viernes, 31 de mayo de 2019

“Recibirán la fuerza del Espíritu Santo y serán mis testigos” (Hechos 1,1-11). Ascensión del Señor.







El tren avanzaba rápidamente por la vía, llevado por una fuerte locomotora que arrastraba un gran número de vagones cargados.
De pronto, la máquina se desprendió y continuó andando frenéticamente hacia delante. Los vagones continuaron su marcha, llevados por la inercia… pero, lentamente, comenzaron a perder velocidad hasta detenerse.

La caravana hacía su lenta marcha por la vasta llanura, al paso de los que iban más despacio, para que nadie quedara atrás. Algunos con capacidad de moverse más rápidamente se adelantaban para explorar caminos, pero no se perdían de vista y volvían, para seguir animando el caminar del resto y ayudarlos a prepararse para los desafíos de la ruta.

¿Cómo describir la marcha de la Iglesia? A veces, como sucede también en otros grupos humanos, una comunidad funciona como un tren, tirado por su locomotora; un sacerdote o una religiosa que ejercen un liderazgo fuerte… pero cuando esa figura se marcha, la comunidad empieza a ralentizar, se detiene, se estanca, a menos que busque otra forma de seguir caminando, que descubra sus propias posibilidades y energías, que encuentre otra forma de relación de la comunidad con un nuevo animador o responsable. Así, el grupo marchará como la caravana. Despacio, pero sin volver atrás; lentamente, pero siempre hacia adelante, marchando todos juntos.

Este domingo la Iglesia celebra la Ascensión de Jesús a los Cielos. Es la despedida de Jesús de sus discípulos, después de haber resucitado y haber estado con ellos varias veces.

Los discípulos están inquietos, con el corazón perturbado. Algunos esperan el cumplimiento de viejas ilusiones. Uno de ellos dice:
«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?».
Una expectativa equivocada; pero que expresa también una incertidumbre; si no ocurre eso, ¿qué viene ahora? ¿qué sucederá en adelante?

Jesús ha previsto ese momento. En la última cena, frente a su inminente pasión y su partida, Jesús percibió la sensación de desamparo que sentían sus discípulos, la angustia de que ya no contarían con su presencia. Allí les anunció “no los dejaré huérfanos” y les prometió la presencia activa del Espíritu Santo:
“el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (Juan 14,26)

“Paráclito”… una palabra difícil, pero de bonito significado. Paráclito quiere decir “aquél que llamo para que esté a mi lado”. Esa palabra griega se traduce al latín como “advocatus”. De ahí viene nuestra palabra “abogado”, sobre todo con el sentido de defensor, aquel que está a mi lado, que me representa, que habla por mí.

El Espíritu guía a cada discípulo como maestro interior, que le ayuda a recordar y comprender las palabras de Jesús; pero no solo guía a cada discípulo, como si cada uno se fuera por su lado; muy importante, guía a la comunidad, la comunidad que se reúne en asamblea, invocando al Espíritu antes de tomar cada decisión. La primera comunidad cristiana comunica sus resoluciones diciendo:
“El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido.” (Hechos 15,28).

Llegado el momento de la Ascensión, tal como nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, Jesús se despide de sus discípulos volviendo a anunciarles que recibirán el Espíritu Santo e indicándoles la misión que llevarán adelante guiados, impulsados y animados por el Espíritu:
“recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”
E inmediatamente después de esas palabras:
los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos.

Ahora sí, Jesús se ha ido. Comienza la misión. Pero los discípulos están como paralizados. Su mirada sigue en las alturas.
Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
«Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir.»

Desde entonces, con la ayuda del Espíritu Santo, la comunidad de los discípulos de Jesús busca realizar su misión. Para eso, la Iglesia en todas sus dimensiones… universal, diocesana, parroquial, pequeña comunidad, necesita siempre mirar la realidad del mundo en el que está y al que ha sido enviada… tratar de VER con los ojos de Jesús. Reconocer esa realidad que interpela y desafía…
Necesita, en segundo lugar, interpretar, DISCERNIR la realidad, para anunciar allí el Evangelio, la buena noticia de la salvación.
En tercer lugar, teniendo en cuenta también sus propias fuerzas y posibilidades, elegir acciones concretas: ACTUAR…
En esos pasos de VER, DISCERNIR, ACTUAR, especialmente en el DISCERNIR, la comunidad necesita siempre invocar al Espíritu Santo y escuchar su voz.

