jueves, 29 de abril de 2021

Mensaje de los Obispos del Uruguay con motivo del Día de los Trabajadores 2021.

  

Mensaje a los Trabajadores con motivo del 1º de mayo 2021

En estos tiempos difíciles que atravesamos como país y como humanidad toda, tras un largo año de pandemia y de sus consecuencias, queremos saludar a todos los trabajadores de nuestro país en la ciudad y en el campo. 

Sabemos que este saludo llega en una hora de escasez, inseguridad, múltiples exigencias y pocas satisfacciones para sus esfuerzos. 

Como Iglesia Católica en el Uruguay: fieles laicos, personas consagradas, diáconos, sacerdotes y obispos estamos, al decir del Papa Francisco, “en la misma barca” con todos nuestros compatriotas, zarandeados por un tsunami que no deja de sorprendernos, en un momento de crisis y gran incertidumbre. Pero nos sabemos “parte de lo mismo”; compartimos los problemas y el dolor de nuestro pueblo. Por ello, invitamos a todas las personas de buena voluntad a que, a través de un diálogo sincero, busquemos juntos las mejores soluciones para todos los habitantes de este país.

Agradecemos especialmente a todos los trabajadores que siguen sosteniendo servicios esenciales para el funcionamiento de nuestra sociedad en estos momentos.

Recordamos también con gratitud a todos los trabajadores rurales, que celebraron ayer su día.
Expresamos nuestra solidaridad con quienes, por la pandemia, han perdido su fuente laboral o la conservan en una situación precaria.

Nuestro país se ha forjado por el trabajo y el esfuerzo de su gente, atravesando otras tormentas. Confiamos en que en esta hora que nos ha tocado de tanto sufrimiento y temor, también saldremos adelante por el trabajo y el esfuerzo de todos.

Como cristianos les compartimos nuestra fe y una buena noticia: en Jesús y en su hogar de Nazaret podemos reconocernos como familia que hace frente a sus dificultades y encontrar en ellos un remanso de esperanza. 

Antes de ser el predicador que recorrió los pueblos de su tierra anunciando: “El Reino de Dios está cerca”, Jesús, el Hijo de Dios, llevó durante treinta años una vida anónima y silenciosa. Hijo de un carpintero, de quien aprendió el oficio, vivió en una pequeña aldea de la Galilea empobrecida y sojuzgada por el imperio romano. 

Él es modelo de encarnación en la historia que le tocó vivir; modelo de trabajador, que compartió los sufrimientos, búsquedas, gozos y esperanzas de sus vecinos.

“Los hombres sin historia son la Historia”. La vida del nazareno, a lo largo de esos treinta años, fue muy semejante a las de nuestros más humildes compatriotas. Jesús y su familia supieron de silencios, sacrificios y rutinas; vivieron la precariedad, la inmigración, la incertidumbre cotidiana. Por eso podemos proponerlos como luz y horizonte para todos los trabajadores y trabajadoras en este 1º de Mayo.

Como nos ha dicho el Papa Francisco en su reciente Carta sobre S. José:

“La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!”
En esta Fiesta de San José Obrero, nos animamos mutuamente, como hermanos, a redoblar esfuerzos y solidaridades, a fin de celebrar más temprano que tarde ese banquete abundante en todos los hogares de esta bendita tierra, que ponemos bajo la protección de Nuestra Señora de los Treinta y Tres, patrona de la patria.

Los Obispos del Uruguay



sábado, 24 de abril de 2021

Mensaje del equipo de Pastoral Vocacional Canaria

Domingo del Buen Pastor

Jornada Mundial de oración por las vocaciones

Querida Familia Diocesana: 

Una vez más somos invitados a poner nuestra mirada en Jesús, Buen Pastor. Él es quien cuida de nuestra vida, “nos conduce hacia fuentes tranquilas y repara nuestras fuerzas” (salmo 22) La iglesia continuamente se confía al cuidado de su Pastor Bueno y a Él le pide nuevas y santas vocaciones: Sacerdotales, religiosas y matrimonios que en su vivir cotidiano trabajen en la expansión del reino de Dios.
Esta oración constante de la Iglesia pidiendo nuevas vocaciones provoca en el corazón de Jesús el deseo de seguir llamando: “Síganme y yo los haré pescadores de hombres” (Mateo 4, 19) Las palabras de Jesús a quienes luego fueron sus discípulos siguen resonando hoy en el corazón de cada joven que se dispone a escuchar la voz suave y paciente del Buen Pastor que sigue llamando: ¿Pensaste en ser sacerdote? ¿Te ves en la vida religiosa? ¿O formando una familia según el corazón de Dios? ¡Caminos distintos, pero todos bajo la compañía de Jesús, el Buen Pastor que nunca deja de acercarse y llamar!  

