sábado, 28 de mayo de 2022

“Fue llevado al cielo” (Lucas 24,46-53). Ascensión del Señor.

Ya ha quedado atrás la Semana Santa. A lo largo de seis domingos hemos ido contemplando distintas apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos.
Ahora nos toca presenciar una separación, una despedida, con la que concluye el evangelio de Lucas. Concluye este evangelio, sí, pero comienza la segunda parte de la obra de Lucas, el libro de Los Hechos de los Apóstoles, cuyo comienzo escuchamos en la primera lectura.
La ascensión del Señor es como una bisagra entre estos dos libros, pues con este acontecimiento se cierra el evangelio y se abre el libro de los Hechos.
Así, pues, Lucas relata dos veces la ascensión de Jesús.
Vamos a detenernos hoy en el relato que nos presenta el evangelio; una narración más breve, pero donde cada frase nos evoca distintos episodios de la vida y las enseñanzas de Jesús que el mismo evangelista nos ha comunicado.
Nuestro pasaje de hoy comienza con un breve discurso de Jesús: 

«Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día» (Lucas 24,46-53)

Jesús hace referencia a su muerte y resurrección, es decir, a su Pascua, su paso de la muerte a la vida, acontecimiento que está en el centro de nuestra fe. Pero Jesús ha comenzado diciendo: “así está escrito”. Lo que ha sucedido con Él, especialmente lo primero, su pasión, su sufrimiento, no ha sido un mero capricho de los hombres, un accidente inesperado. La cruz de Jesús era, como nos dice san Pablo:

escándalo para los judíos y locura para los paganos (1 Corintios 1,23)

El mismo Jesús resucitado, en una de las apariciones que nos narra Lucas, tomó su tiempo para explicar a dos decepcionados discípulos que el Mesías, el Salvador, debía pasar por la cruz:

«¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?»
Y comenzando por Moisés y continuando por los profetas les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a él. (Lucas 24,25-27)

Todo aquello que estaba escrito en los libros Sagrados estaba preparando y anunciando el plan de salvación que Dios quería realizar por medio de su Hijo. Ahora todo se ha cumplido y, por eso, continúa Jesús indicando a los discípulos su misión:

«y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto.» (Lucas 24,47-48) 

Comenzando por Jerusalén, porque es allí donde han tenido lugar los sucesos. En el evangelio de Lucas, por otra parte, todo llega o parte de Jerusalén, ciudad de Dios; de modo que de allí también tendrá que salir el anuncio de la salvación, llamando a la conversión, al cambio de vida, para recibir el perdón de los pecados.
Jesús finaliza su breve discurso con una promesa, una importante promesa. Los discípulos tienen por delante una misión difícil. Jesús ya no va a estar con ellos, pero no los dejará solos:

«Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto». (Lucas 24,49)
La promesa del Padre, la fuerza que viene de lo alto a la que se refiere Jesús, es el Espíritu Santo, que descenderá sobre ellos en el acontecimiento que recordaremos el próximo domingo: Pentecostés.
Con esa promesa se cierran las palabras de Jesús. Sin embargo, no termina allí la comunicación con los discípulos. Falta un gesto, un gesto al cual, a mi parecer, cada vez le descubrimos y le reconocemos su valor y por eso lo pedimos para nosotros y para los demás:
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.  (Lucas 24,50-51)
Jesús bendijo a sus discípulos. Ese es, dentro del marco de estas apariciones, su último gesto hacia ellos, el gesto con el que se despide. Gesto que se prolonga mientras se produce la separación. La bendición que se inicia en la tierra continúa desde el Cielo.
Jesús, entrando en su gloria para sentarse a la derecha del Padre, sigue bendiciendo a sus discípulos.

En Israel, la bendición era una prerrogativa del sacerdote.
Vayamos al comienzo del evangelio de Lucas, al relato de la anunciación a Zacarías, donde se le dice que será padre de Juan el Bautista.
Zacarías, sacerdote, entró al templo para hacer la ofrenda de incienso y debía salir, a continuación, a bendecir al pueblo. Dentro del santuario, escuchó el anuncio del Ángel, pero lo recibió con dudas. Entonces el Ángel le dijo que, por no haber creído quedaría mudo; y así fue que no pudo dar la bendición al pueblo:
Mientras tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el Santuario. Él se expresaba por señas, porque había quedado mudo.(Lucas 1,21-22)
La esperada bendición de aquel momento quedó frustrada. Pero ahora, en la ascensión es Jesús resucitado quien se manifiesta como sumo y eterno sacerdote, bendiciendo en sus discípulos a toda su Iglesia nuevo Pueblo de Dios y por medio de la Iglesia a toda la humanidad.

Nos quedan apenas dos versículos de este relato:
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios. (Lucas 24,52-53)
Cuando se produce una separación, cuando se aleja alguien muy querido a quien no volveremos a ver, el sentimiento normal es de una cierta tristeza, a lo más un sabor agridulce… sin embargo, aquí se nos dice que los discípulos volvieron a Jerusalén con gran alegría.
Aquí vemos que ellos han crecido en su comprensión de lo que ha sucedido con Jesús; más aún, han crecido en su comprensión de la persona misma de Jesucristo; y todavía más: han crecido en su fe en el Hijo de Dios, porque lo que los alegra es su triunfo, su ascensión, para sentarse a la derecha del Padre.
Se alegran porque aman a Jesús. Él les había dicho:

Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. (Juan 14,28)
Por último, notemos este detalle del evangelio de Lucas: su narración comienza en el templo de Jerusalén, cuando Zacarías estaba prestando su servicio sacerdotal y termina en el mismo lugar: los discípulos permanecían en el templo alabando a Dios.
Recibamos este final como una invitación a continuar frecuentando la Eucaristía en nuestras parroquias y capillas, encontrándonos allí con Jesús resucitado que se hace presente en medio de su comunidad para darnos su Palabra, su Pan de Vida y su Bendición.

En esta semana

  • Hoy, 29 de mayo, la Iglesia recuerda al papa San Pablo VI, quien llevó a término el Concilio Vaticano II, convocado e iniciado por san Juan XXIII, momento muy importante en la renovación de la Iglesia, volviendo a las fuentes de la Palabra de Dios y de la Tradición.
  • Martes 31: fiesta de la Visitación de María. Mi saludo y bendición a la comunidad de las Salesas en el Monasterio de la visitación, en Progreso y a todos los que se congreguen para acompañarlas ese día.
  • Jueves 1 de junio: San Justino, mártir. 
  • Viernes 2: Santos Marcelino y Pedro, mártires.
  • Sábado 3: San Carlos Lwanga y compañeros, mártires; y, en Uruguay, San Cono, monje. Y ya estamos en la víspera de Pentecostés.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Escuchar con los oídos del corazón. Mensaje del Santo Padre Francisco para la 56 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.

Queridos hermanos y hermanas:

El año pasado reflexionamos sobre la necesidad de “ir y ver” para descubrir la realidad y poder contarla a partir de la experiencia de los acontecimientos y del encuentro con las personas. Siguiendo en esta línea, deseo ahora centrar la atención sobre otro verbo, “escuchar”, decisivo en la gramática de la comunicación y condición para un diálogo auténtico.

En efecto, estamos perdiendo la capacidad de escuchar a quien tenemos delante, sea en la trama normal de las relaciones cotidianas, sea en los debates sobre los temas más importantes de la vida civil. Al mismo tiempo, la escucha está experimentando un nuevo e importante desarrollo en el campo comunicativo e informativo, a través de las diversas ofertas de podcast y chat audio, lo que confirma que escuchar sigue siendo esencial para la comunicación humana.

