domingo, 13 de diciembre de 2020

Misa - III Domingo de Adviento

Homilía


“Semper gaudete”: estas palabras en latín significan “alégrense siempre”. De ellas viene el nombre de este Tercer domingo de adviento, domingo “Gaudete”, marcado por la alegría.
“Estén siempre alegres”, “alégrense siempre”: así comienza la segunda lectura que hemos escuchado hoy, de la primera carta de san Pablo a la comunidad de Tesalónica.

Los tiempos que vivimos no están precisamente marcados por la alegría.
No son tiempos para la alegría fácil… Como decía un poema de Mario Benedetti, hay que defender la alegría y, a veces, hay que defenderla “también de la alegría”. Creo que él nos habla de defender la alegría profunda de la otra alegría, que es solo superficial, falsa alegría que viene y se va sin dejarnos nada en el corazón.

Desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco ha puesto un especial énfasis en la alegría. Ya en su primer mensaje, titulado “La luz de la fe”, en el que Francisco retomó un escrito del papa emérito Benedicto, aparecían varías líneas que nos hablaban de “la alegría de creer”, “la alegría de la fe”, la alegría que acompaña a la Fe, la Esperanza y la Caridad.

Pero el gran canto a la alegría nos lo trae Francisco en Evangelii Gaudium, la alegría del evangelio. Recordemos las primeras palabras de ese mensaje:
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.” (EG 1)

Los creyentes no estamos exonerados del sufrimiento. En nuestra vida de cada día pasamos por los mismos problemas, contrastes y dificultades que puede encontrar cualquier otra persona.

¿Cómo podemos vivir esto que nos dice san Pablo: “estén siempre alegres”?
Tal vez la primera respuesta nos la da el mismo Pablo, que agrega, a continuación: “oren sin cesar”.
La vida de oración de Pablo es la que lo sostuvo en todas sus pruebas; y fueron muchas.
En su vida de fe, en su vida de oración, Pablo se unió profundamente a Cristo, recibiendo de Él la fortaleza que lo sostuvo en su debilidad.

“Estén siempre alegres. Oren sin cesar.” Y continúa diciendo Pablo: “Den gracias a Dios en toda ocasión”. Hace poco saludé a una antigua compañera de magisterio por su cumpleaños y ella me comentó: “siempre hay motivos para dar gracias a Dios: por las cosas buenas, por supuesto; pero también por las otras, porque siempre nos dejan algo positivo, una enseñanza”.

En sus momentos de mayor sufrimiento, Pablo se siente aún más unido a Jesús, porque el dolor lo une a Jesús crucificado. Pablo dice una cosa difícil… no tan difícil de entender, pero difícil de vivir: Pablo dice: “completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”. Así expresa esa unión con Jesús crucificado. Cuando alguien vive esa unión con Cristo en su pasión, suceden cosas muy especiales. El sufrimiento se transforma.

Muchos hemos tenido la gracia de encontrarnos con personas que, aún sufriendo en su enfermedad, tienen la fuerza para consolar a otros… así se da esa cosa tan extraña, de que vayamos a visitar a alguien que está muy enfermo, porque pensamos que necesita consuelo y compañía, y los que salimos consolados y fortalecidos somos nosotros…

Cuando llegamos a ver y amar a Jesús crucificado… no en un cuadro o en un crucifijo, sino ver y amar a Jesús crucificado en un hermano o una hermana que sufre; cuando llegamos a amar de verdad, encontramos la alegría profunda, esa alegría que no tiene nada de superficial, esa alegría que no viene desde fuera, sino que brota desde adentro.

Ahora… ¿cómo es posible que brote la alegría desde ese encuentro con el dolor de los demás o con mi propio dolor? En las lecturas de hoy, otra palabra nos ilumina; y nunca mejor dicho, “nos ilumina”, porque se trata de la luz.

Al presentarnos a Juan el Bautista, el evangelista Juan nos dice que el Bautista vino “para dar testimonio de la luz”, vino como “testigo de la luz”. Esa luz es la luz de Cristo que, como dice también el evangelista Juan, es “la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre”.

Jesucristo ilumina a todo hombre con la luz de su resurrección. El triunfo de Jesús sobre la muerte nos abre a la esperanza de la vida eterna, de la vida en Él. “Si Cristo no resucitó… si nuestra esperanza en Cristo es solo para esta vida -dice san Pablo- somos los más miserables de los hombres” (cf. 1 Co 15,14-19).

Y dice el Papa Francisco en su mensaje “La luz de la fe”:
“Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso” (LF 1).

Esa luz de la fe es la que da sentido a toda nuestra vida. Bajo esa luz podemos ver de otra forma todos nuestros sufrimientos, todas nuestras pruebas, de manera que no nos aplasten. Esa es la luz interior, luz de Cristo en nosotros que nos hace luminosos, capaz de dar luz a otros.

Queridas hermanas, queridos hermanos: abramos nuestro corazón a la luz de Cristo que viene a nosotros en este Adviento. Y al recibir esa luz, no olvidemos que la recibimos para compartirla con todos aquellos que se sienten rodeados de oscuridad en este tiempo de pandemia.
Pidamos al Señor que nos ayude a hacer realidad lo que pedíamos al encender nuestra corona de adviento:
“Cuando encendemos estas tres velas,
cada uno de nosotros quiere ser antorcha tuya para que brilles,
llama para que calientes”. Que así sea.
 

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