar a todo el Pueblo de Dios a vivir su propio sacerdocio.

Participar en el sacerdocio de Cristo

El acto sacerdotal de Jesús, su sacrificio en la Cruz, no es un acontecimiento puntual, sino la culminación de una vida de entrega. En la cruz, su entrega se hace total; pero cada día de su vida, desde el momento de su encarnación, ha sido una entrega, una ofrenda al Padre. 

Para vivir nuestro sacerdocio común, cada uno de nosotros está llamado, como enseña San Pablo, a ofrecerse 

“como una hostia viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer” (Romanos 12,1). 

No se trata solo de buenos sentimientos y buenos pensamientos. Esto empieza por reconocer nuestra vida como un don de Dios, creador de todo bien. ¿Para qué he recibido esta vida? ¿Para sobrevivir penosamente o disfrutarla al máximo, pero, en cualquier caso, desaparecer? Esta vida, la vida que tenemos, está llamada a alcanzar su plenitud en Dios: vivir en Dios, compartir la misma vida de Dios, hacernos todos Uno en Él.

Unir a la ofrenda de Jesús la ofrenda de nuestra propia vida

Pero, lamentablemente, puedo dejar de lado a Dios. Puedo considerarme propietario de mi vida. Puedo pensar en hacer lo que quiera y no rendirle cuentas a nadie… y allí está el pecado: apartarme de Dios.

En cambio, puedo considerar mi vida como un precioso don, un talento que he recibido de Dios, un talento que está llamado a dar frutos de amor y misericordia, frutos a los que poner en manos de Dios, reconociendo que Él mismo los ha hecho posibles, que, en definitiva, son su obra; su obra en mí. “Señor, tú me has dado esta vida: yo quiero que este don que me has regalado, dé frutos para ti, haciendo tu voluntad, ofreciéndote mi vida”.

Así podemos vivir nuestro sacerdocio, ofreciendo a Dios lo que somos y lo que hacemos.

Todo esto culmina en la Eucaristía y, a la vez, parte nuevamente desde ella, 

“fuente y culmen de toda la vida cristiana” (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 11). 

En cada Misa, por el ministerio de los sacerdotes, se hace presente el único sacrificio de Cristo. Jesús se ofrece a sí mismo al Padre y se nos da como Pan de Vida. Y al participar de la Eucaristía, todos estamos llamados a poner al pie del altar nuestras ofrendas. Allí entra todo lo bueno que hayamos podido realizar en la semana en nuestra vida familiar, en el trabajo, en el descanso, en la convivencia con nuestros vecinos, en nuestras responsabilidades en la sociedad… pero también nuestras dificultades, nuestras pruebas, nuestros sufrimientos… la enfermedad, el duelo… todo lo que hemos vivido, realizado y aún soportado, pero siempre buscando vivirlo en comunión con Jesús. 

Al pie del altar, presentamos todo eso. Hacemos la ofrenda de nuestra vida, uniéndonos a la ofrenda de Jesús al Padre: 

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” (Salmo 39)

Y al final de la plegaria eucarística, después que el sacerdote eleva la patena y el cáliz diciendo 

“Por Cristo, con él y en él,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.”

Allí viene el gran AMÉN, con el que todos juntos, por las manos del sacerdote, ofrecemos al Padre el sacrificio de Cristo y nos ofrecemos nosotros mismos, como pueblo sacerdotal.

Después… comulgaremos y seremos enviados al mundo llevando la paz de Cristo, la paz que recibimos para ofrecerla a todos y que reposará sobre quienes sean dignos de recibirla o de lo contrario volverá a nosotros (cf. Lucas 10,6).

Nuestra mirada fija en Jesús

En la sinagoga de Nazaret, todos los ojos estaban fijos en Jesús, esperando su enseñanza. Había expectativa, pero también, como se manifestó después, alguna desconfianza. Estaban ante un hombre al que muchos conocían desde que era un niño, el hijo del carpintero. Ahora venía a ellos como el Rabbí, el maestro, con fama de haber hecho muchos milagros; pero ellos no sabían reconocer de dónde le venía todo eso… 

Nosotros, en cambio, fijamos la mirada en Jesús 

“autor y consumador de nuestra fe” (Hebreos 12,2) 

y con nuestro pasaje del Apocalipsis podemos proclamar: “Él nos amó”.

“Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, 
por medio de su sangre, e hizo de nosotros 
un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. 
¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.” (Apocalipsis 1,4b-8).

 + Heriberto, Obispo de Canelones

jueves, 14 de abril de 2022

“Él también vio y creyó” (Juan 20, 1-9). Domingo de Pascua.

No es raro hoy encontrarse, en algunos lugares, con gente que sale a correr, vestidos y calzados con equipo adecuado para ello. Últimamente se pusieron de moda las palabras runners y running, tomadas del inglés, que hacen referencia a esas personas y al ejercicio que practican.

También nos cruzamos con gente que corre para llegar a tiempo a un compromiso, o para alcanzar el ómnibus que está a punto de arrancar.

En el evangelio de hoy encontramos también gente que corre. Evidentemente, no lo hace como ejercicio, ni tampoco por el apuro de llegar a una hora señalada. Estos corredores, estos runners, se dejan mover por un apremio que nace en su corazón, por una urgencia que los desborda y los impulsa a andar velozmente. ¿Cómo se desencadenó todo eso?

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.

Había pasado el sábado, el Shabat, el séptimo día de la semana, día de descanso del hombre, día que recuerda el reposo de Dios Creador.
El cuerpo de Jesús había descansado en el sepulcro. El primer día estaba comenzando, la tierra estaba en penumbra… María Magdalena fue y vio; pero todavía no podía interpretar lo que había visto. Solo encontró una explicación humana y, por eso:

Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
María corrió. Su urgencia puede entenderse pensando en la reacción de alguien que ha descubierto un robo y cree que si se actúa rápidamente se puede recuperar lo robado. Cada segundo, cuenta; no hay tiempo que perder.
Pero su agitación puede responder a algo más profundo: la necesidad de saber qué había sucedido realmente. La necesidad de entender qué había pasado.
Y tal vez eso fue lo que transmitió a los discípulos, porque vemos que:
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Al correr sigue el ver, introduciéndonos un poco más en este misterio. María solo vio que la piedra había sido sacada y corrió a buscar a los discípulos. El otro discípulo se asomó a la tumba y vio el interior.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; éste no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Seguimos avanzando. Simón Pedro hizo algo más: entró al sepulcro. Entonces todo pudo verse con mayor detalle. Las vendas, ya inútiles, caídas en el suelo; pero el sudario enrollado, aparte. Un detalle de orden, de cuidado.

Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

“Creyó”: ahora sí. Ahí está lo importante, lo definitivo, al menos para esta vida.
El discípulo creyó en la resurrección de Jesús.
“La resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo.” (CIC 638).
Creer en Jesús resucitado es creer en la vida. No solo en la vida presente y en la necesidad de que esta vida sea cuidada y respetada, que sea digna de ser vivida, sino de una vida más allá de nuestros límites humanos, más allá de la muerte.
En este mundo, en esta vida que conocemos, nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de nuestra propia existencia. Todo es caduco.
Las más sublimes manifestaciones de la humanidad, aun aquellas que han perdurado a través de los siglos, siguen siendo amenazadas por la destrucción y la ruina.
Nos asusta la fuerza destructora de la guerra y de las múltiples formas de la violencia humana. Por otra parte, dos años de pandemia nos han mostrado lo frágil que puede ser nuestra vida y lo indefensos que podemos llegar a sentirnos.

