En cada Viernes Santo, en la celebración de la Pasión del Señor, leemos el relato de ese acontecimiento según el evangelista san Juan. Allí encontramos un pasaje que dice:
Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"».
Pilato respondió: «Lo escrito, escrito está».
(Juan 19,19-22)
En latín, esa inscripción se leería así:
Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum
Las iniciales de esas cuatro palabras forma la sigla I.N.R.I. que encontramos en muchos crucifijos, como éste que heredé de mi tía Amelia, hermana de mi madre y que ahora tengo en la capilla del Obispado.
El pintor Diego Velázquez, en cambio, con mucha prolijidad pintó la inscripción completa, en las tres lenguas, en el cartel que aparece sobre la cabeza de este “Cristo Crucificado” que pintó hacia el año 1632 destinado a la clausura de las monjas benedictinas de San Plácido, en Madrid. Actualmente se encuentra en el Museo del Prado.
Los cuatro evangelistas nos dicen que hubo una inscripción en la cruz, aunque nos transmiten el texto con algunas variantes.
Marcos y Mateo dicen, también, que la inscripción indicaba la causa de la condena. Esto era habitual cuando se ejecutaba un reo, como lo muestran varios testimonios históricos. Recordemos que la condena a muerte en la cruz tuvo mucho recorrido antes y después de Jesús y no solo en los dominios de Roma. En el año 71 a. C., en tiempos de la República Romana, seis mil rebeldes que habían adherido a la rebelión de Espartaco fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia, entre Capua y Roma.
Ciento cuarenta años después, durante el sitio de Jerusalén, el futuro emperador Tito crucificó a muchos judíos que fue capturando. Con cartel o sin cartel, la crucifixión era un fuerte mensaje: “así terminan quienes se rebelan contra Roma o han cometido crímenes terribles”.
Y bien ¿cuál fue el motivo de la condena de Jesús? Las palabras “rey de los judíos” aparecen en los cuatro textos.
Los cuatro coinciden, pues, en lo esencial; pero cada evangelista le da su propio color, como sucede cada vez que nos narran el mismo hecho vivido por Jesús. Ese color no es una cuestión puramente literaria; hay una intención de cada evangelista quien, inspirado por el Espíritu Santo, presenta un aspecto que nos ayuda a conocer más a Jesús.
Veamos entonces las diferencias e intentemos comprender esos distintos enfoques.
Evangelio según san Marcos
El evangelio más antiguo es el de Marcos: Mateo y Lucas lo tuvieron a la vista y lo tomaron como base. Empecemos por ahí.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». (Marcos 15,26)
Marcos registra sobriamente el hecho. No dice quién redactó la inscripción ni en qué idioma estaba. Solo en este lugar de su evangelio aparece explícitamente el título “rey de los judíos”.
Sin embargo, el Mesías que esperaban los judíos era, precisamente, un personaje que se pondría al frente del pueblo para iniciar una guerra de liberación. En su obra “Las guerras de los Judíos”, el historiador judeo-romano Flavio Josefo relata las muchas revueltas que se sucedieron a lo largo de unos 240 años y que terminaron con la caída de Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Todas esas luchas, con más derrotas que triunfos, no apagaban la esperanza de que el Mesías llegaría y “fuera él quien librara a Israel”, como le dijeron los peregrinos de Emaús al mismo Jesús Resucitado, sin reconocerlo (Lucas 24,21).
Según el relato de san Juan, después de la multiplicación de los panes y peces,
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. (Juan 6,15)
Esa esperanza del Mesías–Rey–Guerrero estaba alimentada por las profecías que decían que el Mesías sería “hijo de David”, es decir, descendiente del rey David. Muchas veces en el evangelio se le llama así a Jesús: “Hijo de David”, aunque Jesús prefiere nombrarse a sí mismo como “el Hijo del hombre”.
El domingo de Ramos recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén. En los cuatro evangelios se nos cuenta que la gente lo aclama. No nos detengamos en los “Hosana” ni en las bendiciones y prestemos atención a lo que nos habla de rey o de reino:
¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! (Marcos 11,10)
¡Hosana al Hijo de David! (Mateo 21,9)
¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! (Lucas 19,38)
¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! (Juan 12,13)
Vemos que la gente espera que Jesús se proclame rey de Israel o “rey de los Judíos”.
Esa es la pregunta que, finalmente, le hace Pilato, recogida por los cuatro evangelios:
«¿Tú eres el rey de los judíos?» (Mateo 27,11; Marcos 15,2; Lucas 23,3; Juan 18,33)
En Mateo, Marcos y Lucas la respuesta de Jesús es “Tú lo dices”. Eso hay que entenderlo como una respuesta afirmativa. En algunas Biblias se traduce “Sí, tú lo has dicho”. En el evangelio de Juan, la respuesta es afirmativa, pero más extensa. En las palabras que Jesús dirige a Pilato en el evangelio de Juan hay una explicación de lo que significa su reinado, que no se realiza a la manera de este mundo.
«Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». (Juan 18,37)
En conclusión, la inscripción “el rey de los judíos”, según el evangelio de Marcos, está indicando el motivo de la condena pero, al mismo tiempo, está proclamando algo que es verdad. Jesús es rey, y su reinado se inaugura en el trono de la cruz.
Evangelio según san Mateo
Veamos qué nos cuenta Mateo:
Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena:
«Este es Jesús, el rey de los judíos». (Mateo 27,37)
Mateo agrega algunos detalles a lo que dice Marcos. Y son detalles que tenemos que atender.