Eso es lo que la Iglesia Católica ha buscado a través de los Concilios, el último de los cuales fue el Concilio Ecuménico Vaticano II. En ese Concilio se creó una herramienta, el Sínodo de los Obispos, que se reúne periódicamente convocado por el Papa. Antes de cada asamblea del Sínodo se hace una consulta a todo el Pueblo de Dios para que todos los miembros de la Iglesia tengan la posibilidad de opinar sobre el tema consultado.

Así se hizo con el reciente Sínodo sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, en el que fui llamado a participar en octubre del año pasado. “Sínodo” significa “caminar juntos”. Es otra vez la idea de la caravana. Todos los participantes percibimos la necesidad de que la Iglesia crezca en “sinodalidad”, en esa actitud de caminar juntos, dejándonos guiar por el Espíritu Santo para vivir en fidelidad a Jesús.

En eso estamos también en nuestra diócesis, buscando definir, con participación de los fieles, nuestro proyecto pastoral diocesano. Jesús dijo a sus discípulos “serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. Aquí, en nuestro confín del Uruguay, en nuestra frontera, en las rutas de la Cuchilla Grande, del Olimar y del Tacuarí, del Cebollatí y de la laguna Merín, en fin: para nuestra gente de Treinta y Tres y Cerro Largo, queremos ser testigos de Jesús.

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

viernes, 24 de mayo de 2019

"Les dejo la paz, les doy mi paz" (Juan 14, 23-29). VI Domingo de Pascua.






Saludar, dice el diccionario, es “dirigir a alguien, al encontrarlo o despedirse de él, palabras corteses, interesándose por su salud o deseándosela”. Cuando decimos buenos días, buenas tardes, buenas noches, estamos deseando a la otra persona que esté bien, que pase bien los distintos momentos de la jornada, lo que incluye buena salud. En muchas ocasiones esto lo decimos solo formalmente, como cortesía elemental en el encuentro con alguien; por eso, cuando al saludo le agregamos un “¿cómo estás?”, a veces nos preguntan si de veras queremos saberlo… "¿Te digo “bien” o te cuento?"

Cuando nos interesamos realmente por la persona con la que estamos, nuestro saludo adquiere un significado más profundo, porque expresa nuestro deseo verdadero de que esa persona esté bien… Bien, no solo física o mentalmente… también espiritualmente; en paz consigo misma, con los demás y con Dios. Salud es también salvación, en su sentido religioso, que abarca la totalidad de la persona, cuerpo, mente y alma.

Pensemos en lo que quiere decir “adiós”. Su significado puede estar olvidado, pero es “A Dios te encomiendo”, “A Dios nos encomendamos”, o sea, nos confiamos a Dios, nos ponemos en sus manos… “Vaya con Dios” es otra forma de despedida más clara aún en ese sentido.

Rastreando las formas antiguas de nuestros saludos cotidianos, nos encontramos con “buenos días nos dé Dios”. Por ahí recibimos a alguien que saluda con un “buenas y santas”: que es una abreviación de “buenas y santas tardes nos dé Dios”. También hay quien se despide diciendo “hasta mañana si Dios quiere”, reconociendo que nuestra vida está en manos de Dios.

En fin, todo esto para decir que Dios se cruza o está escondido dentro de nuestra manera de saludar.

Shalom alejeim es un saludo en lengua hebrea y significa “La paz esté con ustedes”.

En la Biblia, a lo largo del Libro de la Primera Alianza, lo que se suele llamar Antiguo Testamento, la palabra SHALOM aparece unas 230 veces. A través de esas expresiones es posible ir descubriendo la verdadera paz, como don de Dios a los hombres.

Allí son puestas en evidencia formas de paz solo aparentes, basadas en la mentira, la falsa conciencia, el autoengaño. Uno de los salmos alerta sobre quienes
“hablan de paz a su vecino, pero la maldad está en su corazón” (Salmo 28,3).
Aparece también el desconcierto de un hombre justo “al ver la paz de los impíos” hasta que comprende el terrible destino final de esos malvados (Salmo 73,3.18).

También se habla del cansancio de tratar
“con los que odian la paz. Si yo hablo de paz, ellos prefieren la guerra”, 
dice el Salmo. (Salmo 120,6-7)

La Paz, SHALOM, es el bienestar en la existencia cotidiana, el estado del hombre que vive en armonía con la naturaleza, con los demás, consigo mismo y con Dios. Es bendición, reposo, riqueza, salvación… vida. Es justicia. Es plenitud de dicha y es un don de Dios, como dice otro salmo:
“Dios bendice a su pueblo con la Paz” (Salmo 29,11)
“Que Dios te muestre su rostro y te conceda la Paz” (Números 6,26)
es la conclusión de la bendición que encontramos en el libro de los Números.

