sábado, 29 de agosto de 2020

“Comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén” (Mateo 16,21-27). XXII Domingo durante el año.







Se acercaba el verano y la pequeña población de la costa se preparaba para recibir a los turistas, deseosos de bañarse en sus playas. El Dr. Stockmann, médico del pueblo, había descubierto que las aguas estaban contaminadas por varios desagües que se vertían en ellas. La confrontación entre esa verdad incómoda y los intereses de comerciantes y autoridades llevó al doctor a encontrarse en medio de una asamblea que lo declaró “Un enemigo del pueblo”. Así tituló el dramaturgo Henrik Ibsen esta historia de un profeta de la ciencia que defendía lo que había descubierto frente a quienes querían ocultarlo y sufrió, por ello, toda clase de escarnios y estuvo a punto de abandonar el lugar que lo vio nacer y donde vivía con su familia.

Rechazos aún mayores encontraron los profetas de Israel cuando, como enviados de Dios, sus mensajes sacudían el piso de los poderosos o, más aún, tocaban a todo el pueblo que se había apartado de Dios por su conducta.
El profeta Elías debió huir de la furia de Jezabel, la esposa del rey Ajab, que quería matarlo (1 Reyes 19,1-4) después de que el profeta increpara a todo el pueblo por abandonar a Yahveh y derrotara a los sacerdotes de Baal (1 Reyes 18,1-46).
El profeta Amós, que denunciaba las injusticias de su tiempo, fue rechazado por Amasías, sacerdote del santuario de Betel, que pretendió despedirlo:
“Vete, vidente; huye a la tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí” (Amós 7,12).
Isaías encontró la negativa del rey Ajaz, que no quería recibir de parte de Dios un signo, como le indicaba el profeta. Isaías le respondió
“¿Les parece poco cansar a los hombres, que cansan también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a darles una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”. (Isaías 7,13-14).
Pero el gran rechazado fue el profeta Jeremías, al punto que los capítulos 36 al 45 de su libro suelen ser llamados “la pasión de Jeremías”.
El rey Yoyaquim quemó sus escritos (36,22-25). El rey Sedecías lo mantuvo detenido en el patio de la guardia (37,21). Los oficiales del ejército pidieron su muerte, porque desmoralizaba a los guerreros (38,4). Jeremías fue bajado a un aljibe lleno de barro (38,6) y a duras penas se libró de morir allí.
Después de la caída de Jerusalén en manos de los babilonios, junto con los que, en contra de la voluntad de Yahveh (42,10) querían abandonar Israel, fue forzado a emigrar a Egipto (43,5-6).

Jeremías es el protagonista de la primera lectura de este domingo. En este pasaje él abre a Dios su corazón, presentando su propia lucha interior.
Comunicar la Palabra de Dios lo coloca en una situación muy ingrata:
Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí.
la palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día.
Por eso se resiste a continuar en su misión:
No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre.
Pero no puede…
había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos:
me esforzaba por contenerlo, pero no podía.
Así podemos entender las primeras palabras que Jeremías dirige a Dios en este pasaje:
¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir!
¡Me has forzado y has prevalecido!
El profeta no puede callar lo que el Señor le ha enviado a anunciar.

Teniendo en cuenta este marco que nos da la primera lectura, vayamos al evangelio; pero, antes, recordemos el del domingo pasado, primera parte de este relato. Ante la pregunta de Jesús a sus discípulos
“Y ustedes ¿quién dicen que soy?”, 
Simón Pedro respondió
“Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. 
El relato concluyó diciéndonos que Jesús
“ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías”.

En el pasaje que leemos hoy, Jesús hace un anuncio importante. Estamos a mitad del evangelio de Mateo y estas palabras de Jesús le dan a su trayectoria un giro totalmente inesperado para los discípulos.
Para ellos, hasta ahora todo venía bien. Jesús era escuchado con admiración. Curaba enfermos, expulsaba demonios. Muchos lo buscaban y querían verlo. Pensaban que era un profeta. Con mentalidad de nuestro tiempo, diríamos que Jesús estaba teniendo éxito. Los discípulos sabían que Él era el Mesías. Seguramente les sorprendió la orden de Jesús de no decírselo a nadie, pero eso podría ser una estrategia… esperar el mejor momento para hacer esa manifestación que, seguramente, movilizaría a todos lo que esperaban al Mesías que libraría a Israel y restauraría el antiguo reino.

El anuncio de Jesús, en cambio, va totalmente en otra dirección:
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Este “comenzó” nos habla de un principio, pero también de algo que continuará. Éste es el primero de tres anuncios que se encuentran en Marcos, Mateo y Lucas. Veamos que dicen los dos siguientes:

Yendo un día juntos por Galilea, les dijo Jesús: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho. (Mateo 17,22-23)

Cuando iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los Doce, y les dijo por el camino:
“Miren que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarlo y crucificarlo, y al tercer día resucitará”. (Mateo 20,17-19)

Notemos que el anuncio siempre está dirigido “a sus discípulos” y a ellos solamente. Jesús no está con la multitud, sino con aquellos que lo han acompañado todo el tiempo desde el comienzo de su misión y que lo han reconocido como el Mesías.
Otro detalle importante: cuando Jesús dice que “será entregado”, esa voz pasiva está indicando que es el Padre Dios quien entregará a su Hijo.

