viernes, 20 de noviembre de 2020

"Con el más pequeño de mis hermanos" (Mateo 25,31-46). Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. (Mateo 25,31-46)

Con este cuadro impresionante comienza Jesús la parábola del juicio final, uno de los más conocidos pasajes del evangelio de san Mateo. Algunas veces se lo alude simplemente como “Mateo 25”, a pesar de que en ese capítulo del primer evangelio hay, antes, otras dos parábolas.

Leemos este pasaje en el marco de la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, rey del Universo, celebración con la que concluye el año litúrgico.

Vamos a detenernos en esa escena inicial, para luego ver cómo se desarrolla el juicio y cuál es el criterio con que el rey separa los dos grupos.

“El Hijo del hombre”

Jesús comienza diciendo “cuando el Hijo del hombre venga”. “El Hijo del hombre” es una expresión que Jesús utiliza para referirse a él mismo. Aparece 82 veces en los evangelios. Tiene dos significados: el más simple es equivalente a la forma en que hoy, un hablante de castellano usaría para hablar de sí mismo en tercera persona. En vez de decir, en primera persona, por ejemplo “bueno, lo que yo haría…” dice, en tercera persona “bueno, lo que uno haría…”.
El segundo significado es el que nos interesa, porque es un título que Jesús se da, haciendo referencia al libro de Daniel:

Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia.
A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.
(Daniel 7,13-14)
El libro de Daniel fue escrito entre los años 167 y 164 antes de Cristo, en tiempo de persecución para los hebreos. Muchos pasajes son de estilo apocalíptico. Presentan una revelación (eso es lo que quiere decir “apocalipsis”) una revelación que ofrece consuelo y esperanza a un pueblo que sufre.
El comienzo del relato de Jesús está emparentado, pues, con el libro de Daniel, por ese título de “el Hijo del hombre”.

Cuando venga en su gloria

Jesús dice “cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria”. Esto es una referencia a la segunda venida de Cristo. La primera fue en la carne, es decir, cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, se encarnó en el seno de María. Al venir en la carne, el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros. No era apariencia, sino realidad. “El verbo se hizo carne” (Juan 1,14) dice el evangelista san Juan. Asumió nuestra naturaleza humana. Sigue siendo Dios, es Dios verdadero, pero esa realidad quedó como escondida, aunque se manifestaba con algunos destellos que permitían vislumbrar el misterio de Dios en el hombre Jesús de Nazaret.
La venida en la gloria significa que ahora es patente, es completamente visible la realidad total del Hijo de Dios. “Dios verdadero de Dios verdadero”… pero, al mismo tiempo, verdadero hombre. Es interesante recordar aquí estas palabras de Isaías:

He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos - pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana - otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca... (Isaías 52,13-15)
El que viene en la gloria es el que pasó por la pasión y la cruz, sometido a un sufrimiento que le hizo hasta perder la apariencia de hombre. Ahora se presenta resucitado y deja a todos mudos, porque no hay palabras para expresar lo que ven.

“Rodeado de todos los ángeles”

Viene en su gloria “rodeado de todos los ángeles”. Los ángeles son seres espirituales, creados por Dios y que, a partir de su creación, respondiendo al amor de su Creador, entran a compartir su eternidad. Se señala que están presentes todos los ángeles.
Hay acontecimientos de los que nadie puede quedar fuera. Pensemos en momentos importantes de la vida familiar, cuando esperamos para empezar hasta que llegue el que viene rezagado… aquí no hay ningún ángel que quede ocupado en otras cosas: esto es el juicio de las naciones. Esto es lo que está representado en el pórtico principal de la catedral Notre Dame de París.

“Se sentará en su trono glorioso”

También el trono es glorioso. Es el trono de un rey, pero no cualquier rey: este rey es Dios. Como leímos ya en el libro de Daniel: “A él se le dio imperio, honor y reino” (7,14). Es el Padre Dios, “el Anciano” que menciona Daniel, quien lo ha dado a su Hijo.

Sentado el Hijo del Hombre en su trono glorioso, rodeado de todos los ángeles, comienza una sesión solemne.

