jueves, 22 de febrero de 2018

Segundo domingo de Cuaresma. Una experiencia religiosa (Marcos 9,2-10)





Cada vez que estoy contigo
Yo descubro el infinito
Tiembla el suelo
La noche se ilumina
Y el silencio se vuelve melodía
Y es casi una experiencia religiosa
Sentir que resucito si me tocas
Esto es parte de la canción “experiencia religiosa” que tuvo su auge allá por 1995.
La canción compara la experiencia de amar a alguien con una “experiencia religiosa”.

Cuando sucede en nuestra vida algo para lo que “no tenemos palabras”, -aunque nada nos impida hablar-, cuando estamos ante algo indescriptible… una rara belleza, una melodía completamente original, algo que nos deja en éxtasis -sin consumir ninguna sustancia-…
Cuando contemplamos algo extraño, algo que viene de otro horizonte. Algo que, incluso, puede despertar en nosotros temor… no el miedo a ser agredidos, sino el temor a tocar algo que no fue hecho para ser tocado por nuestras manos… o estar ante algo que no podemos palpar, o ver, u oír… que escapa a nuestros sentidos y hasta a nuestra razón. Experiencias así nos hacen asomar al misterio de Dios, el mayor de los misterios que el ser humano puede encontrar.
Ya cité aquí alguna vez una sentencia que viene de la sabiduría india: “Dios es diferente de todo lo conocido y también de todo lo desconocido”.

El Evangelio de este domingo nos presenta una experiencia religiosa que viven los discípulos junto a Jesús. A su vez, lo que viven los discípulos evoca la experiencia de otros dos hombres: Moisés y Elías.
Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
¿Quiénes eran Moisés y Elías? Son dos personajes importantes, que vivieron fuertes experiencias de Dios.

Para Moisés fue el encuentro con la zarza ardiente. Moisés había huido de Egipto, donde su pueblo estaba en la esclavitud y se había convertido en pastor de ovejas. Un día se alejó mucho y llegó al monte Horeb, la “montaña de Dios”. Allí le llamó la atención una zarza que ardía sin consumirse. Algo sumamente extraño, porque una zarza seca arde rápidamente y pronto no hay más que cenizas. Moisés se acercó, atraído por el misterio, y allí Dios le habló desde la zarza y lo envió a liberar a su Pueblo de la esclavitud.

Siglos después, con el Pueblo de Dios ya en su tierra, reinaba allí la terrible reina Jezabel. El profeta Elías fue enviado por Dios pero pronto fue perseguido y huyó para salvarse. Huía de la reina, pero también huía de la misión que Dios le había dado. Pero Dios no lo abandonó. Le dio fuerzas para caminar y Elías llegó así al monte Horeb, donde mucho antes había estado Moisés.
Esta vez no hubo zarza ardiendo, sino cuatro fenómenos que pasaron ante Elías:
Primero un violento huracán, después un terremoto, luego un rayo… pero Dios no estaba en ellos.
Después del rayo se sintió el murmullo de una brisa suave. Elías se dio cuenta que Dios estaba en la brisa suave. Al igual que con Moisés, tendrá un diálogo con Dios y volverá a su misión para salvar a su pueblo.

Volvamos al Evangelio:
Hemos escuchado lo que vieron los discípulos: Jesús se transfiguró. Sus vestimentas se volvieron resplandecientes. Aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús… ¿Cómo reaccionan los discípulos?
Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Notemos esos dos extremos: “qué bien estamos aquí” … una gran felicidad, una alegría… pero al mismo tiempo “estaban llenos de temor”.

Ese temor de Dios que sintieron los tres discípulos que acompañaron a Jesús, como antes lo habían sentido Moisés y Elías, no es el miedo a que Dios te castigue. El temor de Dios, que es un don del Espíritu Santo, fue darse cuenta de que Dios estaba allí, de que Dios se les hacía presente a través de esas manifestaciones. La conciencia de la presencia de Dios activa esa sensación especial, hecha de respeto, pero también confianza; tensión, expectativa, inquietud ante lo que puede venir, pero también alegría, valentía y fuerza para la misión.

