jueves, 20 de febrero de 2020

“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mateo 5,38-48). VII Domingo del tiempo durante el año, ciclo A.






  • Amar y ser amado… puede ser que alguien no lo exprese en esas palabras, pero ahí está la aspiración más profunda de un corazón humano, aquella que da plenitud a la vida.
  • Amar sin ser correspondido… algo de lo que es capaz un espíritu romántico, que lleva dentro un poderoso sentimiento que, sin embargo, no encontrará la respuesta soñada.
  • Amar a quien me odia o me ha hecho daño… una locura, una relación patológica, un trastorno, como el síndrome de Estocolmo, que aparece en la persona secuestrada y que consiste en una especie de enamoramiento de sus captores.
Jesús enseña que los dos mandamientos más importantes de la Ley consisten en el amor a Dios y al prójimo. El amor al prójimo se expresa en obras de misericordia. Hay corazones que se cierran al hermano necesitado, pero es difícil no conmoverse ante quien está atravesando una situación totalmente inhumana. El amor se manifiesta cuando no se queda en el sentimiento de compasión, sino que pasa a la acción.

Esta enseñanza de Jesús tiene un importante apoyo en la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento o libro de la Primera Alianza, con frecuencia se menciona el trío de pobres que todos podían encontrar en su camino: el huérfano, la viuda y el extranjero. Insistentemente, los profetas llaman a ayudar a esas personas que están desamparadas. Cuando Jesús habla del amor al prójimo o cuando cuenta la parábola del buen samaritano está dentro de esa corriente.

Este domingo, sin embargo, el Evangelio nos presenta palabras de Jesús aún más exigentes:
Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y odiarás a tu enemigo. Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
“Amarás a tu prójimo”, como decíamos antes, aparece claramente en la Ley de Dios; dos veces en el libro del Levítico (19,18 y 19,34). En cambio, la expresión que cita Jesús, “odiarás a tu enemigo” no aparece en la Escritura. Posiblemente era algo que enseñaba algún maestro o un dicho popular que Jesús recoge. Lejos del mundo bíblico, La República de Platón, siglo IV antes de Cristo, recoge frases comunes de los griegos de aquel tiempo que iban en ese sentido:
“Es natural que cada cual ame a los que tenga por buenos y odie a los que juzgue perversos”;
la justicia es
“hacer beneficios a los amigos y daño a los enemigos”.
¿Quién era “el enemigo” para los oyentes de Jesús?
En primer lugar, los pueblos con los que tuvieron diferentes conflictos a lo largo de su historia:
  • los egipcios, que los esclavizaron
  • los pueblos vecinos: amalecitas, amonitas, filisteos, moabitas. Eran pueblos que adoraban a otros dioses y representaban una doble amenaza para el Pueblo de Dios: contagiarlos de sus creencias y costumbres opuestas a los de los israelitas y, por otro lado, la lucha por la posesión de la tierra.
  • los sucesivos imperios que fueron conquistando su territorio: asirios, persas, griegos seléucidas, romanos…
La suerte de los israelitas en los enfrentamientos con sus enemigos iba en relación con su fidelidad a la alianza con Dios. Cada vez que abandonaban a Dios, eran derrotados.

En segundo lugar, estaba el enemigo de adentro, el enemigo “íntimo”. Como sucede en cualquier sociedad, a veces surgía la enemistad entre vecinos y aún entre parientes. Algunos salmos son testigos de eso:
Señor, muchos son mis enemigos (…) Pero tú eres mi escudo protector… (Salmo 3)
A veces se trata de falsos amigos, que se dieron vuelta:
“Los traté como si fueran mis hermanos;
 compartí su dolor como por un amigo o un hermano (…)
Pero cuando me vi en dificultades,
se juntaron en mi contra y trataron de destrozarme. (Salmo 35,14-15)
“No permitas que estos enemigos mentirosos sigan burlándose de mí.” (Salmo 35,19)
El rey Saúl tuvo envidia del joven David e intentó varias veces matarlo. Lo persiguió obligándolo a andar permanentemente huyendo y escondiéndose. (1 Samuel 18:1-30; 19:1-18)

Sin embargo, Dios no justifica la venganza. Precisamente, la primera vez que aparece el mandamiento del amor al prójimo dice así:
'No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Levítico 19,18)
El mismo David tuvo en sus manos la posibilidad de matar a Saúl, que quedó totalmente indefenso ante él, y le perdonó la vida (1 Samuel 24).

Tampoco hay que entender que todo extranjero era considerado enemigo por el hecho de serlo. La segunda mención del amor al prójimo en la Biblia refiere directamente al extranjero:
Cuando un extranjero resida con ustedes en su tierra, no lo maltratarán. El extranjero que resida con ustedes les será como uno nacido entre ustedes, y lo amarás como a ti mismo, porque ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto. (Levítico 19,33-34)
Jesús culmina sus palabras diciendo:
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Jesús está en el empeño de llevar la Ley de Dios a su plenitud. Y su plenitud está en el amor. Los intentos de detener el mal con el mal, la agresión con más agresión, solo han engendrado una creciente espiral de violencia.

Amar al enemigo no significa que lo introduzcamos entre nuestros amigos íntimos. El amor al enemigo comienza por reconocerlo como humano, como alguien que tiene seres queridos, que tiene, como nosotros, un profundo deseo de felicidad. Es alguien que fue también creado por el Padre Dios; creado para la vida plena. El mal que haya podido hacer y los errores de su pensamiento no borran su dignidad de persona. El diálogo, el reencuentro, la reconciliación son posibles en la medida en que los adversarios puedan reconocerse unos a otros en su común dignidad de seres humanos.

Amigas y amigos, muchas veces nos cerramos a la posibilidad del perdón. El Padre Dios está siempre dispuesto a perdonarnos y a darnos una nueva posibilidad de vivir en amistad con Él. Jesús nos llama a hacer nuestros esos sentimientos de Dios Padre en nuestra relación con los demás. Esto solo será posible si lo recibimos como un don de Dios, que nos llegará a través de la oración, la meditación de la Palabra y el encuentro con Jesús en el sacramento de la Reconciliación y en la Eucaristía.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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