“Todas las naciones serán reunidas en su presencia”

Antes se mencionaba a todos los ángeles. Ahora, son todas las naciones. Nadie está fuera de este juicio. En el Credo, decimos, anunciando la segunda venida de Cristo y el juicio: “De nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”. Todos comparecen delante del trono del rey eterno.

Hasta aquí todo viene con una solemnidad extraordinaria. La gente del tiempo de Jesús que hubiera tenido la oportunidad de estar en la corte de un rey podría haber visto un espectáculo semejante, con el rey sentado en su trono, rodeado de toda su corte, todos espléndidamente vestidos y enjoyados. Pero ese cuadro es quebrado por una imagen que comienza a cambiar el escenario: 

“Él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda”.

El pastor

Se compara al rey con un pastor que organiza su rebaño de ovejas y cabras. Ovejas a la derecha, cabras a la izquierda. Pongámonos en el lugar de los oyentes de Jesús -no olvidemos que él está contando una parábola-. Jesús los llevó por un momento al final de los tiempos, a la gran liturgia del Cielo, frente al mismo trono de Dios. En la mente de los escuchas podría haberse dibujado la imagen de la corte de un gran rey. Pero ahora Jesús trae una imagen conocida y querida: el pastor. Lleva a su pueblo a recordar sus raíces más profundas, sus orígenes como pueblo de pastores. A recordar también las veces en que Dios se proclamó pastor de su pueblo. La primera lectura nos presenta una de esas intervenciones de Dios, que puede ser el trasfondo de esta parábola:

Así habla el Señor:
¡Aquí estoy Yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas…
(Ezequiel 34, 11-12. 15-17)
Y, al final de esta lectura, el anuncio:
así habla el Señor: «Yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y chivos».
(Ezequiel 34, 11-12. 15-17)
Luego de esta primera lectura, la liturgia nos coloca, casi como una respuesta, la antífona del salmo 22:
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Hijo del hombre, el rey sentado en su trono de Gloria, es el Buen Pastor.
La imagen nos lo acerca, pero el anuncio nos infunde respeto: “voy a juzgar”.
Viene a la memoria la antífona:
“En Tu juicio, Señor, acuérdate de la misericordia”
(Laudes, viernes Semana II, antífona 2)

El juicio

El juicio es completamente expeditivo. No hay acusaciones ni defensas, ni se interroga a testigos. Todos los hechos son de pleno conocimiento del Rey. En base a esos hechos, tomará su decisión:

Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver».
Antes de escuchar la respuesta de este grupo, veamos qué le dice el rey al otro:
Luego dirá a los de su izquierda: «Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron»
Benditos y malditos. Bendición y maldición no son un capricho de Dios. Ha sido puesto a nuestra elección. Leemos en el libro del Deuteronomio:
Pongo hoy por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia. (Deuteronomio 30,19)
Ahora bien: ¿dónde se jugó esa elección? Aquel rey, sentado en su trono de gloria, que se ha manifestado también como el pastor de su pueblo, habla de la actitud que tuvieron los hombres frente a sus padecimientos. Ha sufrido hambre y sed, ha pasado sin techo ni abrigo, ha estado enfermo o preso. Quienes eligieron el camino de la bendición, lo socorrieron. Quienes, en cambio, no lo ayudaron, eligieron el otro camino.

Sin embargo, unos y otros se hacen la misma pregunta:
Los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?»
Y el Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo».
[Los otros], a su vez, le preguntarán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?»
Y Él les responderá: «Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo».

“El más pequeño de mis hermanos”.

“El más pequeño de mis hermanos”. Ahí está la clave. Suena muy solemne y está bien que suene así, porque lo que hagamos o lo que dejemos de hacer con el más pequeño de los hermanos del rey determina nuestra suerte…

Pero ¿cómo se expresa cada uno de nosotros cuando habla de “el más pequeño de mis hermanos”? Decimos más bien: “mi hermanito”, “mi hermano más chico” … Uno se imagina un muchacho grande cuidando a su hermanito (o a su hermanita) llevándolo en brazos, enseñándole a caminar…
¿Qué hace ese muchacho grande cuando alguien se mete con el más chico? ¿Acaso no lo defiende?
El rey nos señala que en cada una de esas personas vulnerables, frágiles, carenciadas… pobres, allí está su hermanito. El rey mira por él. Quiere protegerlo. Y mira cómo actuamos nosotros con su hermano más chico. Es un llamado de atención que nos hace el evangelio: “elige la bendición, elige la vida… cuida de mi hermanito, cuida de mi hermanita”.