En medio de esa rara sensación de desconcierto, de alegría, de temor, falta algo todavía:
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: «Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo.»
Es la voz del Padre Dios. Él confirma quién es Jesús.
Los discípulos han tenido una experiencia especial, privilegiada… pero el mundo no está todavía preparado para conocerla. Por eso, el Evangelio termina diciendo:
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría «resucitar de entre  los muertos.»
La oración de la Iglesia resume de este modo el significado de este episodio del Evangelio:
[Cristo] después de anunciar su muerte a los discípulos
les reveló el esplendor de su gloria en la montaña santa,
para que constara, con el testimonio de la Ley y los Profetas,
que, por la pasión, debía llegar a la gloria de la resurrección.

jueves, 15 de febrero de 2018

Vencer las fieras de la tentación - I Domingo de Cuaresma





“A mitad del camino de la vida
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.”
Con esos tres versos inicia Dante Alighieri su “Divina Comedia”, escrita a comienzos del siglo XIV. La selva oscura donde se encuentra el poeta es la de su propio corazón, el corazón de un hombre perturbado por el mal que ha hecho en su vida y por la confusión de sus ideas y de sus creencias.
En su selva encontrará tres animales feroces: el leopardo, que representa el pecado de la lujuria, la búsqueda del placer por el placer; el león, que representa la soberbia del poder y, finalmente, la loba, simbolizando toda forma de codicia, la ambición de tener y tener.
Cada uno de los animales es para él una amenaza: le cortan el paso, lo llenan de pavor… pero esas fieras están dentro de él… lo están devorando por dentro. Son sus tentaciones. Son las tentaciones que todo ser humano experimenta de un modo u otro. Más de una vez esas tentaciones lo han vencido… cada batalla perdida lo ha dejado más débil. Por eso ha extraviado su ruta y su vida se ha vuelto esa selva oscura.

Pero Dante no se resigna y emprende la búsqueda de la luz. De esa búsqueda nacerá La Divina Comedia y su reencuentro con “Aquel que mueve el sol y las estrellas”, es decir, con el Creador, con Dios.

¿Qué es el hombre delante de su Creador? Dice el salmo 8:
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?
¿Qué es el ser humano ante su Creador?
“Aunque soy polvo y ceniza me atrevo a hablar a mi Señor.” (Génesis 18,27) 
dice Abraham, el padre de los creyentes.

“soy polvo y ceniza…”; “recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”
Ceniza… polvo fino, liviano, frío. Símbolo de la muerte, de la nada, de la fragilidad de la vida y de las cosas reducidas a polvo. ¿Qué es la criatura delante del Creador?

El miércoles pasado quienes estuvimos en Misa nos acercamos al sacerdote para que nos impusiera las cenizas, trazando una cruz en nuestra frente y diciendo: “conviértanse y crean en el Evangelio” o bien “recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”.

Con el “Miércoles de Ceniza” iniciamos el camino de la Cuaresma, tiempo de preparación a la Semana Santa, a la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo; en una palabra: la Pascua, centro de la fe cristiana.

Este es el primer domingo de Cuaresma. En él recordamos las tentaciones de Jesús. Leemos en el evangelio de Marcos, que después del Bautismo de Jesús,
“El Espíritu lo llevó al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás.”
Los evangelios de Mateo y Lucas nos cuentan más detalles, pero Marcos sólo eso dice eso, que no es poco.

El Espíritu lo llevó: es el Espíritu Santo, el que guía a Jesús en su misión.
Al desierto: el desierto evoca el éxodo del Pueblo de Dios, larga marcha de cuarenta años, para llegar a la Tierra Prometida.
Los cuarenta días representan esos cuarenta años. De allí salen los cuarenta días de la Cuaresma.
Fue tentado por Satanás. Satanás es el espíritu maligno, una creatura que se ha rebelado contra Dios. En las tentaciones que nos detallan Mateo y Lucas, Satanás intenta torcer el camino de Jesús. No hacer la voluntad del Padre, sino la de Satanás, creyendo hacer la propia voluntad. Dios tiene un plan, un gran plan de salvación y Jesús ha venido para realizarlo. Dios tiene también un plan para cada uno de nosotros… el tentador busca que nos apartemos o que no entremos en ese camino.

