viernes, 13 de noviembre de 2020

“Tuve miedo y fui a enterrar tu talento” (Mateo 25,14-30). Domingo XXXIII durante el año. IV Jornada Mundial de los Pobres.

Wolfgang Amadeus Mozart fue ese extraordinario talento que se manifestó desde una edad muy temprana. A los cinco años componía e interpretaba piezas musicales, para asombro y deleite de las cortes europeas.

Contemplando a un pequeño en brazos de su madre, Saint-Exupéry, el autor de “El principito”, pensó “cada niño recién nacido es una hermosa promesa de vida”. Sin embargo, pensó también, pocas serían las posibilidades de que esa promesa se realizara, de que ese niño encontrara el maestro que le ayudara a cultivar y desarrollar sus talentos. En aquel vagón de tercera, cruzando en tren un país de oriente, el escritor francés miró los rostros de los desarrapados pasajeros entre los que se encontraba aquella familia y sintió angustia. Por aquel niño, que difícilmente escaparía a un destino miserable y por Mozart, a quien vio “un poco asesinado en cada uno de esos hombres”[1].

No todos los talentos se pierden. No siempre es asesinado Mozart. Sin embargo, la parábola de los talentos, que escuchamos este domingo, nos recuerda que, a veces, los dones no se desarrollan por falta de posibilidades, sino porque quien los ha recibido se cierra sobre sí mismo y entierra así una posibilidad que se pierde para siempre.

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Antes de entrar en esta parábola, vamos a situarnos en el contexto del evangelio de Mateo y en el itinerario de estos últimos domingos del año litúrgico.

¿Cuál es el recorrido que hemos venido haciendo domingo a domingo?

Jesús ha llegado a Jerusalén en la que será su última visita. Allí mantiene disputas con los Sumos Sacerdotes, los Ancianos y los maestros de la Ley, así como con los fariseos, herodianos y saduceos, en un clima de trampas y amenazas que desembocará en la pasión y en la cruz.

Todo esto lo hemos visto durante cinco domingos: el último de septiembre y los cuatro domingos de octubre.

Fecha

Domingos
durante el año

 

Evangelio
de Mateo

27.sep.2020

XXVI

Con los sumos sacerdotes y los ancianos:
“los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios”

21,28-32

04.oct.2020

XXVII

Con los sumos sacerdotes y los ancianos:
“el Reino de Dios les será quitado”

21,33-46

11.oct.2020

XXVIII

Con los sumos sacerdotes y los ancianos:
“los invitados no eran dignos”

22,1-14

18.oct.2020

XXIX

Con los herodianos: “el impuesto al César”

22,15-21

25.oct.2020

XXX

Con los fariseos: “el mandamiento más grande”

22,34-40

En noviembre hubo dos interrupciones, porque en los dos primeros domingos tuvimos las solemnidades de Todos los Santos y de la Virgen de los Treinta y Tres, respectivamente.

Fecha

Domingos
durante el año

 

Evangelio
de Mateo

01.nov.2020

XXXI

A los discípulos: los escribas y los fariseos “no hacen lo que dicen”
TODOS LOS SANTOS

23,1-12

08.nov.2020

XXXII

Parábola de las vírgenes prudentes
y las vírgenes necias
VIRGEN DE LOS TREINTA Y TRES

25,1-13

 

Nos faltó, entonces, leer un pasaje del capítulo 23 de Mateo, donde Jesús aconseja a sus discípulos no obrar como los fariseos, que “no hacen lo que dicen”.

Del capítulo 23, la liturgia pasa directamente al capítulo 25, donde encontramos tres parábolas que hacen referencia a la segunda venida de Cristo y al juicio final.

Fecha

Domingos
durante el año

 

Evangelio

de Mateo

08.nov.2020

XXXII

Parábola de las vírgenes prudentes
y las vírgenes necias
VIRGEN DE LOS TREINTA Y TRES

25,1-13

15.nov.2020

XXXIII

Parábola de los talentos
Jornada mundial de los pobres

25,14-30

22.nov.2020

XXXIV

Juicio final
Nuestro Señor Jesucristo, rey del Universo

25,31-46

La primera de esas parábolas, la de las cinco vírgenes prudentes y las cinco necias se hubiera leído el domingo pasado, pero, como ya dijimos, tuvimos allí la celebración de la Virgen de los Treinta y Tres, de modo que este domingo leemos la segunda de las tres parábolas.

