Amigas y amigos: hoy es Lunes Santo. Ayer, domingo de Ramos, entramos en este tiempo de Dios que es la Semana Santa. Tiempo de Dios… podríamos pensar que es un tiempo que tenemos que dedicarle a Dios; y estaría bien. Pero sería todavía mejor recibirlo como un tiempo que Dios nos dedica a nosotros, un tiempo que Dios nos quiere regalar, especialmente en las difíciles circunstancias que estamos viviendo. Los invito a que le demos a estos días de Semana Santa ese valor: el valor de un regalo de Dios.
Ayer, domingo de Ramos, recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén, recibido y aclamado por la multitud que había llegado allí por la fiesta de la Pascua. Si tienen a mano la Biblia o un Nuevo Testamento, les sugiero que busquen el capítulo 12 del Evangelio según san Juan.
Juan ubica la entrada de Jesús en Jerusalén en la segunda parte del capítulo doce, cinco días antes de la fiesta.
En el lunes santo volvemos un poquito atrás, a la primera parte del capítulo doce.
A este episodio se le suele llamar “la cena de Betania”. Es una comida en la casa de Marta, María y Lázaro. Jesús está invitado junto con los doce…
Hay varias cosas que nos invitan a comparar esta cena con la última cena, que vamos a recordar el jueves. Los dos acontecimientos se dan en la misma semana y hay algunas semejanzas entre ellos.
Primera semejanza: Jesús está con los suyos.
Jesús y los doce están en una casa amiga. Más aún; Marta, María y Lázaro son también discípulos, en otro estilo, porque no van como los doce acompañando a Jesús; pero su firme adhesión a Jesús es indudable.
El evangelio de Lucas nos presenta a María como discípula, a los pies de Jesús, sin perder una palabra de lo que él dice.
En el episodio de la resurrección de Lázaro, Marta aparece como la mujer que le dice a Jesús “yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”. Marta es una creyente.
Esta cena, tal como será después la última, es una comida de Jesús con los suyos. Es un remanso de paz en medio de un clima de amenazas, donde el peligro que corre Jesús crece cada día, junto con el odio hacia él de quienes ya han tomado la decisión de matarlo.
Qué bueno que en esta Semana Santa Jesús pueda entrar en nuestras casas sintiendo que allí también están “los suyos”.
Segunda semejanza: el lavado de los pies.
En la última cena, como nos cuenta san Juan, Jesús realizó un gesto muy especial de servicio: lavó los pies de sus discípulos. Es una acción que tenemos que comprender, porque no es algo que hoy esperamos que se haga por nosotros. Sin embargo, en aquel mundo, cuando un personaje tenía una cena especial, era una exquisita cortesía hacer que los esclavos lavaran los pies de sus invitados, preparándolos a estar en la casa de manera más confortable. Jesús es quien da la cena, pero en lugar de buscar servidores para que laven los pies de sus amigos, se pone él mismo el delantal de servidor y realiza con todo amor ese gesto.
En la cena de Betania, María será protagonista de un similar gesto de amor, con un toque muy personal. Dice el evangelio:
María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
María fue hacia Jesús llevando su tesoro: un frasco de perfume de mucho valor. Algo que tenía guardado para una ocasión especial. Con gran amor, María vació ese frasco en los pies de Jesús. Es mucho más que un lavado, mucho más que una atención delicada. Es un regalo. Es su manera de expresar su amor a Jesús. Secó los pies del maestro no con una toalla o con su delantal: lo hizo con algo de ella misma, con sus cabellos. Su gesto no quedó solamente como algo entre Jesús y ella: Juan nos dice que la casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Cuando alguien ama de corazón a Jesús, algo se irradia, se difunde, llega y toca a los demás.
Tercera semejanza: la sombra de la traición
Hasta aquí todo bien, todo en paz… pero aparece una voz disonante, la voz del discípulo que se retirará de la última cena hundiéndose en la noche:
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: «¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?» Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella.
El cinismo de Judas contrasta con el amor de María. Decía Oscar Wilde que el cínico es el que sabe el precio de todas las cosas, pero no conoce el valor de ninguna. Judas sabe o calcula el precio del frasco: trescientos denarios, trescientos jornales… casi un año de trabajo. Se recuerda también que Judas era el “encargado de la bolsa común”, lo que también será mencionado en el relato de la última cena.
Judas mide el precio del frasco: trescientos denarios. Más adelante preguntará cuál es el precio, cuanto le pagarán por entregar a Jesús. En contraste, nosotros estamos llamados a considerar el valor del gesto de María. ¿Cómo medir ese valor? Es inmenso y recordemos que “inmenso” quiere decir “sin medida”.
¡Cuántos gestos aparentemente insignificantes son convertidos en inmensamente valiosos por el amor que ponemos en ellos!
Cuarta semejanza: anuncio de muerte
Jesús responde a Judas dando una interpretación del gesto que ha recibido:
«Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre.»
“El día de mi sepultura” … “a mí no me tendrán siempre”. La cercanía de la muerte de Jesús sobrevuela la casa, al igual que ocurrirá, todavía más intensamente, en la última cena.
La mención a los pobres “siempre con ustedes” no es una postergación: es un llamado a la comunidad a recordar que ellos están allí y sirviéndolos a ellos se sirve también a Jesús.
Hay gente a la que le cuesta mucho aceptar regalos. Hay regalos que pueden y hasta deben ser rechazados, cuando no son hechos como muestra de amor sincero sino buscando un interés, buscando manipular, comprar o corromper a la persona que los recibe. Jesús acepta el regalo de María y, aceptándolo, corresponde al gesto de amor que ella ha tenido. Más aún, aceptándolo y poniéndolo en relación con su propia muerte, Jesús expresa que la entrega de su vida, como supremo acto de amor, corresponderá con creces a la entrega de aquellos discípulos y discípulas que, como María de Betania, le ofrecen a Jesús su propia vida.
¿Cómo podemos, desde nuestras casas, expresar nuestro amor por Jesús? De tantas maneras… Recuerdo una Misa en Paysandú donde un sacerdote ya fallecido, el P. Francisco Romero, nos invitó a rezar el Padrenuestro de esta manera: “hagamos un acto de amor: recemos como Jesús nos enseñó…”. Un Padrenuestro bien rezado, levantando el corazón a Dios, puede ser un acto de verdadero amor a Dios, un frasco de perfume derramado sobre los pies de Jesús. Una llamada a esa persona que está sola y nos necesita, una colaboración con el club deportivo o con la capilla que está organizando una olla... más y más pequeños gestos, y la fragancia del perfume puede llenar toda la casa, todo el barrio, toda la ciudad.
Amigas y amigos, dejémonos también nosotros tocar por el cariñoso gesto de María, dejemos que su perfume impregne nuestro corazón y nos mueva a imitar su ejemplo de amor.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta mañana, si Dios quiere.
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