jueves, 28 de marzo de 2024

Viernes Santo: «… una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos"» (Juan 19,19)

En cada Viernes Santo, en la celebración de la Pasión del Señor, leemos el relato de ese acontecimiento según el evangelista san Juan. Allí encontramos un pasaje que dice:

Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"».
Pilato respondió: «Lo escrito, escrito está».
(Juan 19,19-22)

En latín, esa inscripción se leería así:

Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum

Las iniciales de esas cuatro palabras forma la sigla I.N.R.I. que encontramos en muchos crucifijos, como éste que heredé de mi tía Amelia, hermana de mi madre y que ahora tengo en la capilla del Obispado.

El pintor Diego Velázquez, en cambio, con mucha prolijidad pintó la inscripción completa, en las tres lenguas, en el cartel que aparece sobre la cabeza de este “Cristo Crucificado” que pintó hacia el año 1632 destinado a la clausura de las monjas benedictinas de San Plácido, en Madrid. Actualmente se encuentra en el Museo del Prado.

Los cuatro evangelistas nos dicen que hubo una inscripción en la cruz, aunque nos transmiten el texto con algunas variantes.

Marcos y Mateo dicen, también, que la inscripción indicaba la causa de la condena. Esto era habitual cuando se ejecutaba un reo, como lo muestran varios testimonios históricos. Recordemos que la condena a muerte en la cruz tuvo mucho recorrido antes y después de Jesús y no solo en los dominios de Roma. En el año 71 a. C., en tiempos de la República Romana, seis mil rebeldes que habían adherido a la rebelión de Espartaco fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia, entre Capua y Roma. 

Ciento cuarenta años después, durante el sitio de Jerusalén, el futuro emperador Tito crucificó a muchos judíos que fue capturando. Con cartel o sin cartel, la crucifixión era un fuerte mensaje: “así terminan quienes se rebelan contra Roma o han cometido crímenes terribles”.

Y bien ¿cuál fue el motivo de la condena de Jesús? Las palabras “rey de los judíos” aparecen en los cuatro textos.

Los cuatro coinciden, pues, en lo esencial; pero cada evangelista le da su propio color, como sucede cada vez que nos narran el mismo hecho vivido por Jesús. Ese color no es una cuestión puramente literaria; hay una intención de cada evangelista quien, inspirado por el Espíritu Santo, presenta un aspecto que nos ayuda a conocer más a Jesús.

Veamos entonces las diferencias e intentemos comprender esos distintos enfoques.

Evangelio según san Marcos

El evangelio más antiguo es el de Marcos: Mateo y Lucas lo tuvieron a la vista y lo tomaron como base. Empecemos por ahí.

La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». (Marcos 15,26)

Marcos registra sobriamente el hecho. No dice quién redactó la inscripción ni en qué idioma estaba. Solo en este lugar de su evangelio aparece explícitamente el título “rey de los judíos”. 

Sin embargo, el Mesías que esperaban los judíos era, precisamente, un personaje que se pondría al frente del pueblo para iniciar una guerra de liberación. En su obra “Las guerras de los Judíos”, el historiador judeo-romano Flavio Josefo relata las muchas revueltas que se sucedieron a lo largo de unos 240 años y que terminaron con la caída de Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Todas esas luchas, con más derrotas que triunfos, no apagaban la esperanza de que el Mesías llegaría y “fuera él quien librara a Israel”, como le dijeron los peregrinos de Emaús al mismo Jesús Resucitado, sin reconocerlo (Lucas 24,21). 

Según el relato de san Juan, después de la multiplicación de los panes y peces, 

Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña. (Juan 6,15)

Esa esperanza del Mesías–Rey–Guerrero estaba alimentada por las profecías que decían que el Mesías sería “hijo de David”, es decir, descendiente del rey David. Muchas veces en el evangelio se le llama así a Jesús: “Hijo de David”, aunque Jesús prefiere nombrarse a sí mismo como “el Hijo del hombre”.

El domingo de Ramos recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén. En los cuatro evangelios se nos cuenta que la gente lo aclama. No nos detengamos en los “Hosana” ni en las bendiciones y prestemos atención a lo que nos habla de rey o de reino:

¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! (Marcos 11,10)

¡Hosana al Hijo de David! (Mateo 21,9)

¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! (Lucas 19,38)

¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! (Juan 12,13)

Vemos que la gente espera que Jesús se proclame rey de Israel o “rey de los Judíos”.

Esa es la pregunta que, finalmente, le hace Pilato, recogida por los cuatro evangelios:

«¿Tú eres el rey de los judíos?» (Mateo 27,11; Marcos 15,2; Lucas 23,3; Juan 18,33)

En Mateo, Marcos y Lucas la respuesta de Jesús es “Tú lo dices”. Eso hay que entenderlo como una respuesta afirmativa. En algunas Biblias se traduce “Sí, tú lo has dicho”. En el evangelio de Juan, la respuesta es afirmativa, pero más extensa. En las palabras que Jesús dirige a Pilato en el evangelio de Juan hay una explicación de lo que significa su reinado, que no se realiza a la manera de este mundo.

«Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». (Juan 18,37)

En conclusión, la inscripción “el rey de los judíos”, según el evangelio de Marcos, está indicando el motivo de la condena pero, al mismo tiempo, está proclamando algo que es verdad. Jesús es rey, y su reinado se inaugura en el trono de la cruz.

Evangelio según san Mateo

Veamos qué nos cuenta Mateo:

Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: 
«Este es Jesús, el rey de los judíos». (Mateo 27,37)

Mateo agrega algunos detalles a lo que dice Marcos. Y son detalles que tenemos que atender.

