viernes, 1 de marzo de 2024

“No hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio” (Juan 2,13-25). III Domingo de Cuaresma.

Quienes han tenido la gracia de visitar Jerusalén, seguramente estuvieron en el “muro de los lamentos”, vestigio del templo construido por el rey Herodes el Grande, hacia el año 19 antes de Cristo. El templo fue destruido durante la toma de Jerusalén por el general Tito, en el año 70 de nuestra era.
El muro no es una pared del antiguo edificio, sino uno de los cuatro muros de contención erigidos para ampliar la explanada del santuario.

El primer templo de Jerusalén fue construido por Salomón, en el siglo X antes de Cristo y destruido por los babilonios en el año 587. Fue reconstruido al regreso del exilio de Babilonia, en el 536.
Fue el rey Herodes, llamado “el Grande” quien emprendió la construcción de un nuevo templo, en el lugar del viejo, haciendo ampliar la explanada, para dar más relevancia a su obra.
En tiempos de Jesús, todavía estaba fresca la memoria del proceso de construcción de aquella enorme estructura. En el Evangelio de hoy, a propósito de algunas palabras de Jesús, que veremos después, sus oyentes le recuerdan que fueron necesarios cuarenta y seis años para construir ese Templo.

Si buscamos una palabra clave para el evangelio de este domingo, esa palabra es “templo”, que se repite cinco veces. A templo le sumamos “Casa”, dos veces, en el mismo sentido de lugar sagrado: la Casa del Padre, Su Casa.

El episodio ante el que nos encontramos es conocido como “la purificación del templo” y comienza así:
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: «Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio.» (Juan 2,13-25)
La descripción que nos hace el evangelista Juan nos hace pensar en una especie de feria, bastante chocante por el lugar en que se encuentra: bueyes, ovejas, palomas, cambistas… Esto no sucede en el interior del templo, sino en la explanada de la que hablábamos, pero que también formaba parte del espacio sagrado. Los animales se vendían como víctimas para los sacrificios. No era, pues, mercancía ajena al templo, sino, de algún modo, necesaria para el culto. Mucha gente venía también a pagar el impuesto al templo, que debía hacerse con una moneda llamada didracma: para eso estaban los cambistas. Pero estos servicios no se hacían con espíritu religioso sino comercial, con comisiones y precios abusivos.

Jesús da razón de su acción en el templo señalando que ese comercio es impropio del lugar donde se encuentran, lugar que él llama “la casa de mi Padre”.
La razón que da Jesús parece insuficiente: 
Los judíos le preguntaron: «¿Qué signo nos das para obrar así?» (Juan 2,13-25)
A lo que Jesús responde en forma bastante enigmática:
«Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar.» (Juan 2,13-25)
Es aquí que las autoridades (eso es lo que hay que entender cuando el evangelista Juan dice “los judíos”: las autoridades judías) le dicen a Jesús:
«Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días?» (Juan 2,13-25)
Un malentendido muy del estilo de Juan. Las palabras de Jesús son interpretadas en forma literal. Pero Jesús, a propósito, no dice “construir” o “reconstruir”, sino “levantar”, el mismo verbo que se traduce también como “resucitar”, tal como aparece en la aclaración que nos da el evangelista:
Él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó [fue levantado], sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

El templo de su cuerpo. Esto cambia todo. Jesús no deja de tener consideración por el santuario: es la Casa de su Padre, “casa de oración” dice, en otro evangelio. Por eso realiza esta acción de purificación. Al mismo tiempo, al hacer salir a los vendedores de animales para los sacrificios, está anunciando una nueva forma de dar culto a Dios, que no pasa por el derramamiento de sangre de animales. Es lo que dirá después a la mujer samaritana:
«Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
(…)  la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». (Juan 4,21-24)
El templo no era simplemente una instalación con múltiples altares para ofrecer sacrificios. Era la sede de la presencia de Dios en medio de su pueblo. En el corazón del templo se encontraba el Santísimo, el Santo de los Santos, una pequeña habitación donde solo entraba el sumo sacerdote, que lo hacía una vez al año, el día de las purificaciones, el Yom Kippur. 

Dios no se había “encerrado” ni “recluido” en el templo. Él está siempre presente en todas partes. Pero la presencia en el templo de Jerusalén era una Gracia, un don especial para su pueblo. Sin embargo, la encarnación del Hijo de Dios trae una nueva forma de presencia. Dios se hace presente en su Hijo, particularmente en su cuerpo, es decir, en su realidad humana, de verdadero hombre. Los evangelios presentan numerosos relatos de encuentros de diferentes personas con Jesús. Encontrarlo, verlo, tocarlo, es encontrar, ver y tocar a Dios. Estar en su presencia es estar en la presencia de Dios. Todo lo que una persona recibe de Jesús de Nazaret, lo recibe de Dios.

San Pablo lo resume hermosamente:
Dios quiso que en él residiera toda la Plenitud (…) Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Colosenses 1,19. 2,9)
Esto valía para Jesús en su vida terrena. ¡Cuánto más vale para su cuerpo resucitado! Y esa presencia de Dios se prolonga en su Cuerpo y Sangre presentes en el pan y el vino consagrados en la Misa, presencia real de Jesús resucitado. Y se prolonga también en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que lo hace presente en el mundo.

En nuestro camino de Cuaresma hacia la Semana Santa, hacia la Pascua de Resurrección, pidamos al Señor que aumente nuestra fe: fe en su presencia, fe en su resurrección, para que podamos celebrar con alegría y esperanza.

Misión San Francisco Javier

Desde el sábado 17 al sábado 24 nuestra Diócesis recibió la Misión San Francisco Javier. 105 jóvenes y 6 sacerdotes jesuitas estuvieron en 7 lugares de la Diócesis, en parroquias del decanato Piedras y en Cuchilla de Rocha, de la parroquia de Sauce. Fue la primera etapa de un proyecto que se completará en el año 2026. Los esperamos el año próximo.

P. Rafael Costa SDB (QEPD)

Con fe en Cristo resucitado hemos despedido en estos días al P. Rafael Costa, sacerdote salesiano que falleció en la noche del domingo 25. Hasta el año pasado estuvo presente en la comunidad de Las Piedras, que solo dejó cuando se agravó su enfermedad. Que el Señor premie su vida de generosa entrega y envíe a su congregación nuevas vocaciones.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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