martes, 7 de abril de 2020

Martes Santo: "Yo daré mi vida por ti" (Juan 13,21-33.36-38)


Queridas amigas, queridos amigos:

Hoy es Martes Santo en esta Semana Santa de coronavirus y confinamiento, pero en la que queremos vivir profundamente este tiempo de Dios.

Ayer nos detuvimos en la figura de Marta de Betania y el profundo amor con que ungió a Jesús en aquella cena que precedió a la última, a la que nos dedicaremos el próximo jueves, pero de la que ya nos trae algo el evangelio de hoy, del capítulo 13 de san Juan. Jesús anuncia la traición de Judas y la negación de Pedro. De Judas nos vamos a ocupar mañana. Hoy nos vamos a detener en Pedro.

El evangelio de Juan quiere mostrarnos que todo lo que sucede con Jesús está de acuerdo con un plan de Dios y que ese plan es el de nuestra salvación.

Hay cosas que suceden en el entorno de Jesús, hay diferentes expectativas, hay decisiones humanas, pero el Plan de Dios se llevará a cabo.

¿Qué pasaba en aquellos días? ¿Qué estaba viviendo la gente?
La fiesta de la Pascua llevaba muchos peregrinos a Jerusalén. Esa aglomeración -por usar esa palabra- preocupaba a las autoridades romanas, que reforzaban la guardia temiendo una contagiosa rebelión, como tantas veces había sucedido.

Cuando Jesús apareció en Jerusalén, espontáneamente se organizó una gran manifestación.
La multitud comenzó a aclamar a Jesús como el Mesías, el salvador enviado por Dios.
A pesar de todo, la manifestación fue pacífica y las fuerzas romanas no intervinieron.

Pero esa entrada de Jesús dejó mucha gente inquieta.
Muchos esperaban que Jesús organizara al pueblo y con la ayuda y el favor de Dios derrotara a los opresores romanos y a sus cómplices.
Esta expectativa no tenía nada de rara. Era lo que pensaban grupos como los Zelotes o los Esenios. Hubo también al menos dos supuestos Mesías: Teudas, Judas de Galilea. En distintos momentos, ambos reunieron seguidores, que se dispersaron en cuanto mataron a sus jefes (Hechos 5,36-37).

Por su parte, las autoridades judías se daban cuenta de la creciente popularidad de Jesús y veían venir otro galileo rebelde, otra gran represión romana. Para evitar ese desastre llegaron a la conclusión de que había que matar a Jesús. Dijo el Sumo Sacerdote Caifás: 
“es preferible que muera un solo hombre y no que la nación perezca” (Juan 11,50).
¿Qué pensaban los discípulos de Jesús?
A pesar de seguir a Jesús a todas partes, los discípulos se hacían sus propias ideas o, más bien, seguían la corriente de la gente que esperaba un Mesías guerrero. Tal vez no necesariamente que tomara él mismo las armas, pero sí un líder inspirador, alguien con la fuerza y el poder de Dios. 

Entre los discípulos, Pedro tiene un rol de liderazgo. Él reconoce a Jesús como Mesías, pero, le costará mucho entender qué clase de Mesías es Jesús. Si Pedro comprendiera hacia donde camina Jesús no se hubiera conseguido una espada, como ya veremos.

En la cena, Jesús anuncia que uno de los discípulos lo entregará y después le dice a Judas:
«Realiza pronto lo que tienes que hacer.»
En el relato de la pasión según san Juan, Jesús es claramente quien dirige todos los acontecimientos. Él es quien administra los tiempos. Es Dios, aquí en la persona del Hijo, del Verbo Encarnado, quien sigue conduciendo la historia.

El evangelista Juan nos invita a renovar nuestra confianza en Dios, que dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (cf. Romanos 8,28), a pesar de que las apariencias quieran hacernos pensar otra cosa.

Después de que Judas sale hacia la noche, Jesús anuncia que ahora él va a ser glorificado.
¿Qué entienden o que sienten los discípulos cuando Jesús habla de ser glorificado? 
Si ellos tienen la expectativa de que Jesús se manifieste como el Mesías que guiará a su pueblo para restaurar el antiguo reino de Israel, la gloria es el triunfo y el éxito; la derrota de los enemigos; los honores, los homenajes… el poder.
En cambio, la gloria de Jesús comienza con una traición y va a continuar con los insultos, los golpes y la terrible tortura hasta la muerte en la cruz.

La glorificación significa muchas cosas. Una muy importante es la manifestación de la verdad, la verdad más profunda.

La glorificación de Jesús es que quede manifestado, revelado, a la vista de todos, el amor que lo lleva a dar su vida en la cruz.

La glorificación del Padre es que quede manifestado, revelado, a la vista de todos, el amor que lo lleva a entregar a su Hijo para reconciliar consigo a toda la familia humana.

