viernes, 24 de febrero de 2023

“Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo rendirás culto” (Mateo 4,1-11). I Domingo de Cuaresma.

Amigas y amigos, dejamos ya los paisajes del Cerro Largo, que nos acompañaron por cuatro domingos, mientras meditábamos las enseñanzas de Jesús en el sermón del Monte.

El miércoles pasado, miércoles de ceniza, entramos en el tiempo de Cuaresma. En este domingo encontramos a Jesús en el desierto y en otro monte: el de las tentaciones.

Detrás de mi vemos uno de los cerros de la zona del salto del Penitente, un cerro de cima rocosa al que la sequía que venimos atravesando le da un aspecto desértico, aunque más cerca hay algo de verde que nos hace presente la esperanza.

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio (Mateo 4,1-11)

Así empieza el relato de Mateo y de aquí surge la primera reflexión. Muchas veces nos metemos en situaciones donde sabemos que la tentación va a aparecer: malas compañías, malas conversaciones, mal uso de las redes sociales, en fin… Jesús no entra así al desierto. Él va conducido por el Espíritu Santo y va a entrar en combate con el tentador.

Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre (Mateo 4,1-11)

El desierto y el número cuarenta son dos referencias a un acontecimiento que los israelitas evocaban fácilmente: los cuarenta años de travesía en el desierto, luego de la salida de Egipto. En ese camino se presentaron varias tentaciones, que, de alguna manera, Jesús también vivirá. La primera tentación aparece frente al hambre:

el tentador, acercándose, le dijo: 
«Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes» (Mateo 4,1-11)

Comer y beber agua es imprescindible para la subsistencia. A esas necesidades básicas el desarrollo humano ha ido agregando otras, como las que se registran en los censos de Uruguay: vivienda decorosa, abastecimiento de agua potable, servicio sanitario, energía eléctrica, artefactos básicos de confort y educación. Otros agregan también afecto, identidad, libertad, participación en la sociedad, recreación. La tentación siempre presente en el ser humano es ir mucho más allá de esas necesidades básicas y entonces acumular, aprovecharse de los otros, derrochar en el lujo y en lo superfluo, mientras a tantos les falta lo más básico y necesario para vivir. La respuesta de Jesús presenta otra necesidad, la más profunda que él siente y vive:

Está escrito: 

«El hombre no vive solamente de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4,1-11)

La cuaresma nos desafía a evaluar la manera en que usamos los bienes de este mundo. Si lo pensamos con respecto a la comida, la pregunta podría ser si comemos para vivir o vivimos para comer… y así con cada una de las cosas que forman parte de nuestra vida cotidiana. También podemos preguntarnos sobre nuestra capacidad de compartir, de ayudar de una forma efectiva a quienes están en situaciones difíciles. La “limosna” del evangelio no consiste en dar una monedita al pasar, sino en una ayuda donde también se reconoce al otro como persona, como hermano o hermana, hijos todos del Padre Dios. Todo eso es posible verlo y realizarlo a la luz de la Palabra de Dios, la Palabra que nos alimenta y nos da vida verdadera.

Segunda tentación. El Pueblo de Dios, en el camino del desierto se quejaba por la falta de agua y comida; pero esa queja reflejaba una carencia más profunda: la falta de confianza en Dios. El Pueblo llegó a preguntar: 

“El Señor ¿está o no está con nosotros?” (Éxodo 17,7).

En la primera lectura de este domingo escuchamos el relato del primer pecado, el pecado original. El primer hombre y la primera mujer llegan a cometerlo porque el tentador logró que desconfiaran de Dios. Dios les había dicho que no comieran del árbol del bien y del mal, porque morirían. El tentador les dijo:

«No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal.» (Génesis 2, 7-9; 3, 1-7)

Los ojos de Adán y Eva, efectivamente se abrieron, pero solo para descubrir su desnudez, es decir, su fragilidad. No eran dioses, sino creaturas, obra del Dios creador.

En esta segunda tentación, el demonio lleva a Jesús a la parte más alta del templo y le dice lo siguiente:

Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito:
«Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos
para que tu pie no tropiece con ninguna piedra». (Mateo 4,1-11)
Por segunda vez, el tentador ha provocado a Jesús diciéndole “si tú eres el Hijo de Dios”. 

Jesús responde:

También está escrito: «No tentarás al Señor, tu Dios» (Mateo 4,1-11)

Ante esta tentación, nos podemos preguntar sobre nuestra relación con Dios. Satanás no duda de que Jesús sea el Hijo de Dios. Lo que quiere hacer es provocar la duda en Jesús sobre lo que significa su relación con el Padre: ¿no será necesario que el Padre manifieste, con un milagro extraordinario hasta donde ama a su Hijo?

¿Qué pasa con nosotros? He escuchado a más de una persona decir que perdió la fe frente a situaciones dolorosas, donde solo sintió a Dios como ausente. Jesús viene a fortalecer nuestra fe y nuestra confianza. Él es “el testigo fiel” que nunca dudó de la fidelidad del Padre, ni siquiera en la cruz, donde libra su último combate, para finalmente entregar su vida poniéndola en manos del Padre. Jesús crucificado es el signo del amor de Dios. Hay un momento en que solo puedo llevar mi cruz contemplando a Jesús crucificado.

Tercera tentación.

El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme.» (Mateo 4,1-11)

Volvamos a las tentaciones del Pueblo de Dios en el desierto. Hubo un momento en que construyeron un ídolo, un becerro de oro y lo adoraron diciendo: 

«Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto» (Éxodo 32,4). 