Hay que pedir a Dios el don de la Paz y desearlo para todos:
“Pidan la paz para Jerusalén… haya paz en tus muros…
Por mis hermanos y compañeros, voy a decir ¡la paz contigo!
Por la casa del Señor nuestro Dios te deseo todo bien” (Salmo 122, 6-8)
Los profetas anuncian la Paz que traerá el Mesías, paz que superará todos los anhelos.
El profeta Isaías la compara con una correntada:
Así dice Dios: miren que voy a derramar sobre Jerusalén la paz como un río. (Isaías 66,12)
En Jesús se cumplen todas las esperanzas de los hombres y las promesas de Dios. Él es quien trae al mundo la Paz de Dios, como lo anunciaron los ángeles cantando en su nacimiento:
“Gloria a Dios en lo alto del Cielo y en la tierra PAZ a los hombres amados por el Señor” (Lucas 2,14)
Ya en su tiempo de misión entre los hombres, Jesús saluda ofreciendo la paz e indica a sus discípulos hacer lo mismo:
Cuando entren a una casa, digan primero: “Paz a esta casa”.
Y si hubiere allí un hijo de paz, su paz reposará sobre él; si no, volverá a ustedes.
(Lucas 10,5-6)
Para hacer la vida más humana, para que sea como Dios la quiere, lo primero es sembrar la paz, no la violencia; promover el respeto, el diálogo y la escucha mutua; no la imposición ni el enfrentamiento.

Y finalmente en el evangelio de este domingo, escuchamos a Jesús decir a sus discípulos:
“Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo”.
Jesús está en la última cena, pronunciando su discurso de despedida. Sintiendo la cercanía de la muerte, está disponiendo de sus bienes… ¿cuál es el bien mayor que deja Jesús a los suyos?
Jesús deja a los discípulos su Paz, la paz que ellos han podido ver en Él. Esa paz es fruto de la íntima unión de Jesús con el Padre. Les regala su paz, que nacerá en ellos si están dispuestos a recibir y dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.

Dios da la paz; y la paz se pide a Dios, pero eso no exime de la responsabilidad de buscarla ni del esfuerzo personal y comunitario para establecerla. Esfuerzo personal: primero para estar en paz consigo mismo. El Mahatma Gandhi decía que “el que no está en paz consigo mismo está en guerra con todo el mundo”. Paz con nuestro prójimo: con nuestra familia… una paz a veces muy costosa; con nuestros vecinos, con todas las personas con las que compartimos algo de nuestra vida. Paz con la creación, en el respeto y el cuidado de la casa común…

Todos los caminos de la Paz nos llevan a la Paz con Dios y la Paz con Dios nos realimenta y reenvía para ser portadores de paz. Como dice el profeta Isaías:
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación…!» (Isaías 52:7)
¡Qué bueno que esto pudiera decirse de cada uno de nosotros!

La persona que lleva en su interior la paz de Cristo busca siempre el bien de todos, no deja fuera a nadie; fomenta todo lo que une, no lo que enfrenta y separa.

Amigas y amigos, gracias por su atención. Ojalá que la próxima vez que nos encontremos con alguien, ya en nuestro saludo, de corazón, estemos ofreciéndole la paz de Dios.

El Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Mensaje del XXXIV Encuentro de Diócesis de Frontera. Esperanza en la juventud y en la familia.


XXXIV Encuentro de Diócesis de Frontera

20, 21 y 22 de mayo de 2019 - Pelotas - BRASIL


Tema: “Los vecinos se encuentran para analizar los escenarios ideológicos que impactan en la familia y en los jóvenes en vistas a promover la cultura de la vida de nuestros pueblos”

“Yo he venido para que ustedes tengan vida, y vida en abundancia”.
Juan 10, 10b.

Llenos de gratitud hemos culminado nuestro Encuentro de Diócesis de Frontera realizado en la ciudad de Pelotas, Río Grande do Sul, Brasil. Laicos y laicas, religiosas, diáconos, sacerdotes y obispos de Diócesis de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay hemos compartido estos días de reflexión y de fraternidad y volvemos ahora a nuestros lugares con la alegría y el calor de este encuentro, pero también con inquietudes que nos ayudarán a profundizar la misión de servicio y anuncio de nuestras Iglesias diocesanas.

