sábado, 19 de diciembre de 2020

"Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios" (Lucas 1,26-38). IV Domingo de Adviento.

En este tiempo en que queremos en hacer regalos, sobre todo a las personas más cercanas y queridas, nos encontramos ante una pregunta a veces difícil de responder: ¿qué puedo regalar? Si queremos obsequiar algo que sea realmente significativo, que exprese lo que sentimos por la otra persona, pensamos en algo especial, que vaya de acuerdo con sus gustos y también con sus necesidades… pero, muchas veces, las necesidades que se perciben desde fuera, que pueden ser muy reales, no son las necesidades sentidas por la otra persona.
A veces es peor… cuando no tenemos suficiente empatía y lo que regalamos es más bien lo que nos gustaría que nos regalaran a nosotros. Cuando sucede algo así, la otra persona ve lo que ha recibido y nos mira con algo de desconcierto antes de darnos, cortésmente, las gracias…
Pero, otras veces, el regalo es maravilloso: está más allá de todas nuestras expectativas, supera todo lo que podíamos esperar. Así son los regalos de Dios.

IV Domingo de Adviento

Hoy entramos a la cuarta semana de Adviento, semana breve, porque dentro de ella ya está la Navidad. Desde el día 17 este tiempo litúrgico ha entrado en su segunda parte; en la primera, estuvo dedicado a orientar nuestra mirada hacia la segunda venida de Cristo al final de los tiempos; ahora, nos orienta hacia la celebración de la primera, hacia la Navidad.

El evangelio que escuchamos hoy es el de la Anunciación. Hermosa escena, muy conocida, plasmada por grandes artistas plásticos y cantada en muy diferentes formas musicales.
Las otras lecturas que encontramos están tomadas del Segundo libro de Samuel y de la carta de san Pablo a los Romanos.
Estas lecturas que preceden al evangelio nos dan algunas claves para nuestra comprensión de la anunciación. No es lo mismo leer el evangelio, si se me permite la expresión, “a secas” que leerlo después de abordar los demás textos que nos presenta la liturgia este domingo.

Un misterio

Buscando esas claves, podemos empezar por la segunda lectura ¿por qué? Porque san Pablo nos habla de

«un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado»
(Segunda lectura: Romanos 16,25-27)
Ese misterio es el proyecto de salvación de Dios, que tiene como un paso fundamental la encarnación de su Hijo. El mismo Pablo, en su carta a los Gálatas, es más explícito:
«Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer» (Gálatas 4,4)
Salvación: ¿Para quienes? ¿A quiénes es enviado el Hijo de Dios? Eso es también una revelación. No es un proyecto para unos pocos elegidos, los miembros de un único pueblo, sino que
por medio de los escritos proféticos y según el designio del Dios eterno, fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe.
(Segunda lectura: Romanos 16,25-27)
Todas las naciones. Todos los pueblos de la tierra son, entonces, los destinatarios del proyecto de salvación de Dios. El Hijo de Dios nacerá de María para mostrar a cada persona humana el camino de salvación.

La casa

Después de este gran marco que nos abre Pablo, vayamos ahora a la primera lectura, del segundo libro de Samuel.

El comienzo de este pasaje fue lo que me hizo pensar acerca de los regalos. La lectura nos ubica en tiempos del rey David, el más recordado y querido de los reyes de Israel. David está en el apogeo de su reinado. Su territorio está asegurado, hay paz, hay cosechas… en esa situación de prosperidad, David piensa que es el momento de construir un templo. Es el regalo que él quiere ofrecer a Dios.
Se lo dice al profeta Natán, en un tono casi avergonzado:

«Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña.» (Primera lectura: II Samuel 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16)
El profeta entiende lo que David quiere decir y, espontáneamente, le da su aprobación.
Pero, esa noche, Dios se manifiesta a Natán y le dicta el mensaje que debe entregar al rey.
Dios dice que no es David quien construirá una casa para Dios, sino Dios quien construirá una casa para David.
Una casa para Dios: eso sería el templo que quiere construir el rey. Lo construirá su hijo Salomón.
Una casa para David: no se trata de un edificio. “Casa” tiene otro sentido: familia y, en el caso de los reyes, dinastía.
«cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo.
Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre.»
Esa es la promesa de Dios a David.
Es una promesa difícil de entender en términos humanos. Lo más que puede esperar un rey es tener un reinado largo y feliz; pero sabe que eso terminará algún día y que otro rey vendrá después.
Es verdad: una dinastía, una casa reinante puede ir transmitiendo en forma hereditaria el trono y esa casa real puede permanecer mucho tiempo en el poder… pero en la historia humana nada es para siempre.