Jesús responde al tentador:

Retírate, Satanás, porque está escrito:
«Adorarás al Señor, Dios, y a Él solo rendirás culto» (Mateo 4,1-11)

Jesús no se inclinó jamás ante ningún ídolo. No se dejó seducir por el poder, las riquezas, las armas, los poderosos ni por ninguna ambición de éxitos y glorias de este mundo. Para Jesús, la única palabra y la única voz a seguir son las del Padre.

Examinemos en este tiempo nuestra relación con los demás. Hay personas increíblemente ricas y poderosas, pero todos los seres humanos, en cuanto tenemos al menos algún conocimiento útil, alguna capacidad, tenemos allí una cuota de poder: una posibilidad de “adorar al ídolo” y dominar a los demás o una posibilidad de adorar al Dios verdadero y servir a los demás.

Amigas y amigos: vivamos este tiempo con todas las posibilidades que nos ofrece para una profunda revisión de nuestra vida en nuestra relación con las cosas de este mundo, con nuestro prójimo y con nuestro Dios que nos ama y nos recibe con misericordia en el sacramento de la Reconciliación.

Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Amén.


miércoles, 22 de febrero de 2023

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2023. Ascesis cuaresmal, un camino sinodal.

 Queridos hermanos y hermanas:

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas concuerdan al relatar el episodio de la Transfiguración de Jesús. En este acontecimiento vemos la respuesta que el Señor dio a sus discípulos cuando estos manifestaron incomprensión hacia Él. De hecho, poco tiempo antes se había producido un auténtico enfrentamiento entre el Maestro y Simón Pedro, quien, tras profesar su fe en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, rechazó su anuncio de la pasión y de la cruz. Jesús lo reprendió enérgicamente: 

«¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23). 

«seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1).

El evangelio de la Transfiguración se proclama cada año en el segundo domingo de Cuaresma. En efecto, en este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis.

La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Era precisamente lo que necesitaban Pedro y los demás discípulos. Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña. Estos requisitos también son importantes para el camino sinodal que, como Iglesia, nos hemos comprometido a realizar. Nos hará bien reflexionar sobre esta relación que existe entre la ascesis cuaresmal y la experiencia sinodal.  

En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Análogamente al ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es “sinodal”, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Sabemos, de hecho, que Él mismo es el Camino y, por eso, tanto en el itinerario litúrgico como en el del Sínodo, la Iglesia no hace sino entrar cada vez más plena y profundamente en el misterio de Cristo Salvador.

Y llegamos al momento culminante. Dice el Evangelio que Jesús «se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (Mt 17,2). Aquí está la “cumbre”, la meta del camino. Al final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba de Él mismo. La belleza divina de esta visión fue incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran podido hacer para subir al Tabor. Como en cualquier excursión exigente de montaña, a medida que se asciende es necesario mantener la mirada fija en el sendero; pero el maravilloso panorama que se revela al final, sorprende y hace que valga la pena. También el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino.

La experiencia de los discípulos en el monte Tabor se enriqueció aún más cuando, junto a Jesús transfigurado, aparecieron Moisés y Elías, que personifican respectivamente la Ley y los Profetas (cf. Mt 17,3). La novedad de Cristo es el cumplimiento de la antigua Alianza y de las promesas; es inseparable de la historia de Dios con su pueblo y revela su sentido profundo. De manera similar, el camino sinodal está arraigado en la tradición de la Iglesia y, al mismo tiempo, abierto a la novedad. La tradición es fuente de inspiración para buscar nuevos caminos, evitando las tentaciones opuestas del inmovilismo y de la experimentación improvisada.

El camino ascético cuaresmal, al igual que el sinodal, tiene como meta una transfiguración personal y eclesial. Una transformación que, en ambos casos, halla su modelo en la de Jesús y se realiza mediante la gracia de su misterio pascual. Para que esta transfiguración pueda realizarse en nosotros este año, quisiera proponer dos “caminos” a seguir para ascender junto a Jesús y llegar con Él a la meta.

El primero se refiere al imperativo que Dios Padre dirigió a los discípulos en el Tabor, mientras contemplaban a Jesús transfigurado. La voz que se oyó desde la nube dijo: 

«Escúchenlo» (Mt 17,5). 

Por tanto, la primera indicación es muy clara: escuchar a Jesús. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Aquel que nos habla. ¿Y cómo nos habla? Ante todo, en la Palabra de Dios, que la Iglesia nos ofrece en la liturgia. No dejemos que caiga en saco roto. Si no podemos participar siempre en la Misa, meditemos las lecturas bíblicas de cada día, incluso con la ayuda de internet. Además de hablarnos en las Escrituras, el Señor lo hace a través de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda. Pero quisiera añadir también otro aspecto, muy importante en el proceso sinodal: el escuchar a Cristo pasa también por la escucha a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia; esa escucha recíproca que en algunas fases es el objetivo principal, y que, de todos modos, siempre es indispensable en el método y en el estilo de una Iglesia sinodal.

Al escuchar la voz del Padre, 

«los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo» (Mt 17,6-8). 

He aquí la segunda indicación para esta Cuaresma: no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios, de experiencias sugestivas, por miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. La luz que Jesús muestra a los discípulos es un adelanto de la gloria pascual y hacia ella debemos ir, siguiéndolo “a Él solo”. La Cuaresma está orientada a la Pascua. El “retiro” no es un fin en sí mismo, sino que nos prepara para vivir la pasión y la cruz con fe, esperanza y amor, para llegar a la resurrección. De igual modo, el camino sinodal no debe hacernos creer en la ilusión de que hemos llegado cuando Dios nos concede la gracia de algunas experiencias fuertes de comunión. También allí el Señor nos repite: «Levántense, no tengan miedo». Bajemos a la llanura y que la gracia que hemos experimentado nos sostenga para ser artesanos de la sinodalidad en la vida ordinaria de nuestras comunidades.

Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo nos anime durante esta Cuaresma en nuestra escalada con Jesús, para que experimentemos su resplandor divino y así, fortalecidos en la fe, prosigamos juntos el camino con Él, gloria de su pueblo y luz de las naciones.

Roma, San Juan de Letrán, 25 de enero de 2023, Fiesta de la Conversión de san Pablo

Francisco

jueves, 16 de febrero de 2023

“Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mateo 5,38-48) Domingo VII durante el año.

Amigas y amigos, desde hace tres domingos estamos siguiendo la enseñanza de Jesús en el sermón del Monte, que comenzó con las bienaventuranzas; luego, el llamado a ser sal y luz de la tierra y, finalmente, el cumplimiento de la ley de Dios en plenitud, en profundidad… hoy, cerrando este breve ciclo, porque este miércoles comienza la Cuaresma, nos encontramos con este mandato de Jesús que nos muestra hasta dónde llega para Él el amor al prójimo.

En la primera lectura, un pasaje del libro del Levítico nos prepara para escuchar lo que dice Jesús en el Evangelio:
Ustedes serán santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo.
No odiarás a tu hermano en tu corazón; deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él.
No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor.
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Levítico 19, 1-2. 17-18)
Así es: en este antiguo libro de la Biblia, escrito muchos siglos antes de Jesús, aparece el mandamiento del amor al prójimo: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Es de allí donde lo toma Jesús. Pero, como veíamos en nuestro programa anterior, Jesús dijo que Él ha venido para llevar la ley de Dios a su plenitud, es decir a su perfecto cumplimiento.

Leyendo este pasaje, podríamos preguntarnos qué más se puede decir: renunciar al odio, al rencor y a la venganza y buscar enmendar la mala conducta del otro; amarlo como a sí mismo y, todo esto, enmarcado en un llamado a la santidad: “ustedes serán santos, porque Yo, el Señor, soy santo”.

Leyendo más de cerca, parece que estos preceptos tienen que ver con el trato entre los miembros del pueblo de Israel, porque se habla de “tu hermano”, “tus compatriotas”, “tu prójimo” … Para muchos israelitas, la correcta interpretación de “mi prójimo” significaba mi vecino, mi pariente, mi compatriota y eso no se aplicaba a los extranjeros.

Sin embargo, en varios lugares del antiguo testamento se habla de un especial deber de caridad hacia tres grupos de personas particularmente vulnerables: el huérfano, la viuda y el extranjero. El extranjero se refiere al emigrante o incluso al refugiado que estaba en la tierra de Israel, con mucha necesidad de ayuda.

Con esto, el círculo del amor al prójimo se amplía, aunque eso seguía siendo discutido en tiempos de Jesús, como lo muestra la pregunta que le hizo un Maestro de la Ley: ¿quién es mi prójimo? Jesús respondió con la parábola del buen samaritano, presentando a un extranjero que tuvo compasión del hombre que encontró herido en el camino, al que sanó y cuidó. En su respuesta Jesús no dice “el herido es tu prójimo” sino: “el que tuvo compasión del herido es el que se hizo prójimo” y nos llama a hacer lo mismo.

Un viejo refrán dice que “la caridad bien entendida empieza por casa”, es decir, empieza por ayudar a mi familia, a mis amigos, a quienes me son más cercanos. Ese refrán no excluye que ayudemos a otros, pero, en cierta forma, nos dice que si no ayudamos a los que tenemos más cerca, difícilmente lo haremos por personas extrañas.

Pero hoy Jesús nos quiere llevar mucho más lejos:
Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y odiarás a tu enemigo. 
Pero Yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores (Mateo 5,38-48)
Jesús recuerda el mandamiento del libro del Levítico: “amarás a tu prójimo”. 
Menciona también que se dijo “odiarás a tu enemigo”. Esa palabra no se encuentra en la Sagrada Escritura, pero sí en las enseñanzas de algunos maestros. Jesús extiende el amor al prójimo llevándonos también a amar a nuestros enemigos.

El enemigo puede ser el pueblo con el que mi pueblo entra en guerra; pero puede ser también quien me ha hecho daño, quien me ha quitado mis bienes, quien ha quitado la vida de alguno de los míos. No se trata de renunciar a la justicia que la sociedad pone en acción para detener la violencia y mantener el orden. Amar al enemigo no es un acto masoquista ni la actitud ingenua de una persona frágil, sino un acto de valor y fortaleza. Un acto por el que se reconoce la dignidad propia e imborrable de cada persona humana, más allá del mal que haya hecho. Todo ser humano es imagen de Dios, aunque esa imagen se vea desfigurada por una conducta indigna.

El amor a los enemigos va unido al perdón. Siempre es posible tomar la decisión de perdonar en nuestro corazón a alguien que nos ha hecho mal. A veces, ese perdón no es pedido ni es recibido, porque la persona “enemiga” -vamos a llamarla así- ya no está presente, porque ya no vive cerca de mí o simplemente ya no vive. Otras veces, la persona está, pero no se arrepiente ni pide perdón y la relación se ha cortado… sin embargo, mi corazón sana muchas heridas cuando yo tomo la decisión de perdonar más allá de todo, incluso cuando no sea posible el reencuentro y la reconciliación.