Lo primero es que el cartel fue colocado sobre su cabeza. Para que esto fuera posible, el palo vertical de la cruz debía sobresalir. Es lo que estamos acostumbrados a ver, porque así se forma la cruz; si el palo vertical no sobresaliera, tendríamos una “T”. Sin embargo, esa forma de T era la más común en la crucifixión. Recordemos que los condenados a morir en la cruz eran cargados no con la cruz completa, como se suele representar a Jesús, sino con el “patíbulum”, que es el palo horizontal de la cruz. El palo vertical esperaba en el lugar de la ejecución y el palo horizontal se sujetaba en la punta del otro. El cartel se colgaba al cuello del condenado o en otro lugar.

Un segundo detalle que Mateo agrega es el nombre de Jesús. Este evangelista le da mucha importancia al nombre del Hijo de Dios. 

Cuando el ángel anuncia a José que el hijo que espera María proviene del Espíritu Santo, agrega:

Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados (Mateo 1,21)

El nombre de Jesús significa “Dios salva” y expresa su misión: es el salvador de su Pueblo. Jesús “rey de los judíos” está realizando en la cruz su obra salvadora, está culminando la realización del programa expresado en su propio nombre.

Finalmente, la inscripción se inicia con las palabras “éste es”. Parece un detalle menor y, sin embargo, es muy importante. Recordemos: 

“Este es mi hijo amado” (Mateo 3,17) dice la voz de lo alto, la voz del Padre, en el bautismo de Jesús.

“Este es mi hijo amado: escúchenlo”, dice la misma voz en la transfiguración (Mateo 17,5).

Ahora es desde un cartel que está “en lo alto”, sobre la cabeza de Jesús, desde donde se proclama “este es Jesús, el rey de los judíos”. La inscripción se pone así en paralelo con la voz del Padre en los otros pasajes, proclamando a Jesús como rey.

Evangelio según san Lucas

Vayamos al evangelio de Lucas:

Sobre él había una inscripción: «Este es el rey de los judíos». (Lucas 23,38)

Aunque a veces se traduce “sobre su cabeza había una inscripción”, el texto griego dice “sobre él”. Como hemos visto, la inscripción a veces se colgaba del cuello del condenado.

Lucas, como Mateo, agrega “este es”, pero no pone el nombre de Jesús, de modo que el “éste es” recae sobre “el rey”: éste es el rey.

Esto es coherente con algunos acentos que pone Lucas en su Evangelio.

En la anunciación, el ángel Gabriel dice a María que a su hijo

“El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lucas 1,32-33)

Cuando recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén, hemos hecho notar que se recibe a Jesús como rey, solo Lucas y después Juan ponen esa palabra en boca de la gente:

¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! (Lucas 19,38)

Finalmente, el buen ladrón reconoce a Jesús como el rey que ha de venir y le ruega:

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino» (Lucas 23,42)

El cartel de Lucas proclama así que, en la cruz, Jesús ha subido a su trono y ha comenzado a desde allí a reinar.

Evangelio según san Juan

Volvamos ahora al relato de la Pasión que leemos cada Viernes Santo. El Evangelio según san Juan es el más tardío. La presentación que hace de Jesucristo es la más elaborada, trayendo en su prólogo el misterio de la encarnación del Verbo. 

Es impresionante notar en los detalles como Juan conjuga la humanidad de Jesús, por ejemplo, cuando lo muestra llorando ante la tumba de Lázaro, con la realidad del Verbo, el Hijo de Dios, que aparece siempre dueño de la situación, como cuando los soldados van al huerto a detenerlo. En el momento en que el mismo Jesús se identifica diciendo “Yo soy”, “ellos retrocedieron y cayeron en tierra”. Si hubiera sucedido así, creo que los soldados habrían huido rápidamente. Juan los hace caer en tierra porque Jesús, al decir “Yo soy”, ha pronunciado el nombre con que Dios se presentó a Moisés: “Yo soy”. Es una afirmación de la divinidad de Jesús.

No nos extrañe entonces que la referencia de Juan a la inscripción sobre la cruz de Jesús sea la más detallada; pero, como siempre, los detalles están al servicio de una intención. 

Juan dice que Pilato escribió y colocó la inscripción sobre la cruz. 

Se puede entender, y así se traduce, que Pilato hizo colocar el cartel. Pero en el original griego dice que Pilato colocó el cartel, como si hubiera ido él mismo al Gólgota a ponerlo en la cruz.

Mientras que en los otros evangelios la palabra griega que traducimos como “inscripción” es “epígrafe”, en el evangelio de Juan es “titlos”, de donde viene nuestra palabra “título”. Forzando un poco el texto, podríamos decir que es el propio Pilato el que le está reconociendo a Jesús el título de “rey de los judíos”.

Y cuando los sumos sacerdotes, como si hubieran estado también en el Gólgota, le piden «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"», Pilato se reafirma diciendo: «Lo escrito, escrito está». Así, Juan hace que, irónicamente sean los gentiles los que proclamen la realeza de Cristo.

Al final de cada año litúrgico, la Iglesia celebra la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Proclamamos y celebramos la realeza de Jesús; pero no olvidemos que Él fue proclamado rey en la Cruz. El se hace rey dando su vida. Si queremos nosotros que Él sea nuestro rey, es eso lo que tenemos que asumir, con sus propias palabras:

“el Hijo del hombre (…) no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mateo 20,28)

Gracias, amigas y amigos, por su atención. Que en este Viernes Santo todos nos dejemos tocar por el amor de Jesús, el rey que ha dado la vida por nosotros. Y que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

“¡El Señor ha Resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya!”. I Domingo de Pascua.