Siempre dispuesto a acompañar, y a caminar juntos bajo el manto de Santa María de Guadalupe, les saluda:

Equipo de Pastoral Vocacional Canaria

Oración Diocesana por las vocaciones

Escucha, Padre, el clamor de tu pueblo
que anhela  pastores según tu corazón.
Envíale operarios para la abundante cosecha
en nuestra Iglesia Diocesana.

Despierta vocaciones
en el corazón de los jóvenes:
al sacerdocio, a la vida consagrada,
a la familia y a ser laicos comprometidos
dispuestos a “Remar mar adentro”.

Que sean entre sus hermanos y hermanas

manifestación de tu presencia santificadora

y testigos del Evangelio del amor y de la justicia.

Te damos gracias por las vocaciones que nos has regalado.
Dales el don de la fidelidad y el gozo en tu servicio

Santa María de Guadalupe,
acompaña nuestra súplica fervorosa,
por Jesucristo, el Buen Pastor. Amén.

San José: el sueño de la vocación. Mensaje del Papa Francisco en la 58a. Jornada Mundial de Oración por las vocaciones.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 58 JORNADA MUNDIAL
DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

 San José: el sueño de la vocación

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado 8 de diciembre, con motivo del 150.º aniversario de la declaración de san José como Patrono de la Iglesia universal, comenzó el Año dedicado especialmente a él (cf. Decreto de la Penitenciaría Apostólica, 8 de diciembre de 2020). Por mi parte, escribí la Carta apostólica Patris corde para «que crezca el amor a este gran santo». Se trata, en efecto, de una figura extraordinaria, y al mismo tiempo «tan cercana a nuestra condición humana». San José no impactaba, tampoco poseía carismas particulares ni aparecía importante a la vista de los demás. No era famoso y tampoco se hacía notar, los Evangelios no recogen ni una sola palabra suya. Sin embargo, con su vida ordinaria, realizó algo extraordinario a los ojos de Dios.

Dios ve el corazón (cf. 1 Sam 16,7) y en san José reconoció un corazón de padre, capaz de dar y generar vida en lo cotidiano. Las vocaciones tienden a esto: a generar y regenerar la vida cada día. El Señor quiere forjar corazones de padres, corazones de madres; corazones abiertos, capaces de grandes impulsos, generosos en la entrega, compasivos en el consuelo de la angustia y firmes en el fortalecimiento de la esperanza. Esto es lo que el sacerdocio y la vida consagrada necesitan, especialmente hoy, en tiempos marcados por la fragilidad y los sufrimientos causados también por la pandemia, que ha suscitado incertidumbre y miedo sobre el futuro y el mismo sentido de la vida. San José viene a nuestro encuentro con su mansedumbre, como santo de la puerta de al lado; al mismo tiempo, su fuerte testimonio puede orientarnos en el camino.

San José nos sugiere tres palabras clave para nuestra vocación. La primera es sueño. Todos en la vida sueñan con realizarse. Y es correcto que tengamos grandes expectativas, metas altas antes que objetivos efímeros —como el éxito, el dinero y la diversión—, que no son capaces de satisfacernos. De hecho, si pidiéramos a la gente que expresara en una sola palabra el sueño de su vida, no sería difícil imaginar la respuesta: “amor”. Es el amor el que da sentido a la vida, porque revela su misterio. La vida, en efecto, sólo se tiene si se da, sólo se posee verdaderamente si se entrega plenamente. San José tiene mucho que decirnos a este respecto porque, a través de los sueños que Dios le inspiró, hizo de su existencia un don.

Los Evangelios narran cuatro sueños (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Eran llamadas divinas, pero no fueron fáciles de acoger. Después de cada sueño, José tuvo que cambiar sus planes y arriesgarse, sacrificando sus propios proyectos para secundar los proyectos misteriosos de Dios. Él confió totalmente. Pero podemos preguntarnos: “¿Qué era un sueño nocturno para depositar en él tanta confianza?”. Aunque en la antigüedad se le prestaba mucha atención, seguía siendo poco ante la realidad concreta de la vida. A pesar de todo, san José se dejó guiar por los sueños sin vacilar. ¿Por qué? Porque su corazón estaba orientado hacia Dios, ya estaba predispuesto hacia Él. A su vigilante “oído interno” sólo le era suficiente una pequeña señal para reconocer su voz. Esto también se aplica a nuestras llamadas. A Dios no le gusta revelarse de forma espectacular, forzando nuestra libertad. Él nos da a conocer sus planes con suavidad, no nos deslumbra con visiones impactantes, sino que se dirige a nuestra interioridad delicadamente, acercándose íntimamente a nosotros y hablándonos por medio de nuestros pensamientos y sentimientos. Y así, como hizo con san José, nos propone metas altas y sorprendentes.