El libro del Levítico motivaba el amor al prójimo como participación en la santidad de Dios. Por un camino parecido va Jesús cuando dice:
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo. (Mateo 5,38-48)
Realmente, Jesús pone la vara muy alta: ¿qué significa ser perfectos como el Padre Dios? A todas luces eso parece imposible para nosotros… Pero la perfección de Dios se manifiesta en su misericordia. El Padre es para nosotros el modelo de la misericordia. Esto lo encontramos de forma más comprensible para nosotros en el evangelio de Lucas. De hecho, allí encontramos esta otra versión de las palabras de Jesús:
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. (Lucas 6,35-36)
Ser perfectos suena inalcanzable; pero ser misericordiosos es más entrañable y humano. Quien ha experimentado la misericordia de Dios encuentra allí la fuerza para ser misericordioso, renunciar a la violencia y devolver bien por mal.

Que el Señor nos ayude a practicar la paciencia, el diálogo, el perdón y a ser obreros de la unidad y de la fraternidad, empezando por nuestra propia familia.

Comienza la Cuaresma

El día 22 es miércoles de ceniza, comienzo de la Cuaresma. Allí donde sea posible, acerquémonos a nuestras parroquias, vayamos a Misa. Encontrémonos con la comunidad para participar del gesto penitencial de la imposición de las cenizas. Vivamos de corazón este tiempo que Dios establece para que renovemos nuestra vida de fe.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Conferencia Episcopal del Uruguay. Comunicado: Ante la situación de Nicaragua.

Monseñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa
y administrador apostólico de Estelí

Los Obispos del Uruguay manifestamos nuestra profunda consternación ante los acontecimientos que está viviendo la hermana República de Nicaragua. Notamos un creciente recorte de las libertades básicas y la persecución de toda opinión disidente. En ese marco han tenido lugar varias acciones hostiles hacia la Iglesia. Entre ellas preocupa particularmente la expulsión del país y privación de la ciudadanía a 222 personas y la condena a 26 años de prisión al Obispo Rolando Álvarez.

Invocamos a la Purísima Virgen María, patrona del pueblo nicaragüense, su amorosa protección de Madre sobre quienes sufren esta situación de opresión y ponemos nuestra confianza en el Espíritu Santo que mueve los corazones "para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano, y los pueblos busquen la concordia" (P. E. de la Reconciliación II).

Montevideo, 16 de febrero de 2023.

+ Arturo Fajardo, Obispo de Salto, presidente de la CEU
+ Cardenal Daniel Sturla, Arzobispo de Montevideo, vice presidente de la CEU
+ Heriberto Bodeant, Obispo de Canelones, secretario general de la CEU

sábado, 11 de febrero de 2023

“Cuando ustedes digan ‘sí’ que sea sí, y cuando digan ‘no’, que sea no” (Mateo 5,17-37). Domingo VI durante el año.

Amigas y amigos: seguimos en este camino que sube hacia la cumbre del Cerro Largo, mientras continuamos esta reflexión sobre el “sermón del monte” que abarca los capítulos cinco al siete del evangelio según san Mateo. Ya pasamos por las bienaventuranzas, por el llamado a ser sal y luz de la tierra y ahora nos encontramos con esta palabra de Jesús, que ya habíamos adelantado:
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: 
Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento (Mateo 5,17-37)
Los israelitas se referían a la Sagrada Escritura mencionando tres grandes partes: la Ley o Torah, que abarca los cinco primeros libros, atribuidos a Moisés; los profetas: nebi’im y los demás escritos, ketubim.
Al mencionar solo la Ley y los Profetas, Jesús no está excluyendo los demás libros, sino, simplemente abreviando. El viene, pues, para dar cumplimiento a todo lo que está en la Sagrada Escritura; todo lo que existía hasta entonces, lo que solemos llamar Antiguo Testamento.
Seguramente recordamos la experiencia de los discípulos de Emaús, que sintieron arder su corazón cuando Jesús
... comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras les explicó lo que se refería a él. (Lucas 24,27)
¿Qué significa que Jesús viene “a dar cumplimiento”?
Un primer significado es cumplir todo lo que Dios había anunciado por boca de los profetas. Ese sentido lo destaca especialmente Mateo, el evangelista que estamos leyendo, que muchas veces marca lo que va sucediendo en la vida de Jesús diciendo que eso ocurrió 
«Para que se cumpliera lo anunciado por el profeta...» Mt 1,23; 2,5.15.17.23; 4,14; 8,17; etc.
Un segundo significado está más referido a la ley propiamente dicha, a los mandamientos. Ahí, mejor que “dar cumplimiento” podríamos traducir “llevar a plenitud”. Todos sabemos que, a veces, la ley “se cumple por cumplir”, pero no se cumple de corazón. Se cumple la letra, pero no el espíritu de la ley. A eso último apunta Jesús, comentando algunos de los mandamientos.
Jesús va recordando cada mandamiento con la expresión “se dijo” y, a continuación, agregando su interpretación para que ese mandamiento se cumpla en plenitud: “pero yo les digo”.
Así recuerda que “se dijo”: “no matarás” (Éxodo 20,13); “no cometerás adulterio” (Éxodo 20,14). Pero enseguida hace ver que no basta con evitar la mala acción exterior: la plenitud del mandamiento está cuando también se purifica el corazón, porque
... aquél que se irrita contra su hermano… aquél que lo insulta… el que lo maldice… (Mateo 5,17-37)
merecen el mismo castigo que aquel que lo mata; es decir: el que hace eso está matando a su hermano en el corazón.
Asimismo, dice Jesús,
El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mateo 5,17-37)
De esta manera entendemos mejor la bienaventuranza que dice:
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios (Mateo 5,8)
No se trata de cumplir la ley por fuera, sino también en el corazón.
Otro comentario importante se refiere a los juramentos. En los diez mandamientos hay dos que se relacionan con lo que Jesús dice aquí:
No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios (Éxodo 20,7)
No darás falso testimonio contra tu prójimo (Éxodo 20,16)
Una ocasión de pronunciar en vano el nombre de Dios era invocarlo en los juramentos; peor aún, cuando se daba un falso testimonio, algo que podía llevar a la muerte a un inocente.
Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: «No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor». Pero Yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. (Mateo 5,17-37)
Había todo tipo de juramentos. Jesús nos sorprende, no solo indicando no jurar, sino llevándonos al valor de la palabra dada:
Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno. (Mateo 5,17-37)
Pero no basta el “sí” del momento. El sí tiene que ser mantenido a lo largo del tiempo, todo lo que sea necesario. Y hay muchos “sí” que son para toda la vida. Es muy bonito este versículo del salmo 15, que alaba al hombre que
... no se retracta de lo que juró, ni aún en daño propio (Salmo 15,4)
Es la persona que mantiene los compromisos que contrajo, aunque el camino para cumplirlos se haga como esta subida del cerro, empinada y pedregosa. Es el “sí” verdadero del consentimiento matrimonial, cuando se cumple al permanecer fieles “en lo favorable y en lo adverso, en salud o enfermedad”.
Pero Jesús deja una puerta abierta: hay un “no” que se puede cambiar por un “sí”. Es el “no” dado a la voluntad del Padre, que siempre es posible cambiar por un sí, como refiere la parábola de los dos hijos:
Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña". El respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue.
(Mateo 21,28-29)
En cambio, el otro hijo, que dio su sí de primera, no lo mantuvo y no fue a la viña. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de darle y sostener nuestro sí, siempre en fidelidad a Él.