Si esto no se entiende, no se entiende nada de lo que hace Jesús. Si en la cabeza de los discípulos sigue prevaleciendo la idea del Mesías que restaurará el reino de Israel, todo lo que hace Jesús, o como lo ven ellos, todo lo que Jesús deja o no deja que suceda, no tiene sentido.

La Semana Santa es una invitación a que nos relacionemos con Dios y con su misterio, no a partir de nuestros intereses, sino tratando de entrar en la mente y el corazón de Jesús y conocer la verdad de su amor.

Después de anunciar su glorificación, Jesús da a entender que él va a morir:
“ya no estaré mucho tiempo con ustedes”, les dice a los discípulos.
Pedro va a responder a esto de una forma tan irreflexiva y arrebatada como generosa:
“Yo daré mi vida por ti”.
Pedro parece adelantarse a lo que Jesús va a decir más adelante (15,13):
“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”
Sin embargo, lo que quiere hacer Pedro cuando dice “daré mi vida por ti” ¿es lo mismo que Jesús quiere hacer? ¿Es la misma forma de dar la vida por sus amigos?

A veces, comentando la pasión, se insiste mucho en la cobardía de Pedro, que termina negando a Jesús. En realidad, no es ése el problema. De verdad Pedro está dispuesto a dar la vida por Jesús, está dispuesto a morir, pero a morir como un héroe, a morir peleando.

Sabiendo que Jesús va a ser traicionado, Pedro va armado al huerto de los Olivos.
Cuando Jesús es detenido, Pedro saca la espada y hiere a uno de los servidores del Sumo Sacerdote, que estaba en el grupo de los que fueron a arrestar a Jesús. Es un acto desesperado, pero ya no sabe qué hacer.

Inmediatamente Jesús le dice:
«Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?»
Jesús se niega a resistirse y no acepta que Pedro pelee por Él.
¿Entiende Pedro esto? Posiblemente, seguramente, no.

A pesar de eso, Pedro sigue a Jesús. Los demás discípulos se dispersan, pero él lo sigue. 
Antes de pensar en una cobardía de Pedro, hay que mirar ese gesto de ir a meterse en la boca del lobo, allí donde Jesús es llevado detenido.

Pero Pedro está desarmado, haya dejado o no la espada. Está desarmado por dentro, desarmado en sus expectativas sobre Jesús.

Cuando llega el momento de las negaciones, según el evangelio de Juan, la pregunta que le hacen a Pedro es si es discípulo de Jesús. Tres veces él repite “no lo soy”.

Pedro está confundido sobre Jesús y eso lo confunde también sobre sí mismo, sobre su propia identidad de discípulo. Ese “no lo soy” es como si dijera “y yo, al final ¿qué soy?”.

En el relato de Mateo la contestación de Pedro es “no conozco a ese hombre”.

De alguna manera, dice la verdad: no conoce verdaderamente a Jesús. No ha llegado a entrar en su corazón en profundidad. Ha estado mirando todo desde su manera de pensar: no ha sido un verdadero discípulo y puede preguntarse ¿para qué ha sido todo esto? ¿para qué nos llamó a seguirlo si lo que quería era morir?

A la tercera negación cantó el gallo. 
El gallo ha sido representado muchas veces como el símbolo de la conciencia que señala el pecado. Pero el canto del gallo, ante todo, es el cumplimiento del anuncio de Jesús. Sus palabras han quedado confirmadas.

Otra vez queda de manifiesto que, aunque los hombres creen estar manejando la historia, llevando a Jesús de aquí para allá y condenándolo a muerte, es realmente Dios quien está disponiendo todo.

Lucas nos dice que cuando Pedro escuchó el canto del gallo, lloró amargamente.
La confirmación del anuncio de Jesús es, para Pedro, la oportunidad de un nuevo comienzo, de un nuevo camino de seguimiento de Jesús, abandonando la superficialidad y las expectativas puramente humanas en las que se había movido, para adentrarse en el misterio de Dios.

Amigas y amigos, cada bautizado está llamado a seguir a Jesús, a ser su discípulo… Frente a Jesús, muchas veces nosotros también tendríamos que preguntarnos: “y yo, al final ¿qué soy?” ¿qué quiere decir ser discípulo de Jesús? ¿Es tener a Jesús como un recurso para mis momentos difíciles, como aquel al que le puedo pedir que se cumplan mis deseos? ¿o es tenerlo como aquel sobre el cual construyo mi vida?

Señor Jesús, permítenos conocerte a ti, permítenos conocer al Padre, permítenos conocer el amor que tú has revelado en la cruz. Que, con el don de tu Espíritu, podamos seguirte con humildad y disponibilidad. Amén.

Gracias, por su atención. Que el Señor los bendiga, cuídense mucho y hasta mañana si Dios quiere.

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