Los sueños condujeron a José a aventuras que nunca habría imaginado. El primero desestabilizó su noviazgo, pero lo convirtió en padre del Mesías; el segundo lo hizo huir a Egipto, pero salvó la vida de su familia; el tercero anunciaba el regreso a su patria y el cuarto le hizo cambiar nuevamente sus planes llevándolo a Nazaret, el mismo lugar donde Jesús iba a comenzar la proclamación del Reino de Dios. En todas estas vicisitudes, la valentía de seguir la voluntad de Dios resultó victoriosa. Así pasa en la vocación: la llamada divina siempre impulsa a salir, a entregarse, a ir más allá. No hay fe sin riesgo. Sólo abandonándose confiadamente a la gracia, dejando de lado los propios planes y comodidades se dice verdaderamente “sí” a Dios. Y cada “sí” da frutos, porque se adhiere a un plan más grande, del que sólo vislumbramos detalles, pero que el Artista divino conoce y lleva adelante, para hacer de cada vida una obra maestra. En este sentido, san José representa un icono ejemplar de la acogida de los proyectos de Dios. Pero su acogida es activa, nunca renuncia ni se rinde, «no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte» (Carta ap. Patris corde, 4). Que él ayude a todos, especialmente a los jóvenes en discernimiento, a realizar los sueños que Dios tiene para ellos; que inspire la iniciativa valiente para decir “sí” al Señor, que siempre sorprende y nunca decepciona.

La segunda palabra que marca el itinerario de san José y de su vocación es servicio. Se desprende de los Evangelios que vivió enteramente para los demás y nunca para sí mismo. El santo Pueblo de Dios lo llama esposo castísimo, revelando así su capacidad de amar sin retener nada para sí. Liberando el amor de su afán de posesión, se abrió a un servicio aún más fecundo, su cuidado amoroso se ha extendido a lo largo de las generaciones y su protección solícita lo ha convertido en patrono de la Iglesia. También es patrono de la buena muerte, él que supo encarnar el sentido oblativo de la vida. Sin embargo, su servicio y sus sacrificios sólo fueron posibles porque estaban sostenidos por un amor más grande: «Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración» (ibíd., 7).

Para san José el servicio, expresión concreta del don de sí mismo, no fue sólo un ideal elevado, sino que se convirtió en regla de vida cotidiana. Él se esforzó por encontrar y adaptar un lugar para que naciera Jesús, hizo lo posible por defenderlo de la furia de Herodes organizando un viaje repentino a Egipto, se apresuró a regresar a Jerusalén para buscar a Jesús cuando se había perdido y mantuvo a su familia con el fruto de su trabaja, incluso en tierra extranjera. En definitiva, se adaptó a las diversas circunstancias con la actitud de quien no se desanima si la vida no va como él quiere, con la disponibilidad de quien vive para servir. Con este espíritu, José emprendió los numerosos y a menudo inesperados viajes de su vida: de Nazaret a Belén para el censo, después a Egipto y de nuevo a Nazaret, y cada año a Jerusalén, con buena disposición para enfrentarse en cada ocasión a situaciones nuevas, sin quejarse de lo que ocurría, dispuesto a echar una mano para arreglar las cosas. Se podría decir que era la mano tendida del Padre celestial hacia su Hijo en la tierra. Por eso, no puede más que ser un modelo para todas las vocaciones, que están llamadas a ser las manos diligentes del Padre para sus hijos e hijas.

Me gusta pensar entonces en san José, el custodio de Jesús y de la Iglesia, como custodio de las vocaciones. Su atención en la vigilancia procede, en efecto, de su disponibilidad para servir. «Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre» (Mt 2,14), dice el Evangelio, señalando su premura y dedicación a la familia. No perdió tiempo en analizar lo que no funcionaba bien, para no quitárselo a quien tenía a su cargo. Este cuidado atento y solícito es el signo de una vocación realizada, es el testimonio de una vida tocada por el amor de Dios. ¡Qué hermoso ejemplo de vida cristiana damos cuando no perseguimos obstinadamente nuestras propias ambiciones y no nos dejamos paralizar por nuestras nostalgias, sino que nos ocupamos de lo que el Señor nos confía por medio de la Iglesia! Así, Dios derrama sobre nosotros su Espíritu, su creatividad; y hace maravillas, como en José.