Como veíamos al principio, Dante ha extraviado su ruta y se encuentra en medio de una selva oscura… Así está nuestra vida sin Dios… o cuando, aunque pretendamos ser creyentes, no es Dios quien va llevando nuestra vida. Allí están también para nosotros, las tres bestias acechándonos…

¿Es posible vencer las tentaciones? En el libro del Génesis, Dios habla a Caín, que está lleno de resentimiento contra su hermano:
“…si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar” (Gén 4,7)
“Como fiera que te codicia…” como el leopardo, el león o la loba de Dante.

Jesús sale vencedor de las tentaciones. Marcos agrega un detalle curioso, que no aparece en Mateo ni en Lucas. Pasada la prueba, Jesús
“Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.”
El triunfo de Jesús sobre el tentador restablece, al menos para él, la armonía del paraíso, como anunciara el profeta Isaías:
“El lobo y el cordero pacerán juntos, y el león, como el buey, comerá paja (…) No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte…” (Isaías 65,25).
Los ángeles lo servían. Puede entenderse que los ángeles le traían comida. También el Pueblo de Dios en los 40 años de marcha en el desierto fue alimentado por el maná, que bajaba del Cielo, el “pan de los ángeles”. También cabe recordar aquí al profeta Elías, que caminó por el desierto 40 días y que recibió pan de manos de un ángel (1 R 19,5-8). Marcos no menciona que Jesús ayunara: en cambio da a entender que a través de los ángeles ha recibido el pan de Dios. Ha recibido la fuerza para salir vencedor de la prueba.

Las fieras están dentro de nosotros, queriendo devorar nuestra vida y convertirnos en devoradores de la vida de otros… la infidelidad, el robo, la venganza, la manipulación, la avaricia, el orgullo… tentaciones en nuestra selva oscura.

La Cuaresma nos invita a revisar nuestra vida, a sacarnos el disfraz o la careta y reconocer nuestra fragilidad de seres hechos de barro; no para conformarnos ni justificar nuestras caídas, sino para que busquemos y recibamos la fuerza de Dios, a través de la oración, para recibir la luz de Dios bajo la cual vemos nuestra verdad; la Confesión que nos reconcilia con Dios y los hermanos y la Comunión, donde recibimos el pan que necesitamos para el camino. El Pan de Vida, el mismo Cristo.

viernes, 9 de febrero de 2018

Con flores a María: Nuestra Señora de Lourdes




Las cosas que vivimos cuando niños son como algo natural, algo que simplemente hemos recibido y allí está, como si así hubiera sido siempre. Vivimos también la ilusión de que así seguirá siendo. Con el paso del tiempo, volvemos la mirada atrás y descubrimos que hemos vivido algo único, que no volverá a repetirse.

Este domingo es 11 de febrero, día de Nuestra Señora de Lourdes. Esa fecha y ese nombre me llevan de nuevo a mi niñez en Young, a las calles de tosca donde había pasado un camión regadera para que no se levantara tanto polvo. Por esas calles íbamos cantando “venid y vamos todos, con flores a María”. La procesión había comenzado en la Gruta de Lourdes y terminaría en el Colegio San Vicente de Paúl.
Era de tarde, con la luz de los días largos de verano, pero llevábamos antorchas encendidas. Años más tarde supe del filósofo Diógenes, que también en pleno día caminaba con una lámpara encendida, diciendo que estaba buscando al hombre. Nosotros no estábamos buscando nada, pero de algún modo, en nuestra fe de niños, sabíamos que el Hombre (con mayúscula) era Jesús, el hijo de María.

Lourdes es una ciudad de Francia, en el departamento de Altos Pirineos, que cuenta hoy con cerca de 15.000 habitantes.
En el año 1858 tenía poco más de 4.000 habitantes. Era un lugar muy pobre, con un 80 % de analfabetos. Muy cerca de allí hay unas elevaciones rocosas conocidas como Massabielle, frente a las cuales corre el gave o torrente de Pau, que baja de las montañas. Allí se encuentra una gruta natural, donde una jovencita de 14 años, santa Bernardita Soubirous, presenció dieciocho apariciones de una Dama que se presentó, hablando en el mismo dialecto de la joven, diciendo “Que soy era Immaculada Councepciou” es decir, “yo soy la Inmaculada Concepción”.