Sin embargo, Dios trabaja en la noche del mundo, como trabajó en la oscuridad del sepulcro de su Hijo. No sabemos cómo lo hace, pero el Padre construye en Jesús Resucitado un amanecer de vida y esperanza para esta humanidad.

Más allá de la muerte: más allá de la muerte está la vida verdadera. La resurrección de Jesús no es solo un hecho sorprendente, pero que queda aislado, como un especial privilegio concedido a cambio o en compensación de su terrible sufrimiento. Jesús resucitado no será el único, sino el primero, el que abre a la humanidad la entrada a la vida en Dios. Así lo expresa san Pablo:
Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. (1 Corintios 15,20)
La resurrección confirma la vida y la misión de Jesús entre nosotros.
Jesús no estuvo en este mundo esperando pasivamente ese momento culminante.
En la primera lectura, Pedro nos dice:
El pasó haciendo el bien… lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día. (Hechos 10, 34a.37-43)
Creer en Jesús no es solo creer en su muerte y su resurrección. Es creer que su vida entera, que culmina en su Pascua, es la manifestación definitiva de Dios a la humanidad. Con una sencilla frase, Pedro nos da la clave de esa vida: “pasó haciendo el bien”: sanando, purificando, levantando, liberando, perdonando… pasó haciendo “las obras del Padre”, la obra de la Misericordia.

Amigas y amigos: en nuestros momentos de oscuridad o de luz; de certezas o de incertidumbre, de dolor o de consuelo, que sea la luz de Jesús Resucitado la que nos ilumine, la que nos haga ver el sentido de cada momento de nuestra vida. Que su Pascua nos llene de esperanza, para que, siguiéndolo a Él, pasemos también nosotros “haciendo el bien”.

Muy feliz Pascua de Resurrección. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

“Ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” (Juan 13,1-15). Jueves Santo.

El momento en que Jesús lavó los pies a sus discípulos no fue anecdótico. San Juan lo introduce solemnemente:
"Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin."
Realizada su acción, con la misma solemnidad, Jesús dice a los discípulos:
"Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
Los días que estamos viviendo nos dan una especial oportunidad de realizar esto.
Hay muchas maneras de “lavarse los pies unos a otros”.
Todos podemos hacer algo… pidamos al Señor poder hacerlo en el espíritu de sus palabras: “ámense unos a otros como yo los he amado”.

miércoles, 13 de abril de 2022

Prepararse para la Pascua (Mateo 26,14-25). Miércoles Santo.

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30 monedas, 30 siclos de plata, fue el precio que aceptó Judas para entregar a Jesús. Cuando no es posible comprar a un hombre que molesta, entonces se busca quien lo venda, quien lo entregue o lo elimine. ¿Cuánto está dispuesto a pagar Dios por cada uno de nosotros? ¿Cuál es nuestro precio?

martes, 12 de abril de 2022

“¿Darás tu vida por mí?” (Juan 13,21-33.36-38). Martes Santo.

Aquí está también mi reflexión del año 2020, al comienzo de la pandemia... pero luego de una breve mención al momento, nos centramos en el mensaje del Evangelio:

domingo, 10 de abril de 2022

Colecta pro Tierra Santa: vida y esperanza para los cristianos de Cercano Oriente.

Miércoles de Ceniza 2022

[Sr. Obispo] Querido hermano en Cristo:

El Santo Padre, en la homilía del Domingo de Ramos de 2021, ha usado unas palabras muy fuertes para hablar de la Pasión del Señor: 

«Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. (...) Ver al Dios del universo despojado de todo. (...) Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto? / Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. (...) Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. (...) Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó» (Papa Francisco, Homilía del 28 de marzo de 2021).
El Papa Francisco ha vivido en 2021 dos peregrinaciones de esperanza entre las comunidades cristianas de Medio Oriente y de Tierra Santa; esperando contra toda esperanza, mientras todo el mundo se encontraba todavía bajo el embate de la pandemia, ha querido acercarse a algunos de los más pobres y afligidos por el dolor: nuestros hermanos y hermanas de Irak, tierra de Abraham, tierra del exilio, tierra que ha sabido custodiar el nombre de Cristo, aun a pesar de la violencia de la guerra y la persecución. Junto a Él, con la oración y el afecto, también nosotros hemos recorrido las calles de Mosul y de Qaraqosh, nos hemos detenido, en oración, en la catedral siro-católica de Bagdad, recordando a los testigos de la fe asesinados el 31 de octubre de 2010 mientras celebraban la liturgia, que el Oriente gusta llamar “el Cielo en la tierra”. Ese día la tierra se tiñó de sangre y escombros, y, sin embargo, reconocemos, como creyentes, que se liberó ahí la luz de la Pascua de Pasión y Resurrección y se difundieron el bálsamo y el perfume de aquellos que siguen al Cordero inmolado hasta el don de la propia vida. También en Chipre y después en Grecia [isla de Lesbos], tierras de la predicación apostólica, el Papa se ha encontrado con el sufrimiento de la división: de una tierra, de los pueblos, de los mismos creyentes en Cristo, que aún no pueden sentarse en la misma mesa de la Eucaristía, de aquellos que, en gran número, han llegado allí buscando refugio y acogida. No han faltado otras llamadas, gestos e invitaciones a la paz para otras tierras que la historia de la salvación y los episodios bíblicos nos mueven a considerar como “Tierra Santa”.

Ante estos gestos del Santo Padre, que testimonian el deseo de cercanía, de encuentro, de llevar al menos un poco de alivio, como si fuese la caricia del Nazareno, hemos de tener –personalmente y como comunidades cristianas– la valentía de preguntarnos: ¿qué es lo que estoy viendo, de qué me estoy dando cuenta? ¿Cuál es la amplitud de mi mirada? En la Pascua hacia la que nos conduce el camino cuaresmal que hoy hemos comenzado a recorrer, ¿dejaré que el Señor pueda visitar mis y nuestras soledades? Y al Amor que vendrá a visitarme, ¿sabré responder con amor? ¡El amor no se paga sino con amor!

Si en términos personales Cristo ha sufrido y ha muerto una sola vez y no puede de nuevo morir, en su Cuerpo, que es la Iglesia, sigue sufriendo, especialmente en Medio Oriente, pero también en todos los otros lugares del mundo en los que la libertad de vivir la fe es conculcada e impedida: en muchos casos por la persecución, en otros por el ambiente hostil, frecuentemente por la globalización de la indiferencia, y también por la violencia de la guerra, de la que desgraciadamente la humanidad no parece saciarse jamás, como está ocurriendo ahora en Ucrania.

Durante dos años consecutivos los cristianos de Tierra Santa han celebrado la Navidad y la Pascua en una especie de aislamiento, sin el cariño y la amistad solidarias de los peregrinos que visitaban los Lugares Santos y las comunidades locales. Las familias han sufrido más allá de toda medida, y ello más por la falta de trabajo que por los efectos inmediatos de la misma pandemia.