En esta semana

  • El martes 14 recordamos a los Santos Cirilo y Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos. El Papa Juan Pablo II los hizo copatronos de Europa, junto con San Benito, a los que agregó después tres santas mujeres. Pidamos a estos evangelizadores del este de Europa su intercesión por la paz en Ucrania. 
  • El miércoles 15 recordamos al jesuita san Claudio La Colombière, confesor de santa Margarita María Alacoque. Su escucha y su orientación fueron muy importante para que pudieran difundirse las visiones de Santa Margarita María y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
  • El viernes 17 hacemos memoria de los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de la Virgen María. Estos hombres, mercaderes de la ciudad de Florencia en el siglo XIII, lo dejaron todo para dedicarse a una vida de oración.
Y esto es todo por hoy. Gracias, amigas y amigos, por su atención. Hasta la próxima semana, si Dios quiere y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

martes, 7 de febrero de 2023

«Cuida de él». La compasión como ejercicio sinodal de sanación. Mensaje del Papa Francisco, XXXI Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 2023.

Queridos hermanos y hermanas:

La enfermedad forma parte de nuestra experiencia humana. Pero, si se vive en el aislamiento y en el abandono, si no va acompañada del cuidado y de la compasión, puede llegar a ser inhumana. Cuando caminamos juntos, es normal que alguien se sienta mal, que tenga que detenerse debido al cansancio o por algún contratiempo. Es ahí, en esos momentos, cuando podemos ver cómo estamos caminando: si realmente caminamos juntos, o si vamos por el mismo camino, pero cada uno lo hace por su cuenta, velando por sus propios intereses y dejando que los demás “se las arreglen”. Por eso, en esta XXXI Jornada Mundial del Enfermo, en pleno camino sinodal, los invito a reflexionar sobre el hecho de que, es precisamente a través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad, como podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura.

En el libro del profeta Ezequiel, en un gran oráculo que constituye uno de los puntos culminantes de toda la Revelación, el Señor dice así: 

«Yo mismo apacentaré mis ovejas y las llevaré a descansar —oráculo del Señor—. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma […]. Yo las apacentaré con justicia» (Ezequiel 34,15-16). 

La experiencia del extravío, de la enfermedad y de la debilidad forman parte de nuestro camino de un modo natural, no nos excluyen del pueblo de Dios; al contrario, nos llevan al centro de la atención del Señor, que es Padre y no quiere perder a ninguno de sus hijos por el camino. Se trata, por tanto, de aprender de Él, para ser verdaderamente una comunidad que camina unida, capaz de no dejarse contagiar por la cultura del descarte.

La Encíclica Fratelli tutti, como ustedes saben, propone una lectura actualizada de la parábola del buen samaritano. La escogí como eje, como punto de inflexión, para poder salir de las “sombras de un mundo cerrado” y “pensar y gestar un mundo abierto” (cf. n. 56). De hecho, existe una conexión profunda entre esta parábola de Jesús y las múltiples formas en las que se niega hoy la fraternidad. En particular, el hecho de que la persona golpeada y despojada sea abandonada al borde del camino, representa la condición en la que se deja a muchos de nuestros hermanos y hermanas cuando más necesitados están de ayuda. No es fácil distinguir cuáles agresiones contra la vida y su dignidad proceden de causas naturales y cuáles, en cambio, provienen de la injusticia y la violencia. En realidad, el nivel de las desigualdades y la prevalencia de los intereses de unos pocos ya afectan a todos los entornos humanos, hasta tal punto que resulta difícil considerar cualquier experiencia como “natural”. Todo sufrimiento tiene lugar en una “cultura” y en medio de sus contradicciones.