La Pascua de Cristo, su paso de la muerte a la vida, es la gran fiesta cristiana. Es el centro de nuestra fe. Ya lo decía san Pablo:

“… si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes.
(…) Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima.
Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. (1 Corintios 14,14.19-20)

La celebración del Domingo de Pascua comienza en la noche del sábado, con la vigilia pascual. Ésta es una extensa celebración, en la que destacan especialmente dos signos: la luz y el agua. Se inicia con la bendición del fuego con el que se enciende el cirio pascual, que representa la luz de Cristo resucitado. Esa luz se extiende a todos los fieles, que van encendiendo sus velas a partir de la llama del cirio.

En su momento se bendice el agua en la fuente bautismal. Todo, en la vigilia pascual, prepara a la celebración de la iniciación cristiana completa (bautismo, confirmación, comunión) o al menos del bautismo de uno o varios catecúmenos. Pero aunque esto no fuera posible, toda la comunidad renueva en esa noche sus promesas bautismales.

Un lugar especialmente importante lo tiene la Palabra de Dios. Siete lecturas del Antiguo Testamento y dos del Nuevo. Los pasajes seleccionados en la Liturgia nos hacen recorrer la historia de la salvación, desde la creación del mundo, pasando por la elección del Pueblo de Israel, con la figura de Abraham, su liberación bajo la guía de Moisés y el anuncio de los profetas acerca del Mesías que habría de venir, hasta llegar a la Resurrección de Cristo. 

Ese itinerario no tiene como principal objetivo el recuerdo de esos acontecimientos, sino, sobre todo, mostrarnos el sentido profundo de la historia de la humanidad, historia que Dios conduce y por eso se hace Historia de la Salvación.

El relato de la Creación nos prepara para comprender que en Cristo, resucitado el primer día de la semana, se inicia una nueva Creación. En la primera lectura, del libro del Génesis, se escucha la primera palabra de Dios que aparece en la Sagrada Escritura: 

Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió. (Génesis 1,3)

“Que exista la luz”. Antes de crear el sol, la luna y las estrellas, fuentes de luz, Dios crea la luz. La luz se contrapone a las tinieblas, a la ausencia de luz. La luz es el resplandor de la gloria de Dios. Es el bien. Es la verdad. Es la belleza.

En la resurrección de Cristo, Dios da una nueva existencia a la luz. Con la muerte del Hijo, las tinieblas envolvieron el mundo. Con su Resurrección, brilla de nuevo la luz, una luz nueva, la de aquel que se manifestó como “luz del mundo”.

En el bautismo, el signo esencial es el del agua. Pero el bautizado recibe también la luz de Cristo, en su vela encendida en el Cirio Pascual, que, como hemos dicho, representa a Cristo Resucitado. Ese gesto une esa celebración del bautismo, no importa en qué momento del año se realice, con la celebración de la Vigilia Pascual.

El cirio no deja de ser un signo humilde. Aunque es grande, está hecho de un material frágil. Su luz no es enormemente potente. Pero esa luz la genera consumiéndose a sí mismo. En esto también se hace presente el misterio pascual: Cristo que, entregándose a sí mismo en la cruz, da mucha luz en su Resurrección.

La luz que genera el cirio está acompañada de calor, porque viene del fuego. Fuego que destruye el mal y forja el mundo. Transforma el mundo y nos transforma a nosotros, por medio del calor y la bondad de Dios.

En el himno llamado Exsultet, que hace referencia al cirio pascual, se nos recuerda que su materia, la cera, es obra de las abejas. De esa forma, la creación participa en la generación de la luz. A la vez, el trabajo de la colmena representa también la labor de la comunidad de fieles, llamada a hacerse luz y ofrecer esa luz al mundo.

Unidos a Cristo por medio del bautismo, los cristianos podemos llegar a ser con nuestra vida luz para el mundo, luz para los demás. Comprendemos así las palabras de Jesús:

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. (Mateo 5,14-16)

Este hacernos luz para los demás no se da en un instante. El bautismo es el comienzo de un camino que abarca nuestra vida entera, para ir revistiéndonos de la luz de Cristo y poder así entrar un día a la presencia de Dios y permanecer eternamente con Él.

Hemos dicho que en la Vigilia Pascual, los cristianos renovamos nuestras promesas bautismales.

Éstas tienen dos momentos: las renuncias y la profesión de fe.

Renunciamos a Satanás, a todas sus obras y a todas sus seducciones y profesamos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y en la Iglesia.

Recibiendo la aspersión del agua bendita, recordamos que fuimos rescatados de la muerte eterna para entrar en la vida del resucitado y volvemos a encender en nuestro corazón la luz de la fe.

Sí, creemos en Dios creador y, por tanto, nos reconocemos como sus criaturas, seres creados por su amor, llamados a compartir su felicidad para siempre. Creemos que en Dios nuestra vida encuentra su razón y su sentido.

Creemos en Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, hecho uno de nosotros, que se humilló hasta sufrir la muerte de cruz, pero que, resucitado, nos une en su rebaño y nos guía como Buen Pastor hacia nuestra meta.

Creemos en el Espíritu Santo, que nos recuerda y nos ayuda a comprender las palabras de Jesús en el Evangelio.

Creemos en la Iglesia, cuerpo de Cristo, misterio de comunión, Pueblo de Dios que peregrina hacia la resurrección y la vida eterna.

Amigas y amigos, que en esta Pascua la luz de Cristo resucitado no pase en vano por nuestra vida. Que esta Semana Santa que estamos concluyendo sea verdadero tiempo de crecimiento en nuestra vida cristiana. Que en nuestra vida se transparente la luz del resucitado, haciéndonos hombres y mujeres de luz.