“Señor ¿cuándo te vimos…?"

Es curioso: nadie reconoció al hermanito del rey. No lo reconocieron los que no lo ayudaron, pero tampoco los que se ocuparon de él. Aquí hay otro llamado de atención: mira quién está ante tus ojos. Mira más allá de lo que ves. Mira en profundidad. Ahí está el hermano del rey. Más aún: el rey está presente en él.

Esa mirada en profundidad te tiene que hacer descubrir algo más. Aquí no se trata de dos familias: por un lado, la familia del rey con su hermano más chico y por otro lado tu familia… Aquí hay una sola familia. El rey es tu hermano. Su hermanito, su hermanita son también tus hermanos. Entonces, no se trata de socorrerlo para escapar del castigo. Se trata de socorrerlo porque es tu hermano y está en necesidad. Se trata de vivir de verdad la hermandad, la fraternidad, la conducta que debe haber entre hermanos.

En el encuentro

Me queda todavía una inquietud. Todo esto del “hermanito”, del “hermano más chico” puede sonar muy paternalista. La asistencia al que está en situación de necesidad se puede transformar en asistencialismo, es decir, crear una relación de dependencia del que no tiene respecto al que tiene. Crear una relación basada únicamente en pedir y recibir, donde el que tiene mira al que no tiene, no como una persona, sino como el objeto de su ayuda. Y el que no tiene mira al que tiene como el objeto de su demanda. La asistencia, la ayuda -lo ha señalado más de una vez el papa Francisco- tiene un marco necesario: el encuentro. El encuentro entre personas, no entre máscaras. No entre personajes: entre personas.

En situaciones de emergencia de toda una sociedad o de una familia o una persona en particular, la urgencia es asistir… pero por allí tiene que empezar a encaminarse también la promoción humana, esa serie de acciones que ayudan al crecimiento y desarrollo de las capacidades de las personas… y desde la promoción, caminar a la solidaridad, donde, desde el encuentro, pueden ayudarse mutuamente quienes sufren las mismas carencias y necesidades.

Y mi última observación. Jesús no dice “lo que hicieron por el más pequeño de mis hermanos”. Ese por indicaría que nosotros hicimos algo y que él simplemente lo recibió. Jesús dice “lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos”. Ahí está el encuentro. Se trata de ver que hacemos junto con él, como nos involucramos los dos en resolver su necesidad.

En la próxima Navidad, desde distintas parroquias y obras sociales de nuestra Diócesis vamos a hacer entrega de canastas navideñas a hogares a los que suele entregárseles alguna ayuda. A quienes viven en Cerro Largo y Treinta y Tres y quieran colaborar con esta iniciativa, les pedimos el aporte de alimentos no perecederos.
Los lugares y horarios están indicados abajo.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Sigamos cuidándonos y cuidando a los demás. La próxima semana iniciamos nuestra reflexión ya en un nuevo año litúrgico, con el primer domingo de Adviento. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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CANASTAS NAVIDEÑAS. En la diócesis de Melo estamos organizando la entrega de canastas navideñas a algunas familias. Para ello, los invito a colaborar con alimentos no perecederos, entre los que se puede incluir también algún pan dulce. Les agradezco entregarlos en estas direcciones y horarios:

EN LA CIUDAD DE MELO
en el Obispado, Av. Brasil 829, lunes a viernes, de 14 a 18.

EN LA CIUDAD DE TREINTA Y TRES, Colegio Nuestra Sra. de los Treinta y Tres,
calle Pablo Zufriategui 285, de lunes a viernes de 7:30 a 17:00 hs.

En otros lugares de la diócesis: ofrecerlo a las respectivas parroquias.

A los muchos amigos de otros lugares del Uruguay y de otros países: seguramente encontrarán otras formas de vivir la solidaridad.

 

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