Sin embargo, lo importante aquí es reconocer la condición de soledad, de abandono. Se trata de una atrocidad que puede superarse antes que cualquier otra injusticia, porque, como nos dice la parábola, todo lo que se necesita para eliminarla es un momento de atención, el movimiento interior de la compasión. Dos transeúntes, considerados religiosos, ven al herido y no se detienen. El tercero, en cambio, un samaritano, objeto de desprecio, sintió compasión y se hizo cargo de aquel forastero en el camino, tratándolo como a un hermano. Obrando de ese modo, sin siquiera pensarlo, cambió las cosas, generó un mundo más fraterno.

Hermanos, hermanas, nunca estamos preparados para la enfermedad. Y, a menudo, ni siquiera para admitir el avance de la edad. Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del mercado nos empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad. Y, de este modo, el mal, cuando irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos. Puede suceder, entonces, que los demás nos abandonen, o que nos parezca que debemos abandonarlos, para no ser una carga para ellos. Así comienza la soledad, y nos envenena el sentimiento amargo de una injusticia, por el que incluso el Cielo parece cerrarse. De hecho, nos cuesta permanecer en paz con Dios, cuando se arruina nuestra relación con los demás y con nosotros mismos. Por eso es tan importante que toda la Iglesia, también en lo que se refiere a la enfermedad, se confronte con el ejemplo evangélico del buen samaritano, para llegar a convertirse en un auténtico “hospital de campaña”. Su misión, sobre todo en las circunstancias históricas que atravesamos, se expresa, de hecho, en el ejercicio del cuidado. Todos somos frágiles y vulnerables; todos necesitamos esa atención compasiva, que sabe detenerse, acercarse, curar y levantar. La situación de los enfermos es, por tanto, una llamada que interrumpe la indiferencia y frena el paso de quienes avanzan como si no tuvieran hermanas y hermanos.

La Jornada Mundial del Enfermo, en efecto, no sólo invita a la oración y a la cercanía con los que sufren. También tiene como objetivo sensibilizar al pueblo de Dios, a las instituciones sanitarias y a la sociedad civil sobre una nueva forma de avanzar juntos. La profecía de Ezequiel, citada al principio, contiene un juicio muy duro acerca de las prioridades de quienes ejercen el poder económico, cultural y de gobierno sobre el pueblo: 

«Ustedes se alimentan con la leche, se visten con la lana, sacrifican a las ovejas más gordas, y no apacientan el rebaño. No han fortalecido a la oveja débil, no han curado a la enferma, no han vendado a la herida, no han hecho volver a la descarriada, ni han buscado a la que estaba perdida. Al contrario, las han dominado con rigor y crueldad» (Ezequiel 34,3-4). 

La Palabra de Dios es siempre iluminadora y actual. No sólo en su denuncia, sino también en su propuesta. De hecho, la conclusión de la parábola del buen samaritano nos sugiere cómo el ejercicio de la fraternidad, iniciado por un encuentro de tú a tú, puede extenderse a un cuidado organizado. La posada, el posadero, el dinero, la promesa de mantenerse mutuamente informados (cf. Lc 10,34-35): todo esto nos hace pensar en el ministerio de los sacerdotes; en la labor de los agentes sanitarios y sociales; en el compromiso de los familiares y de los voluntarios, gracias a los cuales, cada día, en todas las partes del mundo, el bien se opone al mal.

Los años de la pandemia han aumentado nuestro sentimiento de gratitud hacia quienes trabajan cada día por la salud y la investigación. Pero, de una tragedia colectiva tan grande, no basta salir honrando a unos héroes. El COVID-19 puso a dura prueba esta gran red de capacidades y de solidaridad, y mostró los límites estructurales de los actuales sistemas de bienestar. Por tanto, es necesario que la gratitud vaya acompañada de una búsqueda activa, en cada país, de estrategias y de recursos, para que a todos los seres humanos se les garantice el acceso a la asistencia y el derecho fundamental a la salud.

«Cuida de él» (Lc 10,35) es la recomendación del samaritano al posadero. Jesús nos lo repite también a cada uno de nosotros, y al final nos exhorta: «Anda y haz tú lo mismo». Como subrayé en Fratelli tutti

«la parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común» (n. 67). 

En realidad, 

«hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor» (n. 68).

El 11 de febrero de 2023, miremos también al Santuario de Lourdes como una profecía, una lección que se encomienda a la Iglesia en el corazón de la modernidad. No vale solamente lo que funciona, ni cuentan solamente los que producen. Las personas enfermas están en el centro del pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado.

Encomiendo a la intercesión de María, Salud de los enfermos, a cada uno de ustedes, que se encuentran enfermos; a quienes se encargan de atenderlos —en el ámbito de la familia, con su trabajo, en la investigación o en el voluntariado—; y a quienes están comprometidos en forjar vínculos personales, eclesiales y civiles de fraternidad. A todos les envío cordialmente mi Bendición Apostólica.

Roma, San Juan de Letrán, 10 de enero de 2023

Francisco 

domingo, 5 de febrero de 2023

«Tú eres el Dios que me ve» (Génesis 16,13). Palabra de Vida, febrero 2023. Movimiento de los Focolares.

«Tú eres el Dios que me ve» (Génesis 16, 13).