Y que la bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre. Amén.

miércoles, 27 de marzo de 2024

Misa Crismal 2024 en Canelones. Lanzamiento del Año Vocacional nacional y visita de la reliquia del Beato Jacinto Vera a la Diócesis.


Queridos hermanos y hermanas:

Con esta Misa Crismal, se inicia en nuestra diócesis el Año Vocacional nacional. A lo largo de este año, el Pueblo de Dios que peregrina en el Uruguay, en cada una de las nueve iglesias diocesanas, se une en la oración y en el trabajo pastoral por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Para animar a toda nuestra comunidad diocesana a vivir este año he escrito una carta pastoral que pronto llegará a ustedes. También hemos organizado la visita de una reliquia del Beato Jacinto Vera que recorrerá todo Canelones y nuestra diócesis será sede de la Jornada Nacional de la Juventud.

La vocación no es una inclinación personal o un conjunto de buenas aptitudes que nos hacen pensar que alguien está llamado a una determinada profesión u oficio. La vocación es, ante todo, lo que significa esa palabra: llamado. Creemos que Dios llama y sigue llamando. Es Él quien nos ha llamado a la vida: a esta vida que conocemos y a la vida eterna, como hijos e hijas suyos. Queremos orar y trabajar para ayudar a que ese llamado pueda ser percibido y correspondido.

El llamado de Dios es el que constituye la Iglesia. Iglesia significa “convocatoria”. Somos un pueblo formado por quienes hemos sido convocados y hemos respondido al llamado del Señor para caminar bajo su guía de Buen Pastor. No somos nosotros quienes lo hemos elegido, sino Él quien nos ha elegido y llamado. A su llamado respondemos desde nuestra libertad.

Nuestra vocación cristiana fundamental es la vocación bautismal. El bautismo, para cuya celebración y la de otros sacramentos se consagra el santo crisma, nos hace miembros del Cuerpo de Cristo, miembros de la Iglesia.

A partir de la vocación bautismal, hay quienes son llamados a los ministerios que se reciben por el sacramento del orden: obispos, presbíteros y diáconos, para el servicio de todo el Pueblo de Dios. Otras personas reciben el llamado a una total consagración a Dios, siguiendo los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad, dentro de un carisma, don del Espíritu Santo a la Iglesia. Ésa es la vida consagrada. El Espíritu entrega a los fieles de las comunidades cristianas una gran riqueza de dones, que se despliegan en múltiples servicios.

Visitando las comunidades parroquiales, a lo largo de estos ya casi tres años en Canelones, he encontrado en muchos fieles la preocupación por la falta de vocaciones y la escasa presencia de jóvenes. Por eso saludamos y agradecemos la presencia de los jóvenes que han participado desde el domingo en el retiro vocacional diocesano.

¿Qué hacer frente a estas situaciones? No es una cuestión de técnicas, tácticas y estrategias, que eventualmente pueden ayudar; es, ante todo, una cuestión de conversión, de recomienzo, de renovación: volver al Señor, volver a Jesucristo y su Evangelio, bajo la guía del Espíritu y en la alegría de la Pascua que nos aprestamos a celebrar.

Renovarnos en la oración, como comunidad orante. Son muchas las exhortaciones de Jesús a sus discípulos a que oren. Que oren siempre, pero, especialmente, para no desfallecer, como lo indica en el Huerto de los Olivos. Él mismo nos urge a pedir al dueño de la Mies que envíe trabajadores para la cosecha y ésa es la primera tarea en un año vocacional. Pero no se trata de “hacer los deberes”, en el sentido de cumplir formalmente una tarea encomendada. Se trata, de verdad, de levantar nuestro corazón a Dios. En mi carta los invito a contemplar a una mujer orante, Ana, la madre de quien sería el profeta Samuel, que rogó con todo su corazón tener un hijo y fue escuchada. Hay muchas formas de oración que se pueden hacer en forma personal o comunitaria: la participación en la Eucaristía, la lectura orante de la Palabra de Dios, la adoración del Santísimo Sacramento, la liturgia de las horas, el rosario. Puede ayudarnos una oración escrita, o podemos decirla con nuestras propias palabras. Pero hagámoslo de corazón y en comunidad, recordando que Jesús nos ha asegurado: “si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá” (Mateo 18,19).

Renovarnos en la vida fraterna, en el amor recíproco. Un cristiano de los primeros tiempos, Tertuliano, recuerda la frase, llena de admiración, de quienes se acercaban a una comunidad cristiana: “miren cómo se aman”. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla de aquella comunidad donde los creyentes “tenían un solo corazón y una sola alma” (4,32). Una comunidad fraterna es aquella en la que se ama a partir del amor de Jesús en sus miembros: “ámense unos a otros como yo los he amado” (Juan 15,12), una comunidad donde cada uno de sus integrantes desea seguir el camino de Jesús “que nos amó primero” (1 Juan 4,19). Una comunidad así está abierta. Sabe recibir. Se alegra con cada persona que se acerca y le hace un lugar, sin sentir que los nuevos le están quitando espacio, sino que, al contrario, están enriqueciendo la comunidad con nuevos dones.

Renovarnos en el servicio. Renovarnos en el servicio a quienes, pertenezcan o no a la comunidad, ante todo se encuentran en necesidad. Son los “heridos del camino” como el que encontró el buen samaritano. En el servicio, el amor va más allá de los sentimientos y se hace tangible. Pone en obra la compasión y la misericordia. En muchas de nuestras comunidades hay hermosas iniciativas en las que hermanos y hermanas donan generosamente tiempo y trabajo para auxiliar a otros. El servicio es un lugar donde muchos jóvenes pueden sentirse a gusto y descubrir a Cristo “que se hizo servidor de todos”.