Además de la llamada de Dios —que cumple nuestros sueños más grandes— y de nuestra respuesta —que se concreta en el servicio disponible y el cuidado atento—, hay un tercer aspecto que atraviesa la vida de san José y la vocación cristiana, marcando el ritmo de lo cotidiano: la fidelidad. José es el «hombre justo» (Mt 1,19), que en el silencio laborioso de cada día persevera en su adhesión a Dios y a sus planes. En un momento especialmente difícil se pone a “considerar todas las cosas” (cf. v. 20). Medita, reflexiona, no se deja dominar por la prisa, no cede a la tentación de tomar decisiones precipitadas, no sigue sus instintos y no vive sin perspectivas. Cultiva todo con paciencia. Sabe que la existencia se construye sólo con la continua adhesión a las grandes opciones. Esto corresponde a la laboriosidad serena y constante con la que desempeñó el humilde oficio de carpintero (cf. Mt 13,55), por el que no inspiró las crónicas de la época, sino la vida cotidiana de todo padre, de todo trabajador y de todo cristiano a lo largo de los siglos. Porque la vocación, como la vida, sólo madura por medio de la fidelidad de cada día.

¿Cómo se alimenta esta fidelidad? A la luz de la fidelidad de Dios. Las primeras palabras que san José escuchó en sueños fueron una invitación a no tener miedo, porque Dios es fiel a sus promesas: «José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20). No temas: son las palabras que el Señor te dirige también a ti, querida hermana, y a ti, querido hermano, cuando, aun en medio de incertidumbres y vacilaciones, sientes que ya no puedes postergar el deseo de entregarle tu vida. Son las palabras que te repite cuando, allí donde te encuentres, quizás en medio de pruebas e incomprensiones, luchas cada día por cumplir su voluntad. Son las palabras que redescubres cuando, a lo largo del camino de la llamada, vuelves a tu primer amor. Son las palabras que, como un estribillo, acompañan a quien dice sí a Dios con su vida como san José, en la fidelidad de cada día.

Esta fidelidad es el secreto de la alegría. En la casa de Nazaret, dice un himno litúrgico, había «una alegría límpida». Era la alegría cotidiana y transparente de la sencillez, la alegría que siente quien custodia lo que es importante: la cercanía fiel a Dios y al prójimo. ¡Qué hermoso sería si la misma atmósfera sencilla y radiante, sobria y esperanzadora, impregnara nuestros seminarios, nuestros institutos religiosos, nuestras casas parroquiales! Es la alegría que deseo para ustedes, hermanos y hermanas que generosamente han hecho de Dios el sueño de sus vidas, para servirlo en los hermanos y en las hermanas que les han sido confiados, mediante una fidelidad que es ya en sí misma un testimonio, en una época marcada por opciones pasajeras y emociones que se desvanecen sin dejar alegría. Que san José, custodio de las vocaciones, los acompañe con corazón de padre.

Roma, San Juan de Letrán, 19 de marzo de 2021, Solemnidad de San José

Francisco

miércoles, 21 de abril de 2021

Diácono permanente Luis Alberto Trobo Carámbula (Cacho) - 13/06/37 – 20/04/21

 
De  esta forma nos lo describe alguien que conoció muy bien al diácono Cacho Trobo:

Calmo, ubicado y servicial

En el día de ayer conocimos la noticia de que partió a la casa del Padre a los 83 años el Diácono Permanente Luis Alberto “Cacho” Trobo Carámbula.
Odontólogo de profesión, llevó a cabo su Ministerio Diaconal en la Parroquia San Antonio María Claret de la localidad de Progreso por más de 20 años.
Una persona comprometida con su ministerio y vocación de Servicio. Un incansable buscador siempre aportando desde su intelectualidad.
Fue un gran ser humano, de una gran cultura humanista y estudioso del patrimonio histórico.  Trabajó incansablemente en varios proyectos históricos eclesiásticos en el Departamento de Canelones, durante muchos años.
Un fiel seguidor del magisterio de la Iglesia Católica, siguiendo paso a paso el acontecer de Roma a través  de “L’Òsservatore Romano”.
Su ministerio lo ejerció en tiempos en que el Pbro. Julio Bonino era Vicario Pastoral de la Diócesis de Canelones y luego lo siguió acompañando en el economato cuando Julio fue nombrado Obispo de Tacuarembó.
En estos últimos años Cacho se encontraba al servicio de la Diócesis de Maldonado en la Parroquia Inmaculada Concepción y San Juan María Vianney en Piriápolis.
(Susana Dianesi)

Por su parte, uno de sus hermanos diáconos agrega otras detalles:
 
Era oriundo de Las Piedras. Su esposa, Isabel, falleció el 24 de diciembre de 2019.
Fue de los primeros diáconos de la Diócesis, ordenado el 12 de diciembre de 1983, por Mons. Orestes Nuti.
Permaneció siempre fiel en el ministerio recibido. Lo siguió ejerciendo en Piriápolis, donde se trasladó después de su jubilación como odontólogo.
(Diác. Carlos Aschieri)

Y otra nota de su personalidad...
En los años 60, en Las Piedras, integró como trompetista The Crazy Clown Jazz Band. Recuerda también uno de sus conocidos que la banda siguió reencontrándose anualmente por cierto tiempo y que él mismo a veces, en su casa, sacaba la trompeta y deleitaba a alguna visita.