jueves, 30 de abril de 2020

“He venido para que las ovejas tengan Vida” (Juan 10, 1-10). IV Domingo de Pascua.






En el año 1908, el Uruguay contaba con poco más de un millón de habitantes. Junto a la población humana, había 8 millones de vacunos y 26 millones de ovejas. Hoy, con 3.600.000 habitantes, hay más de 11 millones de cabezas de vaca y los lanares han descendido a poco más de 6 millones. La presencia de las ovejas sigue siendo parte del paisaje, pero en menor medida.
En ese paisaje uno puede ver, ocasionalmente, alguna majada conducida por trabajadores del campo. Estos van a caballo, ayudados por perros que muestran a veces extraordinarias habilidades para mantener el rebaño en el buen camino.
La relación de los hombres con las ovejas, desde lo alto del caballo, es muy diferente de la del pastor de los tiempos bíblicos: la que presenta Jesús en el capítulo 10 del evangelio según san Juan.

El pastor de los tiempos antiguos -que no ha desaparecido totalmente en nuestros días- conoce a cada una de sus ovejas, las llama por su nombre, las saca del corral comunitario donde se las custodia de noche y las lleva a pastizales y aguadas; cuida de cada una de ellas, cura sus heridas, busca las que se extravían y las protege de eventuales depredadores. Hay una fuerte relación del pastor con cada una de sus ovejas.

Esto se manifiesta en el evangelio que escuchamos este IV domingo de Pascua, también llamado “Domingo de Jesús Buen Pastor”. Veamos cómo es la relación de Jesús con sus ovejas, es decir, con nosotros.

“Las ovejas escuchan su voz”. 
La voz conocida tranquiliza. Cuando nos hemos quedado solos en casa y oímos que alguien entra, la voz familiar aleja cualquier inquietud. Hemos reconocido como alguien “de la casa” a quien ha llegado. De la misma forma, cada una de las ovejas reconoce la voz de su pastor. Escuchar la voz de Jesús significa para quienes creemos en Él una permanente atención a sus palabras, que nos han quedado en el Evangelio. Escuchar, escuchar de verdad, significa prestar atención a lo original, a lo propio, a lo auténticamente nuevo que hay en ellas. La palabra de Jesús no se agota. Cuando la escuchamos buscando respuesta, sigue hablándonos en cada momento de la vida. Por el contrario, cuando tratamos de manipularla, de ponerla al servicio de nuestras propias intenciones o intereses, la palabra se empaña, se opaca, pierde su fuerza transformadora. Feliz quien puede escuchar el evangelio cada día como buena noticia para su vida.

“Llama a las suyas por su nombre”. 
La comunidad cristiana no es una masa anónima. En el bautismo hemos recibido un nombre. Cuando en alguno de los relatos evangélicos Jesús llama a alguien por su nombre: Simón Pedro, Marta, María, Lázaro, queda con mayor evidencia que está hablando con alguien de los suyos, con una de sus ovejas. Feliz quien escucha su nombre en labios de Jesús.

“Va delante de ellas”. 
Cuando Jesús manifestó a sus discípulos que él “debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días” (Mc 8,31) Pedro comenzó a reprobar a Jesús. Éste le respondió enérgicamente: “ponte detrás de mí”. Pedro se estaba interponiendo en el camino de Jesús y pretendía guiarlo; pero él no es el pastor: el pastor es Jesús y el lugar de Pedro es detrás del pastor. Feliz quien camina detrás de Jesús.

“Las ovejas lo siguen”. 
“El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34), agrega Jesús. Seguir a Jesús es la única relación posible con él dentro del marco de la fe. Es él quien abre el camino; más aún, él mismo es el camino. Su camino, aunque pasa por la pasión y la cruz, no es un camino de muerte, sino de vida. Feliz quien encuentra en Jesús la vida verdadera.

En este pasaje del Evangelio, Jesús no solo presenta las características del buen pastor, que él va a asumir un poco más adelante, sino que se presenta también diciendo
“Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas”.

La imagen de la puerta ya no tiene solo que ver con las ovejas, sino también con los pastores, es decir, aquellos que Jesús llama para compartir el pastoreo de la comunidad. Claramente dice Jesús: “El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas” y “el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante”. Jesús está hablando a los fariseos, miembros de un movimiento religioso de su época que pretendía conducir al Pueblo de Dios y a los que Jesús denuncia por su hipocresía. Ya el profeta Ezequiel tenía expresiones muy duras sobre los malos pastores (Ez 34,1-8) que no se ocupan del rebaño que Dios les ha confiado, sino que “se apacientan a sí mismos”, es decir, viven de sus ovejas en lugar de darles vida; más aún, de dar la vida por ellas.
Al presentarse como la puerta, Jesús nos recuerda a los que hoy hemos recibido el ministerio de pastores que estamos llamados a entrar por Él y a seguirlo viviendo el Evangelio para cumplir nuestra misión de alimentar a la comunidad cristiana y llevarla al encuentro con Jesús en todas sus presencias.

Pero la puerta no es solo para que entre el pastor: por allí entran y salen las ovejas.
“El que entra por mí se salvará”. 
La vida no es un juego de puertas, donde hay que adivinar detrás de cuál está el premio. Hay muchas puertas, pero Jesús es la puerta de la salvación, “la puerta de la Misericordia”, como acertadamente lo llamó el escritor Tomás de Mattos, al titular así su novela sobre la vida de Jesús.

“Podrá entrar y salir”. 
El rebaño de Jesús entra y sale. La puerta que es Jesús da acceso a un espacio de libertad, en la verdad de Jesús que nos hace libres.

“Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia”. 
Así concluye este pasaje del Evangelio, como un resumen de la misión de Jesús. Para quienes queremos seguir a Jesús, estas palabras no son solo la promesa de lo que queremos alcanzar, sino el desafío de presentar al mundo la Vida en plenitud que Jesús ofrece y de trabajar para que, ya en este mundo, toda persona tenga una vida acorde con la dignidad humana. Desde hace muchos años, casi toda acción de la Iglesia católica es “pastoral”: pastoral juvenil, pastoral vocacional, pastoral social, pastoral de la salud, pastoral carcelaria, etc. etc. El trabajo pastoral no lo realizan únicamente personas con una especial consagración a Dios: de hecho, todo bautizado está llamado a participar de la misión de la Iglesia y por tanto, también en la vida pastoral, de acuerdo a sus posibilidades.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. En esta hora pongamos nuestra confianza en Jesús Buen Pastor. “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo”. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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