Para siempre

David reinó aproximadamente entre los años 1010 y 970 antes de Cristo.
Luego reinó su hijo Salomón. Después, el reino se dividió en dos.
Algunos de los monarcas fueron bastante malos: otros, peores. Algunos reyes y algunas de sus esposas fueron personajes verdaderamente impíos: gente que vivió sin Dios, cometiendo toda clase de tropelías y abusos contra su prójimo.
Las invasiones de los asirios liquidaron sucesivamente los dos reinos.
Los israelitas fueron arrancados de su tierra y llevados al exilio.
En fin, hasta donde se podía percibir humanamente, nada quedaba de aquella promesa: “tu casa y tu reino durarán eternamente… tu trono será estable para siempre…”
Pero las promesas de Dios van mucho más lejos de lo que la mirada humana puede percibir.

“Quien cree -dice el Papa Francisco- ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino” (Lumen Fidei 1)
Con la luz de la fe podemos ver el alcance de las promesas de Dios.
El Pueblo de Dios, el Pueblo creyente de la primera alianza, lee a la luz de la fe esa promesa y cree. Y espera. De alguna manera Dios restablecerá el reinado de David.
La expectativa mesiánica de la que hemos venido hablando tiene que ver con eso: la llegada del Mesías, el Ungido de Yahveh que vendría a restaurar el reino de David.
Aún en esos tiempos de reyes corruptos, invasores y exilios, los profetas siguieron anunciando la venida del descendiente de David:
Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño brotará de sus raíces. (Isaías 11,7)
Jesé es el nombre del padre de David, de modo que este anuncio de Isaías se refiere a un sucesor del gran rey.

Hijo de David

Diez veces es llamado Jesús “Hijo de David” en el evangelio de Mateo; cuatro veces en Marcos y otras cuatro en Lucas; ninguna vez en Juan.
Cuando se dice que Jesús es “Hijo de David”, se está diciendo algo significativo para aquellos que esperaban el cumplimiento de lo anunciado por los profetas.

Tanto Mateo como Lucas trazan una genealogía de Jesús. Aunque éstas tienen diferencias, coinciden en ubicar a David entre los antepasados de Jesús. Esa línea confluye en José, esposo de María, “de la casa y de la familia de David”. José no es el padre biológico de Jesús, pero, a todos los efectos, es su padre aquí en la tierra y eso inscribe a Jesús en la familia de David.
Que Jesús sea hijo adoptivo de José parece quitarle fuerza a esa pertenencia: entra en la familia, sí, pero por el costado, circunstancialmente, no por línea directa.
Para los israelitas, sin embargo, la paternidad es mucho más que un hecho biológico. Padre es aquel que reconoce a un hijo como suyo. Dar nombre al hijo es un acto de reconocimiento. En el relato de la anunciación a José se le dice, con referencia al niño que María dará a luz: “tú le pondrás por nombre Jesús”. Desde el momento en que José da un nombre al niño, no hay discusión. Es hijo de José.

Para que veamos hasta dónde lo biológico no es definitivo, recordemos la llamada “ley del levirato”, que es la base de un problema que los saduceos presentan a Jesús:

Moisés dijo: Si alguien muere sin tener hijos, su hermano se casará con la mujer de aquél para dar descendencia a su hermano. (Mateo 22,24).
Queda claro que ese descendiente será, legalmente, hijo del hombre fallecido, aunque el padre biológico sea el hermano del difunto. En nuestro caso, José no es el padre biológico, pero, legalmente, Jesús es su hijo.

Los vecinos de Nazaret no se plantean ningún problema. No hay nada que aclarar. Para ellos, Jesús es el hijo de José: 

“¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mateo 13,55).
Para los primeros cristianos era importante confirmar que el Mesías era descendiente de David, porque así estaba anunciado.
Por otro lado, ellos creían, al igual que nosotros, que Jesús había sido concebido por obra del Espíritu Santo.
Por eso, era necesario afirmar la paternidad adoptiva de José, para que, de esa forma, Jesús entrara en la familia de David.