Renovarnos en la misión. La Iglesia existe para evangelizar. “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda”, enseñaba el papa san Pablo VI. (Evangelii Nuntiandi, 14). Desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco nos ha exhortado a ser una “Iglesia en salida”, que comparte “la alegría del Evangelio” a partir de nuestro encuentro con Jesucristo. Las actividades misioneras constituyen otro campo donde los jóvenes participan con entusiasmo.

La celebración, este año, de la Jornada Nacional de la Juventud en nuestra diócesis, es una oportunidad para todos de descubrir al Señor que pasa y llama, a partir de este encuentro juvenil y de las actividades de servicio y misión que se desarrollarán durante el mismo.

Le pedimos al Señor que nos conceda ser una Iglesia diocesana de comunidades vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten en los jóvenes el deseo de consagrarse a él. (cf. Papa Francisco, oración jornada vocaciones, 2017).

Al beato Jacinto Vera, padre de la Iglesia en el Uruguay, que trabajó intensamente para formar sacerdotes “santos, sabios y apostólicos” y que llamó y recibió con alegría diferentes expresiones de vida consagrada, le encomendamos las vocaciones que han ido surgiendo y las que vendrán.

A nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, le pedimos que interceda por nosotros para que nuestras comunidades, hechas fecundas por el Espíritu Santo, sean fuente de auténticas vocaciones, al servicio del Pueblo de Dios (cf. papa Francisco, íbid.). Así sea.


domingo, 24 de marzo de 2024

Semana Santa 2024 en la Catedral Nuestra Señora de Guadalupe, ciudad de Canelones



➢ DOMINGO 24 DE MARZO. DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR.
10.30 hs. Bendición de ramos en el liceo Guadalupe. Procesión hacia la Catedral. Misa.
Traer ramos de olivos.

➢ 25 DE MARZO. LUNES SANTO.
08.00 hs. Laudes
10.00 a 11.00 hs. Confesiones.
18.00 hs. Misa.

➢ 26 DE MARZO. MARTES SANTO.
08.00 HS. Laudes
10.00 a 11.00 hs. Confesiones.
18.00 hs. Misa

➢ 27 DE MARZO. MIÉRCOLES SANTO.
08.00 hs. Laudes
10.00 hs. Misa Crismal. Inauguración del Año Vocacional Nacional en nuestra Diócesis.

➢ 28 DE MARZO. JUEVES SANTO. COMIENZA TRIDUO PASCUAL.
8.00 hs. Laudes
20.00 hs. Misa de la Cena del Señor
(Traer alimentos no perecederos para los más necesitados).
Luego de la Misa: Hora Santa Comunitaria. El templo estará abierto hasta las 00.00 hs).

➢ 29 DE MARZO. VIERNES SANTO.
08.00 hs. Laudes. Continúa con el Oficio de Lecturas
10.00 hs. Celebración comunitaria de la Santa Unción (para personas mayores de 60 años).
15.30 hs. Celebración de la Pasión del Señor.
17.00 hs. Vía Crucis por las calles de Canelones hacia la Capilla de Fátima.

➢ 30 DE MARZO. SÁBADO SANTO.
08.00 hs. Laudes
20.30 hs. Solemne Vigilia Pascual. Traer velas.
Luego en comunidad celebramos la Pascua. Traer algo rico para compartir (huevo de Pascua).

➢ 31 DE MARZO. DOMINGO DE PASCUA.
08.00 hs. Laudes
10.30 hs. Misa.
19.00 hs. II Vísperas del domingo de Pascua.

viernes, 22 de marzo de 2024

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15,34). Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.

Con estas palabras comienza el salmo 22, que es la larga y angustiada súplica de un creyente que renueva, al final, su confianza en Dios.

Esas mismas palabras son el grito de Jesús crucificado. 

Son las únicas palabras de Jesús en la Cruz que recoge el evangelista Marcos. Otras palabras que podamos recordar, completando las famosas siete palabras, las encontramos en los otros evangelios.

Este grito de Jesús, este sentimiento de abandono, no llega de improviso. 

Marcos nos va mostrando como Jesús es abandonado por sus discípulos, traicionado por Judas, negado por Pedro, acusado de blasfemia por los sacerdotes, rechazado por la multitud en favor de un asesino, mortificado por las burlas e insultos del Sanedrín, de los soldados romanos, de los dos ladrones que han sido crucificados con él y de todos los que han ido a ver la crucifixión.

Hasta la luz abandona la escena, porque a partir del mediodía todo se oscurece.

Entonces, a las tres de la tarde, rodeado por la oscuridad y con todos los sufrimientos de alma, mente y cuerpo, antes de morir, Jesús lanza su grito:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15,34)

Para nosotros, creyentes, y para muchos que no lo son pero que se dejan tocar por este relato, el grito de Jesús estremece. Es desconcertante. Es perturbador. 

Que los hombres abandonen o, directamente, que rechacen a Jesús, puede tener muchos motivos… miedo, incomprensión, ingratitud, decepción, de parte de los discípulos y de la multitud. De parte de las autoridades, enceguecimiento, cerrazón, abuso de poder.

Pero… ¡el Padre! ¿No responde el Padre al grito de Jesús? Sí, responde. Responde con un signo. Inmediatamente, enseguida que Jesús expira:

El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. (Marcos 15,38)

¿Qué significa esa respuesta? El velo del templo era una cortina detrás de la cual se encontraba el Santo de los Santos, el Santísimo, el lugar que representaba la Presencia de Dios en medio de su Pueblo.