Se debe al expreso deseo de los Romanos Pontífices que se haya celebrado y se continúe celebrando la “Collecta pro Terra Sancta”, habitualmente colocada en el día de la Pasión salvífica del Señor: el Viernes Santo. No se trata de una realidad vieja y superada, porque, por el contrario, en ella se expresa el reconocimiento, ante todo, de nuestras raíces, que se encuentran en el anuncio de la redención, el cual se difundió desde Jerusalén y ha llegado hasta todos nosotros. El gesto de la oferta, aun pequeña, pero realizada por todos, como óbolo de la viuda, permite que nuestros hermanos y hermanas puedan seguir viviendo y esperando, y puedan también seguir ofreciendo un testimonio vivo del Verbo hecho carne en los Lugares y por las calles que vivieron su presencia. Si perdiésemos nuestras raíces, ¿cómo podríamos ser, en cualquier lugar del mundo en el que nos encontremos, un árbol que crece y da frutos de amor, caridad y generosa entrega?

Mirando pues a Cristo, que ha tocado hasta el fondo nuestra realidad humana, dejando que nos inspiren los gestos de proximidad que ha cumplido el Papa Francisco en sus Viajes Apostólicos, y acogiendo su invitación a ser solidarios con nuestros hermanos y hermanas de Tierra Santa, demos nuevo vigor y nueva savia a la práctica de la Colecta de Tierra Santa: a través de las competentes oficinas diocesanas y gracias a la presencia y a lo operado en todo el mundo por los Comisarios de Tierra Santa de la Orden de los Frailes Menores, vivamos la Colecta, y cuidemos igualmente su preparación por medio de testimonios, oraciones o la sencilla celebración del Vía Crucis. En Jerusalén, en Belén y en otros muchos santuarios y monasterios de Tierra Santa, todos los días se celebra la liturgia y se reza por la Iglesia en todo el mundo. Y a nosotros se nos invita a que nos acordemos con el corazón y con un pequeño donativo de todas esos fieles que, con agradecimiento por nuestra generosidad, pronuncian nuestro nombre ante el Señor. El material informativo que todos los años viene distribuido, facilita el ver todo el flujo de caridad y de vida que se hace posible gracias a la Colecta.

A usted, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles –que ponen su generoso esfuerzo al servicio del buen resultado de la Colecta, manteniendo de este modo su fidelidad a una obra que la Iglesia pide que, con los medios habituales, sea cumplida por todos sus hijos–, gozosamente les transmito el vivo agradecimiento del Santo Padre Francisco. Y mientras invoco abundantes bendiciones divinas para la comunidad encomendada a su cuidado espiritual, le transmito mi más fraterno saludo en el Señor Jesús.

Suyo devotísimo

✠ Leonardo Card. Sandri

Prefecto


✠ Giorgio Demetrio Gallaro

Arzobispo Secretario

N.B. Un sumario de las obras de la Custodia de la Tierra Santa y de esta Congregación se encuentra en el sitio web de este Dicasterio: www.orientchurch.va / Colletta Terra Santa.

sábado, 9 de abril de 2022

Semana Santa 2022. Catedral Nuestra Señora de Guadalupe, Canelones.

Sábado 9 de abril. 

16.00 hs. Misa con bendición de ramos en la capilla San Isidro. Ruta 11, km 108.
NO HAY MISA EN LA CATEDRAL.

Domingo 10 de abril. DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR.

10.30 HS. Bendición de ramos en el liceo Guadalupe. Procesión hacia la Catedral. Misa.

11 de abril. LUNES SANTO.

8.00 HS. Laudes
10.00 a 12.00 hs. Confesiones.
18.00 hs. Misa.

12 de abril. MARTES SANTO

8.00 HS. Laudes
10.00 a 12.00 hs. Confesiones.
18.00 hs. Misa

13 de abril. MIÉRCOLES SANTO.

8.00 HS. Laudes
10.00 HS. Misa Crismal.

14 de abril. JUEVES SANTO. Comienza el Triduo Pascual.

8.00 HS. Laudes
20.00 hs. Misa de la Cena del Señor
(Traer alimentos no perecederos para los más necesitados).
Luego de la misa HORA SANTA COMUNITARIA. El templo estará abierto hasta las 00.00 hs.

15 de abril. VIERNES SANTO.

8.00 HS. Laudes. Continúa el oficio de lecturas
10.00 HS. Celebración comunitaria de la Santa Unción (para personas mayores de 60 años).
15.30 HS. Celebración de la Pasión del Señor.
17.00 HS. Vía Crucis por las calles de Canelones hacia la Capilla de Fátima.

16 de abril. SÁBADO SANTO.

8.00 HS. Laudes
20.30 HS. SOLEMNE VIGILIA PASCUAL. Traer velas.

17 de abril. DOMINGO DE PASCUA.

8.00 HS. Laudes
10.30 HS. Misa.
19.00 HS. II Vísperas
NO HAY MISA EN LA CAPILLA DE FÁTIMA.

Felices Pascuas de Resurrección.



jueves, 7 de abril de 2022

“Gritarán las piedras” (Lucas 19,28-40). Domingo de Ramos.

 

Amigas y amigos: comenzamos hoy la Semana Santa, en la que celebramos la Pascua de Cristo, siguiendo los pasos que lo llevan a su pasión, su muerte y su resurrección. Ese es el centro de nuestra fe: Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, dio su vida por nosotros en la cruz y el Padre lo resucitó. La resurrección confirma a Jesús como Cristo, es decir Mesías, Salvador. En Él tenemos nuestra salvación, nuestra reconciliación con Dios.
Los acontecimientos que vamos a celebrar a lo largo de la semana comienzan con la entrada de Jesús en Jerusalén. Leemos en el evangelio de Lucas:

Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén.
Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
«Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo …».
… llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. (Lucas 19,28-40)
Hoy recordamos este acontecimiento con una procesión hasta la iglesia en la que se celebrará la Misa. Reunidos los fieles en el punto de partida, se bendicen los ramos de olivo o de palmera y se proclama el pasaje del evangelio cuyo comienzo acabamos de leer. A continuación, se inicia la procesión hasta el templo. Ya en la Misa, llegado el momento, se lee el relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, este año en la versión de san Lucas.
El recuerdo de la entrada de Jesús y la lectura de la Pasión marcan el Domingo de Ramos.

El ingreso de Jesús a Jerusalén está narrado en los cuatro evangelios. Los relatos coinciden en lo esencial, pero cada evangelista le da su propio color, según el aspecto que quiera resaltar.
Las cuatro narraciones coinciden en que Jesús entró montado en un asno. Eso tiene una importancia simbólica. Quienes entraban a caballo a las ciudades eran los guerreros; entrar montado en un burrito es un anuncio de paz. Tanto Mateo como Juan hacen referencia a una antigua profecía:
“¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno…” (Zacarías 9,9).
Una segunda coincidencia es que Jesús es aclamado por la gente:
Bendito el que viene en nombre del Señor
De distintas formas, en esas aclamaciones también se hace referencia a que Jesús viene como rey.
En Mateo, Marcos y Juan se repite la aclamación “¡Hosanna!” que viene del hebreo hôshia-nā הושיעה נא (hoshí aná) que se podría traducir como “sálvanos”, es decir, el ruego dirigido al salvador. En el canto de la multitud que recibe a Jesús Hosanna se hace expresión de alabanza y reconocimiento de Jesús como Mesías.