Hemos podido analizar juntos diversos escenarios contradictorios que reafirman la importancia que la familia sigue teniendo como institución fundamental en nuestras sociedades y primera trasmisora de los valores y la fe. También hemos compartido experiencias de trabajo llevadas adelante en nuestros países, en defensa de la vida de los más indefensos y vulnerables.

Junto a Francisco, queremos reivindicar el amor como “central en la experiencia cristiana del matrimonio y de la familia” (AL 28) y creemos que la juventud “es una alegría, un canto de esperanza y una bienaventuranza” (ChV 135). A la vez, rechazamos todas aquellas situaciones que atentan contra el desarrollo humano integral y contra la libertad responsable como fundamento de los proyectos de vida.

Especialmente negativas resultan las tendencias hacia el individualismo, la competitividad desenfrenada, la cultura del consumismo o la relativización de la verdad y de la ética que desdibujan todo humanismo al no ofrecer horizontes ciertos.

Vivimos en un contexto social de fuertes cambios en las dinámicas sociales que notoriamente han impactado en nuestras familias y entre los jóvenes. Es posible advertir en todos estos aspectos, luces y sombras. Pero por sobre todas las cosas destacamos que la familia continúa siendo muy especialmente valorada como espacio de intimidad, afecto y reciprocidad entre las generaciones.

Convencidos que “el amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia” (LA 88) animamos a promover espacios y experiencias que impulsen una mirada crítica a la cultura de lo provisorio y de lo efímero. Una mirada que contribuya a promover la cultura de la vida y la dignidad de las personas a los efectos de potenciar familias donde se viva la equidad, la afectividad, la responsabilidad, la hospitalidad, la entrega mutua y el cuidado de los más débiles. Una mirada que permita a las familias acceso al trabajo, vivienda, salud y educación integral para sus hijos.

Recordando con el Santo Padre que “los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas” (ChV 142), nos encomendamos a Nuestra Señora Aparecida, Madre de la Vida abundante.

En la ciudad de Pelotas, al día 22 de Mayo de 2019,

Argentina: Diócesis de Concordia, Corrientes, Formosa y Santo Tomé.
Brasil: Diócesis de Bagé, Chapecó, Pelotas, Santo Ângelo y Uruguaiana.
Paraguay: Diócesis de Encarnación.
Uruguay: Diócesis de Melo, Salto y Tacuarembó.

jueves, 16 de mayo de 2019

“Ámense unos a otros como yo los he amado” (Juan 13, 31-35). V Domingo de Pascua






En nuestro mundo de ritmo vertiginoso, de mensajes rápidos, de reacciones espontáneas o intempestivas, donde tantas veces se salta “como leche hervida”, al decir de nuestras abuelas, ¡qué bien nos hace una charla pausada, distendida, con una persona amiga… una conversación de corazón a corazón, donde se comparten los sueños, los anhelos más profundos… donde los desengaños y las frustraciones se sanan; donde volvemos a encontrar lo mejor de nosotros mismos y salimos de nuevo a la vida con buena cara, con ganas, pero, sobre todo, con buen ánimo frente a tormentas y zozobras. Muchas veces, esas conversaciones se dan en una cena…

El evangelio de este domingo nos lleva a la última cena de Jesús, que hace poco recordamos en el Jueves Santo. Es en el marco de esa cena que Jesús pronuncia las palabras que escuchamos hoy. Por eso es bueno que nos detengamos a ver con qué actitud llega Jesús al encuentro con sus discípulos aquella noche.

Jesús compartió muchas comidas con sus seguidores y otras personas, en casas de amigos como Marta, María y Lázaro; de publicanos como Mateo, o de fariseos como cierto Simón (Lc 7,36-50). Comer juntos establece un vínculo y Jesús no rechaza una invitación. Pero esta cena de Jesús con sus discípulos no es una comida más de esa larga serie.

Esta es la cena pascual, una comida con profundo sentido religioso, que se hacía una vez al año. Era la forma en la que el pueblo de la Primera Alianza celebraba su Pascua, es decir, la intervención salvadora de Dios en su historia, liberándolos de la esclavitud en Egipto y guiándolos hacia la tierra prometida. A partir de esta última comida de Jesús con sus discípulos, la cena pascual va a asumir para los cristianos otro significado. Será la celebración de la intervención salvadora de Dios Padre resucitando a su Hijo de entre los muertos y sellando una nueva alianza, abierta a todas las naciones de la tierra.