Una de las acusaciones que había recibido Jesús en el juicio ante el Sanedrín, fue, supuestamente, haber dicho:

"Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre" (Marcos 14,58)

Como vimos en un programa anterior, Jesús había dicho, según el evangelio de Juan: “destruyan este templo y en tres días lo levantaré” y el evangelista aclara: “él hablaba del templo de su cuerpo”. Pero, por el velo rasgado, en cierta forma, el templo está siendo destruido en cuanto lugar de la presencia de Dios. 

Dios sale del lugar reservado y cerrado en el templo de piedra, para habitar en el templo que se constituye en el cuerpo de su Hijo.

Dios ha respondido al grito de Jesús reemplazando el templo como lugar del culto y ofreciendo en su lugar a su propio Hijo, que será reconocido como tal por paganos y judíos.

Y ese reconocimiento llegará del centurión romano, el oficial encargado de dirigir la ejecución, que exclama: 

«¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!» (Marcos 15,39)

Sin embargo, todavía podemos preguntarnos ¿Cómo ha sido posible? ¿Cómo ha podido el Hijo de Dios sentirse abandonado por su Padre, con el que ha vivido y vive la más profunda unidad, hasta decir “El Padre y yo somos uno”?

Esa separación que siente Jesús es el misterio dentro del misterio de la pasión. Misterio, no como algo que jamás podremos comprender, sino como realidad que nunca agotaremos, que siempre nos mostrará un aspecto nuevo.

El momento en que Jesús siente esa separación del Padre, es el momento en el que restablece la unidad entre la humanidad y el Padre, el momento en que él se hace camino para el reencuentro, para la reconciliación. Es el momento de la redención. Haciéndose nada, Jesús une los hijos al Padre. En su abandono, reduciéndose a simple hombre, Jesús lleva al extremo su encarnación, haciéndose uno con nosotros, haciéndose nuestro hermano.

Pero, en su abandono, Jesús no deja de ser el Hijo, no deja de ser Dios y haciéndonos uno con él, nos hace hijos del Padre.

El dolor se cambia en amor. Jesús crucificado es “la imagen del creador de la Caridad”, como lo definió José Enrique Rodó. (Liberalismo y Jacobinismo, Montevideo, 1906, p. 7).

Y el amor de Cristo, la caridad de Cristo, en su entrega y su abandono, realiza su obra redentora.

Y nosotros, que creemos que Jesús está resucitado y sentado a la derecha del Padre, podemos reconocer en este mundo el grito de quienes se identifican con Jesús abandonado. 

Podemos encontrarlo dentro de cada uno de nosotros, en nuestro propio dolor y experimentar la gracia de que ese dolor puede transformarse también en amor, como lo han experimentado todos aquellos que han unido y que unen su propio sufrimiento a los del Señor. Tal como lo vivió san Pablo hasta decir:

Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo (Colosenses 1,24)

Pero encontramos también a Jesús abandonado en cada persona que sufre en soledad y sin esperanza. Acompañándolos, aliviando su dolor, acompañamos y aliviamos a Jesús. Y eso ya es bueno, pero hay algo más.

Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, que tiene en el centro de su espiritualidad la experiencia de encuentro con Jesús abandonado, cuenta que, desde el comienzo del movimiento, acercándose al hermano que sufría, al hermano semejante a Jesús abandonado, le hablaban de Él. Y aquellos que se veían semejantes a Él y aceptaban compartir con Él su suerte, lo encontraban como Redentor que curaba sus heridas y daba sentido a su vida.

Así sigue cumpliéndose la profecía de Isaías sobre el servidor sufriente:

Él soportaba nuestros sufrimientos 
y cargaba con nuestras dolencias, 
y nosotros lo considerábamos golpeado, 
herido por Dios y humillado.
Él fue traspasado por nuestras rebeldías 
y triturado por nuestras iniquidades. 
El castigo que nos da la paz 
recayó sobre él 
y por sus heridas fuimos sanados.
(Isaías 53,4-5)

La Anunciación del Señor

El 25 de marzo es la fecha de la Anunciación del Señor. Este año coincide con el Lunes Santo. Esta fiesta no puede celebrarse dentro de la Semana Santa ni dentro de la Octava de Pascua, que es la semana siguiente. Por eso, este año la Anunciación se traslada el lunes 8 de abril.

Amigas y amigos, gracias por su atención. Que tengan una muy buena Semana Santa, con la bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. 

viernes, 15 de marzo de 2024

16 de marzo: San José Gabriel del Rosario Brochero. Una oración del santo cura argentino.

16 de marzo: San José Gabriel del Rosario Brochero.

Una oración del Cura Brochero, con breve introducción. 

Publicada por la Conferencia Episcopal Argentina, en el libro: "El Cura Brochero. Cartas y sermones." Buenos Aires, 1999, pp. 75-76.

+ Heriberto, obispo de Canelones, Uruguay 

miércoles, 13 de marzo de 2024

“Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12, 20-33). V Domingo de Cuaresma.

Estamos a la puerta de la Semana Santa. El domingo pasado comenzamos recordando un pasaje de la Pasión de Jesús, según el evangelio de Juan: el momento en que Jesús declara ante Pilato que Él ha venido a dar testimonio de la verdad.

El domingo que viene, domingo de Ramos, leeremos el relato de la pasión en el evangelio de Marcos, y el Viernes Santo volveremos a escucharlo en el evangelio según san Juan.

La pasión tiene su momento culminante en la crucifixión, cuando Jesús es clavado en la cruz y levantado en alto. Junto con él son crucificados dos delincuentes, configurando el cuadro del Calvario, con sus tres cruces, que ha inspirado a tantos artistas. Para los romanos, la crucifixión era una forma de aplicar la sentencia de muerte a criminales y a revoltosos. La cruz llevaba a la muerte de forma no inmediata, sino lenta, torturante. A la vez, la ejecución se hacía en un lugar público, a la vista de todos; y ser elevados en la cruz hacía aún más visibles a los condenados.