Ahora bien ¿quiénes son los que aclaman a Jesús? Según Mateo, Juan y Marcos se trata de la gente que ha salido al encuentro de Jesús y comienza a marchar con él.
En cambio, Lucas nos dice:
Todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: «¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!». (Lucas 19,28-40)
Vamos a volver sobre esto. Pero antes, veamos lo de los ramos, que dan nombre a este domingo. Muchos tenemos la imagen de gente agitando ramas de olivos y palmeras.
Mateo, Marcos y Lucas nos dicen que la gente extendió sus mantos sobre el camino que iba a recorrer Jesús. Mateo y Marcos agregan que algunos cortaban ramas de los árboles para ponerlas también sobre el camino. Mateo, Marcos y Lucas mencionan que todo esto sucedía junto al monte de los Olivos, de lo que se deduce que las ramas son cortadas de esos árboles. Juan, en cambio, no habla ni del monte ni de los olivos, sino de hojas de palmera que lleva la gente que sale al encuentro de Jesús.
Estos gestos tienen el mismo sentido que las aclamaciones: reconocimiento de Jesús como Mesías.

Como decíamos antes, según Lucas son solo los discípulos quienes aclaman a Jesús. No tenemos que pensar únicamente en el grupo de los doce. Lucas dice “todos los discípulos”. Recordemos que en este evangelio muchas veces se menciona otros grupos de discípulos y también discípulas, como los setenta y dos (Lucas 10,1) y las mujeres que seguían a Jesús (Lucas 8,1-3). Ser discípulo es creer en Jesús como salvador, escuchar y vivir su palabra y participar de su misión. Los discípulos no pueden callar lo que han visto y oído:
Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron:
    «Maestro, reprende a tus discípulos».
    Pero él respondió:
    «Les aseguro que, si ellos callan, gritarán las piedras».
Los otros evangelios, de alguna manera, nos hacen ver el contraste entre la multitud que aclama tan alegremente a Jesús que posiblemente sea, al menos en parte, la misma que el viernes santo gritará ante Pilatos “¡crucifícalo, crucifícalo!”. Así actúa el frágil corazón humano cuando se ilusiona vanamente sin ver en profundidad el misterio del Hijo de Dios.
Lucas nos invita a tomar nuestra decisión frente a Jesús: seguirlo, de corazón como discípulos; participar en su misión; pasar con Él por la pasión y la cruz, para entrar con Él en la resurrección y la vida.

Vivamos esta Semana Santa que estamos iniciando, buscando crecer en nuestra unión con Jesucristo, Hijo de Dios, que nos amó y se entregó por cada uno de nosotros, cumpliendo su propia palabra: “nadie ama más que aquel que da la vida por sus amigos”.

Misa Crismal

El miércoles santo celebraremos la Misa Crismal en la catedral de Canelones. Es una Misa única en cada diócesis. En ella se bendicen los óleos o aceites que se utilizan con los catecúmenos y en la Unción de los enfermos y se consagra el santo Crisma, el óleo que se utiliza especialmente en la Confirmación y también en el bautismo y en la ordenación sacerdotal. Los sacerdotes y los diáconos renuevan las promesas hechas en el día de su ordenación.

Triduo Pascual

La Semana Santa tiene su punto más alto en el Triduo Pascual que se inicia el Jueves Santo con la celebración de la Cena del Señor en la que representamos el gesto de humildad y servicio de Jesús, que lavó los pies de sus discípulos.
Sigue el Viernes Santo de la Pasión del Señor, marcado por una celebración en hora próxima a la hora de la muerte de Jesús, en la que se lee la pasión según san Juan y se adora la Santa Cruz. Ese mismo día suele rezarse un Vía Crucis “callejero”.
El Sábado Santo es una jornada de silencio y meditación, unidos a la Soledad de María, preparando la celebración de la noche: la Vigilia Pascual. Es la celebración más importante del año. Las lecturas que recuerdan el desarrollo de la historia de la salvación, los signos de la luz y del agua son el marco para los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, comunión, confirmación. Es una celebración extensa, a la que hay que ir con el corazón bien dispuesto, para salir animado y confortado.
El Domingo de Resurrección: después de la austeridad de la Cuaresma, el domingo de Pascua abre el tiempo pascual, tiempo festivo, que conduce hasta la solemnidad de Pentecostés.

Amigas y amigos: que el Señor les regale poder vivir una verdadera Semana Santa y los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

viernes, 10 de abril de 2020

De Viernes Santo a Domingo de Resurrección: “Voy a celebrar la Pascua en tu casa” (Mateo 26,14-25)






El 23 de octubre de 1919 fue promulgada en Uruguay la ley 6.997 que indicaba, como dice su encabezado “las festividades que deberán observarse de acuerdo con el nuevo régimen constitucional”. El año anterior, la República había reformado por primera vez la constitución vigente desde 1830. La primera carta magna establecía, en su artículo quinto: “La religión del Estado es la Católica Apostólica Romana”. En la reforma, el artículo pasó a decir, en sus primeras líneas: “Todos los cultos religiosos son libres en el Uruguay. El Estado no sostiene religión alguna.”
La ley de “festividades”, aprobada en ese nuevo marco, decía en su artículo 4°: “Declárase feriada con el nombre de Semana de Turismo la sexta semana siguiente a la de Carnaval”.
Como decíamos, la ley fue aprobada en octubre de 1919, de modo que la primera “Semana de Turismo” fue la Semana Santa de 1920, entre los domingos 28 de marzo y 4 de abril.
Cien años después, como anunciaba hace días un periódico de Melo, “No habrá Semana Santa o de Turismo” (aunque inmediatamente aclaraba: “ojo, hago referencia a la pesca, sus barras y sus momentos alegres).

Ha sido por lo menos curioso que, exactamente cien años después de la primera Semana de Turismo, y con días bastante agradables, los uruguayos estemos confinados en nuestras casas, las rutas vacías, los eventos suspendidos y los campings y accesos a playas cerrados.

Para quienes habitualmente participamos de las celebraciones en las Iglesias, también la Semana Santa está siendo totalmente diferente. Misas celebradas a puerta cerrada, transmitidas por distintos medios a los hogares; familias o personas solas rezando en sus casas; encuentros y comunicaciones virtuales…

¿Qué puedo uno decir en estos días, qué mensaje dar en esta Pascua?

El miércoles Santo leímos, en el evangelio de Mateo, cómo Jesús estaba organizando la que sería su última cena, en la celebración de la Pascua judía. En aquellos días, Jesús, por prevención, no salía a la calle. No había ninguna pandemia. Las calles de Jerusalén estaban llenas de peregrinos. Jesús no salía porque su vida estaba amenazada. Para la cena, Jesús necesitaba un lugar tranquilo y seguro, donde poder compartir entre amigos un momento especial y único.

Jesús envió a sus discípulos con este mensaje:
"El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos". (Mateo 26, 14-25)
¿Quién era la familia o la persona que recibió ese mensaje? No sabemos. Yo me imagino que tiene que haber sido esa gente gaucha que siempre dice: “acuérdese, si necesita algo, estamos acá, prontos para lo que precise…”
“Voy a celebrar la Pascua en tu casa”, nos lo dice Jesús a cada uno de nosotros.
Tomémosle la Palabra y dispongámonos a recibirlo en casa.

