Este domingo nos encontramos con un pasaje del evangelio muy conocido, muy comentado y aún muy discutido: las bienaventuranzas. Lo llamamos así, porque de ese modo se solía traducir el comienzo de cada frase: “bienaventurados, ustedes…”.
En un lenguaje más directo y cercano a nosotros, hoy se traduce como “felices, ustedes…”; porque se trata precisamente de eso: proponer un camino que lleva a la más profunda y auténtica felicidad, la felicidad para la que ha sido creado el ser humano, la vida eterna.
De las bienaventuranzas tal vez conocemos mejor la versión del evangelista Mateo, que las ubica al comienzo del capítulo 5. Así inicia Jesús el llamado “sermón del monte”, porque habla desde una elevación. Las bienaventuranzas que presenta Mateo son ocho.
En cambio, aquí estamos en el evangelio de Lucas, donde Jesús está en una llanura y nos presenta cuatro bienaventuranzas. El número de ocho se completa con cuatro lamentaciones, lo que nos invita a poner en relación unas y otras.
Si comparamos los textos de Lucas y Mateo, vemos que el primero plantea situaciones crudas y duras, mientras que el segundo las abre a una dimensión espiritual.
Lucas dice: “Felices ustedes, los pobres” (Lc 6,20); Mateo, “Felices los que tienen alma de pobres” (Mt 5,3);
Dice Lucas: “Felices ustedes, los que ahora tienen hambre” (Lc 6,21); Mateo: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5,6)
Lucas: “Felices ustedes, los que ahora lloran” (Lc 6,21); Mateo “Felices los afligidos” (Mt 5,5)
La cuarta bienaventuranza de Lucas y octava de Mateo hace referencia al odio y la persecución. Aquí los dos evangelistas presentan como causa el seguimiento de Jesús:
Mateo dice: “a causa de mí” (Mt 5,11); Lucas, “a causa del Hijo del hombre” (Lc 6,22). Mateo agrega una línea que hay que entender en el contexto de su evangelio: “perseguidos por practicar la justicia” (Mt 5,10). Para Mateo “practicar la justicia”, “ser justo” es la manera de vivir propia de quien hace la voluntad de Dios, expresada en la Ley que Jesús lleva a su perfección.
La forma en que aparecen las bienaventuranzas en Lucas nos hace recordar, ante todo, que Dios mira con especial compasión al pobre y al afligido.
Numerosos pasajes del Antiguo Testamento muestran la atención de Dios hacia quienes se encuentran en desamparo; por ejemplo, en el libro del Deuteronomio:
El Señor hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al extranjero y le da ropa y alimento. (Deuteronomio 10,18)Esa preferencia de Dios por el pobre se manifiesta de manera radical con la encarnación del Hijo de Dios. Así lo resume san Pablo:
Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza. (2 Corintios 8,9)Y el mismo Jesús se identifica con el pobre y desamparado y nos recuerda que
[lo que] hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo (Mateo 25,40)Sin embargo, no pensemos que las bienaventuranzas de Lucas se quedan en la situación material, como si todo se resolviera con la práctica de las obras de misericordia corporales.
¿Cuál es el reproche que hace Jesús a los ricos en sus cuatro ayes? No es el de no haber socorrido al pobre, reproche que encontramos en otros pasajes de Lucas y de Mateo.
El reproche fundamental está en su relación o, tal vez, en su NO RELACIÓN con Dios. Su consuelo, su satisfacción, su risa, los elogios que reciben no vienen de Dios. Vienen de un mundo impío, un mundo sin Dios, donde cada uno mira egoístamente para sí y no le importa pisotear la dignidad del otro o aún quitarle la vida, con tal de aumentar su riqueza y su dominio sobre los demás.
Aquí vale la pena ir a la primera lectura, del profeta Jeremías, que contrapone dos actitudes: la del hombre que confía en el Señor y la del hombre que CONFÍA EN EL HOMBRE. Esta última expresión puede sonarnos extraña; pero no se refiere a la confianza necesaria en las relaciones humanas, sino a la autosuficiencia: prescindir totalmente de Dios llevando una vida en la que el Señor no tiene nada que decir ni que hacer.
El “hombre rico” del que habla Jesús es aquel que no necesita ni de Dios ni de nadie. Aquel al que nadie puede decirle que no. Aquel que piensa que “todo hombre tiene su precio” y que no hay cosa alguna que no pueda tener por medio de su dinero o su poder.
Jeremías compara los logros finales de esos dos hombres con dos árboles.
El hombre que confía en el hombre
es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad;En cambio, el que pone su confianza en Dios
habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita.
es como un árbol plantado al borde de las aguas,Esto nos lleva a un tercer tema de las bienaventuranzas: la promesa que va unida a cada una de ellas. Lucas las resume diciendo:
que extiende sus raíces hacia la corriente;
no teme cuando llega el calor
y su follaje se mantiene frondoso;
no se inquieta en un año de sequía
y nunca deja de dar fruto.
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día,La recompensa no se debe a las situaciones de aflicción vividas, sino a la FIDELIDAD A DIOS vivida en cada una de ellas. Esa es la esencia. Es lo que nos presenta Lucas.
porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo!
Mateo desarrolla el programa: la pobreza espiritual, la paciencia, el hambre y sed de justicia, la misericordia, la pureza, el trabajo por la paz, la práctica de la justicia. Ese es el camino de Jesús.
Por allí debe caminar quien quiera seguirlo, poniendo su confianza en Él. Ese camino lo hará bienaventurado, feliz.
Intención del Papa para el mes de febrero
En el mes de febrero, el Papa Francisco nos invita a rezar especialmente por las mujeres religiosas y consagradas, agradeciéndoles su misión y valentía, para que sigan encontrando nuevas respuestas a los desafíos de nuestro tiempo.
Santos de esta semana
El día 14 recordamos a los santos Cirilo y Metodio, hermanos de sangre. Uno monje y el otro obispo, fueron grandes evangelizadores de los pueblos eslavos del este de Europa en el siglo IX. San Cirilo inventó el alfabeto que lleva su nombre, que aún se utiliza en la lengua rusa y otras. San Juan Pablo II los nombró copatronos de Europa.
San Claudio La Colombière fue un sacerdote jesuita que acompañó espiritualmente a Santa Margarita María Alacoque, se convenció de la validez de sus visiones y se convirtió en un apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Lo recordamos el día 15.
No hay comentarios:
Publicar un comentario