domingo, 29 de noviembre de 2020

Misa - Primer Domingo de Adviento

 

Celebrada en la capilla San Juan Bautista, Obra Social Salesiana Picapiedras, Parroquia Santo Domingo Savio y San Carlos Borromeo, Melo.

Homilía

29 de noviembre. Se termina el penúltimo mes del año y este año 2020, este tan particular 2020, está ya cerca de su final. Se va a completar así la quinta parte del siglo; se van a cumplir los primeros 20 años de este siglo XXI. 

Hace ya mucho tiempo que la humanidad viene haciendo una vida cada vez más acelerada.
El desarrollo de los medios de comunicación y de transporte fue acortando los tiempos para que llegara a su destino un viajero o un mensaje… En tiempos de la diligencia, cuando la posta del Chuy era lo que es hoy la terminal de Melo, el viaje de Montevideo a nuestra ciudad podía durar más de doce horas; pero la diligencia era mucho más rápida que la carreta. Luego, el tren y después el ómnibus fueron acortando esos tiempos.
En cuanto a los mensajes, hoy que el teléfono es un artículo en la cartera de la dama y en el bolsillo del caballero, pronto a establecer una comunicación inmediata con cualquier lugar del planeta, es extraño recordar aquella época en que se pedía a la telefonista una comunicación a otra ciudad, una llamada de “larga distancia” y nos daban dos horas de demora, tiempo que se reducía a la mitad si se pedía “urgente”.
Sí, la vida de la humanidad se ha acelerado y eso hace que nos cueste esperar. ¿Por qué hay que esperar? ¿Por qué no lo podemos tener o no lo podemos hacer ya, ahora?

Un santo filósofo de la antigüedad, san Severino Boecio, enseña que la vida eterna es la posesión total, simultánea y perfecta de una vida interminable. Dicho de otra forma, tener todo, absolutamente todo, simultáneamente. Completamente, sin que falte nada… La aceleración de la vida nos hace vivir la ilusión de que todo es posible… y, sin embargo, no tardamos en encontrarnos con los límites. No todo está a nuestro alcance. Algunas cosas serán siempre inalcanzables; otras podrán llegar, pero solo con esfuerzo y paciencia…
La pandemia nos ha recordado a los seres humanos que vivimos en el tiempo, no en el instante de la eternidad. Que no podemos tener lo que queremos sin esperar. Si hemos olvidado lo que es esperar, tenemos que aprender a esperar. Aprender a esperar sin desesperación ni desesperanza: aprender a esperar con esperanza.

De eso se trata el adviento, este tiempo con el comenzamos un nuevo año litúrgico.
El domingo pasado, con la solemnidad de Cristo Rey, cerramos un ciclo.
Hoy, con el primer domingo de Adviento, abrimos uno nuevo.
En el evangelio, Jesús nos hace ver que la espera no es una actitud pasiva. Es una actitud vigilante. Es una preparación para recibir al que viene, al que va a llegar.
Jesús compara esa espera con la de los servidores que están en expectativa por el regreso de su señor.
El día y la hora del regreso no están marcados, pero cada uno tiene una tarea. No se quedan esperando sentados, porque cada uno tiene algo para hacer. No algo para entretenerse, sino algo importante que tienen que cumplir.

Con esta parábola, Jesús anuncia su segunda venida.
Es la segunda, porque la primera fue su encarnación en el seno de María y su nacimiento en Belén. El Hijo de Dios vivió, hecho hombre, entre nosotros y, luego de su muerte y resurrección volvió junto al Padre.  Como decimos en el credo de nuestra fe: “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”.
Entre la primera venida y esa segunda, que significará el final de los tiempos, Jesucristo sigue viniendo a nosotros.
Estamos invitados a reconocerlo “en cada persona y en cada acontecimiento”.
Eso sólo es posible si estamos atentos.
¿Cómo reconocer a Jesús? Lo estamos esperando… pero ¿si viene y no lo reconocemos?

Es curioso, pero no siempre vemos lo que está delante de nuestros ojos. O, por lo menos, no vemos todo lo que está ante nuestra vista. Nuestro cerebro selecciona lo que nos interesa. Se focaliza en lo que nos gusta ver, en lo que queremos ver. En estos tiempos de mascarilla, hay personas que reconocemos fácilmente, a pesar de que parte de su cara esté cubierta… son aquellas que conocemos bien. En cambio, nuestra mirada no se detiene en personas que no conocemos o que nos resultan indiferentes.

De la misma forma actúa nuestro corazón. Algunas personas y algunos acontecimientos llaman nuestra atención; otros no… entonces ¿hacia dónde se mueve nuestro corazón?
¿Nos dejamos atraer por el ruido del mundo, por el entretenimiento superficial? ¿Nos dejamos envolver por el brillo aparente, que solo esconde el vacío?
Si queremos reconocer a Jesús que viene en cada persona y en cada acontecimiento… ¿dónde tenemos que poner nuestra mirada? ¿hacia qué o hacia quienes se orienta nuestro corazón?

El domingo pasado, en la parábola del juicio final, Jesús nos decía: “lo que ustedes hicieron con cada uno de mis pequeños hermanos ustedes lo hicieron conmigo”.
Ahí tenemos una pista importante… la pregunta es ¿está nuestra mirada y nuestro corazón atento a los hermanitos de Jesús?
¿Quiénes son esos hermanos de Jesús con los que me cruzo cada día? ¿Quiénes son los más frágiles, los más vulnerables, los más necesitados? ¿quiénes son los que más están sufriendo en esta pandemia? ¿cómo puedo ayudarlos?
A eso nos invita este tiempo de Adviento.

Vivir este encuentro con Jesús nos prepara para la celebración de la Navidad.
Allí vamos a hacer memoria del que nació en un pesebre, en un lugar donde se guardaban los animales.
No podemos pretender adorar al Dios que se hizo hombre naciendo de manera tan humilde, si no lo hemos reconocido y ayudado en los humildes de nuestro tiempo.

En la primera lectura, Isaías nos dice que Dios sale al encuentro de los que practican la justicia y se acuerdan de sus caminos.

La nueva encíclica del papa Francisco, Fratelli tutti, puede servirnos como manual para recorrer el adviento practicando la justicia y recordando los caminos de Dios. Francisco nos invita, en el espíritu del evangelio, a construir una humanidad más fraterna, en la que haya pan, trabajo y techo para todos; en la que nadie sufra discriminaciones por ningún motivo. Esa humanidad es la que Dios quiere y nos pide que colaboremos en realizarla. ¿Seremos capaces de actuar?

San Pablo, en la segunda lectura, nos dice que Dios nos ha enriquecido con toda clase de dones, en la palabra y en el conocimiento. Estos tiempos que transitamos necesitan palabras positivas, palabras de reconciliación. Palabras que unan y no palabras que dividan. Palabras que traigan paz y serenidad, frente a los arranques de ira. Palabras de consuelo, de aliento y esperanza…

Dios nos ha dado a conocer su amor, nos ha hecho saber que todos somos sus hijas e hijos, que todos somos hermanos y hermanas y que quiere que toda la humanidad llegue a compartir su vida, su vida divina, para siempre.
Al don del conocimiento, al don de la palabra, pidamos que se agregue el don de hacer: cuidar unos de otros, cuidar la tierra que nos da alimento, cuidar, sobre todo, de los más necesitados. Esos son los caminos de Dios de los que nos habla Isaías.

Ese es el camino que estamos llamados a recorrer en este Adviento: hoy y siempre. Que así sea.

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