Cuando uno espera visitas que vienen a quedarse más de un día, hace algunas previsiones y se toma algunos trabajos. Lo hemos hecho en muchas semanas como esta, con amigos o familiares que vienen “a hacer turismo”.

Preparamos el lugar donde la gente se va a quedar: dentro de lo que se pueda, que no falte nada, que todo esté limpio y ordenado, que los visitantes puedan tener un poco de privacidad. Hablamos con los más chicos de la familia y les damos algunas recomendaciones de cómo comportarse y hasta miramos también al perro y al gato como diciendo “y eso de portarse bien y no andar atravesándose los incluye a ustedes”.
Miramos también los lugares donde nos vamos a reunir, que entremos todos, que podamos estar cómodos… Vemos la comida que podamos ofrecer… pensamos en algo especial que podríamos conseguir o preparar… en fin… todos esos trabajos que nos tomamos por gente que queremos mucho y que nos alegra recibir.

Si nos tomamos en serio las palabras de Jesús, “voy a celebrar la Pascua en tu casa”, entonces también tenemos que hacer preparativos. Sé bien que muchos de ustedes los vienen haciendo desde hace días, desde el momento en que supieron cómo serían las cosas este año. Pero si no lo hicieron y quieren hacerlo, todavía hay tiempo. Mientras estamos en este mundo, mientras peregrinamos por la vida, estamos a tiempo.

¿Qué le podemos ofrecer a Jesús? Cuando recibimos a alguien en nuestra casa ¿hasta dónde lo hacemos pasar? ¿qué es lo que le dejamos ver? Solo cuando tenemos amistad y confianza dejamos que las visitas entren, por ejemplo… a la cocina, un lugar donde se vive la intimidad de la familia.

¿Hasta dónde queremos dejar entrar a Jesús en nuestra vida? ¿Queremos tenerlo por ahí, como un elemento decorativo, que queda bien, que queda lindo? ¿Queremos “quedar bien” con él, porque puede ser que lo necesitemos algún día? ¿O queremos realmente abrirle nuestro corazón y conocer lo que Él quiere darnos, algo mejor que ninguna cosa que se nos ocurriera pedir?

¿Estamos dispuestos a preparar y habilitar para Jesús el núcleo más secreto de nuestro corazón, nuestro sagrario, donde sentirnos a solas con Él y donde dejar que su voz resuene en lo más íntimo de nosotros mismos? (Cf. Gaudium et Spes, 16)

Jesús viene a nuestra casa a celebrar la Pascua. Pascua significa “paso”. La primera Pascua la vivieron los israelitas. Paso de la esclavitud a la libertad. Guiados por Moisés, cruzaron el Mar Rojo. Dios abrió las aguas para que pudieran pasar en medio sin mojarse los pies.
En el marco de aquella Pascua de su pueblo, Jesús vivió su propia Pascua pasando de la muerte a la resurrección.
El viernes santo Jesús entregó su vida en la cruz. Lo hizo en un acto de amor por toda la humanidad y en un acto de amor y confianza a su Padre, que le fue mostrando que ése era el camino que había que recorrer, cargando sobre sí la maldad, la violencia y la miseria del mundo para abrir un camino de reconciliación y reencuentro con Dios. La Pascua es Viernes Santo y es Domingo de Resurrección. Es Paso de la muerte a la vida.

Celebrar la Pascua en casa es la invitación para dar nuestro propio paso. ¿Cómo nos unimos al Paso de Cristo, resucitando a una vida nueva? ¿Cuál será nuestra Pascua?

Este tiempo de confinamiento en nuestras casas, la convivencia que para algunos se ha hecho intensa y exigente, o, para otros, una soledad prolongada, empiezan a cambiar cosas en nuestro interior… ¿qué es lo nuevo -lo nuevo y bueno- que está naciendo en esos cambios que vivimos? No nos entreguemos a la muerte, no le dejemos lo mejor que tenemos. Jesús nos abre a la resurrección y a la vida.

Para algunos ese cambio puede ser pasar de una vida superficial, dispersa en cosas sin verdadera importancia, a una vida más auténtica centrada en aquello que es realmente significativo. Pasar de actitudes resentidas y desconfiadas, a una manera de ser más abierta y atenta a los demás. Pasar de un vivir para acumular, para acaparar, a una forma de vida solidaria y generosa. Pasar de la apatía, el aburrimiento, la tristeza, para abrirnos a una vida esperanzada y alegre.
Y frente a Dios: pasar del miedo a la confianza; de esconderme de Él a salir a buscarlo; de la soberbia de pensar que no lo necesito, a la humildad de reconocerme como su criatura; en suma, de la indiferencia, de la increencia, a la fe.

Amigas y amigos, gracias por su atención. Para todos ustedes, feliz Pascua de Resurrección, con el deseo de que vengan los días en que todos podamos de nuevo darnos un fraterno abrazo. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

Jueves Santo: Lávense los pies unos a otros (Juan 13,1-15)

Miércoles Santo: Todo hombre tiene su precio (Mateo 26, 14-25)


Amigas y amigos, sigue avanzando esta Semana Santa, este tiempo que Dios nos regala en medio de nuestro aislamiento preventivo. 
Llegamos al Miércoles Santo.
Leyendo los evangelios de estos tres días, notamos un contraste entre los gestos generosos de los amigos de Jesús y la actitud de Judas.

El lunes, frente a la generosidad de María, que derrama un frasco entero de perfume sobre los pies de Jesús, el cinismo de Judas. Judas dice que ese perfume podría haber sido vendido en 300 denarios para ayudar a los pobres. En realidad, lo que pensaba era guardarse el dinero.

El martes, ayer, frente a la atropellada pero decidida respuesta de Pedro a Jesús: “yo daré mi vida por ti”, la salida de Judas del marco de la cena, para perderse en la noche de la traición.

Hoy leemos del capítulo 26 de san Mateo, unas palabras de Jesús particularmente significativas para el momento que estamos viviendo. En los preparativos de la última cena, Jesús manda decir a alguien: 
“Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”. 
"Voy a celebrar la Pascua en tu casa". Tal vez es lo que más necesitamos oír en estos momentos, como una palabra de consuelo que Jesús nos regala, en estos días en que no podemos participar presencialmente de las celebraciones.

Vamos a decirle a Jesús: “Señor, sí, mi casa está siempre abierta para ti: ¡ven a celebrar tu Pascua en mi casa!”

Pero en contraste con la actitud de esa persona que, seguramente, en algún momento le dijo a Jesús “mi casa está a las órdenes”, encontramos a Judas arreglando la entrega de Jesús. 
Judas Iscariote fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: 
«¿Cuánto me darán si se lo entrego?» 
Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Hay un refrán que dice “Todo hombre tiene su precio”. Es la descripción de la corrupción: se puede comprar a cualquier persona si se paga su precio. Hay gente que pide poco, hay quienes piden mucho… cuanto más alto el favor que se pueda conceder, mayor es el precio.

Sin embargo, hay hombres que no se dejan corromper. No se dejan comprar. A esos hombres se les trata de quitar de en medio, porque molestan. En otro sentido, ellos también tienen su precio: el precio que se paga a quien los venda, los entregue o, aún, los elimine.

