jueves, 20 de agosto de 2020

«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16,13-20). Domingo XXI durante el año.







“La Reina reina, pero no gobierna” (The Queen reigns but she does not rule). Así explican los ingleses su sistema político. Quien gobierna es el primer ministro y llega a ese cargo con el apoyo de la mayoría del Parlamento.
Además del Reino Unido, varios países europeos tienen ese sistema de monarquía parlamentaria: España, Bélgica, Holanda, Suecia, Noruega…
Desde nuestra América republicana, miramos con extrañeza esas formas diferentes de organización estatal y nos cuesta a veces entender su funcionamiento y su razón de ser, sobre todo cuando vemos a las figuras reales hacer cosas poco dignas.

Con parlamento o sin parlamento, hubo reyes que tuvieron -y en algunos países siguen teniendo- un poder absoluto o al menos una cuota importante de poder. Pero el rey no puede hacer todo. Tiene que delegar funciones y, así, a lo largo de la historia, muchos reyes compartieron su poder con una persona de su confianza a la que hicieron su mano derecha como primer ministro o canciller. A veces esos personajes llegaron a hacerse con el poder del rey y a destronarlo. Otras veces se excedieron y actuaron en detrimento del pueblo y traicionando al propio rey… algunos, en cambio, fueron buenos consejeros y colaboradores. Como siempre, hay de todo en la viña del Señor.

En la primera lectura de este domingo nos encontramos con un episodio que acontece bajo el reinado de Ezequías, rey de Judá, en el siglo VIII antes de Cristo. El antiguo reino de David estaba dividido en dos: al norte, Israel, con capital en Samaría y al sur, Judá, con capital en Jerusalén. Hacia el año 729 a. C., los asirios conquistaron el reino del Norte y avanzaron sobre el sur. Jerusalén estuvo a punto de caer, pero algo obligó a los asirios a retirarse. El profeta Isaías vio en eso la intervención de Dios. Sin embargo, aunque Jerusalén se salvó, el reino quedó en ruinas. Isaías transmite un llamado al pueblo a hacer penitencia:
Aquel día, el Señor de los ejércitos
convocaba al llanto y al luto,
a raparse la cabeza y vestirse de sayal.
(Isaías 22,12)
Sin embargo, el pueblo no reconoció la acción salvadora de Dios y en lugar de penitencia y ayuno…
lo que hubo fue jolgorio y alegría,
matanza de bueyes y degüello de ovejas,
comer carne y beber vino:
«¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!» (Isaías 22,13)
Detrás de esa actitud equivocada del pueblo, estaba el primer ministro, llamado Sebná. Un personaje que, en ese momento de crisis, se estaba haciendo construir un mausoleo de piedra, ubicado en un lugar alto.
Frente a todo esto, Isaías anuncia la voluntad de Dios, y aquí comienza nuestra primera lectura:
Así habla el Señor a Sebná, el mayordomo de palacio:
Yo te derribaré de tu sitial y te destituiré de tu cargo.
Sebná será destituido. Se le quitarán los símbolos de su poder y serán entregados al candidato que Dios pondrá en su lugar.
Aquel día, llamaré a mi servidor
Eliaquím, hijo de Jilquías;
lo vestiré con tu túnica,
lo ceñiré con tu faja,
pondré tus poderes en su mano,
y él será un padre para los habitantes de Jerusalén
y para la casa de Judá.
“Será un padre…” es lo que Dios espera de este servidor. Que cuide del pueblo que se le ha confiado. Y ahora viene un detalle importante, porque nos prepara para lo que escucharemos en el Evangelio:
Pondré sobre sus hombros
la llave de la casa de David:
lo que él abra, nadie lo cerrará;
lo que él cierre, nadie lo abrirá.
Lo clavaré como una estaca
en un sitio firme,
y será un trono de gloria
para la casa de su padre.
La llave expresa el poder que se le confía al nuevo mayordomo o ministro, para el servicio de todo el pueblo. Es poder de abrir o cerrar, es decir, de dejar algo libre, accesible para todos, o prohibido, cerrado para todos. Se habla también de firmeza, como una estaca clavada en un terreno firme.

