viernes, 4 de diciembre de 2020

Una voz grita en el desierto (Marcos 1,1-8). II Domingo de Adviento.

Nuestro planeta tiene una superficie total de más de 500 millones de kilómetros cuadrados. Como todos sabemos, la mayor parte de esa superficie, 70 por ciento, está ocupada por agua. Las fotos de la Tierra tomadas desde el espacio exterior nos muestran “una bella nave azul”, como dijera un poeta.
De ese 30 por ciento restante que corresponde a los continentes e islas donde se desarrolla la vida terrestre, la tercera parte, 50 millones de kilómetros cuadrados, corresponde a desiertos. Más que el hecho de ser un lugar vacío o con poca presencia de vida humana, animal y vegetal, lo que define al desierto es su clima árido, extremadamente seco. Tanto la flora como la fauna que vive allí se adaptan a esas condiciones, buscando la forma de retener la escasa humedad. Así también se adaptaron los grupos humanos que, a lo largo de la historia de la humanidad han vivido y viven en el desierto.
Uruguay no tiene zonas desérticas, aunque conozcamos sequías como la que estamos atravesando y tengamos algunos terrenos tocados por la erosión.
La Palabra de Dios de este segundo domingo de Adviento nos invita a retirarnos por un momento al desierto, siguiendo espiritualmente al Pueblo de Dios que se mueve hacia allí. Vayamos también nosotros a descubrir de qué se trata.

II Domingo de Adviento

La semana pasada decíamos que el Adviento tiene dos partes bien diferenciadas: la primera nos orienta hacia la segunda venida de Cristo, que esperamos; y la segunda, a partir del día 17, nos encamina a la celebración de la Navidad.
El evangelio que leímos el domingo pasado tenía un tono apocalíptico, muy propio de esos anuncios de la segunda venida de Cristo.
Hoy nos encontramos con Juan el Bautista.
Del Bautista nos hablan los cuatro Evangelios, y es también mencionado en los Hechos de los Apóstoles. También se refiere a él el historiador judeo-romano Flavio Josefo. El próximo domingo veremos cómo nos presenta su figura el evangelista Juan. Este domingo la presentación está a cargo de Marcos, que nos acompañará en este nuevo ciclo litúrgico.

El pasaje que leemos es el comienzo mismo del Evangelio de Marcos. A diferencia de Mateo y Lucas, Marcos no nos trae ninguna referencia sobre el nacimiento ni la infancia de Jesús.
El primer versículo es como el título y, a la vez, el programa del texto de Marcos:

Hijo de Dios

Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.
Buena Noticia es la traducción de la palabra griega “evangelio”.
Es la buena noticia de Jesús, de quien se nos dice que es “Mesías”.
“Mesías” es la palabra hebrea que se traduce en griego como “Cristo”, de modo que podríamos bien decir: “Evangelio de Jesucristo”.
Decir que Jesús es el Mesías ya es una afirmación importante que merece la calificación de “buena noticia”. Como decíamos la semana pasada, el Pueblo de Dios vivía en “expectativa mesiánica”, es decir, esperando que llegara ese enviado de Dios, ungido -Mesías significa “ungido”- ungido por el Espíritu Santo: un salvador que instauraría el reinado de Dios.
A la afirmación de que Jesús es el Mesías, Marcos agrega que Jesús es “Hijo de Dios”. Es una noticia aún mejor. El Mesías no es solamente un buen “hombre de Dios”, sino que es el propio Hijo de Dios, enviado por el Padre.
Sin embargo, en el evangelio de Marcos, no se va a volver hablar de Jesús como “Hijo de Dios” hasta el momento de su Pasión. Allí, al pie del calvario, un centurión romano fue testigo de una muerte completamente diferente de cualquiera que él hubiera visto -y no olvidemos que estamos hablando de un hombre de guerra, que ha visto morir a amigos y enemigos, a inocentes y a condenados-. Ante Jesús, que acababa de morir en la cruz, el centurión proclamó 

“Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15,39).