“debía ir a Jerusalén”.
Jesús dice esto en Cesarea de Filipo, al norte del mar de Galilea, a unos 234 km de Jerusalén, siguiendo rutas actuales. Hay por delante un largo viaje, que tendrá sus etapas.
Es atravesando Galilea que Jesús hará el segundo anuncio de su pasión y, ya cerca de Jerusalén, el tercero.

“sufrir mucho… ser condenado a muerte”
Más que en otros evangelios, en el evangelio de Mateo, varias veces hace Jesús referencia a la persecución y muerte sufrida por los profetas:
- Ya hay una referencia en las bienaventuranzas:
“Alégrense… pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes” (Mateo 5,12 y Lucas 6,23)
- Jesús experimentó el rechazo de los suyos en Nazaret, mencionado en los cuatro evangelios:
«Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». (Mateo 13,57; Marcos 6,4; Lucas 4,24 y Juan 4,44). 
Lucas agrega que, además, intentaron matarlo:
“se llenaron de ira… y, levantándose, lo arrojaron fuera de la ciudad, y lo llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo” (Lucas 4,28-29)
- Ya en Jerusalén, Jesús increpa a los fariseos:
“Ustedes dicen: “¡Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!" Con lo cual atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen también ustedes la medida de sus padres! (Mateo 23,30-31)
- Pero Jesús no se detiene ahí y sigue diciéndoles:
«¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo van a escapar a la condenación de la gehenna? Por eso, he aquí que yo envío a ustedes profetas, sabios y escribas: a unos los matarán y los crucificarán, a otros los azotarán en sus sinagogas y los perseguirán de ciudad en ciudad, para que caiga sobre ustedes toda la sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien mataron entre el Santuario y el altar. Yo les aseguro: todo esto recaerá sobre esta generación» (Mateo 23,33-36 - Lucas 11,47-51)

- Todavía hace Jesús una referencia a Jerusalén:
“¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados!” (Mateo 23,37).

resucitar al tercer día
Puede sorprendernos que los discípulos no reparen en que Jesús no sólo anuncia su pasión y su muerte, sino también que debía resucitar al tercer día.
Muchos estudiosos de la Biblia se inclinan a pensar que ese anuncio no estaba en las palabras originales de Jesús, sino que es un agregado de la comunidad cristiana que se ha formado, precisamente, a partir de la resurrección de Jesús.
También puede explicarse que el anuncio del sufrimiento y de la muerte son como un gran imán que atrae toda la atención y no permite reparar en ese final que abre a una esperanza.

...de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas
Jesús se refiere al Sanedrín, suprema autoridad del pueblo judío.
Inicialmente, el Sanedrín estaba formado por dos grupos. Uno era el de los ancianos, que pertenecían a la aristocracia laical y solían ser dueños de grandes propiedades.
El otro era el de los sumos sacerdotes, la aristocracia sacerdotal, que ocupaban los cargos principales dentro de la jerarquía. Estos dos grupos eran afines al partido de los saduceos, que había aceptado como rey a Herodes el Grande (el de la época del nacimiento de Jesús) y luego a la autoridad romana.
Por influencia del movimiento de los fariseos se había agregado un tercer grupo, cuya denominación en griego es grammateus, que viene de gramma y significa letra, escrito, libro. En castellano grammateus se traduce de distintas maneras: escribas, letrados, doctores, maestros de la Ley. Es siempre el mismo grupo de personas, afín al movimiento de los fariseos. Muchas veces se los nombra juntos: “los escribas y los fariseos”. La forma en que los fariseos practican la religión judía, observando estrictamente la Ley, los hizo rechazar como rey a Herodes y tampoco aceptan la dominación romana. Esto los enfrenta a los saduceos.
Los fariseos son los principales adversarios de Jesús. Le hacen toda clase de acusaciones (lo llaman endemoniado) tratan de tenderle trampas (preguntas para ponerlo a prueba) e incluso conspiraron para terminar con su vida (Mateo 12,14). Para ellos Jesús tiene palabras muy duras.

«Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
El anuncio del sufrimiento y la condena a muerte motiva una reacción de Pedro:
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo:
«Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».

La respuesta de Jesús es tajante:
«¡Retírate, vete detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Esta respuesta nos lleva al comienzo del evangelio, donde Jesús rechaza al tentador diciéndole:
¡Vete, Satanás! 
Ὕπαγε  Σατανᾶ
Hypage Satana (Mateo 4,10)
Para responderle a Pedro, Jesús utiliza el mismo verbo
“vete”
Ὕπαγε
pero agrega algo muy importante:
“vete detrás de mí”
Ὕπαγε ὀπίσω μου
Hypage opisō mou (Mateo 16,23).