A un ilustre médico, acostumbrado a curar las heridas del alma, le preguntaron cuál era la mayor necesidad de los seres humanos. Respondió: “El deseo ilimitado de ser escuchados”. Es un deseo que a menudo permanece escondido, pero que interpela a todos los que están llamados a ser educadores o formadores, o que desempeñen un papel de comunicador: los padres y los profesores, los pastores y los agentes de pastoral, los trabajadores de la información y cuantos prestan un servicio social o político.

Escuchar con los oídos del corazón

En las páginas bíblicas aprendemos que la escucha no sólo posee el significado de una percepción acústica, sino que está esencialmente ligada a la relación dialógica entre Dios y la humanidad. «Shema’ Israel - Escucha, Israel» (Dt 6,4), el íncipit del primer mandamiento de la Torah se propone continuamente en la Biblia, hasta tal punto que san Pablo afirma que «la fe proviene de la escucha» (Rm 10,17). Efectivamente, la iniciativa es de Dios que nos habla, y nosotros respondemos escuchándolo; pero también esta escucha, en el fondo, proviene de su gracia, como sucede al recién nacido que responde a la mirada y a la voz de la mamá y del papá. De los cinco sentidos, parece que el privilegiado por Dios es precisamente el oído, quizá porque es menos invasivo, más discreto que la vista, y por tanto deja al ser humano más libre.

La escucha corresponde al estilo humilde de Dios. Es aquella acción que permite a Dios revelarse como Aquel que, hablando, crea al hombre a su imagen, y, escuchando, lo reconoce como su interlocutor. Dios ama al hombre: por eso le dirige la Palabra, por eso “inclina el oído” para escucharlo.

El hombre, por el contrario, tiende a huir de la relación, a volver la espalda y “cerrar los oídos” para no tener que escuchar. El negarse a escuchar termina a menudo por convertirse en agresividad hacia el otro, como les sucedió a los oyentes del diácono Esteban, quienes, tapándose los oídos, se lanzaron todos juntos contra él (cf. Hch 7,57).

Así, por una parte está Dios, que siempre se revela comunicándose gratuitamente; y por la otra, el hombre, a quien se le pide que se ponga a la escucha. El Señor llama explícitamente al hombre a una alianza de amor, para que pueda llegar a ser plenamente lo que es: imagen y semejanza de Dios en su capacidad de escuchar, de acoger, de dar espacio al otro. La escucha, en el fondo, es una dimensión del amor.

Por eso Jesús pide a sus discípulos que verifiquen la calidad de su escucha: «Presten atención a la forma en que escuchan» (Lc 8,18); los exhorta de ese modo después de haberles contado la parábola del sembrador, dejando entender que no basta escuchar, sino que hay que hacerlo bien. Sólo da frutos de vida y de salvación quien acoge la Palabra con el corazón “bien dispuesto y bueno” y la custodia fielmente (cf. Lc 8,15). Sólo prestando atención a quién escuchamos, qué escuchamos y cómo escuchamos podemos crecer en el arte de comunicar, cuyo centro no es una teoría o una técnica, sino la «capacidad del corazón que hace posible la proximidad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 171).

Todos tenemos oídos, pero muchas veces incluso quien tiene un oído perfecto no consigue escuchar a los demás. Existe realmente una sordera interior peor que la sordera física. La escucha, en efecto, no tiene que ver solamente con el sentido del oído, sino con toda la persona. La verdadera sede de la escucha es el corazón. El rey Salomón, a pesar de ser muy joven, demostró sabiduría porque pidió al Señor que le concediera «un corazón capaz de escuchar» ( 1 Re 3,9). Y san Agustín invitaba a escuchar con el corazón ( corde audire), a acoger las palabras no exteriormente en los oídos, sino espiritualmente en el corazón: «No tengan el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón» [1]. Y san Francisco de Asís exhortaba a sus hermanos a «inclinar el oído del corazón» [2].

La primera escucha que hay que redescubrir cuando se busca una comunicación verdadera es la escucha de sí mismo, de las propias exigencias más verdaderas, aquellas que están inscritas en lo íntimo de toda persona. Y no podemos sino escuchar lo que nos hace únicos en la creación: el deseo de estar en relación con los otros y con el Otro. No estamos hechos para vivir como átomos, sino juntos.

La escucha como condición de la buena comunicación

Existe un uso del oído que no es verdadera escucha, sino lo contrario: el escuchar a escondidas. De hecho, una tentación siempre presente y que hoy, en el tiempo de las redes sociales, parece haberse agudizado, es la de escuchar a escondidas y espiar, instrumentalizando a los demás para nuestro interés. Por el contrario, lo que hace la comunicación buena y plenamente humana es precisamente la escucha de quien tenemos delante, cara a cara, la escucha del otro a quien nos acercamos con apertura leal, confiada y honesta.

Lamentablemente, la falta de escucha, que experimentamos muchas veces en la vida cotidiana, es evidente también en la vida pública, en la que, a menudo, en lugar de oír al otro, lo que nos gusta es escucharnos a nosotros mismos. Esto es síntoma de que, más que la verdad y el bien, se busca el consenso; más que a la escucha, se está atento a la audiencia. La buena comunicación, en cambio, no trata de impresionar al público con un comentario ingenioso dirigido a ridiculizar al interlocutor, sino que presta atención a las razones del otro y trata de hacer que se comprenda la complejidad de la realidad. Es triste cuando, también en la Iglesia, se forman bandos ideológicos, la escucha desaparece y su lugar lo ocupan contraposiciones estériles.

En realidad, en muchos de nuestros diálogos no nos comunicamos en absoluto. Estamos simplemente esperando que el otro termine de hablar para imponer nuestro punto de vista. En estas situaciones, como señala el filósofo Abraham Kaplan [3], el diálogo es un “duálogo”, un monólogo a dos voces. En la verdadera comunicación, en cambio, tanto el tú como el yo están “en salida”, tienden el uno hacia el otro.

Escuchar es, por tanto, el primer e indispensable ingrediente del diálogo y de la buena comunicación. No se comunica si antes no se ha escuchado, y no se hace buen periodismo sin la capacidad de escuchar. Para ofrecer una información sólida, equilibrada y completa es necesario haber escuchado durante largo tiempo. Para contar un evento o describir una realidad en un reportaje es esencial haber sabido escuchar, dispuestos también a cambiar de idea, a modificar las propias hipótesis de partida.

En efecto, solamente si se sale del monólogo se puede llegar a esa concordancia de voces que es garantía de una verdadera comunicación. Escuchar diversas fuentes, “no conformarnos con lo primero que encontramos” —como enseñan los profesionales expertos— asegura fiabilidad y seriedad a las informaciones que transmitimos. Escuchar más voces, escucharse mutuamente, también en la Iglesia, entre hermanos y hermanas, nos permite ejercitar el arte del discernimiento, que aparece siempre como la capacidad de orientarse en medio de una sinfonía de voces.

Pero, ¿por qué afrontar el esfuerzo que requiere la escucha? Un gran diplomático de la Santa Sede, el cardenal Agostino Casaroli, hablaba del “martirio de la paciencia”, necesario para escuchar y hacerse escuchar en las negociaciones con los interlocutores más difíciles, con el fin de obtener el mayor bien posible en condiciones de limitación de la libertad. Pero también en situaciones menos difíciles, la escucha requiere siempre la virtud de la paciencia, junto con la capacidad de dejarse sorprender por la verdad — aunque sea tan sólo un fragmento de la verdad— de la persona que estamos escuchando. Sólo el asombro permite el conocimiento. Me refiero a la curiosidad infinita del niño que mira el mundo que lo rodea con los ojos muy abiertos. Escuchar con esta disposición de ánimo —el asombro del niño con la consciencia de un adulto— es un enriquecimiento, porque siempre habrá alguna cosa, aunque sea mínima, que puedo aprender del otro y aplicar a mi vida.