Como lo hemos dicho otras veces, la primera lectura nos da un telón de fondo para la comprensión del evangelio. Este episodio de entrega de una llave y de cierto poder, junto con la referencia a la solidez, a la consistencia, nos invitan a prestar atención a lo que Jesús le dirá a Pedro. De abrir y cerrar, vamos a pasar a atar y desatar y de la estaca firme a la roca…

Antes de todo eso, vamos a ver dónde estamos. El domingo pasado acompañamos a Jesús en su encuentro con la mujer cananea en la región de Tiro y Sidón, tierras del Líbano. Ahora, salteando algunos pasajes del evangelio, lo encontramos otra vez en tierra extranjera:
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo…
Cesarea de Filipo se encontraba a unos 45 kilómetros al norte del mar de Galilea sobre el río Jordán, en las alturas del Golán, zona actualmente disputada entre Israel y Siria. El nombre de la ciudad homenajea al César, es decir, al emperador romano y al rey Herodes Filipo, que tiene el título de “Tetrarca”. Lucas lo menciona cuando ubica en el tiempo la predicación de Juan el Bautista:
En el año quince del imperio de Tiberio César,
siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y
Herodes [Antipas] tetrarca de Galilea;
[Herodes] Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y
Lisanias tetrarca de Abilene… (Lucas 3,1)
Herodes Antipas y Herodes Filipo son hijos de Herodes el Grande, que fue el rey de Judea en tiempos del nacimiento de Jesús, y había sido puesto allí por Augusto, el primer emperador romano. A la muerte de Herodes el reino se repartió entre tres de sus hijos:
  • Arquelao recibió Judea. Mateo lo menciona en tiempos de la infancia de Jesús: “Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes” (Mateo 2,22). Pero en tiempos de la vida pública de Jesús ya no está Arquelao. Judea es una provincia del Imperio y el gobierno está a cargo del procurador romano Poncio Pilato.
  • Herodes Antipas recibió Galilea y Perea y es él quien ordenará la muerte de Juan el Bautista.
  • A Herodes Filipo le tocó Iturea y Traconítida y allí construyó Cesarea de Filipo.
La ciudad se encontraba en una zona pagana, donde existió un templo al dios Pan, cuyas ruinas pueden verse hoy.
Y volvemos a nuestro evangelio. En ese lugar extranjero, alejado de su pueblo, Jesús se encuentra con sus discípulos y les pregunta:
«¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Jesús está haciendo lo que hoy llamaríamos un sondeo de opinión, una encuesta, una investigación sobre su imagen. Estamos a mitad del evangelio de Mateo. Jesús tiene ya una notoria actuación pública, con dichos y hechos. Ha alcanzado cierta fama. La gente habla sobre él. ¿Qué dice la gente?
«Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
Sea cuál sea la respuesta que tomemos, en el fondo todas dicen lo mismo: para la gente Jesús es un profeta.
Algunos piensan que es Juan el Bautista, que a esta altura ya ha muerto, pero que habría vuelto a la vida.
Elías fue un profeta muy importante (ver I Reyes capítulos 17-21; II Reyes capítulos 1-2). En el segundo libro de los Reyes (II Reyes 2,11) se cuenta como Elías fue llevado al cielo en un carro de fuego. El profeta Malaquías (Malaquías 3,23-24) anuncia el regreso de Elías. Por boca del profeta, dice Dios:
Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total.
Un poco más adelante, Jesús se referirá a este anuncio:
Sus discípulos le preguntaron: «¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?»
Respondió él: «Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Les digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no lo reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos».
Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista. (Mateo 17,10-13)
Jeremías es otro profeta particularmente recordado. En su tiempo experimentó un gran rechazo y lloró sobre la ciudad de Jerusalén. Su figura anticipa la pasión de Jesús, pero todavía no hemos llegado allí.
La gente, pues, pensaba bien de Jesús. Sin embargo, lo interpretaban desde el pasado. Lo veían como uno más en la línea, en la sucesión de hombres enviados por Dios a su Pueblo para corregirlo, para volverlo a Dios. Esa interpretación en referencia al pasado les impide ver lo nuevo que Jesús trae.

Ahora Jesús quiere saber qué piensan sus discípulos. Ellos han estado con él, lo han acompañado, lo han visto actuar, lo han escuchado, han podido hacerle preguntas y pedirle explicaciones…
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Leyendo el evangelio de Mateo vemos como los discípulos han ido haciendo un camino en la fe.
Ya vimos cómo, la primera vez que Jesús calmó una tempestad, ellos se preguntaban:
“¿Quién es éste, que hasta el mar y el viento le obedecen?
La segunda vez, se postraron ante él y dijeron:
“Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”
Parecería que a Jesús no le ha bastado con aquella respuesta.

Es que conocer la identidad de Jesús no es simplemente una cuestión de información, de saber algo sobre él. Conocer a Jesús lleva a tomar una posición con respecto a él.