Este domingo se celebra también la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el papa Francisco. Esta celebración no cambia las lecturas del día, pero sí le da un color especial, que también consideraremos.

Finalmente, el próximo domingo, 22 de noviembre tendremos la solemnidad de Jesucristo, rey del Universo. Allí leeremos la tercera parábola del capítulo 25. Es el último domingo del año litúrgico y el domingo siguiente dará comienzo el tiempo de Adviento y, por lo tanto, un nuevo ciclo, en el que nos acompañará el evangelio según san Marcos.

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Hecho este repaso, podemos darnos cuenta de que la liturgia no nos presenta ninguna lectura tomada del capítulo 24, que es el contexto inmediato del capítulo 25.

Veamos, entonces, de qué trata ese capítulo.

El capítulo 24 comienza con el anuncio de la destrucción del templo de Jerusalén.

Jesús dice a sus discípulos:

“Les aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra” (24,2)

El anuncio de Jesús provoca la pregunta de los suyos:

«Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo» (24,3)

Jesús indica varios signos que anunciarán su venida, pero pone el énfasis en la actitud con que se le debe esperar:

«Velen, pues, porque no saben qué día vendrá su Señor» (24,42)

Ése va a ser también el énfasis de la primera de las tres parábolas del capítulo 25:

“Velen, pues, porque no saben ni el día ni la hora” (25,13)

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Así llegamos, entonces, a la parábola de los talentos.

El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes.

Siempre tenemos que recordar el comienzo de la parábola, porque ahí Jesús define qué es lo que quiere transmitir. Se trata de dar a conocer qué es el Reino de los Cielos, como dice Mateo o el Reino de Dios, como dice Lucas.

Las parábolas son comparaciones que hace Jesús: “El Reino de los Cielos es como…”

Notemos que Jesús nunca dice algo así como “El Reino de los Cielos es un lugar…” No.

Veamos de qué habla cada una de las parábolas de Mateo que comienzan diciendo “El reino de los Cielos es como… es semejante a…”

  • Un hombre que sembró buena semilla en el campo (el trigo y la cizaña: 13,24)
  • Un grano de mostaza (13,31)
  • La levadura (13,33)
  • Un tesoro escondido (13,44)
  • Un mercader que busca perlas finas (13,45)
  • Una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases (13,47)
  • Un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores (18,23)
  • Un propietario que salió a contratar obreros para su viña (20,1)
  • Un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo (22,2)
  • Diez vírgenes con lámparas de aceite que se preparan para recibir al novio (25,1)

Hay otras parábolas, pero éstas, como decíamos, son las que explícitamente comienzan con “El Reino de los Cielos es como…”

Los temas de las parábolas son diferentes, pero en todas ellas hay movimiento, hay cambio y, sobre todo, un resultado final: la semilla de mostaza se convierte en un gran arbusto y la levadura fermenta toda la masa; el hombre se queda con el tesoro y el mercader con la perla finísima; los obreros de la última hora reciben por gracia su salario entero; la cizaña y los peces malos son echados fuera y lo mismo le sucede al que no quiso perdonar a su compañero, a los invitados que no fueron, al que entró sin traje de fiesta, o las que no mantuvieron sus lámparas encendidas. Las parábolas ponen a las personas ante una decisión. Están invitados a entrar al Reino a través de un camino de conversión y de apertura al amor de Dios que llama a todos, empezando por los pobres y los pecadores.

La parábola de los talentos nos presenta a un hombre que sale de viaje. Ese viaje tiene retorno, en un tiempo indeterminado. Sus servidores reciben importantes cantidades del patrimonio de su señor y quedan con la misión de administrarlo debidamente.

A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.

Tal vez convenga empezar por recordar qué es un talento. Ya hablamos de eso cuando comentamos la parábola de los dos deudores. (“Perdonar de corazón al hermano”)

Allí decíamos:

“El talento no era una moneda, sino un determinado peso en plata. Había distintos tipos de talento, según las regiones del mundo antiguo; pero el menor era de 25 kilos de plata.
Para que tengamos una idea, hoy un kilo de plata vale algo más de 800 dólares. Con esa cotización, un talento, UNO SOLO, valdría unos 20.000 dólares.”

