La frase de la Escritura que se nos propone en este tiempo cuaresmal forma parte del Salmo 51, donde en su versículo 12 encontramos la conmovedora y humilde invocación:
“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.
El texto que la contiene es conocido con el nombre de “Miserere” (o Súplica del pecador arrepentido). En él, la mirada del autor se inicia con la exploración de los escondrijos del alma humana para luego captar las fibras más profundas, las de nuestra completa incompatibilidad frente a Dios y, al mismo tiempo, del insaciable anhelo de plena comunión con Aquel de quien procede toda gracia y misericordia.
“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.
El salmo parte de un episodio bien conocido de la vida de David. Llamado por Dios a cuidar al pueblo de Israel y a guiarlo en los caminos de la obediencia a la Alianza, transgrede la propia misión por haber cometido adulterio con Betsabé y mandar a matar en la batalla a su marido, Urías, el hitita, oficial de su ejército. El profeta Natán le marca la gravedad de su culpa y lo ayuda a reconocerla. Es el momento de la confesión del propio pecado y de la reconciliación con Dios.
“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.
El salmista pone en boca del rey invocaciones muy fuertes que surgen de su profundo arrepentimiento y de la total confianza en el perdón divino: “purifícame”, “lávame”, “borra”. En particular en el versículo que nos interesa emplea el verbo “crea” para indicar que la completa liberación de la fragilidad del hombre le es posible únicamente a Dios. Es la conciencia de que sólo él puede hacernos criaturas nuevas, de “corazón puro”, colmándonos con su espíritu vivificante, dándonos la verdadera alegría y transformando radicalmente nuestra relación con Dios (firmeza del espíritu) y con los demás seres vivientes, con la naturaleza y el cosmos.
“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.
¿Cómo poner en práctica esta Palabra de Vida? El primer paso será reconocernos pecadores y necesitados del perdón de Dios, en una actitud de ilimitada confianza frente a él.
Puede suceder que nuestros repetidos errores nos desanimen, nos lleven a cerrarnos en nosotros mismos. Es necesario entonces dejar entreabierta al menos un poco la puerta de nuestro corazón. Escribía Chiara Lubich en los primeros años de la década del 40 a alguien que se sentía incapaz de superar sus propias miserias:
“Es necesario quitar del alma todo otro pensamiento. Y creer que Jesús se siente atraído por nuestra exposición humilde, confiada y amorosa de nuestros pecados. Nosotros, por nosotros mismos, no hacemos más que miserias. Él, por sí, para con nosotros no tiene sino una sola cualidad: la Misericordia. Nuestra alma puede unirse a Él solamente ofreciéndole como regalo, como único regalo, no las propias virtudes sino los propios pecados. Si Jesús vino a la tierra y se hizo hombre, sólo quiere con ansias ser el Salvador, el Médico. No desea otra cosa” [1].
“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.
Luego, una vez liberados y perdonados, y teniendo presente la ayuda de los hermanos, porque la fuerza del cristiano proviene de la comunidad, pongámonos a amar concretamente al prójimo, sea quien sea.
“Lo que se nos pide es un amor recíproco, de servicio, de comprensión, de participación de los dolores, las ansias y las alegrías de nuestros hermanos. Un amor que todo lo cubre y lo perdona” [2].
Por su parte, dice el papa Francisco:
“El perdón de Dios es aquello que necesitamos todos, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que todo pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermano o hermana que encuentra. Todos los que el Señor nos ha puesto a nuestro lado, los familiares, los amigos, los colegas, los parroquianos… todos, como nosotros, tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bonito ser perdonado, pero también tú, si quieres ser perdonado, debes a su vez perdonar. ¡Perdona! Para ser testigos de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida” [3].
Augusto Parodi Reyes y equipo de Palabra de Vida
NOTAS
[1] Lubich C. Cartas de 1943-1960.
[2] Lubich C. Palabra de Vida mayo 2002.
[3] Papa Francisco. Audiencia general del 30 de marzo 2016.
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