La inmaculada concepción de María es un dogma de fe en la Iglesia Católica. Durante siglos fue una creencia sostenida del Pueblo de Dios. No olvidemos que nuestra Virgen de los Treinta y Tres es una típica representación de la Inmaculada.
Reconociendo esa fe del Pueblo de Dios, en 1854 el Papa Pío Nono declaró que “la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción … en atención a los méritos de Cristo-Jesús … ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”.
Las apariciones que presenció santa Bernardita tuvieron lugar entre el 11 de febrero y el 16 de julio de 1858, es decir, pocos años después de la declaración del dogma.
A partir de que las apariciones fueron reconocidas por la Iglesia, luego de un prudente proceso, Lourdes se fue transformando en un santuario y lugar de peregrinación que recibe más de seis millones de peregrinos cada año.

En 1990, ya ordenado sacerdote, fui a estudiar a Francia. En agosto, verano europeo, antes de empezar los cursos, participé en una peregrinación diocesana a Lourdes. 1200 personas en tren. Todo estaba muy bien organizado y a poco de llegar, nos acercamos a la Gruta. La gruta de verdad, entre las rocas de Massabielle.
Allí me quedé un rato contemplando la imagen de la Virgen, ubicada en el lugar donde había sido la aparición.
De pronto comencé a rezar… sobre todo peticiones. Me acordé de muchísima gente que fue pasando por mi memoria y que fui recordando ante María, cuya presencia se podía sentir allí más allá de lo sensible. La oración fluía como el río que estaba a mi espalda.

En esos días conocí más de la historia de Lourdes. Leí la vida de Santa Bernardita, una vida en la que no faltó sufrimiento, pero en la que siempre hubo fe.

Pronto la devoción a Nuestra Señora de Lourdes se fue extendiendo por el mundo. La primera Iglesia dedicada a ella en el Uruguay fue inaugurada en 1886, en la Ciudad Vieja de Montevideo. Hoy es sede de la parroquia Nuestra Señora de Lourdes y San Vicente Pallotti.

En 1934 se inauguró en Montevideo otra iglesia dedicada a Nuestra Señora de Lourdes, en la barriada de Malvín.

En 1947 se construyó también en Montevideo la “Gruta de Lourdes”, el santuario que sigue congregando peregrinos el 11 de cada mes. Se construyó junto a la parroquia del Salvador, confiada a los Padre Dehonianos, en la avenida de Las Instrucciones.
 La inauguración fue presidida por el Cardenal Barbieri. Se inauguró a medianoche del 8 de febrero, con una procesión de dos mil antorchas. La gruta se hizo con las mismas dimensiones de la Gruta de Massabielle. En 1958 los obispos uruguayos la declararon Santuario Nacional.

En Melo, en el barrio Sóñora, tenemos una capilla que está dedicada a esta advocación de la Virgen y hay otra en Santa Clara de Olimar.

Muchas mujeres en el Uruguay llevan el nombre de Lourdes, poniendo de manifiesto la extensión de esta devoción a María. Conozco por lo menos a tres religiosas, de diferentes generaciones que tienen ese nombre.
Curiosamente, en Francia, donde se encuentra Lourdes, Lourdes no se usa como nombre.

En el año 1992 san Juan Pablo II estableció la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebró por primera vez el 11 de febrero de 1993.