En el relato de la anunciación encontramos dos veces la referencia a David.
Se nos dice que María
estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José.
Y también lo mencionan las palabras del Ángel, en referencia al niño que nacerá de María:
El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.

Hijo de Dios

Para los cristianos que venían del mundo pagano, en cambio, no era algo especialmente importante que el Mesías fuera “Hijo de David”.
Para ellos, como para nosotros, el aspecto más importante de la identidad de Jesús es “Hijo de Dios”.
Y esa es también la gran novedad, la buena noticia, es decir, el evangelio: el Mesías prometido es el Hijo de Dios. Y será Hijo de Dios, en un sentido mucho más fuerte que el que anunciaba el profeta Natán. Por medio de Natán, Dios le prometía a David

yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes…
Seré un padre para él, y él será para mí un hijo.

Notemos las expresiones. “será para mí un hijo” es como decir “será un hijo del corazón”, como dicen las personas que quieren como a un hijo a alguien a quien no han engendrado… Veamos ahora las palabras del ángel a María:

Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo.
Cuando María pregunta cómo sucederá eso, puesto que ella no tiene relaciones con ningún hombre, el ángel agrega:
El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
Hijo del Altísimo, Hijo de Dios. Eso será Jesús, el hijo que María concebirá y dará a luz. Hijo de María e Hijo de Dios.
Nos puede hacer un poquito de ruido la expresión “será llamado” (hijo del Altísimo, hijo de Dios…) ¿por qué no dice directamente “será hijo del Altísimo”, “será hijo de Dios”?
En nuestro mundo donde tantas veces encontramos apariencia y vanidad, donde tanta gente recibe o se pone títulos que no merece, que alguien “sea llamado” de determinada manera no nos dice necesariamente lo que es esa persona.
Aquí “ser llamado” está en directa relación con lo que se es: Jesús será llamado hijo de Dios, porque es Hijo de Dios.

Concepción virginal

Lucas quiere dejarnos claro que, en el caso de Jesús, no es que Dios adoptará a un hijo concebido por María y José, sino que José adoptará al niño concebido por María con la intervención del Espíritu Santo.
Dos veces señala Lucas la virginidad de María.

El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
En la Palabra de Dios, no solo en el Nuevo Testamento, encontramos otros relatos de anunciaciones de nacimientos:
Ismael (Génesis 16,7-15)
Isaac (Génesis 18,9-15)
Sansón (Jueces 13,3-24)
Juan el Bautista (Lucas 1,5-25)

En todos estos relatos hay una intervención extraordinaria de Dios, que hace que una pareja estéril pueda concebir un hijo.
En cambio, Lucas nos presenta algo totalmente nuevo. La intervención de Dios hará que María conciba, sin tener relaciones con ningún hombre, a aquel que es, al mismo tiempo su hijo e Hijo de Dios.
El evangelio de Mateo nos presenta el reverso de la medalla: allí no es María la destinataria del anuncio, sino José (Mateo 1,20-25).
En sueños, el ángel le informa a José que “lo engendrado en ella es del Espíritu Santo”.

Los dos relatos, entonces, afirman la concepción virginal de Jesús.

¿Quién es Jesús?

Podríamos seguir desgranando detalles de este pasaje del evangelio y otros textos relacionados con él, pero vamos a quedarnos aquí, con estas conclusiones sobre la identidad de Jesús:
-    Es Hijo de Dios, Hijo del Altísimo. Dios verdadero.
-    Es hijo de María, que lo concibió y lo dio a luz. Hombre verdadero, nacido de mujer.
-    Es, legalmente, hijo de José, que, al ponerle nombre, lo reconoció como hijo suyo y lo inscribió en la familia de David
-    Es el “hijo de David” que reinará para siempre.

Y en esta Navidad… es, nuevamente, el regalo de Dios para la humanidad…
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3,16).

Amigas y amigos, ese es nuestro regalo. Ese es el regalo que Dios nos ofrece, no solo en esta Navidad de pandemia, sino en cada día de nuestra vida: la salvación por medio de su Hijo Jesús. Recibámoslo con un corazón agradecido y lleno de amor.
Que, con Jesús, tengan todos ustedes una muy feliz navidad.
Gracias a todos. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.

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