Como toda comida importante, esta cena fue preparada con cuidado. Jesús hizo muchas previsiones. Consiguió el sitio adecuado: un lugar seguro, porque lo buscaban para matarlo; pero sobre todo tranquilo, para ayudar a que sus discípulos pudieran recoger sus palabras y sus gestos como una última enseñanza: un legado, un testamento.

Llegado el momento, Jesús no reprime sus sentimientos. San Lucas relata que, al iniciarse la cena, Jesús manifiesta:
“he deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión” (Lc 22,15).
Siempre me han impresionado esas palabras: “he deseado ardientemente”. Me hablan de un anhelo profundo, de algo que ha venido encendiéndose dentro del corazón de Jesús, algo que ha crecido junto con su convicción de que el Padre lo llama a ponerse totalmente en sus manos, a pasar por la cruz en total abandono. El anhelo de Jesús es compartir esa Pascua con sus discípulos. Sus sentimientos hacia ellos están expresados en las palabras de san Juan que introducen al relato de la cena:
“… sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Juan 13,1)
Pero el amor de Jesús no se va a expresar sólo en palabras. San Juan nos cuenta que Jesús tiene para con sus discípulos un gesto muy especial: les lava los pies. No era algo extraño, como podría parecernos hoy: hacía parte de la bienvenida de un dueño de casa a sus huéspedes… pero no era el dueño de casa quien lo hacía, sino el más humilde de sus servidores. En ese lugar se coloca Jesús:
“Yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22,27).
Al terminar la tarea, Jesús da el sentido de su acción:
“Si yo que soy el Señor y el Maestro les he lavado los pies, así deben también ustedes lavarse los pies unos a otros” (Juan 13,14).
Es el llamado a vivir en forma muy concreta el amor recíproco, en el servicio a los demás.

El otro gesto nos lo trasmite una carta de san Pablo (1 Corintios 11,23) y los otros tres evangelios: es el momento en que Jesús funda lo que hoy llamamos la Misa o la Eucaristía. Da a sus amigos el pan diciéndoles “esto es mi cuerpo”; luego les da a beber del cáliz con vino, diciendo “esta es mi sangre”; anuncia una nueva y eterna alianza entre Dios y los hombres y concluye mandando: “hagan esto en memoria mía”. De esta forma, cada vez que la comunidad se reúna para celebrar la Eucaristía, el amor de Jesús, ese amor “hasta el extremo” se hará presente, dándonos la fuerza para cumplir sus mandamientos, en especial “el mandamiento nuevo”. Así llegamos al evangelio de este domingo:
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros.
Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros.

Ya en el libro de la primera alianza se encuentra el mandamiento del amor a los otros:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18)
…amor que el mismo Jesús coloca en el evangelio a la par del amor a Dios (Mt 22,39). Entonces, ¿qué es lo nuevo? El amor de Jesús va hasta el fin:
“no hay mayor amor que dar la vida por los amigos” (Juan 15,13)
Su amor es amor divino. Nos dice:
“Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes” (Juan 15, 9).
Es decir que nos amó con el mismo amor con el que se aman Él y el Padre. Con ese amor tenemos que amarnos unos a otros para realizar el mandamiento nuevo. Ese es el amor que Él nos comunica. Sólo recibiendo el amor de Jesús en nuestro corazón, infundido por el Espíritu Santo, tendremos la fuerza de amarnos unos a otros como Él nos amó.

No olvidemos el marco de las palabras de Jesús: son su testamento, su legado. Está dejando su presencia en la Eucaristía; pero está indicando con este mandamiento otra forma en la que Él seguirá presente. El nos asegura
“donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (Mateo 18,20). 
En la comunidad que vive el amor recíproco, aún con todas nuestras fallas y nuestras fragilidades, Jesús permanece presente. Eficazmente presente. A través de la comunidad en la que nos amamos unos a otros, Jesús sigue revelándose al mundo. Sigue diciendo el texto de este domingo:
En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.