Jesús no puede ser corrompido, no puede ser comprado por el poder. En cambio, los poderosos que quieren su muerte encuentran alguien que lo vende. El precio: treinta monedas de plata, treinta siclos. 

Mateo siempre tiene alguna referencia en el Antiguo Testamento; aquí hay dos:
La primera la encontramos en el libro de Éxodo (21,32). Treinta siclos es la indemnización que se debe pagar a su dueño de un esclavo si, accidentalmente, se ha provocado la muerte de ese esclavo. 
Jesús, aquel que se hizo “servidor de todos”, es vendido por el precio de un esclavo.

La otra referencia la encontramos en el libro del profeta Zacarías (11,12). El profeta, para entregar un mensaje de parte de Dios, se hace contratar para cuidar unas ovejas. Como un signo profético rompe el contrato y reclama su salario: le dan 30 monedas. Dios le ordena poner esas monedas en el tesoro del templo. En sus palabras a Zacarías, Dios muestra que es Él quien se siente tasado en 30 monedas:
Yahveh me dijo: «¡Échalo al tesoro, esa lindeza de precio en que me han apreciado!»
En suma, las 30 monedas que Judas acepta son, también, una ofensa hacia Jesús, un precio muy bajo.

Pero a esta expresión, “todo hombre tiene su precio”, podemos darle otro sentido a partir de las palabras de san Pablo en su primera carta a los corintios (6,20 y 7,23). Dice Pablo:
Ustedes fueron comprados por un precio.
Aquí “comprados” tiene el sentido de rescatados, redimidos, como cuando se pagaba un precio para la liberación de un prisionero o de un esclavo. Pablo le recuerda a los corintios (y a cada uno de nosotros) que se ha pagado un precio para liberarnos del pecado y de la muerte.
¿Cuál ha sido ese precio? La respuesta la encontramos en la primera carta de Pedro (1,18-19):
“Ustedes fueron rescatados de su vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo”.
Sangre “preciosa”. “Precioso” es un adjetivo para expresar que algo es bonito; pero también significa, “de mucho valor o de elevado coste”. Así hablamos de metales preciosos, piedras preciosas, perlas preciosas… ¿Qué precio tiene la sangre de Jesús? ¿Treinta monedas de plata?

Hubo una época en que se insistía mucho sobre el pecado y el infierno. Se formaba una imagen de un Dios vindicativo, al que había que aplacar con el arrepentimiento y la buena conducta, siempre pidiendo perdón por nuestros pecados.

En verdad, Jesús nos presenta un Padre Dios siempre dispuesto a esperarnos y a perdonarnos. Ese es, claramente, el mensaje, por ejemplo, de la parábola del hijo pródigo donde vemos al Padre misericordioso.

Sin embargo, no podemos olvidar que esa misericordia ha tenido un precio: y ese precio ha sido la sangre de Jesús, “la sangre preciosa de Cristo”, como dice Pedro.

La Semana Santa, más allá de cualquier circunstancia que estemos viviendo, es un tiempo para acercarnos a Dios con el corazón abierto, a dejarnos tocar profundamente por su Palabra, a pedir nuestra conversión más sincera. Todo eso contemplando al crucificado; al que fue entregado por 30 monedas; pero, infinitamente mucho más que eso, al que entregó su propia vida y derramó su propia sangre para el perdón de los pecados. 

Gracias, amigas y amigos por su atención.
Que el Señor los bendiga y hasta mañana si Dios quiere.

martes, 7 de abril de 2020

Martes Santo: "Yo daré mi vida por ti" (Juan 13,21-33.36-38)


Queridas amigas, queridos amigos:

Hoy es Martes Santo en esta Semana Santa de coronavirus y confinamiento, pero en la que queremos vivir profundamente este tiempo de Dios.

Ayer nos detuvimos en la figura de Marta de Betania y el profundo amor con que ungió a Jesús en aquella cena que precedió a la última, a la que nos dedicaremos el próximo jueves, pero de la que ya nos trae algo el evangelio de hoy, del capítulo 13 de san Juan. Jesús anuncia la traición de Judas y la negación de Pedro. De Judas nos vamos a ocupar mañana. Hoy nos vamos a detener en Pedro.

El evangelio de Juan quiere mostrarnos que todo lo que sucede con Jesús está de acuerdo con un plan de Dios y que ese plan es el de nuestra salvación.

Hay cosas que suceden en el entorno de Jesús, hay diferentes expectativas, hay decisiones humanas, pero el Plan de Dios se llevará a cabo.

¿Qué pasaba en aquellos días? ¿Qué estaba viviendo la gente?
La fiesta de la Pascua llevaba muchos peregrinos a Jerusalén. Esa aglomeración -por usar esa palabra- preocupaba a las autoridades romanas, que reforzaban la guardia temiendo una contagiosa rebelión, como tantas veces había sucedido.

Cuando Jesús apareció en Jerusalén, espontáneamente se organizó una gran manifestación.
La multitud comenzó a aclamar a Jesús como el Mesías, el salvador enviado por Dios.
A pesar de todo, la manifestación fue pacífica y las fuerzas romanas no intervinieron.

Pero esa entrada de Jesús dejó mucha gente inquieta.
Muchos esperaban que Jesús organizara al pueblo y con la ayuda y el favor de Dios derrotara a los opresores romanos y a sus cómplices.
Esta expectativa no tenía nada de rara. Era lo que pensaban grupos como los Zelotes o los Esenios. Hubo también al menos dos supuestos Mesías: Teudas, Judas de Galilea. En distintos momentos, ambos reunieron seguidores, que se dispersaron en cuanto mataron a sus jefes (Hechos 5,36-37).

Por su parte, las autoridades judías se daban cuenta de la creciente popularidad de Jesús y veían venir otro galileo rebelde, otra gran represión romana. Para evitar ese desastre llegaron a la conclusión de que había que matar a Jesús. Dijo el Sumo Sacerdote Caifás: 
“es preferible que muera un solo hombre y no que la nación perezca” (Juan 11,50).
¿Qué pensaban los discípulos de Jesús?
A pesar de seguir a Jesús a todas partes, los discípulos se hacían sus propias ideas o, más bien, seguían la corriente de la gente que esperaba un Mesías guerrero. Tal vez no necesariamente que tomara él mismo las armas, pero sí un líder inspirador, alguien con la fuerza y el poder de Dios. 

Entre los discípulos, Pedro tiene un rol de liderazgo. Él reconoce a Jesús como Mesías, pero, le costará mucho entender qué clase de Mesías es Jesús. Si Pedro comprendiera hacia donde camina Jesús no se hubiera conseguido una espada, como ya veremos.

En la cena, Jesús anuncia que uno de los discípulos lo entregará y después le dice a Judas:
«Realiza pronto lo que tienes que hacer.»
En el relato de la pasión según san Juan, Jesús es claramente quien dirige todos los acontecimientos. Él es quien administra los tiempos. Es Dios, aquí en la persona del Hijo, del Verbo Encarnado, quien sigue conduciendo la historia.

El evangelista Juan nos invita a renovar nuestra confianza en Dios, que dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (cf. Romanos 8,28), a pesar de que las apariencias quieran hacernos pensar otra cosa.