El versículo de la Palabra de vida de este mes está tomado del libro del Génesis. Son unas palabras pronunciadas por Agar, la esclava de Sara entregada como mujer a Abrahán porque aquella no podía tener hijos y asegurar así una descendencia. Cuando Agar descubre que está encinta se siente superior a su señora. El maltrato recibido por parte de Sara la obliga más tarde a huir al desierto. Y allí,  precisamente tiene lugar un encuentro único entre Dios y la mujer, la cual recibe una promesa de descendencia semejante a la que Dios le había hecho a Abrahán. El hijo que nacerá se llamará Ismael, que significa «Dios ha escuchado», pues ha acogido la angustia de Agar y le ha dado una estirpe.

«Tú eres el Dios que me ve».

La reacción de Agar refleja una idea común en el mundo antiguo: que los seres humanos no pueden mantener un encuentro muy de cerca con la divinidad. Agar se queda sorprendida y agradecida de haber sobrevivido a él. Experimenta el amor de Dios precisamente en el desierto, el lugar privilegiado donde se puede experimentar un encuentro personal con Él; siente su presencia y se siente amada por un Dios que la ha «visto» en su situación dolorosa, un Dios que se preocupa por sus criaturas y las envuelve con su amor. 

«No es un Dios ausente, lejano, indiferente a la suerte de la humanidad, como tampoco a la suerte de cada uno de nosotros. Así lo experimentamos muchas veces. […] Él está aquí conmigo, lo sabe todo de mí y comparte cada pensamiento, alegría o deseo mío, lleva conmigo cada preocupación y cada prueba de mi vida.» (1)

«Tú eres el Dios que me ve».

Esta palabra de vida reaviva una certeza y nos conforta: nunca estamos solos en nuestro camino; Dios está ahí y nos ama. A veces, como Agar, nos sentimos «extranjeros» en esta tierra, o buscamos modos de huir de situaciones duras y dolorosas. Pero hemos de estar seguros de la presencia de Dios y de nuestra relación con Él, que nos hace libres, nos sosiega y nos permite empezar siempre de nuevo.
Esta ha sido la experiencia de P., que vivió sola durante la pandemia. Cuenta: «Desde el inicio de la clausura de toda actividad en nuestro país, estoy sola en casa. No tengo físicamente cerca a nadie con quien poder compartir esta experiencia, y procuro ocupar el día como puedo. Con el pasar de los días me siento cada vez más desanimada. Por la noche me cuesta mucho quedarme dormida. Me parece que no podré salir nunca de esta pesadilla. Pero siento fuertemente que debo encomendarme
completamente a Dios y creer en su amor. No tengo dudas de su presencia, que me acompaña y me reconforta en estos meses de soledad. Me llegan pequeñas señales de los hermanos que me hacen comprender que no estoy sola. Como una vez en que estaba festejando el cumpleaños de una amiga on line y en ese momento me llegó un trozo de tarta de parte de mi vecina».

«Tú eres el Dios que me ve».

Así, protegidos por la presencia de Dios, también nosotros podemos ser mensajeros de su amor: estamos llamados a ver las necesidades de los demás, a socorrer a nuestros hermanos en sus desiertos, a compartir sus alegrías y sus dolores. El esfuerzo consiste en mantener los ojos abiertos a la humanidad en la que estamos inmersos también nosotros.
Podemos pararnos y mostrar nuestra cercanía con quienes están buscando un sentido y una respuesta a los muchos «por qué» de la vida: familiares, amigos, conocidos, vecinos, compañeros de trabajo, personas con problemas económicos y quizá marginadas socialmente.
Podemos recordar y compartir esos momentos preciosos en los que hemos conocido el amor de Dios y hemos redescubierto el sentido de nuestra vida.
Podemos afrontar juntos las dificultades y descubrir en los desiertos por los que pasamos la presencia de Dios en nuestra historia, que nos ayuda a proseguir el camino con confianza.

Patrizia Mazzola y el equipo de la Palabra de Vida

(1)  C. LUBICH, Palabra de vida, julio de 2006: Ciudad Nueva n. 433 (2006/7), p. 29.

 

jueves, 2 de febrero de 2023

"Que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre" (Mateo 5,13-16). V Domingo durante el año.

Amigas y amigos: el domingo pasado comenzamos nuestra reflexión teniendo al fondo una vista del Cerro Largo, en alusión al Sermón del Monte, que comenzábamos a comentar. Tenemos ahora otro aspecto del cerro: este camino arbolado y pedregoso por el que se llega a la cumbre. Las piedras dificultan la subida, por eso, hay que andar como decía el poeta de Tala: “más despacito, aparcero, que hay piedras en el camino” (1); los árboles, en cambio, protegen al peregrino: “bien haiga el árbol que tiende la sombra que necesito” (2), como decía un poeta salteño. Así es el camino del discípulo de Jesús: se encuentran dificultades y obstáculos, pero también se recibe consuelo, reparo y fortaleza.