En uno de sus mensajes, con motivo de esta jornada, el papa polaco explicó así el significado de Lourdes:

“Desde el día de la aparición a Bernardita Soubirous, María ha "curado" en aquel lugar dolores y enfermedades, restituyendo a numerosos hijos suyos también la salud del cuerpo. Sin embargo, ha realizado prodigios mucho más sorprendentes en el corazón de los creyentes, abriéndolos al encuentro con su Hijo Jesús, respuesta verdadera a las expectativas más profundas del corazón humano. El Espíritu Santo, que la cubrió con su sombra en el momento de la encarnación del Verbo, transforma el corazón de innumerables enfermos que recurren a ella. Aunque no obtengan el don de la salud corporal, pueden recibir siempre otro mucho más importante:  la conversión del corazón, fuente de paz y de alegría interior. Este don transforma su existencia y los convierte en apóstoles de la cruz de Cristo, estandarte de esperanza, incluso en medio de las pruebas más duras y difíciles.” (XII Jornada Mundial del Enfermo, Lourdes, Francia, 11 de febrero de 2004) 

lunes, 5 de febrero de 2018

Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre. Jornada Mundial del Enfermo 2018.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA XXVI JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO 2018
Mater Ecclesiae: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre.
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa»  (
Jn 19,26-27)

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia debe servir siempre a los enfermos y a los que cuidan de ellos con renovado vigor, en fidelidad al mandato del Señor (cf. Lc 9,2-6; Mt 10,1-8; Mc 6,7-13), siguiendo el ejemplo muy elocuente de su Fundador y Maestro.

Este año, el tema de la Jornada del Enfermo se inspira en las palabras que Jesús, desde la cruz, dirige a su madre María y a Juan: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn 19,26-27).

1. Estas palabras del Señor iluminan profundamente el misterio de la Cruz. Esta no representa una tragedia sin esperanza, sino que es el lugar donde Jesús muestra su gloria y deja sus últimas voluntades de amor, que se convierten en las reglas constitutivas de la comunidad cristiana y de la vida de todo discípulo.
En primer lugar, las palabras de Jesús son el origen de la vocación materna de María hacia la humanidad entera. Ella será la madre de los discípulos de su Hijo y cuidará de ellos y de su camino. Y sabemos que el cuidado materno de un hijo o de una hija incluye todos los aspectos de su educación, tanto los materiales como los espirituales.
El dolor indescriptible de la cruz traspasa el alma de María (cf. Lc 2,35), pero no la paraliza. Al contrario, como Madre del Señor comienza para ella un nuevo camino de entrega. En la cruz, Jesús se preocupa por la Iglesia y por la humanidad entera, y María está llamada a compartir esa misma preocupación. Los Hechos de los Apóstoles, al describir la gran efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, nos muestran que María comenzó su misión en la primera comunidad de la Iglesia. Una tarea que no se acaba nunca.

2. El discípulo Juan, el discípulo amado, representa a la Iglesia, pueblo mesiánico. Él debe reconocer a María como su propia madre. Y al reconocerla, está llamado a acogerla, a contemplar en ella el modelo del discipulado y también la vocación materna que Jesús le ha confiado, con las inquietudes y los planes que conlleva: la Madre que ama y genera a hijos capaces de amar según el mandato de Jesús. Por lo tanto, la vocación materna de María, la vocación de cuidar a sus hijos, se transmite a Juan y a toda la Iglesia. Toda la comunidad de los discípulos está involucrada en la vocación materna de María.

3. Juan, como discípulo que lo compartió todo con Jesús, sabe que el Maestro quiere conducir a todos los hombres al encuentro con el Padre. Nos enseña cómo Jesús encontró a muchas personas enfermas en el espíritu, porque estaban llenas de orgullo (cf. Jn 8,31-39) y enfermas en el cuerpo (cf. Jn 5,6). A todas les dio misericordia y perdón, y a los enfermos también curación física, un signo de la vida abundante del Reino, donde se enjuga cada lágrima. Al igual que María, los discípulos están llamados a cuidar unos de otros, pero no exclusivamente. Saben que el corazón de Jesús está abierto a todos, sin excepción. Hay que proclamar el Evangelio del Reino a todos, y la caridad de los cristianos se ha de dirigir a todos los necesitados, simplemente porque son personas, hijos de Dios.