Después de que Judas sale hacia la noche, Jesús anuncia que ahora él va a ser glorificado.
¿Qué entienden o que sienten los discípulos cuando Jesús habla de ser glorificado? 
Si ellos tienen la expectativa de que Jesús se manifieste como el Mesías que guiará a su pueblo para restaurar el antiguo reino de Israel, la gloria es el triunfo y el éxito; la derrota de los enemigos; los honores, los homenajes… el poder.
En cambio, la gloria de Jesús comienza con una traición y va a continuar con los insultos, los golpes y la terrible tortura hasta la muerte en la cruz.

La glorificación significa muchas cosas. Una muy importante es la manifestación de la verdad, la verdad más profunda.

La glorificación de Jesús es que quede manifestado, revelado, a la vista de todos, el amor que lo lleva a dar su vida en la cruz.

La glorificación del Padre es que quede manifestado, revelado, a la vista de todos, el amor que lo lleva a entregar a su Hijo para reconciliar consigo a toda la familia humana.

Si esto no se entiende, no se entiende nada de lo que hace Jesús. Si en la cabeza de los discípulos sigue prevaleciendo la idea del Mesías que restaurará el reino de Israel, todo lo que hace Jesús, o como lo ven ellos, todo lo que Jesús deja o no deja que suceda, no tiene sentido.

La Semana Santa es una invitación a que nos relacionemos con Dios y con su misterio, no a partir de nuestros intereses, sino tratando de entrar en la mente y el corazón de Jesús y conocer la verdad de su amor.

Después de anunciar su glorificación, Jesús da a entender que él va a morir:
“ya no estaré mucho tiempo con ustedes”, les dice a los discípulos.
Pedro va a responder a esto de una forma tan irreflexiva y arrebatada como generosa:
“Yo daré mi vida por ti”.
Pedro parece adelantarse a lo que Jesús va a decir más adelante (15,13):
“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”
Sin embargo, lo que quiere hacer Pedro cuando dice “daré mi vida por ti” ¿es lo mismo que Jesús quiere hacer? ¿Es la misma forma de dar la vida por sus amigos?

A veces, comentando la pasión, se insiste mucho en la cobardía de Pedro, que termina negando a Jesús. En realidad, no es ése el problema. De verdad Pedro está dispuesto a dar la vida por Jesús, está dispuesto a morir, pero a morir como un héroe, a morir peleando.

Sabiendo que Jesús va a ser traicionado, Pedro va armado al huerto de los Olivos.
Cuando Jesús es detenido, Pedro saca la espada y hiere a uno de los servidores del Sumo Sacerdote, que estaba en el grupo de los que fueron a arrestar a Jesús. Es un acto desesperado, pero ya no sabe qué hacer.

Inmediatamente Jesús le dice:
«Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?»
Jesús se niega a resistirse y no acepta que Pedro pelee por Él.
¿Entiende Pedro esto? Posiblemente, seguramente, no.

A pesar de eso, Pedro sigue a Jesús. Los demás discípulos se dispersan, pero él lo sigue. 
Antes de pensar en una cobardía de Pedro, hay que mirar ese gesto de ir a meterse en la boca del lobo, allí donde Jesús es llevado detenido.

Pero Pedro está desarmado, haya dejado o no la espada. Está desarmado por dentro, desarmado en sus expectativas sobre Jesús.

Cuando llega el momento de las negaciones, según el evangelio de Juan, la pregunta que le hacen a Pedro es si es discípulo de Jesús. Tres veces él repite “no lo soy”.

Pedro está confundido sobre Jesús y eso lo confunde también sobre sí mismo, sobre su propia identidad de discípulo. Ese “no lo soy” es como si dijera “y yo, al final ¿qué soy?”.

En el relato de Mateo la contestación de Pedro es “no conozco a ese hombre”.

De alguna manera, dice la verdad: no conoce verdaderamente a Jesús. No ha llegado a entrar en su corazón en profundidad. Ha estado mirando todo desde su manera de pensar: no ha sido un verdadero discípulo y puede preguntarse ¿para qué ha sido todo esto? ¿para qué nos llamó a seguirlo si lo que quería era morir?

A la tercera negación cantó el gallo. 
El gallo ha sido representado muchas veces como el símbolo de la conciencia que señala el pecado. Pero el canto del gallo, ante todo, es el cumplimiento del anuncio de Jesús. Sus palabras han quedado confirmadas.

Otra vez queda de manifiesto que, aunque los hombres creen estar manejando la historia, llevando a Jesús de aquí para allá y condenándolo a muerte, es realmente Dios quien está disponiendo todo.

Lucas nos dice que cuando Pedro escuchó el canto del gallo, lloró amargamente.
La confirmación del anuncio de Jesús es, para Pedro, la oportunidad de un nuevo comienzo, de un nuevo camino de seguimiento de Jesús, abandonando la superficialidad y las expectativas puramente humanas en las que se había movido, para adentrarse en el misterio de Dios.

Amigas y amigos, cada bautizado está llamado a seguir a Jesús, a ser su discípulo… Frente a Jesús, muchas veces nosotros también tendríamos que preguntarnos: “y yo, al final ¿qué soy?” ¿qué quiere decir ser discípulo de Jesús? ¿Es tener a Jesús como un recurso para mis momentos difíciles, como aquel al que le puedo pedir que se cumplan mis deseos? ¿o es tenerlo como aquel sobre el cual construyo mi vida?

Señor Jesús, permítenos conocerte a ti, permítenos conocer al Padre, permítenos conocer el amor que tú has revelado en la cruz. Que, con el don de tu Espíritu, podamos seguirte con humildad y disponibilidad. Amén.

Gracias, por su atención. Que el Señor los bendiga, cuídense mucho y hasta mañana si Dios quiere.

lunes, 6 de abril de 2020

Lunes Santo. Perfume, amor y traición (Juan 12,1-11)


Amigas y amigos: hoy es Lunes Santo. Ayer, domingo de Ramos, entramos en este tiempo de Dios que es la Semana Santa. Tiempo de Dios… podríamos pensar que es un tiempo que tenemos que dedicarle a Dios; y estaría bien. Pero sería todavía mejor recibirlo como un tiempo que Dios nos dedica a nosotros, un tiempo que Dios nos quiere regalar, especialmente en las difíciles circunstancias que estamos viviendo. Los invito a que le demos a estos días de Semana Santa ese valor: el valor de un regalo de Dios.

Ayer, domingo de Ramos, recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén, recibido y aclamado por la multitud que había llegado allí por la fiesta de la Pascua. Si tienen a mano la Biblia o un Nuevo Testamento, les sugiero que busquen el capítulo 12 del Evangelio según san Juan.
Juan ubica la entrada de Jesús en Jerusalén en la segunda parte del capítulo doce, cinco días antes de la fiesta.
En el lunes santo volvemos un poquito atrás, a la primera parte del capítulo doce.

A este episodio se le suele llamar “la cena de Betania”. Es una comida en la casa de Marta, María y Lázaro. Jesús está invitado junto con los doce… 
Hay varias cosas que nos invitan a comparar esta cena con la última cena, que vamos a recordar el jueves. Los dos acontecimientos se dan en la misma semana y hay algunas semejanzas entre ellos.

Primera semejanza: Jesús está con los suyos.