¿Sabía Jesús que caminaba hacia la cruz? El evangelio de Marcos, el más antiguo, nos muestra que Jesús se va identificando con el “Servidor sufriente”, anunciado por el profeta Isaías, que salvaría a su pueblo a través del sufrimiento. En ese evangelio, tres veces anuncia Jesús a sus discípulos que será entregado a los sumos sacerdotes y condenado a muerte. Es lo que llamamos los anuncios de la Pasión. En uno de esos pasajes, Jesús dice que los sumos sacerdotes lo condenarán y luego lo entregarán “a los paganos”, es decir, a los romanos, que son quienes pueden crucificarlo.

Hoy leemos un pasaje del evangelio según san Juan, escrito mucho después que el de Marcos. Es un evangelio en el que la comunidad cristiana, con la ayuda del Espíritu Santo, entra en el misterio de Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios. Hijo del hombre e Hijo de Dios, que muere y resucita.

Para muchos creyentes del tiempo de Jesús, que esperaban al Mesías enviado por Dios, la muerte del salvador era impensable; pero la muerte en la cruz era completamente escandalosa. El evangelio de Juan responde a ese escándalo, poniendo énfasis en que es necesario que Jesús sea levantado en lo alto; primero en la cruz, sí; pero para ir aún más alto, como veremos enseguida.

Tres veces encontramos en el evangelio de Juan el anuncio de Jesús de que Él, “el Hijo del hombre”, va a ser levantado en alto, aludiendo a su crucifixión. 

El domingo pasado escuchamos el primero de esos anuncios:

«De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.» (Juan 3,14-15)

¿Por qué esa comparación? En el desierto, el Pueblo de Dios fue atacado por serpientes venenosas. Dios indicó a Moisés que hiciera esa serpiente de bronce y la colocara en un palo. Mirando la serpiente de bronce, los que habían sido mordidos por las venenosas, quedaban curados. La serpiente hecha por Moisés fue un signo de la misericordia de Dios. Anunciando que será levantado en alto, Jesús está prometiendo mucho más que una curación milagrosa: está prometiendo que todos los que crean en Él tendrán Vida eterna. Jesús levantado en la cruz será signo de la misericordia de Dios; pero la cruz no será su final, sino el primer peldaño de la escalera por la que sube de regreso al Padre. 

El segundo anuncio de Jesús levantado en alto, lo encontramos en el capítulo 8:

«Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy  y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó. El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada.» (8,28-29)

Con estas palabras, Jesús reafirma su unidad con el Padre. Él ha venido a este mundo enviado por su Padre Dios y su elevación, por la cruz y la resurrección, será su regreso al Padre, de quien realmente no se ha separado nunca.

Y llegamos al evangelio de este domingo quinto de Cuaresma, en el que leemos el tercer anuncio:

«Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.» (Juan 12,32)

Jesús atrae a todos, porque es el Hijo de Dios hecho hombre. Ha tomado nuestra humanidad y se ha unido a todos nosotros. A lo largo de los siglos y aún en el mundo presente, una parte de la humanidad ha recibido y sigue recibiendo el anuncio del Evangelio de Jesucristo, de su buena noticia. A otros no ha llegado de esa forma, sino por los misteriosos caminos de Dios, cuya voz resuena en la intimidad de la conciencia de cada persona humana.

Pero aquí estamos en el momento en que la obra de Jesús está cumplida. Esta es la última predicación de Jesús a la multitud. Frente a sus palabras y a sus obras, más aún, frente a su persona misma, estamos llamados a tomar una decisión. Y esa decisión es nuestro juicio: aceptarlo y unirnos a Él o rechazarlo, colocándonos de parte del “príncipe de este mundo”.

Porque en nuestra vida estamos siempre en camino, esa decisión, cualquiera que sea, no está hecha de una vez para siempre.

Cada día estamos llamados a renovar nuestra decisión de seguir a Jesús.

Hagámoslo con este pasaje de la oración del santo cura Brochero ante el crucifijo, que refleja esa lucha permanente contra el tentador y el constante regreso a Jesús.

Jesús mío, no me atrevo a poner mis ojos en el estandarte de la cruz, 
porque en ella veo que nunca te he seguido, 
que nunca te he acompañado en las batallas, 
que toda mi vida (prescindiendo de los pocos días de inocencia) 
he militado bajo la bandera de Lucifer, 
que toda mi vida he ansiado los sueldos de Lucifer (…) 
Pero ya que vuestra bondad quiere vencer mi ingratitud 
y llamarme de nuevo como lo haces ahora, 
aquí me tenéis pronto a ejecutar vuestras órdenes y militar bajo tu cruz.

En esta semana

  • Martes 19, San José, esposo de María, Solemnidad. Copatrono de la parroquia Santa María de los Ángeles en San José de Carrasco.
  • Miércoles 20, aniversario de la ordenación episcopal de nuestro obispo emérito, Mons. Alberto Sanguinetti.
  • Y desde ese día, hasta el viernes, en Bogotá, reunión de Secretarios Generales de Conferencias Episcopales, convocada por el CELAM, en la que estaré participando.