La capacidad de escuchar a la sociedad es sumamente preciosa en este tiempo herido por la larga pandemia. Mucha desconfianza acumulada precedentemente hacia la “información oficial” ha causado una “infodemia”, dentro de la cual es cada vez más difícil hacer creíble y transparente el mundo de la información. Es preciso disponer el oído y escuchar en profundidad, especialmente el malestar social acrecentado por la disminución o el cese de muchas actividades económicas.

También la realidad de las migraciones forzadas es un problema complejo, y nadie tiene la receta lista para resolverlo. Repito que, para vencer los prejuicios sobre los migrantes y ablandar la dureza de nuestros corazones, sería necesario tratar de escuchar sus historias, dar un nombre y una historia a cada uno de ellos. Muchos buenos periodistas ya lo hacen. Y muchos otros lo harían si pudieran. ¡Alentémoslos! ¡Escuchemos estas historias! Después, cada uno será libre de sostener las políticas migratorias que considere más adecuadas para su país. Pero, en cualquier caso, ante nuestros ojos ya no tendremos números o invasores peligrosos, sino rostros e historias de personas concretas, miradas, esperanzas, sufrimientos de hombres y mujeres que hay que escuchar.

Escucharse en la Iglesia

También en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros. Nosotros los cristianos olvidamos que el servicio de la escucha nos ha sido confiado por Aquel que es el oyente por excelencia, a cuya obra estamos llamados a participar. «Debemos escuchar con los oídos de Dios para poder hablar con la palabra de Dios» [4]. El teólogo protestante Dietrich Bonhoeffer nos recuerda de este modo que el primer servicio que se debe prestar a los demás en la comunión consiste en escucharlos. Quien no sabe escuchar al hermano, pronto será incapaz de escuchar a Dios [5].

En la acción pastoral, la obra más importante es “el apostolado del oído”. Escuchar antes de hablar, como exhorta el apóstol Santiago: «Cada uno debe estar pronto a escuchar, pero ser lento para hablar» (1,19). Dar gratuitamente un poco del propio tiempo para escuchar a las personas es el primer gesto de caridad.

Hace poco ha comenzado un proceso sinodal. Oremos para que sea una gran ocasión de escucha recíproca. La comunión no es el resultado de estrategias y programas, sino que se edifica en la escucha recíproca entre hermanos y hermanas. Como en un coro, la unidad no requiere uniformidad, monotonía, sino pluralidad y variedad de voces, polifonía. Al mismo tiempo, cada voz del coro canta escuchando las otras voces y en relación a la armonía del conjunto. Esta armonía ha sido ideada por el compositor, pero su realización depende de la sinfonía de todas y cada una de las voces.

Conscientes de participar en una comunión que nos precede y nos incluye, podemos redescubrir una Iglesia sinfónica, en la que cada uno puede cantar con su propia voz acogiendo las de los demás como un don, para manifestar la armonía del conjunto que el Espíritu Santo compone.

Roma, San Juan de Letrán, 24 de enero de 2022, Memoria de san Francisco de Sales.

 

Francisco

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[1] «Nolite habere cor in auribus, sed aures in corde» (Sermo 380, 1: Nuova Biblioteca Agostiniana 34, 568).

[2]  Carta a toda la Orden: Fuentes Franciscanas, 216.

[3] Cf. The life of dialogue, en J. D. Roslansky ed., Communication. A discussion at the Nobel Conference, North-Holland Publishing Company – Amsterdam 1969, 89-108.

[4] D. Bonhoeffer, Vida en comunidad, Sígueme, Salamanca 2003, 92.

[5] Cf. ibíd., 90-91.
 

“Pidan al Padre” (Juan 16,23b-28). Sábado de la VI semana de Pascua.

La reflexión de hoy es del P. César dos Santos y está tomada del libro "Ya sucedió… y se propagó", págs. 94 y 95.

jueves, 26 de mayo de 2022

“Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo” (Juan 16,16-20). San Felipe Neri.


San Felipe Neri, presbítero (memoria obligatoria)

Del Martirologio Romano:

San Felipe Neri, presbítero, que, consagrándose a la labor de salvar a los jóvenes del maligno, fundó el Oratorio en Roma, en el cual se practicaban constantemente las lecturas espirituales, el canto y las obras de caridad, y resplandeció por el amor al prójimo, la sencillez evangélica y su espíritu de alegría, el sumo celo y el servicio ferviente de Dios (1595).

En la Diócesis de Canelones: 

En la Parroquia Santa Teresita, de Juanicó, funciona un Oratorio que lleva el nombre de San Felipe Neri.

domingo, 22 de mayo de 2022

“Les dejo la paz, les doy mi paz” (Juan 14,23-29). V domingo de Pascua.

La guerra de Ucrania y sus consecuencias inmediatas, que pronto se hicieron sentir en todo el mundo, han avivado en la humanidad el deseo de paz. Las comunidades católicas en todo el mundo, junto a otras congregaciones cristianas e incluso a otras religiones, nos hemos unido en la oración pidiendo el don de la paz. Yo espero que, también, nos hayan hecho tomar conciencia de que hay otros lugares del mundo que, aunque no reciben tanta atención de los medios de comunicación, desde hace mucho sufren la guerra, como Yemen, por poner un ejemplo.

En el evangelio de hoy, Jesús ofrece a sus discípulos el don de la paz. Shalom alejeim, “La paz esté con ustedes”, o simplemente Shalom, Paz, es el saludo en lengua hebrea. Shalom aparece unas 230 veces a lo largo del Libro de la Primera Alianza, lo que se suele llamar Antiguo Testamento. A través de esas expresiones es posible ir descubriendo la verdadera paz, don de Dios a los hombres.

Hay formas de paz solo aparentes, basadas en el miedo, la mentira, la falsa conciencia, el autoengaño. Uno de los salmos alerta sobre quienes 

“hablan de paz a su vecino, pero la maldad está en su corazón” (Salmo 28,3).
Otro salmo presenta el desconcierto del hombre justo 

“al ver la paz de los impíos” (Salmo 73,3.18)

hasta que comprende el terrible destino que aguarda a los malvados.

También se habla del cansancio de tratar 

“con los que odian la paz. Si yo hablo de paz, ellos prefieren la guerra”, dice el Salmo 120. (Salmo 120,6-7)
La Paz, SHALOM, es el bienestar en la existencia cotidiana, el estado del hombre que vive en armonía con la naturaleza, con los demás, consigo mismo y con Dios. Es bendición, reposo, riqueza, salvación… vida. Es justicia. Es plenitud de dicha y es un don de Dios, como dice otro salmo:

“Dios bendice a su pueblo con la Paz” (Salmo 29,11)
La bendición que encontramos en el libro de los Números concluye diciendo:
“Que Dios te muestre su rostro y te conceda la Paz” (Números 6,26)
Hay que pedir a Dios el don de la Paz y desearlo para todos:
“Pidan la paz para Jerusalén… haya paz en tus muros…
Por mis hermanos y compañeros, voy a decir ¡la paz contigo!
Por la casa del Señor nuestro Dios te deseo todo bien” (Salmo 122, 6-8)
Los profetas anuncian la Paz que traerá el Mesías, paz que superará todos los anhelos.
El profeta Isaías la compara con un torrente, una correntada:
Así dice Dios: miren que voy a derramar sobre Jerusalén la paz como un río. (Isaías 66,12)
En Jesús se cumplen todas las esperanzas de los hombres y las promesas de Dios. Él es quien trae al mundo la Paz de Dios, como lo anunciaron los ángeles cantando en su nacimiento:
“Gloria a Dios en lo alto del Cielo y en la tierra PAZ a los hombres amados por el Señor” (Lucas 2,14)
Ya en su tiempo de misión entre los hombres, Jesús saluda ofreciendo la paz e indica a sus discípulos hacer lo mismo:
Cuando entren a una casa, digan primero: “Paz a esta casa”.
Y si hubiere allí un hijo de paz, su paz reposará sobre él; si no, volverá a ustedes.
(Lucas 10,5-6)
Para hacer la vida más humana, para que sea como Dios la quiere, lo primero es sembrar la paz, no la violencia; promover el respeto, el diálogo y la escucha mutua; no la imposición ni el enfrentamiento.

