miércoles, 12 de febrero de 2020

“No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5,17-37) VI Domingo durante el año, ciclo A






“Hacer las cosas por cumplir” es una expresión que usamos, a veces, para decir que algo no se hizo bien o que se hizo lo menos posible. Terminar un trabajo “por cumplir” puede dejar una sensación de liberación… pero no da la satisfacción de quien ha realizado algo que ha valido la pena.
Visitar a alguien “por cumplir” puede hasta hacerse desagradable… se habla, pero no se dice nada, nada que importe. Se sale con sensación de vacío.
Muchas veces “hacemos por cumplir” aquellas cosas a las que estamos obligados. No tenemos más remedio. Hay leyes que cumplimos con ese espíritu. Lo hacemos porque no queremos sufrir las consecuencias, pero no porque nos convenzan. A veces, se busca establecer exactamente qué es lo mínimo para cumplir la ley, pero ni un poquito más allá.

Hay personas, en cambio, que son sumamente escrupulosas. Para ellas cumplir significa hacer todo lo que hay que hacer, con sumo cuidado, sin olvidar ningún detalle.

En algún programa anterior hicimos referencia a los numerosos preceptos que se encuentran en la Biblia, en hebreo los mitzvot. Incluyendo los diez mandamientos, que tienen claramente un lugar central, hay 613 preceptos distribuidos en el Pentateuco, es decir, los cinco primeros libros de la Biblia.
En tiempos de Jesús, los rabinos o maestros judíos estudiaban con especial atención cada uno de los mitzvá, sobre todo para orientar a las personas que querían cumplir la Ley de Dios. Los integrantes del movimiento de los Fariseos se caracterizaban por su intención de cumplir con muchísimo cuidado cada uno de esos preceptos, sin olvidar el más pequeño. Para ellos, cumplir los mitzvot les valía estar justificados ante Dios. Se consideraban así hombres justos, hombres que viven en la justicia de Dios.

Muchas veces Jesús se enfrentó a los fariseos. Ellos acusaban a Jesús por no cumplir varios preceptos: él y sus discípulos no respetaban normas de pureza (que hoy serían simples reglas de higiene, como lavarse las manos); pero, sobre todo, le reprochaban no respetar el sábado, haciendo curaciones y milagros en el sagrado día de Reposo.

Jesús llamó a los fariseos “guías ciegos”. Una expresión muy dura, porque ellos pretendían ser modelos para los hombres de su tiempo y, como lo reconoció Jesús, recorrían “mar y tierra para hacer un prosélito” (Mateo 23,15) es decir, para convencer a alguien de unirse a su grupo y hacer lo mismo que ellos.

Todo esto lo debemos tener como telón de fondo para escuchar el evangelio del próximo domingo. Jesús comienza diciendo:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Les aseguro que no quedarán ni una i ni una coma de la Ley sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra.
El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.
Estas palabras de Jesús parecen estar en sintonía con lo que enseñaban los fariseos: cumplir los mandamientos, hasta el más pequeño y enseñar a otros a hacer lo mismo.
Sin embargo, ningún fariseo se atrevería siquiera a plantearse la posibilidad de que alguien venga a abolir la Ley, por más que después diga que ha venido a darle cumplimiento. Cuando Jesús dice “yo no he venido a abolir la ley” está manifestando una autoridad que no tiene un simple maestro. Para quienes todavía no reconocen en él al Mesías, al Hijo de Dios, esas palabras son inadmisibles.

Jesús se distancia rápidamente de los fariseos. Su discurso continúa así:
Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Desde su bautismo, en el que Jesús dijo “es conveniente que cumplamos toda justicia”, la justicia y su cumplimiento aparecen como eje del programa de Jesús.
El cumplimiento del que habla Jesús al decir “no he venido a abolir la Ley sino a llevarla a su cumplimiento” no es un “hacer los cosas por cumplir” o “por obligación”. Se trata no solamente de cumplir con todo cuidado la letra de la Ley, sino también de cumplir su espíritu.
A veces, cuando se discuten las leyes de un Estado, alguien busca indagar qué es lo que estaba en la mente, en la intención de los legisladores, para asegurar una mayor fidelidad a la ley. Cuando se trata de la Ley de Dios, el legislador es Dios mismo. Jesús, Hijo de Dios, viene a manifestar la voluntad de su Padre, para que la Ley alcance su verdadero cumplimiento.

Para explicar esto de forma práctica, Jesús pone varios ejemplos.
Lo hace a partir de tres de los diez mandamientos y agrega también algunos consejos para practicar la verdadera justicia de Dios.
Los tres mandamientos que toma Jesús son:
-    No matarás (Éxodo 20,13)
-    No cometerás adulterio (Éxodo 20,14)
-    No tomarás en falso el nombre de Yahveh tu Dios (Éxodo 20,7)
Al que Jesús alude cuando dice:
-    «No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor».
Jesús señala que esos tres mandamientos muchas veces son obedecidos en la letra; pero su cumplimiento va mucho más allá.
El va introduciendo cada uno de esos mandamientos con la expresión
“Ustedes han oído que se dijo a los antepasados:”
Pero después de recordar cada mandamiento, agrega:
“Pero Yo les digo”
Entonces… No basta con no haber matado a nadie: hay que sacarse del corazón todo rencor, todo deseo de muerte, toda ira contra el hermano… el mismo hecho de insultar al otro equivale a matarlo.
No basta con no cometer adulterio físicamente: la infidelidad comienza en el corazón, se expresa en la mirada:
El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Hoy Jesús nos diría que las relaciones virtuales, a través de una pantalla, con personas desconocidas… ya son infidelidad.
Con respecto a los juramentos, Jesús dice:
no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies (…) Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.
Amigas y amigos: en este mismo evangelio de Mateo, Jesús nos dice “mi yugo es suave y mi carga liviana” (11,30). Al llamarnos a entrar en el espíritu de la Ley Él no quiere abrumarnos sino conducirnos en la Voluntad del Padre, donde encontramos la plenitud de la vida.
Animémonos a buscar cada día el camino de Jesús para encontrar nuestra paz y poder llevarla a los demás.
Gracias por su atención, que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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