Lo primero es que el cartel fue colocado sobre su cabeza. Para que esto fuera posible, el palo vertical de la cruz debía sobresalir. Es lo que estamos acostumbrados a ver, porque así se forma la cruz; si el palo vertical no sobresaliera, tendríamos una “T”. Sin embargo, esa forma de T era la más común en la crucifixión. Recordemos que los condenados a morir en la cruz eran cargados no con la cruz completa, como se suele representar a Jesús, sino con el “patíbulum”, que es el palo horizontal de la cruz. El palo vertical esperaba en el lugar de la ejecución y el palo horizontal se sujetaba en la punta del otro. El cartel se colgaba al cuello del condenado o en otro lugar.
Un segundo detalle que Mateo agrega es el nombre de Jesús. Este evangelista le da mucha importancia al nombre del Hijo de Dios.
Cuando el ángel anuncia a José que el hijo que espera María proviene del Espíritu Santo, agrega:
Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados (Mateo 1,21)
El nombre de Jesús significa “Dios salva” y expresa su misión: es el salvador de su Pueblo. Jesús “rey de los judíos” está realizando en la cruz su obra salvadora, está culminando la realización del programa expresado en su propio nombre.
Finalmente, la inscripción se inicia con las palabras “éste es”. Parece un detalle menor y, sin embargo, es muy importante. Recordemos:
“Este es mi hijo amado” (Mateo 3,17) dice la voz de lo alto, la voz del Padre, en el bautismo de Jesús.
“Este es mi hijo amado: escúchenlo”, dice la misma voz en la transfiguración (Mateo 17,5).
Ahora es desde un cartel que está “en lo alto”, sobre la cabeza de Jesús, desde donde se proclama “este es Jesús, el rey de los judíos”. La inscripción se pone así en paralelo con la voz del Padre en los otros pasajes, proclamando a Jesús como rey.
Evangelio según san Lucas
Vayamos al evangelio de Lucas:
Sobre él había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». (Lucas 23,38)
Aunque a veces se traduce “sobre su cabeza había una inscripción”, el texto griego dice “sobre él”. Como hemos visto, la inscripción a veces se colgaba del cuello del condenado.
Lucas, como Mateo, agrega “este es”, pero no pone el nombre de Jesús, de modo que el “éste es” recae sobre “el rey”: éste es el rey.
Esto es coherente con algunos acentos que pone Lucas en su Evangelio.
En la anunciación, el ángel Gabriel dice a María que a su hijo
“El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lucas 1,32-33)
Cuando recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén, hemos hecho notar que se recibe a Jesús como rey, solo Lucas y después Juan ponen esa palabra en boca de la gente:
¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! (Lucas 19,38)
Finalmente, el buen ladrón reconoce a Jesús como el rey que ha de venir y le ruega:
«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino» (Lucas 23,42)
El cartel de Lucas proclama así que, en la cruz, Jesús ha subido a su trono y ha comenzado a desde allí a reinar.
Evangelio según san Juan
Volvamos ahora al relato de la Pasión que leemos cada Viernes Santo. El Evangelio según san Juan es el más tardío. La presentación que hace de Jesucristo es la más elaborada, trayendo en su prólogo el misterio de la encarnación del Verbo.
Es impresionante notar en los detalles como Juan conjuga la humanidad de Jesús, por ejemplo, cuando lo muestra llorando ante la tumba de Lázaro, con la realidad del Verbo, el Hijo de Dios, que aparece siempre dueño de la situación, como cuando los soldados van al huerto a detenerlo. En el momento en que el mismo Jesús se identifica diciendo “Yo soy”, “ellos retrocedieron y cayeron en tierra”. Si hubiera sucedido así, creo que los soldados habrían huido rápidamente. Juan los hace caer en tierra porque Jesús, al decir “Yo soy”, ha pronunciado el nombre con que Dios se presentó a Moisés: “Yo soy”. Es una afirmación de la divinidad de Jesús.
No nos extrañe entonces que la referencia de Juan a la inscripción sobre la cruz de Jesús sea la más detallada; pero, como siempre, los detalles están al servicio de una intención.
Juan dice que Pilato escribió y colocó la inscripción sobre la cruz.
Se puede entender, y así se traduce, que Pilato hizo colocar el cartel. Pero en el original griego dice que Pilato colocó el cartel, como si hubiera ido él mismo al Gólgota a ponerlo en la cruz.
Mientras que en los otros evangelios la palabra griega que traducimos como “inscripción” es “epígrafe”, en el evangelio de Juan es “titlos”, de donde viene nuestra palabra “título”. Forzando un poco el texto, podríamos decir que es el propio Pilato el que le está reconociendo a Jesús el título de “rey de los judíos”.
Y cuando los sumos sacerdotes, como si hubieran estado también en el Gólgota, le piden «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"», Pilato se reafirma diciendo: «Lo escrito, escrito está». Así, Juan hace que, irónicamente sean los gentiles los que proclamen la realeza de Cristo.
Al final de cada año litúrgico, la Iglesia celebra la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Proclamamos y celebramos la realeza de Jesús; pero no olvidemos que Él fue proclamado rey en la Cruz. El se hace rey dando su vida. Si queremos nosotros que Él sea nuestro rey, es eso lo que tenemos que asumir, con sus propias palabras:
“el Hijo del hombre (…) no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20,28)
Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que en este Viernes Santo todos nos dejemos tocar por el amor de Jesús, el rey que ha dado la vida por nosotros. Y que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
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