A continuación de las bienaventuranzas, que comentamos el domingo pasado, Jesús presenta a sus discípulos dos llamados:

Ustedes son la sal de la tierra.
Ustedes son la luz del mundo.
(Mateo 5,13-16)
¿Qué significa ser sal? La sal, lo sabemos todos, da sabor a los alimentos. Sin sal, muchos de ellos se vuelven “insípidos”. Pero cuando una persona aburre a los demás con una charla larga y poco interesante, decimos que su conversación es “sosa”, es decir, sin sal, sin gusto.
En la antigüedad la sal se usaba también para la conservación de los alimentos. Y no tenemos que irnos tan atrás en el tiempo: hasta mediados del siglo XIX existían en el Uruguay los saladeros donde se preparaba el tasajo o charque, salando la carne.
De esto podemos entrever que “ser sal” significa por un lado, darle buen sabor a la vida y, al mismo tiempo, ayudar a que las cosas buenas no se pierdan.
Ser sal es un aspecto importante de la misión del discípulo.
Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. (Mateo 5,13-16)
¿Puede perder su sabor la sal? La sal común, el cloruro de sodio, es una combinación muy estable. Conserva las cosas porque ella misma no se altera. Pero los discípulos, llamados a ser sal de la tierra, somos seres humanos, con toda nuestra inestabilidad y fragilidad…
Cuando perdemos a Jesús y su Evangelio como referencia en nuestra vida, cuando nuestra manera de pensar y de actuar se va acomodando a las modas de pensamiento y acción que va tomando el mundo, podemos convertirnos en esa sal que se pierde y no cumple ya su misión.
La fidelidad a la Palabra de Jesús, la Palabra que queremos poner en práctica en nuestra vida es también un don, una Gracia, que hay que saber pedir humildemente cada día, para poder ser sal de la tierra.

¿Y de qué se trata ser luz del mundo? Dice Jesús:
no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. (Mateo 5,13-16)
En aquel mundo alumbrado con lámparas de aceite, que, por cierto, no dan mucha luz, había que aprovechar esa luz al máximo, colocando la lámpara allí donde pudiera dar luz a todos. Cuando se trata de personas, no es lo mismo una persona “brillante” que una persona “luminosa”. La persona brillante se destaca, atrae las miradas, se convierte fácilmente en centro de atención y puede verse tentada a quedarse allí, muy a gusto. La persona luminosa, en cambio, irradia una luz apacible, crea un ambiente que hace posible descubrir allí la luz de Cristo.

Recuerdo una homilía de Mons. Rodolfo Wirz, hoy obispo emérito de Maldonado, cuando era párroco en Aires Puros, en Montevideo. Hablaba de los santos y decía que un santo es una persona “que deja pasar la luz”. La idea viene de los vitrales, como los que hay en muchas de las iglesias de Canelones, con imágenes de santos. Vemos su figura cuando pasa la luz a través de los vidrios coloreados. El hombre santo, la mujer santa dejan que la luz de Dios atraviese su vida y se haga en ellos visible para los demás. De esta manera cumplen lo que también dice Jesús en este evangelio:

Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. (Mateo 5,13-16)
Las obras, obras de caridad, obras de amor, son de esos hombres y mujeres, discípulos de Jesús: pero la gloria la recibe el Padre, porque de Él viene el amor, de Él viene todo bien. Por eso dice el salmo 115
¡No a nosotros, Yahveh, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, por tu amor, por tu verdad!
(Salmo 115,1)
En el capítulo siguiente de san Mateo aparece un pasaje que parecería contradecir en parte esto de que “los hombres… vean sus buenas obras”

Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos… (Mateo 6,1)
Es el pasaje donde Jesús habla de la limosna, la oración y el ayuno, en que llama a hacer esas cosas no delante de los hombres, sino en el secreto, solo ante el Padre Dios. Jesús llama “hipócritas” a esas personas que hacen obras que en sí son buenas, pero no las hacen para gloria de Dios. Esas personas no dejan que la luz de Dios pase a través de ellos, porque están buscando su propia gloria, no la gloria de Dios.
No podemos ser “luz del mundo” si no estamos unidos a aquel que es 

“la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre” (Juan 1,9).

Solo por Cristo, con Él y en Él, podemos ser, como escribía san Pablo a los filipenses:

hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual ustedes brillan como antorchas en el mundo (Filipenses 2,15)
Nos despedimos con el consejo de Pablo a los Corintios: 

háganlo todo para la gloria de Dios (1 Corintios 10,31). 

Que así sea.

En esta semana

  • Lunes 6. Recordamos a San Pablo Miki y compañeros, mártires de Nagasaki, en el Japón, a fines del siglo XVI.
  • Viernes 10 de febrero. Fiesta en el monasterio de las Monjas Benedictinas, recordando a Santa Escolástica, virgen, Hermana de San Benito.
  • Sábado 11 de febrero. Nuestra Señora de Lourdes. Copatrona de la parroquia Cristo Obrero de Estación Atlántida y patrona de varias capillas de la Diócesis, sin olvidar que en Echeverría tenemos una Gruta muy visitada. Una de las capillas, la de Santa Lucía, celebra sus 50 años.

Jornada mundial del Enfermo

Con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, tiene lugar la XXXI Jornada Mundial del enfermo, con el lema «Cuida de él». La compasión como ejercicio sinodal de sanación, que da título a un mensaje del papa Francisco que concluye con esta invitación:
El 11 de febrero de 2023, miremos también al Santuario de Lourdes como una profecía, una lección que se encomienda a la Iglesia en el corazón de la modernidad. No vale solamente lo que funciona, ni cuentan solamente los que producen. Las personas enfermas están en el centro del pueblo de Dios, que avanza con ellos como profecía de una humanidad en la que todos son valiosos y nadie debe ser descartado.
Encomendemos a la intercesión de María a los que se encuentran enfermos así como a quienes se encargan de atenderlos y acompañarlos.
Y a todos los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

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(1) Alonso y Trelles "El Viejo Pancho": De la lucha.
(2) Víctor Lima: Milonga del caminante.