A Satanás, Jesús le dice que se vaya, que desaparezca, que salga de allí.
A Pedro, aunque Jesús lo llama “Satanás”, le dice que vaya detrás de él, es decir, que se ponga en su lugar de discípulo; en fin: que debe seguir a Jesús y no interponerse, no ser un obstáculo.
(obstáculo = skandalon, σκάνδαλον, de donde viene nuestra palabra “escándalo”)

¿Por qué Jesús se enoja de esta manera con Pedro?
Cuando Jesús anuncia su muerte, no sólo está asumiendo que eso es lo que ha sucedido con los profetas. Jesús ve que es voluntad del Padre que él vaya a Jerusalén. Cuando Pedro pretende cerrarle ese camino, Jesús le dice:
tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.
¿Cuáles son los pensamientos de los hombres? Recordemos las expectativas que creaba Jesús en alguna gente:
Después de la multiplicación de los panes, algunos pretendieron
“tomarlo por la fuerza para hacerlo rey” (Juan 6,15)
Los peregrinos de Emaús le dicen al propio Jesús resucitado, al que no reconocen:
“nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel” (Lucas 24,21)

Para Jesús, lo que él ha anunciado es el pensamiento de Dios, la voluntad de Dios.
¿Por qué Jesús considera que su muerte es voluntad del Padre?

En el mundo religioso de Jesús se consideraba que la muerte de determinadas personas, en determinadas condiciones, tenía un valor expiatorio, es decir, obtenía de Dios el perdón de sus pecados. Un criminal condenado a muerte podía expiar sus pecados arrepintiéndose y ofreciendo su propia vida: “que mi muerte sirva para expiación de todos mis pecados”. La muerte del justo, la muerte de los testigos de la fe tenía valor expiatorio en beneficio de otros (siempre que éstos se arrepintieran de sus faltas).
Jesús era consciente de que, como mensajero de Dios, podía esperar una muerte violenta.
Pero sabe también que su muerte tendría ese valor expiatorio en beneficio de los hombres.
Jesús conoce el capítulo 53 del libro de Isaías, donde se presenta la figura del “servidor sufriente”. Tomemos de allí solo dos versículos:
El primero nos dice que el Servidor obtendrá el perdón (justificará) a muchos a través de su sufrimiento (soportará):
“mi Servidor justificará a muchos y soportará las culpas de ellos” (Isaías 53,11)
El segundo nos habla de lo que acontecerá al final con el Servidor, después de pasar por su sufrimiento.
“mi Servidor, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera” (Isaías 52,13)

En la última cena, con sus palabras sobre el pan y el vino:
“mi cuerpo, entregado por ustedes”;
“mi sangre, derramada … para perdón de los pecados”
Jesús vuelve a anunciar su pasión, pero también da su interpretación de lo que Él va a atravesar: esa entrega que él va a vivir es “por ustedes”, “por muchos, para perdón de los pecados”; es decir, “por nosotros y por nuestra salvación”.
La muerte de Jesús, en el marco de la ley romana, fue una ejecución, por medio de una horrible e infamante tortura. Jesús transformó su muerte en un sacrificio, una ofrenda de amor, donde Él, como único y verdadero sacerdote, ofrendó al Padre su propia vida en expiación por nuestros pecados.

El que quiera seguirme
Después de responderle a Pedro, Jesús se vuelve a sus discípulos y les dice:
«El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.»
Si el camino de Jesús conduce a la pasión y a la cruz, seguirlo significa que también el discípulo debe estar dispuesto a cargar con su propia cruz, es decir, a recorrer en la vida un camino en el que puede ser tratado como ese condenado a muerte que pasa llevando sobre sus hombros el madero y al que todos miran con desprecio. Jesús no puede ahorrarle esos duros trances a quienes se hagan sus mensajeros, pero puede ayudarlos revelándoles el sentido del sufrimiento. Es lo que han sufrido los profetas. Por eso, desde el comienzo dice Jesús que ese sufrimiento tendrá una recompensa:
Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en los Cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes. (Mateo 5,11-12)

Amigas y amigos: Jesús no está invitando a seguirlo por un camino que lleva hacia el dolor y la muerte. Está llamando a seguirlo por un camino que lleva a la Vida. Sí, es un camino donde hay que renunciar a sí mismo, donde hay que cargar con la cruz, pero que no termina en el vacío, sino en la vida junto a Dios. Un camino que Él recorrió primero. Jesús no manda a nadie al frente para quedarse atrás. No les dice a los discípulos “vayan, que yo ya voy”. No. Él va adelante y nos anima a seguirlo.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidando unos de otros y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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