El mensajero

Ubicados en la afirmación central del evangelio: Jesús – Mesías – Hijo de Dios, el evangelista introduce algunas referencias a los antiguos profetas.
Como está escrito en el libro del profeta Isaías:

«Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti
para prepararte el camino. (Marcos 1,2b cf. Malaquías 3,1)
Aunque Marcos menciona a Isaías, este versículo está tomado del profeta Malaquías.
El versículo siguiente, que, sí, pertenece a Isaías, se corresponde muy bien con el anterior:
Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos,» (Marcos 1,3 cf. Isaías 40,3)
El texto de Isaías que cita Marcos lo tenemos en la primera lectura, de modo que podemos compararlos:
Una voz proclama:
¡Preparen en el desierto
el camino del Señor,
tracen en la estepa
un sendero para nuestro Dios! (Isaías 40,3)
Isaías habla de un camino que hay que preparar en el desierto. El profeta está anunciando el fin del exilio para el Pueblo de Dios; el regreso desde Babilonia hasta Judea. Para eso hay que cruzar el desierto, pero Dios vendrá por él trayendo a su pueblo.
En cambio, Marcos nos habla de una voz que clama en el desierto: “preparen el camino del Señor”. El desierto es el lugar donde está la voz que llama a preparar el camino del Señor. Pero el camino no pasa por allí; pasa por los corazones que se abren a la predicación de esa voz.

La voz en el desierto

Para los israelitas, el desierto rememora dos grandes acontecimientos fundacionales: en primer lugar, el éxodo, la travesía, bajo la guía de Moisés, desde la esclavitud en Egipto hasta la libertad en la Tierra Prometida. El desierto evoca el lugar del noviazgo de Dios con esa esposa que es su Pueblo. Es lugar de tentación -allí fue Jesús después de su bautismo, para enfrentar al tentador- pero es también el lugar de la Alianza entre Dios y su pueblo. El segundo acontecimiento que evoca el desierto es como una refundación de Israel, al regresar los exiliados desde Babilonia, según el anuncio de Isaías.
En la tierra de Jesús el desierto no está lejos, sino allí mismo. Hoy, una foto satelital nos permite ver lugares verdes y lugares secos, desérticos.
Con estas referencias y estas connotaciones del libro de la Primera Alianza, el Antiguo Testamento, Marcos introduce en escena a ese personaje que, con las palabras de Isaías, ha anunciado como “la voz”:

así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.

Generalmente decimos que alguien está “predicando en el desierto” cuando nadie lo escucha. Sin embargo, Juan no está hablando solo. Marcos nos dice que
Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él

Hoy diríamos que Juan el Bautista tenía “un gran poder de convocatoria”. Es que su mensaje iba al encuentro de la expectativa de la gente. Hacía tiempo que se esperaba alguna manifestación de Dios. Dios parecía retraído, el Espíritu que hablaba por los profetas parecía enmudecido… y de pronto, irrumpió Juan con toda energía. La gente se pasó la voz y todos fueron a su encuentro.

“Elías ya vino”

La descripción de Juan el Bautista que hace Marcos es llamativa, pero dice aún más de lo que parece:
Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.
Esta descripción nos da la imagen de un hombre de vida muy austera; pero el atuendo de Juan corresponde al del profeta Elías, como se lo describe en un pasaje del segundo libro de los Reyes:

«Era un hombre con manto de pelo y con una faja de piel ceñida a su cintura». (2 Reyes 1,8)

El regreso del profeta Elías estaba anunciado por Malaquías:
“He aquí que yo les envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible” (Malaquías 3,23)

En el evangelio de Mateo, Jesús da a entender que esa profecía del regreso de Elías se cumple precisamente en Juan el Bautista. Dice Jesús a sus discípulos:
Sin embargo, les digo: Elías ya vino, pero no lo reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos».
Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista. (Mateo 17,12-13)

El mensaje

¿Cuál es el mensaje del Bautista? ¿Cómo cumple Él el mandato de preparar el camino del Señor? ¿Qué nos dice a nosotros para este tiempo de Adviento?
Lo que propone Juan es

un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
Ese bautismo no era nuestro bautismo sacramental, pero para la gente de aquel momento era un paso importante.
Juan estaba a orillas del río Jordán. Las personas que se acercaban
se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados

En esas dos líneas tenemos una serie de palabras clave: pecados, confesión, conversión, perdón, bautismo.

