viernes, 10 de abril de 2020

Miércoles Santo: Todo hombre tiene su precio (Mateo 26, 14-25)


Amigas y amigos, sigue avanzando esta Semana Santa, este tiempo que Dios nos regala en medio de nuestro aislamiento preventivo. 
Llegamos al Miércoles Santo.
Leyendo los evangelios de estos tres días, notamos un contraste entre los gestos generosos de los amigos de Jesús y la actitud de Judas.

El lunes, frente a la generosidad de María, que derrama un frasco entero de perfume sobre los pies de Jesús, el cinismo de Judas. Judas dice que ese perfume podría haber sido vendido en 300 denarios para ayudar a los pobres. En realidad, lo que pensaba era guardarse el dinero.

El martes, ayer, frente a la atropellada pero decidida respuesta de Pedro a Jesús: “yo daré mi vida por ti”, la salida de Judas del marco de la cena, para perderse en la noche de la traición.

Hoy leemos del capítulo 26 de san Mateo, unas palabras de Jesús particularmente significativas para el momento que estamos viviendo. En los preparativos de la última cena, Jesús manda decir a alguien: 
“Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”. 
"Voy a celebrar la Pascua en tu casa". Tal vez es lo que más necesitamos oír en estos momentos, como una palabra de consuelo que Jesús nos regala, en estos días en que no podemos participar presencialmente de las celebraciones.

Vamos a decirle a Jesús: “Señor, sí, mi casa está siempre abierta para ti: ¡ven a celebrar tu Pascua en mi casa!”

Pero en contraste con la actitud de esa persona que, seguramente, en algún momento le dijo a Jesús “mi casa está a las órdenes”, encontramos a Judas arreglando la entrega de Jesús. 
Judas Iscariote fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: 
«¿Cuánto me darán si se lo entrego?» 
Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Hay un refrán que dice “Todo hombre tiene su precio”. Es la descripción de la corrupción: se puede comprar a cualquier persona si se paga su precio. Hay gente que pide poco, hay quienes piden mucho… cuanto más alto el favor que se pueda conceder, mayor es el precio.

Sin embargo, hay hombres que no se dejan corromper. No se dejan comprar. A esos hombres se les trata de quitar de en medio, porque molestan. En otro sentido, ellos también tienen su precio: el precio que se paga a quien los venda, los entregue o, aún, los elimine.

Jesús no puede ser corrompido, no puede ser comprado por el poder. En cambio, los poderosos que quieren su muerte encuentran alguien que lo vende. El precio: treinta monedas de plata, treinta siclos. 

Mateo siempre tiene alguna referencia en el Antiguo Testamento; aquí hay dos:
La primera la encontramos en el libro de Éxodo (21,32). Treinta siclos es la indemnización que se debe pagar a su dueño de un esclavo si, accidentalmente, se ha provocado la muerte de ese esclavo. 
Jesús, aquel que se hizo “servidor de todos”, es vendido por el precio de un esclavo.

La otra referencia la encontramos en el libro del profeta Zacarías (11,12). El profeta, para entregar un mensaje de parte de Dios, se hace contratar para cuidar unas ovejas. Como un signo profético rompe el contrato y reclama su salario: le dan 30 monedas. Dios le ordena poner esas monedas en el tesoro del templo. En sus palabras a Zacarías, Dios muestra que es Él quien se siente tasado en 30 monedas:
Yahveh me dijo: «¡Échalo al tesoro, esa lindeza de precio en que me han apreciado!»
En suma, las 30 monedas que Judas acepta son, también, una ofensa hacia Jesús, un precio muy bajo.

Pero a esta expresión, “todo hombre tiene su precio”, podemos darle otro sentido a partir de las palabras de san Pablo en su primera carta a los corintios (6,20 y 7,23). Dice Pablo:
Ustedes fueron comprados por un precio.
Aquí “comprados” tiene el sentido de rescatados, redimidos, como cuando se pagaba un precio para la liberación de un prisionero o de un esclavo. Pablo le recuerda a los corintios (y a cada uno de nosotros) que se ha pagado un precio para liberarnos del pecado y de la muerte.
¿Cuál ha sido ese precio? La respuesta la encontramos en la primera carta de Pedro (1,18-19):
“Ustedes fueron rescatados de su vana manera de vivir… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo”.
Sangre “preciosa”. “Precioso” es un adjetivo para expresar que algo es bonito; pero también significa, “de mucho valor o de elevado coste”. Así hablamos de metales preciosos, piedras preciosas, perlas preciosas… ¿Qué precio tiene la sangre de Jesús? ¿Treinta monedas de plata?

Hubo una época en que se insistía mucho sobre el pecado y el infierno. Se formaba una imagen de un Dios vindicativo, al que había que aplacar con el arrepentimiento y la buena conducta, siempre pidiendo perdón por nuestros pecados.

En verdad, Jesús nos presenta un Padre Dios siempre dispuesto a esperarnos y a perdonarnos. Ese es, claramente, el mensaje, por ejemplo, de la parábola del hijo pródigo donde vemos al Padre misericordioso.

Sin embargo, no podemos olvidar que esa misericordia ha tenido un precio: y ese precio ha sido la sangre de Jesús, “la sangre preciosa de Cristo”, como dice Pedro.

La Semana Santa, más allá de cualquier circunstancia que estemos viviendo, es un tiempo para acercarnos a Dios con el corazón abierto, a dejarnos tocar profundamente por su Palabra, a pedir nuestra conversión más sincera. Todo eso contemplando al crucificado; al que fue entregado por 30 monedas; pero, infinitamente mucho más que eso, al que entregó su propia vida y derramó su propia sangre para el perdón de los pecados. 

Gracias, amigas y amigos por su atención.
Que el Señor los bendiga y hasta mañana si Dios quiere.

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