Cuando encontramos a alguien que no conocemos, pero nos damos cuenta de que es un personaje importante y finalmente averiguamos quién es, ese conocimiento nos lleva, en algunos casos a acercarnos, en otros a mantener prudente distancia y algunas veces a alejarnos completamente.
Esa actitud está también unida a creer o no creer que el personaje en cuestión es realmente quien dice o quien parece ser.
Quienes reconocen a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios, quieren estar con él.
Quienes no lo reconocen lo consideran un impostor y lo rechazan.
¿Cuál fue la respuesta de los discípulos?
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Mesías es una palabra hebrea que en griego se traduce como Cristo y significa “ungido”, es decir, aquel que ha sido ungido por Dios para una misión. Los reyes y los sacerdotes eran ungidos con aceite. Los profetas eran considerados ungidos por Dios, porque en ellos se manifestaba el espíritu de Dios.
Simón Pedro reconoce a Jesús como EL Mesías, es decir, no uno más de tantos “ungidos”, reyes, sacerdotes, profetas, que ha habido en el pueblo de Dios, sino aquel que viene a realizar de forma definitiva la salvación de Dios. El Mesías no viene para salvar al Pueblo de una amenaza circunstancial, sino para obrar la salvación de Dios para todos y para todos los tiempos.
Este Mesías es también EL Hijo de Dios. No UN hijo de Dios, sino EL Hijo. Tiene con Dios una relación única, que nadie más ha tenido.
Y es el Hijo de Dios Vivo, del Dios Viviente. Pedro contrapone así al Dios verdadero, que vive y da vida, con los ídolos de piedra o madera, dioses sin vida.

El título de Mesías es correcto, pero siempre coloca a Jesús en un problema. ¿Cómo se entiende su mesianismo, la misión del Mesías? Muchos israelitas, entre ellos sus propios discípulos, esperan que el Mesías restaure el antiguo reino de Israel.
Recordemos los pedidos de dos discípulos de sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en su Reino (Mateo 20,21). Estaban pidiendo ser los primeros colaboradores del rey: a la derecha el primer ministro, digamos el jefe de gabinete y a la izquierda, el segundo… tal vez, el administrador, el ministro de hacienda.

Jesús habla permanentemente del Reino de Dios, el Reino de los Cielos, pero sus oyentes siguen entendiéndolo, muchas veces, como un reino de este mundo.

Como veremos el próximo domingo, Jesús le va a manifestar a sus discípulos la forma en que realizará su misión como Mesías, que será a través del sufrimiento y de la muerte. Por eso este episodio terminará con una prohibición que podría parecernos extraña:
Jesús ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.

Pero hasta aquí vamos bien. Jesús le dice a Pedro:
Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Feliz: dichoso, bienaventurado (Μακάριος makarios). Jesús usa la misma palabra que empleó en el comienzo del sermón del monte: felices los pobres, felices los afligidos, felices… “feliz de ti, Simón Pedro”.

¿Por qué feliz, por qué bienaventurado? Porque Pedro ha recibido una gracia especial.
Lo que ha dicho viene del Padre. El Padre se lo ha revelado y Pedro ha aceptado esa verdad. Pedro expresa su fe. Como decíamos, conocer la identidad de Jesús va seguido de una toma de posición respecto a Él. La posición de Pedro es de adhesión a la persona de Jesús.

Pedro se ha expresado con convicción, con firmeza y Jesús le va a dar una misión especial:
yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Aquí reencontramos lo que aparecía en la primera lectura.
De la estaca clavada sobre suelo firme pasamos a la firmeza de la roca.
De la llave del palacio, a las llaves del Reino de los Cielos, del Reino de Dios.
Del abrir y cerrar, al atar y desatar.
Jesús, el rey, hace participar a Pedro de su poder.
Pero no olvidemos qué clase de rey es Jesús… es el rey servidor:
“el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. (Mateo 20,28)
Como al mayordomo de palacio del rey Ezequías, el poder se le entrega a Pedro para el servicio, para que sea “un padre” para su pueblo.

Así lo comprendió Pedro, que se presenta como
“servidor (δοῦλος, doulos) y apóstol” (2 Pedro 1,1)
Y aconseja
Que cada cual ponga al servicio (διακονοῦντες diakonountes) de los demás la gracia que ha recibido. (1 Pedro 4,10)

Esa es la misión que Pedro transmite a sus sucesores, la misión que hoy tiene el Papa Francisco.

Pero la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús no es algo que le concierne solo a él y a sus sucesores. Quien responde de esa forma, quien cree así en Jesucristo, no puede sino tomar la decisión de seguir los pasos de Jesús en su amor por toda la humanidad y en particular por la humanidad sufriente.

Entonces… ¿Quién es Jesús para nosotros hoy? ¿tenemos una respuesta gastada, que ya no nos mueve o, por el contrario, sentimos, al responder, que Jesús es realmente el centro de nuestra vida, que nos moviliza y nos exige desde su amor?

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Señor los bendiga. Sigamos cuidando unos de otros y hasta la próxima semana si Dios quiere.

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