Si, en cambio, tomamos otro tipo de talento, podemos llegar hasta 37 kilos, pero, además, si el metal es oro, en lugar de plata, el valor aumenta muchísimo. Hoy, un kilo de oro se cotiza en casi 60.000 dólares. Multiplicado por 37… nos da más de dos millones de dólares.

Todo esto es para que entendamos que, en cualquier caso, un solo talento es una cantidad de dinero que puede ir desde algo ya significativo hasta una suma astronómica…

Aquí conviene recordar las parábolas del tesoro y la perla fina. Jesús no tiene problemas en comparar la realidad espiritual del Reino con valores materiales. El Reino es algo enormemente valioso. Pero recibirlo implica una responsabilidad: vivir y anunciar el Evangelio. El discípulo de Jesús tiene que dar testimonio del Evangelio con su vida. En la vida de todos los días, con sus contradicciones, sus tensiones y sus conflictos.

En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.

Aparecen inmediatamente las diferentes actitudes. Los dos primeros servidores tomaron en serio el encargue del señor. No así el tercero. Pretendió quedar bien con Dios asumiendo una actitud mezquina y encerrándose en su propio mundo. No había conocido realmente a Dios. No concebía sino un Dios que se mueve entre recompensas y castigos. Notemos como lo describe en su respuesta:

«Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!»

El tercer servidor no comprendió el mensaje del evangelio. Es el hombre que reduce el tesoro de la fe a unas normas religiosas puntuales y formales, que él pretende cumplir. Sin embargo, los que viven a su alrededor no cuentan. Tal vez hasta tiene miedo de que si los deja entrar en su vida lo harían salir del camino que se ha propuesto y le impedirían cumplir con lo que él estima que son sus obligaciones de creyente. El tercer servidor no quiso arriesgarse y por eso devolvió exactamente lo mismo que había recibido.

Su conducta hace que quede separado del resto.

Los otros dos servidores reciben su recompensa:

«entra a participar del gozo de tu señor»

Él, en cambio, recibirá un trato totalmente distinto:

«Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes»

El Padre de Jesús no se cansa de amar. Su amor es a la vez gratuito y exigente. Desborda nuestros egoísmos y nuestras falsas seguridades. El talento que nos ha sido entregado, la luz de la fe, no puede ser guardado como un objeto inmóvil e intocable. La fe es vida que se expresa en amor y entrega al otro, porque “es siempre tiempo de amar”, como dice el reciente mensaje de los Obispos uruguayos. Amar es lo contrario de encerrarse y enterrar los dones recibidos. Más aún, es dar la posibilidad al otro de que encuentre y realice su talento. La posibilidad de que Mozart no muera, la posibilidad de que se realice en cada niño la promesa de vida que trae al nacer.

Amar es arriesgar. Como dice el papa Francisco en “La alegría del Evangelio”:

“prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. (…) Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida.” (EG 49)

La cuarta jornada mundial de los pobres nos abre a esa perspectiva. “Tiende tu mano al pobre” es el título del mensaje que Francisco nos entregó este año. En la primera lectura de hoy encontramos esa actitud en la mujer laboriosa, dotada de muchos talentos, que

Abre su mano al desvalido y tiende sus brazos al indigente. (Proverbios 31,10-13. 19-20. 30-31)

El próximo domingo, la parábola del juicio final nos ayudará a seguir reflexionando sobre esto. Mientras tanto, miremos el tiempo difícil en el que seguimos transitando. No dejemos de participar, de la manera en que nos sea posible, en acciones solidarias hacia aquellos que, nuevamente, están experimentando dificultades en esta pandemia. Hagámoslo y participaremos del gozo de nuestro Señor.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Sigamos cuidándonos y cuidando unos de otros.

Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana, si Dios quiere.



[1] Antoine de Saint-Exupéry, "Tierra de hombres". La expresión fue retomada después por otro escritor francés, Gilbert Cesbron, en su novela “Están asesinando a Mozart” y por el cantante Yves Du Teil, en su canción “Pour les enfants du monde entier” (Por los niños del mundo entero).

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