Así lo constató Tertuliano, un escritor creyente del siglo II, cuando la fe en Jesucristo iba de a poco extendiéndose en el Imperio Romano. Él recogió el comentario que muchos hacían sobre los cristianos:
“¡Miren cómo se aman! ¡Miren como están dispuestos a morir el uno por el otro!”
(Apologeticus pro Christianis, XXIII)
Amigas y amigos: que el Señor los bendiga y nos ayude a todos a descubrir el amor con que Él nos amó; a sentirnos amados por Él y a amarnos unos a otros como Él mismo nos amó. Gracias por su atención y hasta la próxima semana si Dios quiere.

sábado, 11 de mayo de 2019

Oraciones a Nuestra Señora de Fátima


Oración de la comunidad de la Capilla Ntra. Sra. de Fátima de Villa Isidoro Noblía (Parroquia Cristo Rey, con sede en Aceguá) con motivo de su fiesta patronal, celebrada (anticipadamente) en el día de hoy.

A través de los mensajes revelados por Nuestra Señora, la Virgen de Fátima, a los tres pastorcitos, elevamos hoy a Dios Padre nuestras oraciones

Nuestra Señora de Fátima, intercede ante Jesús por nuestros pedidos.


1. "¿Quieren ofrecer a Dios el soportar todos los sufrimientos que Él quisiera por la conversión de los pecadores?". "Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar”. - Que seamos capaces de servirte y entregarnos, allí donde tú nos necesites. Te pedimos

2. "Cuando recen el rosario, digan: ... lleva al cielo a todas las almas, especialmente las más necesitadas de tu misericordia". Y "Hagan sacrificios por los pecadores, ...por su conversión...”. - Que seamos capaces de vivir la generosidad y la misericordia para con nuestro prójimo. Te pedimos

3. "Si hacen lo que yo les digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará, ...Si no, los errores se esparcirán por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Al final, mi lnmaculado Corazón triunfará”. – Que seamos capaces de comprometernos en un verdadero trabajo por la paz y la justicia, siendo nosotros, personas de paz. Te pedimos

4. "Oren mucho y hagan sacrificios por los pecadores...Continúen rezando el santo rosario para alcanzar el fin de las guerras”. - Que seamos perseverantes en nuestra oración y en las obras de caridad, no perdiendo nunca la esperanza de ver un mundo reconciliado. Te pedimos

5. "Quiero decirte que hagan aquí una capilla en honor mío, que soy la Señora del Rosario, que continúen rezando el Rosario todos los días. ¡No ofendan más a Nuestro Señor, que está ya muy ofendido!”. - Que seamos capaces de percibir que cada persona es "templo del Espíritu Santo", en ella es Dios quien habita, y así, crezcamos en el amor y el respeto a los hermanos. Te pedimos

Te pedimos Padre, que, por intercesión de Nuestra Señora de Fátima, recibas estas oraciones que hoy, en su día, te presentamos. Por Cristo Nuestro Hermano y Señor.

jueves, 9 de mayo de 2019

“Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí.” (Juan 10,14). Domingo del Buen Pastor, IV de Pascua







¿Hasta dónde podemos llegar a conocer a otra persona?
Más todavía ¿hasta dónde puede cada uno llegar a conocerse a sí mismo?
En el año 1955 dos psicólogos llamados Joseph Luft y Harrington Ingham idearon una herramienta de conocimiento personal que todavía sigue caminando, tantos años después. Se la conoce como “ventana de Johari”. Esta ventana tiene cuatro cuadrantes, en los que es posible apreciar lo que los demás y yo conocemos o desconocemos sobre mí.
El primer cuadrante es el que está totalmente abierto: es la parte de mi personalidad que tanto los demás como yo vemos.
El segundo es mi punto ciego: es la parte de mí que los demás perciben, pero yo no.
El tercero es lo que ha quedado en mi intimidad: lo que solo yo conozco, pues los demás no lo ven.
Finalmente, el cuarto cuadrante es inquietante, pero también interesante: es la parte de mí que ni los demás ni yo vemos. Lo desconocido.
Esta herramienta puede ser usada en diferentes ejercicios por parte de un grupo o de una pareja, para crecer en su mutuo conocimiento. Aplicándola, las personas se conocerán más entre sí y cada uno de ellos se conocerá un poco más a sí mismo.