Y finalmente en el evangelio de este domingo, escuchamos a Jesús decir a sus discípulos:
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. (Juan 14,23-29)
Jesús está en la última cena, pronunciando su discurso de despedida. Sintiendo la cercanía de la muerte, está disponiendo de sus bienes… ¿cuál es el bien mayor que deja Jesús a los suyos?
Jesús deja a los discípulos su Paz, la paz que ellos han podido ver en Él. Esa paz es fruto de la íntima unión de Jesús con el Padre. Les regala su paz, que nacerá en ellos si están dispuestos a recibir y dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.

Dios da la paz; y la paz se pide a Dios, pero eso no exime de la responsabilidad de buscarla ni del esfuerzo personal y comunitario para establecerla. Esfuerzo personal: primero para estar en paz consigo mismo. El Mahatma Gandhi decía que “el que no está en paz consigo mismo está en guerra con todo el mundo”. Paz con nuestro prójimo: con nuestra familia… una paz a veces muy costosa; con nuestros vecinos, con todas las personas con las que compartimos algo de nuestra vida. Paz con la creación, en el respeto y el cuidado de la casa común…
Todos los caminos de la Paz nos llevan a la Paz con Dios y la Paz con Dios nos realimenta y reenvía para ser portadores de paz.
Como dice el profeta Isaías:
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación…!» (Isaías 52:7)
¡Qué bueno que esto pudiera decirse de cada uno de nosotros!
La persona que lleva en su interior la paz de Cristo no busca lo que enfrenta y separa, sino que busca siempre el bien de todos, no deja fuera a nadie; fomenta todo lo que une, todo lo que lleva al cumplimiento de lo que Jesús ha implorado al Padre: 

“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Juan 14,21).

Santos de la semana:

  • Santa Rita de Casia, una santa muy querida, una mujer que logró llevar a Dios a su violento marido es recordada este mismo domingo 22.
  • El martes 24, María Auxiliadora. Saludamos a la familia Salesiana, especialmente a las Hijas de María Auxiliadora, al colegio de Canelones y las capillas que se encuentran en la ciudad de Canelones, en Canelón Chico, San Ramón y Pando.
  • El miércoles 25 hay tres santos: San Beda el Venerable, presbítero y doctor de la Iglesia. San Gregorio VII, Papa y Santa María Magdalena de Pazzi, virgen.
  • San Felipe Neri, fundador de los oratorios, es recordado en la parroquia de Juanicó donde funciona un oratorio dedicado a él. Lo recordamos el jueves 26.
  • San Agustín de Cantorbery, obispo, es el santo cuya memoria se celebra el viernes 27.

Amigas y amigos, muchas gracias por su atención. Abramos nuestro corazón a la paz que Jesús nos ofrece y pidámosle que nos haga portadores de su paz, que llevemos su paz a todos aquellos con quienes nos encontramos cada día. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

“Permanezcan en mí” (Juan 15,1-8). Miércoles de la V Semana de Pascua

 

domingo, 15 de mayo de 2022

Las canonizaciones: apuntes desde Roma.

Los diez nuevos santos en la fachada de la basílica de San Pedro

Amigas y amigos, hermanas y hermanos, queridos todos:

Este mediodía, cuando terminó la Misa en la que se celebró la canonización de Santa Francisca Rubatto y nueve santos más, pensé cómo, de qué forma, podría compartir tantas vivencias de ese momento y de otros días pasados. Uno de ustedes me escribió “lo que debe haber sido estar ahí”. La verdad es que no es fácil transmitir todo lo que fue esto, pero trataré de compartir algo.

Es la segunda vez que participo en una canonización. La primera vez fue el 14 de octubre de 2018, durante el sínodo sobre los jóvenes en el que me tocó participar. Allí fueron canonizados nada menos que San Pablo VI y San Óscar Romero. Fue un momento muy fuerte, pensando solo en esas dos grandes figuras. Sin embargo, eso fue apenas un alto en las maratónicas sesiones del sínodo y, aunque me alegra recordar que estuve allí, también recuerdo que yo estaba bastante cansado…

Esta vez pude disfrutar mucho de la celebración y seguirla con toda atención en sus detalles. Estuvimos presentes seis obispos uruguayos: al Cardenal Daniel le tocó estar muy cerca del Papa y, aunque yo no lo veía, reconocí su voz cuando intervino en la plegaria eucarística.

Los otros cinco, Milton, Arturo, Pedro, Carlos y yo, estuvimos juntos completando esta presencia de los obispos de Uruguay.

Mons. Carlos Collazzi, yo, Mons. Arturo Fajardo, Mons.
Milton Tróccoli, Mons. Pedro Wolcan, Cardenal Daniel Sturla.

El rito de la canonización

El rito de la canonización es relativamente sencillo. Se hace al comienzo de la Misa. Después de invocar al Espíritu Santo con el canto Veni Creator, el prefecto de la Congregación para la causa de los santos, acompañado por los postuladores, se dirige al Santo Padre para pedirle que los diez beatos que él irá presentando sean inscriptos en la lista de los santos, que en latín se dice catálogo sanctorum. A continuación, hace una brevísima reseña de la vida de cada uno. 

Te impresiona que, a pesar de ser muy breves, esas referencias no son anodinas, porque tocan siempre algún aspecto central de la santidad de quienes han sido postulados.
Fue muy lindo ir escuchando la manifestación de los diferentes grupos congregados, que, desde diferentes sitios de la plaza aclamaban a su santo o santa. Cuando apareció el nombre de Carlos de Foucauld, la aclamación fue general.

El rito sigue con la letanía de los santos, que comienza con el Kyrie, el “Señor, ten piedad”.
Al término del canto el Papa pronuncia la fórmula de la canonización, que comienza expresando los tres fines que tiene la misma. En primer lugar, para honor de la Santísima Trinidad; es decir, como reconocimiento al Dios tres veces santo, fuente de toda santidad. En segundo y tercer lugar, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana.

Y si hay algo que uno siente en una celebración así, es, precisamente, eso último: ganas de crecer en la fe, en la esperanza, en la caridad, siguiendo a Jesús por el camino por el que Él te ha llamado y te sigue llevando, como llamó y llevó a esos hombres y mujeres que se dejaron conducir por el Espíritu de Jesús Resucitado.

Termina el rito con el agradecimiento del Prefecto de la Congregación para la causa de los santos y el pedido de las letras apostólicas, o sea, los correspondientes decretos para que esa decisión quede debidamente documentada. De allí, al Gloria y ya la misa continúa en su orden habitual.
Las lecturas fueron las del V Domingo de Pascua y el Papa Francisco hizo su homilía sobre el evangelio. 