4. Esta vocación materna de la Iglesia hacia los necesitados y los enfermos se ha concretado, en su historia bimilenaria, en una rica serie de iniciativas en favor de los enfermos. Esta historia de dedicación no se debe olvidar. Continúa hoy en todo el mundo. En los países donde existen sistemas sanitarios públicos y adecuados, el trabajo de las congregaciones católicas, de las diócesis y de sus hospitales, además de proporcionar una atención médica de calidad, trata de poner a la persona humana en el centro del proceso terapéutico y de realizar la investigación científica en el respeto de la vida y de los valores morales cristianos. En los países donde los sistemas sanitarios son inadecuados o inexistentes, la Iglesia trabaja para ofrecer a la gente la mejor atención sanitaria posible, para eliminar la mortalidad infantil y erradicar algunas enfermedades generalizadas. En todas partes trata de cuidar, incluso cuando no puede sanar. La imagen de la Iglesia como un «hospital de campaña», que acoge a todos los heridos por la vida, es una realidad muy concreta, porque en algunas partes del mundo, sólo los hospitales de los misioneros y las diócesis brindan la atención necesaria a la población.

5. La memoria de la larga historia de servicio a los enfermos es motivo de alegría para la comunidad cristiana y especialmente para aquellos que realizan ese servicio en la actualidad. Sin embargo, hace falta mirar al pasado sobre todo para dejarse enriquecer por el mismo. De él debemos aprender: la generosidad hasta el sacrificio total de muchos fundadores de institutos al servicio de los enfermos; la creatividad, impulsada por la caridad, de muchas iniciativas emprendidas a lo largo de los siglos; el compromiso en la investigación científica, para proporcionar a los enfermos una atención innovadora y fiable. Este legado del pasado ayuda a proyectar bien el futuro. Por ejemplo, ayuda a preservar los hospitales católicos del riesgo del «empresarialismo», que en todo el mundo intenta que la atención médica caiga en el ámbito del mercado y termine descartando a los pobres.
La inteligencia organizacional y la caridad requieren más bien que se respete a la persona enferma en su dignidad y se la ponga siempre en el centro del proceso de la curación. Estas deben ser las orientaciones también de los cristianos que trabajan en las estructuras públicas y que, por su servicio, están llamados a dar un buen testimonio del Evangelio.

6. Jesús entregó a la Iglesia su poder de curar: «A los que crean, les acompañarán estos signos: […] impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos» (Mc 16,17-18). En los Hechos de los Apóstoles, leemos la descripción de las curaciones realizadas por Pedro (cf. Hch 3,4-8)y Pablo (cf. Hch 14,8-11). La tarea de la Iglesia, que sabe que debe mirar a los enfermos con la misma mirada llena de ternura y compasión que su Señor, responde a este don de Jesús. La pastoral de la salud sigue siendo, y siempre será, una misión necesaria y esencial que hay que vivir con renovado ímpetu tanto en las comunidades parroquiales como en los centros de atención más excelentes. No podemos olvidar la ternura y la perseverancia con las que muchas familias acompañan a sus hijos, padres y familiares, enfermos crónicos o discapacitados graves. La atención brindada en la familia es un testimonio extraordinario de amor por la persona humana que hay que respaldar con un reconocimiento adecuado y con unas políticas apropiadas. Por lo tanto, médicos y enfermeros, sacerdotes, consagrados y voluntarios, familiares y todos aquellos que se comprometen en el cuidado de los enfermos, participan en esta misión eclesial. Se trata de una responsabilidad compartida que enriquece el valor del servicio diario de cada uno.

7. A María, Madre de la ternura, queremos confiarle todos los enfermos en el cuerpo y en el espíritu, para que los sostenga en la esperanza. Le pedimos también que nos ayude a acoger a nuestros hermanos enfermos. La Iglesia sabe que necesita una gracia especial para estar a la altura de su servicio evangélico de atención a los enfermos. Por lo tanto, la oración a la Madre del Señor nos ve unidos en una súplica insistente, para que cada miembro de la Iglesia viva con amor la vocación al servicio de la vida y de la salud. La Virgen María interceda por esta XXVI Jornada Mundial del Enfermo, ayude a las personas enfermas a vivir su sufrimiento en comunión con el Señor Jesús y apoye a quienes cuidan de ellas. A todos, enfermos, agentes sanitarios y voluntarios, imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Vaticano, 26 de noviembre de 2017.
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.


Francisco