En el Evangelio de este domingo, llamado domingo del Buen Pastor, Jesús comienza diciendo:
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
“Yo las conozco”. El conocimiento de Jesús sobre sus ovejas -y podemos decir, sobre cada persona que ha venido a este mundo- no es un conocimiento humano. Es conocimiento divino, como lo expresa el salmo:
Señor, tú me sondeas y me conoces;
sabes cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
conocías hasta el fondo de mi alma,
no desconocías mis huesos. (salmo 138)
Si Jesús conoce a cada uno mejor de lo que él se conoce a sí mismo, no podemos sino ser plenamente sinceros con Él, que es una manera de ser sinceros también con nosotros mismos. Sería ridículo presentarme ante aquel que me sondea y me conoce con una fachada que no transparenta mi interior. Sólo estaría engañándome a mí mismo. Delante de Jesús aparece mi verdad más profunda. Reconoceré ante Él mis miserias; pero Él me hará reconocer todo lo que me ha dado, todos los dones que he recibido, para hacerlos dar buenos frutos.
“conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí.” (Juan 10,14)
…dice también Jesús.
¿Hasta dónde lo conocemos a Él? ¿Hasta dónde podemos profundizar en un misterio insondable? Cuando nos acercamos a Jesús, cuando meditamos su Palabra, cuando contemplamos sus diferentes presencias, cuando entramos en amistad con Él, lo vamos conociendo. Él ya nos conoce, de una forma en que nadie más puede hacerlo; nosotros vamos creciendo en nuestro conocimiento de Él, sabiendo que en esta vida nunca terminaremos esa tarea.
Pero hay algo de lo que tenemos certeza. Lo dice otro salmo:
El señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
(Salmo 23)
Esa es la certeza de quien sigue a Jesús: él es el pastor que nos guía por el buen camino. El pastor de ovejas las lleva a los lugares donde está lo necesario para la vida: pasturas y aguadas. Jesús, buen pastor, ofrece mucho más:
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Jesús vino al mundo para que los humanos tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.
A veces pensamos en la vida eterna como algo que vendrá después de la muerte corporal.
Sin embargo, Jesús dice:
El que cree, tiene vida eterna (Juan 6,47)
Lo dice así, en tiempo presente, no en futuro. La vida eterna es la vida de Dios en nosotros. Es una existencia nueva en la que nada ni nadie se pierde y todo cobra un nuevo sentido.
Vida que comienza a partir del momento en que creemos en Jesús y nos unimos a su rebaño para seguirlo a Él.
Pedro y los discípulos lo reconocen así:
Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (6,68)
Para comunicar esta vida a sus ovejas, Jesús las alimenta con su propio cuerpo y sangre:
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (6,54)
La vida eterna que Jesús produce en nosotros continuará en plenitud, después de nuestra muerte y resurrección en Cristo.
La segunda lectura de este domingo, del libro del Apocalipsis, expresa así esa promesa:
El que está sentado en el trono habitará con ellos: nunca más padecerán hambre ni sed, ni serán agobiados por el sol o el calor. Porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor y los conducirá hacia los manantiales de agua viva. Y Dios secará toda lágrima de sus ojos.

Si creemos de verdad que esta vida eterna, esta vida que nos da Jesús ya está en nosotros ¿qué hacer? Por un lado, cuidarla, alimentándola con la Palabra de Dios y con la Eucaristía, en la comunidad. Por otro lado, anunciarla, invitar a otros a conocerla y a compartirla. Pero, más aún, simplemente, defender la vida, la vida de cada persona humana, porque cada persona está llamada a alcanzar la vida eterna que Jesús promete; pero para eso, hay que empezar por mantener esta vida y desarrollarla de una forma humanamente digna.

En este domingo la Iglesia Católica reza en todo el mundo por las vocaciones. Recemos especialmente por las vocaciones sacerdotales, para que nuestras comunidades puedan contar siempre con la Eucaristía que nos comunica la vida de Cristo.

Gracias amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

viernes, 3 de mayo de 2019

Simón, hijo de Juan ¿me amas? (Juan 21,1-19). III Domingo de Pascua.







“Voy a pescar”. ¿Cuántos lo habrán dicho en la pasada Semana Santa, semana de turismo en Uruguay? Más de sesenta “barras” (grupos de familia o de amigos) participaron en el concurso internacional de pesca aquí, en Cerro Largo. Pesca, sí, pero con devolución. Y con el requisito de que los implementos de pesca causaran el menor daño posible a los ejemplares capturados. Pero aquí se trata de una “barra” muy especial:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.»
Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros.»
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Así comienza el último pasaje del evangelio según san Juan, que leemos este domingo. Jesús ha muerto, ha resucitado, se ha aparecido a sus discípulos, pero ellos parecen haber vuelto a sus viejas tareas. Pedro ha tomado la iniciativa, los demás lo siguen, pero no pasa nada. No hay pesca. Es que Jesús no está allí. Falta su presencia.

