jueves, 24 de febrero de 2022

“Saca primero la viga de tu ojo”. (Lucas 6,39-45). Domingo VIII durante el año.

Ver la pelusa o la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio es hoy casi un refrán, que viene del evangelio que leemos este domingo. Se dice esto cuando alguien le señala a otros sus defectos, a veces no tan grandes y, en cambio, no ve los propios, a veces muy graves.
El consejo de Jesús, “saca primero la viga de tu ojo” es un llamado a tomar conciencia de los propios defectos, errores, fragilidades y a corregir la hipocresía. No para quedarnos ahí, sino a partir de ahí, humildemente, ayudar al hermano en sus propias dificultades. Dice Jesús:

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano!
Creo que todos entendemos esto, aunque a veces nos cueste practicarlo; nos cuesta reconocer nuestras faltas. Nos cuesta asumir que la fragilidad es la condición humana y que muchas veces nos dejamos arrastrar por aquello que nos lleva a actuar mal: a ofender, dañar o herir a los demás o hacerme daño a mí mismo; en suma, todo lo que podemos llamar pecado. Todos somos pecadores. San Pablo describe esa fragilidad como “el pecado que vive en mí”. Dice Pablo:
No soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí.
Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. (Romanos 7,17.19)
Pablo no dice eso para justificarse por haber obrado mal. Al contrario; el tomar conciencia de su propia fragilidad es lo que le ha permitido abrirse a la fuerza de Dios y a la vida en el Espíritu, por medio de Jesucristo. Frente a esto, brota su acción de gracias:
¡Gracias a Dios, por Jesucristo, nuestro Señor! (Romanos 7,25)
En nuestro mundo de hoy, se da otro fenómeno, que podemos relacionar con éste. Algo más serio, porque ya no se trata de “ver la paja (o la pelusa) en el ojo ajeno”, es decir, fijarnos en pequeños defectos de los demás, sino que cuando alguien comete una notoria mala acción, un delito muy grave, de pronto se convierte en algo así como “el eje del mal”, “la encarnación de Satanás” y hacia esa persona se dirige el enojo y la ira de la sociedad, por todos los medios posibles.
Sobre ella se cargan todas las culpas, las que tiene y las que no tiene, sin atenuante ninguno y se reclama un linchamiento, una justicia expeditiva que lo castigue con la máxima sanción posible. Es verdad, hay personas que han cometido y cometen crímenes realmente execrables y corresponde que sean detenidos, procesados con todas las garantías del derecho y sentenciados a una pena proporcionada a la gravedad de lo que han hecho.
Lo que me preocupa es esa actitud de focalizarnos en esa persona que ha hecho algo terriblemente malo, como si allí estuviera concentrado todo el mal y los demás, cada uno de nosotros, no tuviéramos nada que nos pudiera ser reprochado ni por acción ni por omisión.
Esa persona individual o, a veces, un grupo humano determinado, se convierte en lo que se ha dado en llamar “el chivo emisario” o “chivo expiatorio”.
Esta expresión viene de un rito que describe el libro del Levítico, según el cual, el sacerdote
impondrá sus dos manos sobre la cabeza del animal y confesará sobre él todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera sean los pecados que hayan cometido, cargándolas sobre la cabeza del chivo. Entonces lo enviará al desierto (…) El chivo llevará sobre sí, hacia una región inaccesible, todas las iniquidades que ellos hayan cometido. (Levítico 16,21-22)
Eso es lo que veo ocurrir con frecuencia en la sociedad o en un grupo humano: elegir, no a un chivo, sino a una persona sobre la que se carga toda la maldad y toda la culpa. Y con eso, ya está todo resuelto. Ahí está la maldad encarnada: nada de eso hay en nuestro corazón.
Por eso, necesitamos todos volver a la enseñanza de Jesús… Sí, tal vez lo que estamos viendo en el ojo del otro no es una paja o pelusa, sino una viga, una gran viga… pero también tenemos que ver la que está en nuestro propio ojo. El tiempo de cuaresma que se inicia esta semana con el miércoles de ceniza es precisamente el tiempo oportuno de volver el corazón a Dios. No solo de ir a las enseñanzas de Jesús, sino de ir al mismo Jesús, encontrándolo en el sacramento de la Reconciliación, por el cual recibimos el perdón de nuestros pecados y la fortaleza para caminar siguiendo a Jesús y viviendo en conformidad con Él.

Bodas de Plata sacerdotales

El P. Jorge Jaurena, párroco de Santa Lucía y administrador parroquial de Los Cerrillos celebrará el próximo martes los 25 años de su ordenación sacerdotal. Lo felicitamos y damos gracias al Señor por su servicio y entrega. Pedimos también a Jesús Buen Pastor que siga consolidando su corazón sacerdotal.

Comienza la Cuaresma

El próximo 2 de marzo es miércoles de ceniza, comienzo de la cuaresma. Ese día nos invita a realizar, como comunidad eclesial, tres gestos distintos. Uno de ellos se hace públicamente, dentro de la celebración de la Eucaristía y es la imposición de las cenizas. Es un tradicional gesto penitencial, que todos podemos recibir.
¿Cuál es el sentido de ese gesto? Nos lo recuerdan las dos oraciones que el ritual pone a elección para la bendición de las cenizas. Allí se habla de reconocer que somos polvo y al polvo hemos de volver; pedimos vivir con fidelidad las prácticas cuaresmales (oración, ayuno, limosna); recibir el perdón de nuestros pecados y llegar, con el corazón purificado a la celebración de la Pascua de Cristo.
Los otros dos gestos son el ayuno y la abstinencia. Destaco que son gestos comunitarios, aunque, como lo pide Jesús, no se hagan ante los demás, para ser vistos. Son comunitarios porque todos los fieles los hacemos en ese mismo día. La Iglesia nos pone algunos mínimos para que todos los observemos, haciendo excepción con los más pequeños, los ancianos y los enfermos. 

La abstinencia, que también guardaremos los viernes de cuaresma, consiste en privarse de comer carne. También podemos pensar en privarnos de otras comidas o de algunos hábitos de ocio. Hay quienes deciden guardar lo que hubieran gastado en una buena comida para ayudar a otros. Hay quienes se abstienen de tiempos largos ante la pantalla para dedicar más tiempo a la oración.

El ayuno se nos propone el miércoles de ceniza y el viernes santo. No es un ayuno total; se nos pide tomar solo una de las comidas principales, o sea, dejar el almuerzo o la cena.
Ése es el mínimo: quien pueda y quiera puede ir más lejos, hacerlo más riguroso. Lo importante es que cada uno de estos gestos lo vivamos como un desprendimiento de nosotros mismos que nos ayude a crecer en el amor a Dios y al prójimo.
Nos puede ayudar también meditar el mensaje del Papa Francisco para esta cuaresma. Su título es una cita de la carta a los Gálatas:

«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Gálatas 6,9-10a)
Y esto es todo por hoy… gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos cuidando unos de otros. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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