Una linda homilía, que pueden leer íntegramente pulsando AQUÍ. Y toda la celebración, un enorme esfuerzo del Santo Padre, que, aunque está algo aliviado, se le nota que sigue dolorido en sus rodillas y necesita ayuda en algunos momentos. No deja de ser un sacrificio personal que él realiza con serenidad y hasta, se diría, con alegría. Y algo de la Misa lo debe haber aliviado mucho, porque después de la celebración estuvo saludando largamente.

En la canonización: ¡Tala presente!

Encuentros con la gente

Antes de venir a Roma, hice una visita a Fátima. Ayer, sábado 14, volando de Portugal a Italia tuve una escala de unas dos horas y media en el aeropuerto de Madrid. Encontré una de las capillas y pude celebrar la Misa en la fiesta del apóstol Matías.

En Fátima primero, después en la capilla de Barajas y hoy en la plaza de San Pedro, pensé mucho en todos los que me piden que rece: por ellos mismos o por sus personas queridas, en sus distintas situaciones: fragilidad, enfermedad, problemas familiares, sufrimientos, duelo… Esta mañana, siguiendo la letanía de los santos, a los que les pedimos que rueguen por nosotros, recé por todos ustedes.

Fueron días de muchos encuentros con personas conocidas: algunos con los que debíamos encontrarnos, otros con los que encontramos fortuitamente; encuentros con personas con las que teníamos conocidos comunes y encuentros también con personas totalmente desconocidas que, seguramente no volveré a ver. Entre ellos, en Fátima, con Mons. Pedro Wolcan y otros obispos nos llamó la atención una señora que llevaba dos grandes cirios y tenía un rostro muy entristecido. Nos acercamos a ella y resultó ser una emigrante ucraniana. Nos mostró las fotos de sus dos hijos soldados: uno en Mariúpol y otro en el Dombás, es decir en los focos de la guerra de Ucrania. “Hace un mes que no sé nada de ellos”, nos dijo, llena de dolor. La invitamos a rezar juntos a la Virgen y le dimos la bendición.

Esta mañana, después de la Misa, una pareja me pidió que los bendijera; les pregunté de dónde eran: alemanes. Más adelante, unos cinco muchachos y muchachas me llamaron “Monseñor”, en español. Me volví hacia ellos. Eran emigrantes, de distintos países hispanos: Dominicana, Guatemala, Perú… también me pidieron la bendición. Por allí, unas monjitas con rostro asiático me pararon para preguntarme algo. Eran de Filipinas e Indonesia.

Siempre en la salida de la peregrinación: un pequeño grupo con dos banderas uruguayas. “Somos de Tala”. La diócesis de Canelones no estuvo solo representada por el Obispo. También me encontré con el encargado de Misiones de la Diócesis de Tortosa a la que pertenece el P. Lucio Escolar: otro enlace con Canelones.

Más encuentros… el obispo de Sao Gabriel da Cachoeira, en la Amazonia brasileña, con quien nos escribimos a propósito de la presencia misionera allí del P. Jorge Osorio, de la diócesis de Melo. No casualmente, sino debidamente concertado, nos encontramos con Sebastián, joven melense que estudió comunicación y que desde este año trabaja en Vatican News.
También con el vicario general de la diócesis de Verona, de donde hubo en Salto tantos sacerdotes. Estuvimos repasando los nombres de todos, sin olvidar al P. Zenón, que regresó este año a Italia, a los 87 años…
Y muchos más, sobre todo Obispos: de Mozambique, Angola, Togo, Nigeria, Argelia, Brasil, Argentina, Venezuela, Colombia… y, por supuesto, muchos italianos, algunos en lugares como Albania, Siria.

Uno se da cuenta de que van pasando los años y ha vivido muchos encuentros… de algún modo, la vida de cada uno de nosotros es como un hilo que Dios va cruzando con otros como la urdimbre y la trama, para tejer en su telar la Iglesia, en la que todos, de algún modo, estamos llamados a encontrarnos.

Encuentros con los santos

Y algo así me pasó con los santos. El librito que nos entregaron para seguir la Misa trae un resumen de la vida de cada uno. Yo pensé que solo conocía a tres de ellos: Santa Francisca Rubatto, Santa María Mantovani, San Carlos de Foucauld, de los que les entregué tres videos. (Para ver enlaces a los tres videos, pulsar AQUÍ).

Sin embargo, me encontré con otra canonización que me alegró mucho: Santa María Rivier, fundadora de las Hermanas de la Presentación de María. Y vaya si la conocía. Cuando estudiaba en Francia, viví dos años en Bourg-Saint-Andéol, en la diócesis de Viviers. Allí está la casa Madre de la presentación de María y allí celebré Misa varias veces, incluso no hace muchos años, en una visita posterior. A esa diócesis pertenecía San Carlos de Foucauld… todo se entrecruza.
Pero apareció por allí también San Justino Russolillo, un napolitano que fundó los Padres Vocacionistas. Los vocacionistas me alojaron la primera vez que fui a Medellín y una de las veces que estuve en Roma.

Pero… hasta ahí llegué. Los otros cinco santos me eran desconocidos. San Tito Brandsman, carmelita, nacido en Holanda, mártir en el campo de concentración de Dachau, terrible lugar que visité una vez. San Lázaro Devasahayam, nacido en la India, laico, neófito y mártir en el siglo XVIII. San César de Bus, francés, fundador de los Padres de la Doctrina Cristiana. San Luis María Palazzollo, de Bérgamo, fundador, con la venerable Teresa Gabrielli, de las Hermanas de los Pobres. La décima: Santa María de Jesús Santocanale, nacida en Palermo, capuchina.

Leyendo las vidas de estos hombres y mujeres, se puede ver las distintas pruebas por las que fueron pasando en su seguimiento de Jesús: intrigas, persecuciones, revoluciones, guerras… tiempos realmente difíciles, en los que nunca perdieron la fe y así pueden decir, como san Pablo:

“he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.” (2 Timoteo 4,7)
Pensemos en todos ellos cuando nos sentimos en la prueba, como lo hacía el autor de la carta a los Hebreos, que escribió:
“Por lo tanto, ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta.” (Hebreos 12,1)
Ponemos ahora estos nuevos testigos junto a los más conocidos de nuestro “santoral canario" y el de toda la Iglesia y confiémonos a su intercesión y a la de la Madre de Dios, para seguir caminando en el seguimiento de Jesús, cada día más comprometidos en el anuncio de su Reino. Y a seguir rezando por la beatificación de Monseñor Jacinto Vera. Ya tenemos la primera santa: que el Señor nos conceda ahora el primer beato (y luego santo).

Bendiciones,

+ Heriberto

Y si están con tiempo y muchas ganas... ¡aquí está la Misa completa!

viernes, 13 de mayo de 2022

“Ámense los unos a los otros. Así como Yo los he amado” (Juan 13,31-33a.34-35). V Domingo de Pascua. San Isidro Labrador. Canonizaciones.

Este domingo, además de su significación propia, junta dos acontecimientos: en la Plaza de San Pedro se celebrará la canonización, entre otros, de la primera santa uruguaya y es el día de San Isidro Labrador.

Por eso, en primer lugar, quiero felicitar a los fieles de la parroquia de Las Piedras y a todos los pedrenses: San Isidro Labrador es el patrono de la ciudad, de la comunidad parroquial y del colegio salesiano. También es patrono de Villa San Isidro, hoy barrio del municipio 18 de mayo, donde está la parroquia Medalla Milagrosa.

Felicito también a los fieles de varias capillas de nuestra diócesis que tienen a San Isidro como patrono. Conté seis, y espero no olvidar ninguna:

  • en ruta 11, perteneciente a la Catedral; 
  • en ruta 5, de la parroquia de Juanicó; 
  • en ruta 63, en Rincón de Conde, parroquia de San Ramón; 
  • en la localidad de Pantanoso, parroquia de Sauce; 
  • en Estación Migues; 
  • y en Villa Jardines, ruta 75, parroquia de Pando.