Jesús y los doce están en una casa amiga. Más aún; Marta, María y Lázaro son también discípulos, en otro estilo, porque no van como los doce acompañando a Jesús; pero su firme adhesión a Jesús es indudable. 
El evangelio de Lucas nos presenta a María como discípula, a los pies de Jesús, sin perder una palabra de lo que él dice. 
En el episodio de la resurrección de Lázaro, Marta aparece como la mujer que le dice a Jesús “yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. Marta es una creyente.
Esta cena, tal como será después la última, es una comida de Jesús con los suyos. Es un remanso de paz en medio de un clima de amenazas, donde el peligro que corre Jesús crece cada día, junto con el odio hacia él de quienes ya han tomado la decisión de matarlo.
Qué bueno que en esta Semana Santa Jesús pueda entrar en nuestras casas sintiendo que allí también están “los suyos”.

Segunda semejanza: el lavado de los pies.

En la última cena, como nos cuenta san Juan, Jesús realizó un gesto muy especial de servicio: lavó los pies de sus discípulos. Es una acción que tenemos que comprender, porque no es algo que hoy esperamos que se haga por nosotros. Sin embargo, en aquel mundo, cuando un personaje tenía una cena especial, era una exquisita cortesía hacer que los esclavos lavaran los pies de sus invitados, preparándolos a estar en la casa de manera más confortable. Jesús es quien da la cena, pero en lugar de buscar servidores para que laven los pies de sus amigos, se pone él mismo el delantal de servidor y realiza con todo amor ese gesto.
En la cena de Betania, María será protagonista de un similar gesto de amor, con un toque muy personal. Dice el evangelio:
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
María fue hacia Jesús llevando su tesoro: un frasco de perfume de mucho valor. Algo que tenía guardado para una ocasión especial. Con gran amor, María vació ese frasco en los pies de Jesús. Es mucho más que un lavado, mucho más que una atención delicada. Es un regalo. Es su manera de expresar su amor a Jesús. Secó los pies del maestro no con una toalla o con su delantal: lo hizo con algo de ella misma, con sus cabellos. Su gesto no quedó solamente como algo entre Jesús y ella: Juan nos dice que la casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Cuando alguien ama de corazón a Jesús, algo se irradia, se difunde, llega y toca a los demás.

Tercera semejanza: la sombra de la traición

Hasta aquí todo bien, todo en paz… pero aparece una voz disonante, la voz del discípulo que se retirará de la última cena hundiéndose en la noche:
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?» Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
El cinismo de Judas contrasta con el amor de María. Decía Oscar Wilde que el cínico es el que sabe el precio de todas las cosas, pero no conoce el valor de ninguna. Judas sabe o calcula el precio del frasco: trescientos denarios, trescientos jornales… casi un año de trabajo. Se recuerda también que Judas era el “encargado de la bolsa común”, lo que también será mencionado en el relato de la última cena.
Judas mide el precio del frasco: trescientos denarios. Más adelante preguntará cuál es el precio, cuanto le pagarán por entregar a Jesús. En contraste, nosotros estamos llamados a considerar el valor del gesto de María. ¿Cómo medir ese valor? Es inmenso y recordemos que “inmenso” quiere decir “sin medida”.
¡Cuántos gestos aparentemente insignificantes son convertidos en inmensamente valiosos por el amor que ponemos en ellos!

Cuarta semejanza: anuncio de muerte

Jesús responde a Judas dando una interpretación del gesto que ha recibido:
«Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre.»
“El día de mi sepultura” … “a mí no me tendrán siempre”. La cercanía de la muerte de Jesús sobrevuela la casa, al igual que ocurrirá, todavía más intensamente, en la última cena.
La mención a los pobres “siempre con ustedes” no es una postergación: es un llamado a la comunidad a recordar que ellos están allí y sirviéndolos a ellos se sirve también a Jesús.

Hay gente a la que le cuesta mucho aceptar regalos. Hay regalos que pueden y hasta deben ser rechazados, cuando no son hechos como muestra de amor sincero sino buscando un interés, buscando manipular, comprar o corromper a la persona que los recibe. Jesús acepta el regalo de María y, aceptándolo, corresponde al gesto de amor que ella ha tenido. Más aún, aceptándolo y poniéndolo en relación con su propia muerte, Jesús expresa que la entrega de su vida, como supremo acto de amor, corresponderá con creces a la entrega de aquellos discípulos y discípulas que, como María de Betania, le ofrecen a Jesús su propia vida.

¿Cómo podemos, desde nuestras casas, expresar nuestro amor por Jesús? De tantas maneras… Recuerdo una Misa en Paysandú donde un sacerdote ya fallecido, el P. Francisco Romero, nos invitó a rezar el Padrenuestro de esta manera: “hagamos un acto de amor: recemos como Jesús nos enseñó…”. Un Padrenuestro bien rezado, levantando el corazón a Dios, puede ser un acto de verdadero amor a Dios, un frasco de perfume derramado sobre los pies de Jesús. Una llamada a esa persona que está sola y nos necesita, una colaboración con el club deportivo o con la capilla que está organizando una olla... más y más pequeños gestos, y la fragancia del perfume puede llenar toda la casa, todo el barrio, toda la ciudad.

Amigas y amigos, dejémonos también nosotros tocar por el cariñoso gesto de María, dejemos que su perfume impregne nuestro corazón y nos mueva a imitar su ejemplo de amor.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta mañana, si Dios quiere.


sábado, 4 de abril de 2020

Semana Santa desde Melo: celebraciones presididas por el Obispo

 

Diócesis de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres)

Semana Santa: celebraciones presididas por el Obispo


5 de abril - Domingo de Ramos

Misa de Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
A las 11 horas
- Canal 12 de Melo (aire)
- Canal 9 de Melo TV Cable
- Canal 97 de Cable 1 de Melo
- VERA TV Canal 12 Melo
Desde las 12 horas
Disponible en YouTube, canal "Es cuestión de Fe Diócesis de Melo".
A las 18 horas
En directo desde Catedral de Melo por página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay".

6 de abril - Lunes Santo

16:30 - Misa en directo desde el Obispado, por página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay".

7 de abril - Martes Santo

16:30 - Misa en directo desde el Obispado, por página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay".

8 de abril - Miércoles Santo

8:30 Misa en directo desde el Obispado, por Radio María Uruguay y página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay".

9 de abril - Jueves Santo

18:00 Celebración de la Cena del Señor
Misa en directo desde Catedral de Melo por página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay".

10 de abril - Viernes Santo

15:00 - Muerte del Señor
Celebración en directo desde Catedral de Melo por página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay".

11 de abril - Sábado de Gloria

19:00 - Vigilia Pascual en directo desde Catedral de Melo por página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay".

12 de abril - Domingo de Resurrección

A las 11 horas
- Canal 12 de Melo (aire)
- Canal 9 de Melo TV Cable
- Canal 97 de Cable 1 de Melo
- VERA TV Canal 12 Melo
Desde las 12 horas
Disponible en YouTube, canal "Es cuestión de Fe Diócesis de Melo"
A las 18 horas
Misa en directo desde Catedral de Melo por página de Facebook "Fazenda de la Esperanza Uruguay".

Nota: las celebraciones transmitidas desde la Catedral no tendrán la calidad de audio que nos gustaría ofrecer, por la misma acústica del templo. Sin embargo, no podemos dejar de celebrar en ese lugar especialmente significativo. Agradecemos su comprensión.