Así nos pasa muchas veces en la vida. Las cosas no salen. Sentimos frustración, desánimo, nos preguntamos si lo estamos haciendo bien o si le estamos errando. Hacemos esfuerzos, pedimos ayuda, nos multiplicamos para sostener lo que hemos alcanzado y sentimos que no podemos…
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No.»
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán.»
Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
La presencia de Jesús cambia todo. Nuestras fuerzas llegan hasta cierto punto. Podemos poner mucha voluntad, pero pronto encontramos nuestro límite. La presencia de Jesús lleva más allá. Renueva, anima, cambia. Abre otro horizonte. Da un sentido nuevo a la tarea de siempre. Hace nuevas todas las cosas.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Jesús les dijo: «Vengan a comer.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
No sabían que era él… no se atrevían a preguntarle quién era… sabían que era el Señor… ¿sabían o no sabían? Era el mismo hombre que ellos conocieron, el que los llamó para ser “pescadores de hombres”, con el que compartieron jornadas a lo largo de tres años. Es el mismo… y no es el mismo. Tal como nos sucede cuando encontramos alguien a quien hace mucho tiempo que no vemos y tenemos que observarlo detenidamente para reconocerlo, los discípulos ven algo nuevo en Jesús. Es su realidad de resucitado. Su verdad de Hijo de Dios, que había quedado como escondida en su humanidad, se hace transparente.

¿Dónde encontramos hoy a Jesús resucitado? Él nos sigue hablando desde el Evangelio y nos sigue diciendo “vengan a comer”, alimentándonos en la cena eucarística. Nos llama a poner en práctica su palabra, a construir nuestra vida sobre la roca que es Él mismo. La Iglesia nos propone cada día un pasaje del Evangelio. Leyéndolo y meditándolo con el corazón abierto, creceremos en la amistad con Jesús y seremos capaces de practicar un poco más cada día la misericordia, el perdón, el amor a Dios y al prójimo en actos concretos. Cuando esa lectura la hacemos en comunidad, se multiplican nuestras posibilidades de poner en práctica la Palabra de Jesús, haciéndolo juntos, ayudándonos y animándonos unos a otros.

En la eucaristía, Jesús se ofrece a sí mismo como alimento, como pan de vida. San Pablo (1 Co 11,27-29) nos advierte que no podemos comer el cuerpo de Cristo indignamente, es decir, sin estar debidamente preparados o tomándolo como si solo fuera un alimento corriente. Por eso para llegar a la comunión hay una preparación por medio de la catequesis; pero también una purificación por el sacramento de la reconciliación, celebrado con sincero arrepentimiento y deseo de un verdadero cambio de vida.
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?»
Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.»
Le volvió a decir por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le respondió: «Sí, Señor, sabes que te quiero.»
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.»
Le preguntó por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero.»
Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras.»
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: «Sígueme.»
Pedro había dicho por propia iniciativa “voy a pescar” y no había sacado nada. Jesús lo llama de nuevo a seguirlo y le deja la misión de ser pastor de sus ovejas. Notemos el detalle: las ovejas siguen siendo de Jesús. Pedro queda encargado de cuidarlas, pero no son suyas. Jesús se presentó como el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Pedro le aseguró a Jesús que daría la vida por él, pero a la hora de la Pasión dijo “no lo conozco”.

La negación debía ser reparada. Pedro había negado a Jesús tres veces. Ahora, tres veces le preguntará Jesús si lo ama.
La primera pregunta es un poco rara: “¿me amas más que éstos?”. Es rara porque pondría a Pedro en la situación de compararse con los demás, y decir que él tiene mayor amor que los otros… Por eso, algunos biblistas traducen “¿me amas más que a estas cosas?” Lo que Jesús quiere saber es si Pedro lo ama por encima de todo, más que a su propia vida.
No le pregunta si se siente con fuerzas, si conoce bien las enseñanzas de Jesús, si se considera capacitado para la tarea. No. Le pregunta por su amor. Es por ese amor que Jesús le confía su rebaño y por ese amor puede asegurarle a Pedro que, ahora sí, dará la vida por Jesús y por las ovejas.

La fe cristiana es una experiencia de amor. Creer en Jesucristo es mucho más que conocer una doctrina. Es dejar que Él se convierta en el centro de nuestra vida: de todo lo que hacemos y de todo lo que queremos. Así llegó a vivirlo Pedro; así estamos llamados nosotros a vivirlo cada día.

Gracias amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.