Pero, además, la imagen de san Isidro Labrador y sus bueyes, muchas veces junto a la de su esposa, santa María de la Cabeza, está también presente en casi todas las parroquias de la diócesis y en muchas de ellas, como en Tala, hay una gran devoción y el 15 de mayo es una gran fiesta.

Este año, como recordamos oportunamente, el 12 de marzo se cumplió el cuarto centenario de la canonización de San Isidro.
Vamos, entonces, a detenernos brevemente sobre su vida.

De san Isidro podemos decir que se hizo santo viviendo su fe y su unión con Dios trabajando la tierra y formando una familia. Y eso no es poco. Muchos hombres y mujeres que veneramos como santos y santas son reconocidos por el carisma que recibieron y que supieron desarrollar y extender por el mundo por medio de sus obras y de sus fundaciones. Este hombre, en cambio, fue reconocido como santo por sus vecinos, porque vivió santamente esas dos realidades que son como los dos grandes pilares sobre los que se apoya la vida: la familia y el trabajo.

Isidro nació en Madrid hacia el año 1080, finales del siglo XI. Venía de una familia humilde, en la que la necesidad hacía que los hijos empezaran a trabajar temprano. Siendo muy joven se empleó con un tal Vera, lejos de Madrid, patrón que lo apreció mucho por su laboriosidad y su honestidad. Isidro sentía un gran aprecio por la Eucaristía y se levantaba temprano para ir a Misa antes de trabajar. En su trabajo, solía hacer algunas pausas para rezar. Algunos compañeros veían eso con malos ojos, porque consideraban que le quitaba tiempo al trabajo. Sin embargo, él compensaba esas breves ausencias con un esfuerzo generoso y Dios bendijo el resultado de su labor con frutos abundantes.
Cuando pudo regresar más cerca de su tierra natal, siguió en la labranza de los campos. Otra vez volvieron las dificultades con los compañeros, que le recriminaban el tiempo en que se detenía para orar. Esto hizo que su patrón decidiera vigilarlo a escondidas. Después de hacerlo, aseguró que había visto unos ángeles que se hacían cargo de arar con los bueyes de Isidro mientras él rezaba.
Junto a su esposa, Isidro supo estar atento a los más necesitados, para quienes tenía siempre alguna forma de ayudarlos.
Murió hacia el año 1130. Los madrileños cultivaron su devoción que se fue extendiendo por la península ibérica y llegó luego hasta América. A mediados del siglo XVIII se inició el proceso fundacional de la villa de San Isidro de Las Piedras, hoy ciudad de Las Piedras, cuya iglesia parroquial alberga las imágenes del santo labrador y de su esposa.
Roguemos para que todos nosotros, a ejemplo de san Isidro, sepamos reconocer la obra de Dios en todo el proceso que va de la siembra hasta la cosecha y apliquemos en nuestra vida la siembra de Dios, que es su Palabra.

Un mandamiento nuevo

Aunque nos hemos centrado hoy sobre la figura de san Isidro, no podemos dejar de decir una palabra sobre el Evangelio de este domingo, en el que Jesús presenta a sus discípulos un mandamiento nuevo.

Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.
A primera vista, no parece tan nuevo: “Ámense unos a otros” no suena muy distinto de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La novedad está en la segunda parte: “Como yo los he amado”. ¿De qué manera nos ha amado Jesús? El mismo ha dicho:
“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15,13).
Ciertamente, Jesús pone una medida muy alta, pero hay muchos que han llegado a esa medida del amor. Pero sin llegar a “dar la vida” en el sentido de morir, muchos “dan la vida” de verdad, cada día, en una generosa entrega.
Sin embargo, el “como yo los he amado” tiene una dimensión aún más profunda. En su gran oración al Padre, Jesús le pide, en determinado momento:
“que el amor con que tú me amaste esté en ellos” (Juan 17,26)
“Como yo los he amado” significa “con el amor con que el Padre me ha amado”. Al comunicarnos su amor, Jesús nos comunica el amor con que el Padre lo amó a él. Amar como Jesús nos amó es recibir y comunicar el amor de Jesús, que viene del Padre. Algo muy grande, por cierto, muchos más allá de nuestras fuerzas, pero que el Espíritu Santo hace posible.

Canonizaciones

Como decíamos al comienzo, este domingo se celebra en la Plaza de San Pedro la canonización de varios santos. Entre ellos,
-    La primera santa uruguaya, la Madre Francisca Rubatto, fundadora de las Hermanas capuchinas de Loano; italiana de nacimiento, eligió vivir sus últimos años en Uruguay y dispuso que aquí descansaran sus restos.
-    Aunque sea poco conocida, toca de modo especial a nuestra diócesis, la madre María Domenica Mantovani, fundadora de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, presentes en nuestra diócesis en el ámbito de la parroquia de Progreso.
-    Finalmente, el hermanito Carlos de Foucauld, cuya vida y espiritualidad han inspirado a muchos sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos en todo el mundo y también en el Uruguay.

Varios Obispos uruguayos nos encontramos en Roma para participar de la Misa que presidirá el Papa Francisco con la que la Iglesia reconoce la santidad de estos hombres y mujeres y nos los propone como diferentes ejemplos, diversas maneras de seguir el Camino de Jesús.

Amigas y amigos, muy especialmente todos aquellos que celebran hoy a San Isidro, invoco la intercesión de estos santos y santas y pido para Uds. la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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Para saber más sobre los nuevos santos, haz click AQUÍ.

 

“Como el Padre me amó, también Yo los he amado” Juan 15,9-17. San Matías Apóstol.

Sábado 14 de mayo de 2022.
IV Semana de Pascua
San Matías, apóstol.

La meditación de esta palabra ha sido tomada del libro de Fray Hans Stapel: "Ya sucedió… y se propagó" (págs. 21-22).

“No se inquieten” (Juan 14,1-6). Nuestra Señora de Fátima.

 

miércoles, 11 de mayo de 2022

“El servidor no es más grande que su señor” (Juan 13,16-20). Jueves de la IV semana de Pascua.

Del martiriologio romano, para el día de hoy:

Santos Nereo y Aquileo, mártires, los cuales, según refiere el papa san Dámaso, eran dos jóvenes que se habían enrolado en el ejército y que, arrastrados por el miedo, estaban dispuestos a obedecer las órdenes impías del magistrado, pero después de convertirse al Dios verdadero dejaron el ejército, arrojando sus escudos, armas y uniformes, contentos de su triunfo como confesores de Cristo. Sus cuerpos fueron sepultados en este día en el cementerio de Domitila, situado en la vía Ardeatina de Roma (s. III ex.). Memoria libre.

San Pancracio, mártir, que, según la tradición, murió también en Roma en plena adolescencia por su fe en Cristo, siendo sepultado en la vía Aurelia, a dos miliarios de la Urbe. El papa san Símaco levantó una célebre basílica sobre su sepulcro y el papa san Gregorio I Magno convocaba a menudo al pueblo en torno al mismo sepulcro, para que recibieran el testimonio del verdadero amor cristiano. En este día se conmemora la sepultura de este mártir romano (s. IV in.). Memoria libre.

sábado, 7 de mayo de 2022

Canonizaciones: María Francisca Rubatto, primera santa del Uruguay. 15 de mayo de 2022.

El próximo domingo, 15 de mayo de 2022, en la Plaza de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano, se celebrará la canonización de varios santos.

