viernes, 18 de febrero de 2022

“Amen a sus enemigos”. (Lucas 6,27-38). Domingo VII durante el año.

Después del evangelio de las bienaventuranzas, Jesús desarrolla más profundamente lo que significa seguirlo como discípulo. Creo que todos estamos de acuerdo en que el amor a Dios y el amor al prójimo están en el corazón del Evangelio. Jesús ha señalado esos dos mandamientos, poniéndolos en total relación uno con otro, como camino para entrar en el Reino de Dios.
En el pasaje de hoy, Jesús lleva su propuesta al extremo. Es fácil amar a nuestro prójimo cuando es una persona amable y benévola… pero ¿qué sucede con aquellas personas que no nos caen simpáticas? Más aún ¿cómo amar a aquéllos que han intentado -y a veces lo han logrado- hacernos daño?

La primera lectura nos prepara para escuchar esas palabras de Jesús, presentándonos un particular momento de la vida de David, quien llegaría a ser luego rey de Israel.
Nos cuenta el primer libro del profeta Samuel que el Pueblo de Dios pidió un rey. Dios ungió a Saúl, que fue el primero de los reyes de Israel. La unción con óleo, realizada por Samuel, significaba para el Ungido la ayuda del Espíritu Santo en su misión. Al principio, todo iba bien… pero Saúl se apartó pronto del querer de Dios y comenzó a hacer las cosas a su propio arbitrio. Es en ese momento que Dios elige un sucesor, que será el joven David. Saúl continuará como rey, pero la presencia e influencia de David, especialmente después de que el joven diera muerte al gigante Goliat, irá creciendo. En la misma medida, la popularidad de Saúl irá bajando. Dándose cuenta de lo que sucedía, Saúl comenzó a perseguir a David, llegando a atentar contra su vida. David se alejó de la ciudad y de la corte del rey, viviendo un exilio dentro de su propia tierra. La primera lectura de hoy nos cuenta un episodio que se da en ese contexto: Saúl persigue a David para matarlo. Pero, en un momento dado, la situación se invierte y Saúl queda a merced de David.

Saúl bajó al desierto de Zif con tres mil hombres, lo más selecto de Israel, para buscar a David en el desierto.
David y Abisai llegaron de noche, mientras Saúl estaba acostado, durmiendo en el centro del campamento. Su lanza estaba clavada en tierra, a su cabecera, y Abner y la tropa estaban acostados alrededor de él.
Abisai dijo a David: «Dios ha puesto a tu enemigo en tus manos. Déjame clavarlo en tierra con la lanza, de una sola vez; no tendré que repetir el golpe». (1 Samuel 26, 2. 7-9. 12-14. 22-23)

David se encuentra ante una decisión. Saúl lo buscaba para matarlo y ahora está ante él completamente indefenso, dormido. Uno de los hombres de David ofrece matar a Saúl de inmediato. Sin embargo, no es eso lo que hará el futuro rey.
Pero David replicó a Abisai: «¡No, no lo mates! ¿Quién podría atentar impunemente contra el ungido del Señor?».
Entonces David recoge dos pruebas de su presencia en el campamento: la lanza de Saúl con la que podría haberlo matado y el jarro que el rey usaba para beber. Más tarde, desde un lugar apartado pero visible, David se hizo oír:
«¡Aquí está la lanza del rey! Que cruce uno de los muchachos y la recoja. El Señor le pagará a cada uno según su justicia y su lealtad. Porque hoy el Señor te entregó en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor».
No era la primera vez que David perdonaba la vida de Saúl. Ya se le había dado otra oportunidad y tampoco allí había querido matarlo (1 Samuel 24,1-23). Pese a que las dos veces Saúl mostró su arrepentimiento, David no confió en él y continuó viviendo al margen, con un grupo de hombres armados. El conflicto entre Saúl y David terminó a la muerte del primero, derrotado en combate con los filisteos.

En el Evangelio, Jesús nos dice:
Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian.
Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman.
Estos versículos “son cuatro mandamientos” dice el Papa Francisco.
No puedo odiar a los que me odian: la palabra de Jesús es clara: “amen a sus enemigos”
No puedo devolverles mal por mal: si alguien me odia y está en necesidad o atraviesa una dificultad, la palabra de Jesús es “hagan el bien a los que los odian”.
No puedo maldecir al que me maldice; al contrario, “bendigan a los que los maldicen”, dice Jesús.
El cuarto mandamiento parece el más fácil: “rueguen -o sea, recen- por los que los difaman”.
Sin embargo, Francisco señala que éste es el más difícil y nos propone hacer un examen de conciencia: 

«¿Cuánto tiempo de oración dedico a pedirle al Señor por las personas que me molestan, o incluso me tratan mal?» (Homilía en Santa Marta, 13 de septiembre de 2018)
Estos cuatro preceptos que entrega aquí Jesús los entendemos mejor a la luz de algo que dice más adelante:

Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.
Misericordiosos, como el Padre: ahí está la clave de la vida de Jesús y ahí está la clave de la vida del cristiano, del discípulo de Jesús. Sigue diciendo Francisco, a propósito de este texto:
Se trata de «llegar a comportarse como hijos, hijos de nuestro Padre, que siempre hace el bien, que es “misericordioso”: esta es la palabra clave» (Homilía ya citada)
Le pedimos al Señor poder experimentar cada día la misericordia del Padre, pidiéndole perdón por todas nuestras miserias, para poder así ser, como él, misericordiosos.

Peregrinos de la Esperanza


El pasado 11 de febrero, memoria de Nuestra Señora de Lourdes, el Papa Francisco anunció la celebración de un Año Jubilar en 2025, siguiendo la tradición de celebrar estos años cada cuarto de siglo. El Santo Padre nos dice que este Jubileo “puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente”. Esa es la razón por la que eligió como lema de ese año santo: “Peregrinos de la Esperanza”.

En esta semana


En esta semana destaca la fiesta de LA CÁTEDRA DEL APÓSTOL SAN PEDRO, que celebramos el 22 de febrero. Pedro es el apóstol al que Jesús dijo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Esta fecha se eligió por ser el día en que los romanos acostumbraban a recordar a sus difuntos. Pedro está sepultado en el lugar donde se construyó la basílica a él dedicada, en el Vaticano.

El 23 de febrero recordamos a San Policarpo, obispo y mártir. Fue discípulo del apóstol san Juan y el último de los testigos de los tiempos apostólicos. En tiempo de los emperadores Marco Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, hacia el año 155, cuando contaba ya casi noventa años, fue quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, en Asia, en presencia del procónsul y del pueblo, mientras daba gracias a Dios Padre por haberle contado entre los mártires y dejado participar del cáliz de Cristo.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos cuidándonos. Que los bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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