El bautismo de Juan

Decíamos que el bautismo de Juan no es nuestro actual bautismo. Es el Bautista quien señala la diferencia:

Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo.
En distintas civilizaciones ha habido ritos relacionados a un baño con agua, para marcar el comienzo de un cambio importante en la vida, una especie de “nacer de nuevo”. En la antigüedad, en Egipto, en Mesopotamia, en la India, este rito formaba parte de la entronización de un rey.

Ya antes de Jesús, el movimiento de los fariseos buscaba, con mucho celo, acercar a los paganos a la fe en Yahveh. Jesús nos habla de los esfuerzos de los fariseos por conseguir “prosélitos”, es decir, seguidores, entre los paganos. 

“Recorren mar y tierra para hacer un prosélito” (Mateo 23,15). 

Aquellos que creían y querían unirse al Pueblo de la Primera Alianza, debían circuncidarse, como todo varón judío y, además, recibir un bautismo. Entendamos bien esto: en la práctica de los fariseos eran los paganos, no los judíos, quienes debían bautizarse.

Al llamar a todos a arrepentirse y bautizarse, Juan es rechazado por los fariseos. Dice Lucas:

“los fariseos y los maestros de la ley, al no aceptar el bautismo de Juan, frustraron el plan de Dios sobre ellos” (Lucas 7,30)
Había también otras razones para que los fariseos no reconocieran a Juan como un profeta, pero el hecho de que ofreciera el bautismo a todos es una de ellas.

El bautismo cristiano tiene el efecto de perdonar los pecados, pero es mucho más que eso: es un signo, un signo eficaz, que realiza lo que significa: la unión del bautizado con Jesucristo muerto y resucitado.

Para Juan “preparar el camino de Dios” significa, sobre todo, convocar al pueblo, predicar llamando a la conversión y ofrecer un signo de ese nacimiento a una vida nueva que es su bautismo, por el cual recibían el perdón de los pecados. La gente que iba donde Juan lo hacía con mucha seriedad: confesaba sus pecados, lo que supone haber examinado la propia vida delante de Dios, haberse arrepentido de toda maldad y tener un profundo deseo de conversión.

Del bautismo a la reconciliación

En este tiempo de Adviento, a quienes ya hemos recibido el bautismo cristiano, el bautismo con el Espíritu Santo, la predicación del Bautista no nos conduce hacia ese sacramento que no podemos recibir de nuevo. Sin embargo, hay otro sacramento a través del cual se renueva la gracia del Bautismo que nos hizo hijos de Dios. Se trata del sacramento de la reconciliación o confesión. Las limitaciones de este tiempo de pandemia dificultan el acceso a este sacramento, pero se sigue celebrando y siempre podemos pedirlo a los sacerdotes.
La confesión o reconciliación, recordémoslo, supone confesar los pecados ante un sacerdote y recibir, a través de él, el perdón de Dios por todas nuestras faltas. Esto, hecho con una actitud de conversión: arrepentimiento de las faltas cometidas, firme propósito de no volver a hacerlas y, sobre todo, la decisión de orientar o reorientar la vida hacia Dios, en el seguimiento de Jesús.

Esa es la misión de Juan: prepararnos al encuentro con Jesús. Ya volveremos sobre esto el próximo domingo.

El capítulo 25 de san Mateo, con sus tres parábolas, que leemos normalmente en los tres últimos domingos del año litúrgico nos da una buena pista para un examen de conciencia…

  • Parábola de las 5 vírgenes necias y las 5 vírgenes prudentes: ¿mantengo encendida la lámpara de mi fe?
  • Parábola de los talentos: ¿estoy haciendo producir los dones que he recibido de Dios, poniéndolos a su servicio y al servicio de la comunidad?
  • Parábola del juicio final: ¿estoy ayudando de alguna manera a Jesús presente en sus hermanos más pequeños que están pasando alguna necesidad?

Amigas y amigos: gracias por su atención. Sigamos cuidándonos entre todos. Sigamos caminando en el espíritu del Adviento. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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