Entre ellos está la que será la primera santa del Uruguay: María Francisco Rubatto, fundadora de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto, que estuvieron presentes en la Diócesis de Canelones, en el Colegio de Tala. En la comunidad educativa se sigue recordando la presencia de las Hermanas y a su fundadora.

Francisca Rubatto nació en Italia, donde fundó su congregación. Más tarde la misión la trajo a América y decidió quedarse en Uruguay en los últimos años de su vida. Pidió ser sepultada en nuestra tierra. Se hizo uruguaya por propia decisión.

 

María Domenica Mantovani fue también fundadora. En cooperación con su párroco, el beato Giuseppe Nascimbeni, fundó las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, en Castelletto di Brenzone, a orillas del lago de Garda, en la provincia de Verona, Italia.

Las Hermanas están presentes en nuestra diócesis, en la capilla San José, en Progreso. Son, precisamente, hermanas de esa comunidad quienes presentan en forma testimonial a su fundadora, alternándose con los datos biográficos que ofrece nuestro Obispo Heriberto.

   

La figura y la espiritualidad de Carlos de Foucauld, el hermanito Carlos, el "hermano universal" ha sido inspiradora para muchos miembros del Pueblo de Dios. Fieles laicos y laicas, personas consagradas, sacerdotes se sintieron llamados por su legado espiritual y se agruparon en diversas asociaciones o congregaciones, que configuran la "familia Carlos de Foucauld". Varias de las entidades de la Familia están presentes en el Uruguay.

“Yo les doy Vida eterna” (Juan 10, 27-30). IV Domingo de Pascua, Jesús Buen Pastor.

“Se me hizo eterno”, “parecía que no terminaba nunca”, son expresiones que utilizamos cuando un momento de nuestra vida se nos hizo particularmente pesado o, también, doloroso y nuestro deseo era que terminara de una buena vez.

Por otra parte, hay otras instancias de la vida, momentos felices, que no quisiéramos que llegaran a su fin. Sin embargo, aún cuando terminan, nos dejan un recuerdo grato que nos sigue acompañando, que se hace parte de nosotros, que conforma algo así como un sedimento, un fondo de felicidad sobre el que se apoya nuestra vida.

Las lecturas de este domingo tienen como eje la vida eterna. El evangelio, breve, está tomado del capítulo 10 de san Juan, donde Jesús se presenta como el Buen Pastor. Allí aparece esta promesa de Jesús en referencia a sus ovejas:

Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. (Juan 10, 27-30)
Vida eterna. Para nosotros, que vivimos en el tiempo, que estamos acostumbrados al flujo de los acontecimientos que van pasando uno tras otro, se nos hace difícil imaginar una vida eterna. Más de un buen cristiano se ha preguntado si eso no será aburrido; algo como lo que decíamos al principio…
Si volvemos un poco más atrás en este mismo capítulo 10 de Juan, encontramos otra expresión de Jesús sobre la vida que Él quiere dar a sus ovejas:
yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia. (Juan 10,10)
“Vida abundante”, “vida en plenitud”; una vida colmada, en la que no falta nada. Una vida feliz, una felicidad que no pasa, que no se desvanece.
En la palabra de Dios, esa vida se nos presenta como una visión.
Así leemos en la primera carta de Juan:
lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. (1 Juan 3,2)  
Y también nos dice san Pablo:
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. (1 Corintios 13,12)
Lo veremos tal cual es, veremos cara a cara; pero no todo se queda en la “visión”. Pablo dice “conoceré como Dios me conoce a mí” y Juan va más lejos: “seremos semejantes a él”.
El catecismo de la Iglesia Católica nos habla así de la vida eterna:
Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo".
El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1024)
La segunda lectura de hoy nos ofrece, con el lenguaje del libro del Apocalipsis, una visión del Cielo habitado por los redimidos por Cristo:

Yo, Juan, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano. (Apocalipsis 7, 9. 14b-17)
Si bien la vida eterna es una promesa y está más allá de esta vida, aquí se nos ofrece un anticipo, un anticipo nada menor. Leyendo el Evangelio de Juan, varias veces encontramos expresiones en las que se nos dice que el que cree en Jesucristo ya tiene vida eterna (3,36; 5,24; 6,47; 6,54).
Todo lo que Jesús nos da aquí abajo, todo lo que es una forma de unión con Él a través de la pertenencia a la Iglesia y de la celebración de los sacramentos, es ya vida eterna.

Podríamos seguir profundizado en esta felicidad eterna que Dios ofrece a toda persona humana que viene a este mundo, pero hay dos cosas que no podemos olvidar.

La primera es que esta dicha eterna se nos ofrece a partir de lo que venimos de celebrar: la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
A fin de que las ovejas lleguen a alcanzar la vida eterna, la vida abundante, el Pastor entrega su propia vida. Tres veces, en el capítulo 10 del evangelio de Juan, Jesús habla de dar la vida:

El buen Pastor da su vida por las ovejas. (10,11)
… doy mi vida por las ovejas (10,15)
… doy mi vida para recobrarla. (10,17)
En otros términos, podríamos decir: la felicidad que Dios nos ofrece no es gratuita ni de bajo costo. Hay un precio que se ha pagado y es la vida de Jesucristo. Se ha pagado con la preciosa sangre del Hijo de Dios.

Por eso, también, y es la segunda cosa que debemos tener presente, el cielo no se promete, sin más, para todo el mundo. Jesús dice que esa vida eterna se les da a aquellos que escuchan su voz y «siguen» al pastor. La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos dice algo de eso, en las palabras que Pablo y Bernabé dirigen a quienes los insultaban y contradecían:
«A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabra de Dios, pero ya que la rechazan y no se consideran dignos de la Vida eterna, nos dirigimos ahora a los paganos.
Así nos ha ordenado el Señor: Yo te he establecido para ser la luz de las naciones, para llevar la salvación hasta los confines de la tierra.» (Hechos de los Apóstoles 13, 14. 43-52)
Como dice el salmo: “ojalá escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos el corazón”; más aún, si el Señor es el Buen Pastor, que llama a cada uno por su nombre, que ha dado su vida por cada uno de nosotros para darnos Vida Eterna.

El buen pastor se hace presente a través de los pastores a quienes confía su rebaño. Por eso no dejemos, en este domingo, de orar por las vocaciones de especial consagración para el servicio del Pueblo de Dios, en especial por las vocaciones al sacerdocio y al diaconado permanente.

En este día recordamos a Nuestra Señora del Luján, en nuestra Diócesis patrona de la capilla de Parque del Plata. Nuestro saludo a esa comunidad que celebra su fiesta patronal el sábado 7 a las 17 horas.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

“Señor, ¿A quién iremos?” (Juan 6,60-69). Sábado de la III semana de Pascua.

El Sábado 12 de mayo de 2007, en el marco de su viaje apostólico a Brasil, con motivo de la inauguración, en el santuario de Nuestra Señora Aparecida, de la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, el Papa Benedicto XVI visitó la Fazenda de la Esperanza en Guaratinguetá, Estado de San Pablo.

Allí pronunció un discurso que puede leerse haciendo click aquí.

A fin de ese año, el 21 de diciembre, en un discurso a la Curia Romana, el Papa se refirió a aquella visita y a la Fazenda. De ese discurso está tomada la reflexión de hoy.

Estos son los párrafos que el Papa Benedicto dedicó a recordar su vista a Guaratinguetá:

Recuerdo muy vivamente el día que visité la Fazenda de la Esperanza, en la que personas caídas en la esclavitud de la droga recuperan libertad y esperanza. Al llegar a ella, percibí inmediatamente de un modo nuevo la fuerza sanadora de la creación de Dios. Las montañas verdes que rodean el amplio valle nos hacen elevar la mirada hacia las alturas y, al mismo tiempo, nos dan un sentido de protección. Del sagrario de la iglesita de las Carmelitas mana una fuente de agua límpida, que recuerda la profecía de Ezequiel sobre el agua que, saliendo del Templo, desintoxica la tierra salada y hace crecer árboles que proporcionan la vida. Debemos defender la creación no sólo para nuestra utilidad, sino por sí misma, como mensaje del Creador, como don de belleza, que es promesa y esperanza.

Sí, el hombre necesita la trascendencia. Sólo Dios basta, dijo santa Teresa de Ávila. Cuando él falta, entonces el hombre debe tratar de superar por sí mismo los confines del mundo, de abrir ante sí el espacio infinito para el que ha sido creado. Entonces, la droga se convierte para él en una necesidad. Pero pronto descubre que se trata sólo de una infinitud ilusoria, —podríamos decir— una burla que el diablo hace al hombre.

En la Fazenda de la Esperanza los confines del mundo quedan realmente superados, la mirada se abre hacia Dios, hacia la amplitud de nuestra vida; así se produce una curación. A todos los que allí trabajan les manifiesto sinceramente mi gratitud; y a todos los que allí buscan la curación, les expreso mi cordial deseo de bendición.

viernes, 6 de mayo de 2022

“El que come de este pan vivirá eternamente” (Juan 6,52-59). Viernes de la III semana de Pascua.

La Iglesia y, en especial, la familia salesiana, recuerda hoy a Santo Domingo Savio.
Siguiendo una inclinación presente desde muy niño, en la adolescencia entró con paso firme en el camino de la santidad. Murió en Mondonio, en el Piamonte, el 9 de marzo de 1857, a los 14 años.

En Uruguay conmemoramos el fallecimiento, en misión, del venerable Jacinto Vera, en la localidad de Pan de Azúcar, 1881.

miércoles, 4 de mayo de 2022

Canonizaciones. María Doménica Mantovani: "Toda para Todos". Fundadora de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia.

El 15 de mayo próximo el Papa Francisco celebrará la canonización de varios beatos. Entre ellos se encuentra la que será la primera santa uruguaya, María Francisca Rubatto y el hermanito Carlos de Foucauld.

También será canonizada ese día María Doménica Mantovani, fundadora de las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia de Castelletto (Verona, Italia). En nuestra diócesis hay una comunidad de estas hermanitas, en la capilla San José de Progreso.

En este video se puede conocer los grandes trazos de la vida de la nueva santa, intercalado con los testimonios de las hermanitas Vanesa, Carina y María.

“Al que venga a mí Yo no lo rechazaré” (Juan 6,35-40). Miércoles de la III semana de Pascua.

 

martes, 3 de mayo de 2022

“El que me ha visto ha visto al Padre”. Juan 14,6-14. Santos Felipe y Santiago, apóstoles.

Fiesta de los santos Felipe y Santiago, apóstoles. Junto con Nuestra Señora de los Treinta y Tres, son patronos del Uruguay.

Felipe, que, al igual que Pedro y Andrés, había nacido en Betsaida y era discípulo de Juan Bautista, fue llamado por el Señor para que lo siguiera. 

Santiago, por su parte, era hijo de Alfeo, de sobrenombre “Justo”, considerado en Occidente como el pariente del Señor, fue el primero que rigió la Iglesia de Jerusalén, y cuando se suscitó la controversia sobre la circuncisión, se adhirió al parecer de Pedro, para que no fuera impuesto a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo. Muy pronto coronó su apostolado con el martirio (s. I).

lunes, 2 de mayo de 2022

«Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros» (Jn 13, 34). Palabra de Vida, mayo 2022.

Desde tiempos de su fundadora, Chiara Lubich, el Movimiento de los Focolares propone mensualmente un versículo bíblico para meditar y llevar a la práctica: "Palabra de Vida". Este es el versículo propuesto para el mes de mayo de 2022, con una meditación preparada por Letizia Magri.

Estamos en el momento de la última cena. Jesús, sentado a la mesa con sus discípulos, acaba de lavarles los pies. Dentro de unas horas será arrestado, condenado a muerte y crucificado. Cuando el tiempo se acorta y la meta se acerca, se dicen las cosas más importantes: el «testamento». En este contexto, en lugar de la institución de la Eucaristía, el Evangelio de Juan relata el lavatorio de los pies. Y a la luz de esta acción hay que entender el mandamiento nuevo. Jesús actúa primero y enseña después, y por eso su palabra tiene autoridad.

El mandamiento de amar al prójimo ya estaba presente en el Antiguo Testamento: 

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18). 

Pero Jesús ilumina un aspecto nuevo de éste: la reciprocidad. Es el amor mutuo lo que crea y distingue a la comunidad de sus discípulos.

Este mandamiento tiene su raíz en la misma vida divina, en la dinámica trinitaria que el ser humano está habilitado a compartir gracias al Hijo. Lo ejemplifica Chiara Lubich con una imagen que nos puede iluminar: 

«Jesús, cuando vino a la tierra, no vino de la nada, como cada uno de nosotros, sino que vino del Cielo. E igual que un emigrante, cuando va a un país lejano, se adapta al nuevo entorno, pero lleva consigo sus usos y costumbres y sigue hablando su lengua, también Jesús se adaptó en la tierra a la vida de los hombres, pero, por ser Dios, trajo el modo de vivir del Cielo, de la Trinidad, que es amor, amor recíproco». (1)

«Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros».

Aquí entramos en el núcleo del mensaje de Jesús, que nos lleva a la lozanía de las primeras comunidades cristianas y que al día de hoy puede seguir siendo el distintivo de todos nuestros grupos y asociaciones. En un ambiente en que la reciprocidad es una realidad viva, experimentamos el sentido de nuestra existencia, encontramos la fuerza para seguir adelante en los momentos de dolor y de sufrimiento, nos sentimos sostenidos en las inevitables dificultades y saboreamos la alegría.

Cada día nos enfrentamos a muchos desafíos: la pandemia, la polarización, la pobreza, los conflictos. Imaginemos por un instante lo que sucedería si consiguiésemos poner en práctica esta Palabra en el día a día: nos encontraríamos ante nuevas perspectivas, se abriría ante nuestros ojos el proyecto de la humanidad, motivo de esperanza. Pero ¿quién nos impide reavivar esta Vida en nosotros y reactivar a nuestro alrededor relaciones de fraternidad que se extiendan hasta llenar el mundo?

«Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros».

Marta es una joven voluntaria que ayuda a las personas detenidas a preparar los exámenes universitarios. 

«La primera vez que entré en la cárcel me encontré con personas llenas de miedos y fragilidades. Intenté entablar una relación ante todo profesional y luego de amistad, basada en el respeto y la escucha. Pronto comprendí que no era yo la única que ayudaba a los presos, sino que también ellos me sostenían a mí. Una vez, mientras ayudaba a un estudiante para un examen, perdí a una persona de mi familia, y a él le confirmaron la condena en el tribunal de apelación. Los dos estábamos en muy malas condiciones. Durante la clase me daba cuenta de que él incubaba un gran dolor, que fue capaz de contarme. Llevar juntos el peso de aquel dolor nos ayudó a seguir adelante. Al final del examen vino a darme las gracias, y me dijo que sin mí no lo habría conseguido. Por un lado yo había perdido a alguien de mi familia, pero por otro lado sentía que había salvado una vida. Comprendí que la reciprocidad permite crear relaciones verdaderas, de amistad y de respeto».

LETIZIA MAGRI

 (1) C. LUBICH, María, transparencia de Dios, Ciudad Nueva, Madrid 2003, pp. 83-84.Mayo 2022