Amigas y amigos: el próximo domingo es Domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa. Dispongámonos a vivirla en profundidad, buscando el encuentro en la fe con el Señor y con los hermanos. Y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

jueves, 7 de marzo de 2024

“El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz” (Juan 3,14-21). IV Domingo de Cuaresma, "Laetare"


Seguimos avanzando en nuestro camino de Cuaresma, ya a quince días del domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa.
El Viernes Santo volveremos a escuchar el relato de la Pasión según san Juan.
Allí, cuando Poncio Pilato le pregunta a Jesús si él es rey, Jesús responde:
«Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz.» (Juan 18,37).
Jesús afirma que Él es rey y a continuación expone lo que eso significa. 
Y aquí, por favor, dejémonos sorprender. Porque lo esperable es que Jesús explicara lo que significa ser rey diciendo “he venido para reinar sobre este mundo: para hacer actos de gobierno, tomar decisiones sobre la vida del pueblo, promulgar leyes, administrar justicia… ésas, y muchas más, eran las funciones de un rey en tiempos de Jesús. Y las financiaba cobrando tributos a sus súbditos. 
Pero la explicación que Jesús da sobre su realeza es completamente distinta, es algo que sale de otro horizonte: “he venido al mundo para dar testimonio de la verdad”. Para eso es rey. Para dar testimonio de la verdad.

Jesús no dice “hablarles de la verdad” o “enseñarles la verdad”. Él viene como testigo, como testigo de la Verdad y eso significa que conoce la verdad, que la ha visto. Y en la medida en que vamos entrando en el corazón de Jesús, nos damos cuenta de que él tiene una experiencia de la verdad que sobrepasa lo que entendemos normalmente como conocimiento. No es una experiencia humana. Es la experiencia de Dios en el Hijo de Dios.

A esa expresión de Jesús, “dar testimonio de la verdad” Pilato responde en forma escéptica:
¿Qué es la verdad? (Juan 18,38)
Cuando a alguien le toca ejercer la función de juez, una de las tareas más difíciles que tiene es llegar a la verdad. Quienes acusan dicen una cosa y quienes se defienden, normalmente, dicen todo lo contrario. ¿Cómo llegar a la verdad? ¿Cómo discernirla entre exageraciones y mentiras que vienen de una y otra parte? No es extraño que Pilato se mostrara tan escéptico… ¿qué es la verdad? A veces, es muy poco lo que se puede establecer con certeza.
Pero Jesús ha dicho algo muy importante, a lo que Pilato no prestó atención:
“El que es de la verdad, escucha mi voz.” (Juan 18,37)
La verdad que Jesús ofrece no es simplemente la verdad sobre un hecho, algo para afirmar o negar, creer o no creer. La verdad de la que Jesús habla es un profundo llamado. Escuchar la voz de Jesús no significa simplemente escucharlo de cuando en cuando, ver qué dice hoy: “escucharlo” significa poner en práctica su palabra y seguirlo.
Seguir a Jesús, porque Él es la Verdad. La verdad está en la persona de Jesús.
En Jesús encontramos la Verdad última sobre el hombre, la verdad que da sentido a la vida humana.
El Concilio Vaticano II enseña que
El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. (Gaudium et Spes, 22)
Las sombras de la realidad humana: nuestra fragilidad, nuestras contradicciones, nuestras pretensiones de ser más de lo que somos, pero también nuestros anhelos más profundos y nuestras mejores capacidades, solo se entienden contemplando a Jesús, Hijo de Dios hecho hombre.
En él encontramos la verdad sobre el hombre, inseparable de la verdad sobre Dios, Creador, Padre de la humanidad.

Al comienzo de su pontificado, San Juan Pablo II llegó por primera vez a América Latina, en México, para inaugurar la tercera asamblea general del episcopado latinoamericano y del Caribe, en la ciudad de Puebla.
En su discurso, el papa señaló como una debilidad de la civilización actual (estábamos en el año 1979) la inadecuada visión del hombre. Los obispos, en sus trabajos de los días siguientes, escribieron acerca de las “visiones inadecuadas del hombre en América Latina” (DP 305-315).

Los años pasaron y algunas de las apreciaciones que hacían entonces los obispos ya son historia, porque correspondían a otro contexto; otras, en cambio, siguen siendo actuales. A la vez el esfuerzo de aquella deliberación nos invita a seguir reflexionando, en nuestro tiempo, sobre el misterio del ser humano y a tratar de entenderlo desde el testimonio de Jesucristo sobre la verdad.

No es posible entender el misterio del hombre separándolo de su Creador. Es imposible interpretar lo que somos negándonos a reconocernos como criaturas.

Si la vida, como la conocemos, especialmente la vida humana, fuera únicamente el resultado del azar, de unas casuales combinaciones que poco a poco fueron dando origen a la vida, nada tiene especial sentido. Si no nos reconocemos como criaturas, si no creemos que nos ha sido dado un propósito de parte de un Creador, entonces tenemos una absoluta libertad para re crearnos, para volver a crearnos nosotros mismos, en la forma que queramos, prescindiendo de cualquier dato de la realidad que no se amolde a lo que sentimos, empezando por el cuerpo que a cada uno le ha sido dado, con todo lo que significa ese cuerpo en su capacidad de amar y de transmitir la vida, en los roles propios de la mujer y el varón, en la maternidad y la paternidad.

Al contrario, si conocemos a nuestro Creador, si creemos en él como Padre Misericordioso, vemos nuestra frágil humanidad bajo una luz que consuela, anima, levanta y fortalece.

“El que es de la verdad escucha mi voz”, dice Jesús a Pilato. Pero la voz de Jesús no se escucha simplemente para saber qué es lo que dice, sino para poner en obra su palabra.
Y así llegamos al pasaje del evangelio de este domingo que hemos elegido como título:
“El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz”. (Juan 3,14-21)
Obrar conforme a la verdad, actuar de acuerdo a la verdad, es actuar, poner en obra las palabras de Jesús. Es poner el amor en obra.
Y, hablando del amor, este es el momento de recordar el mensaje central del Evangelio de hoy:
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. (Juan 3,14-21)
Ahí está la verdad de Dios: la verdad de su amor.
La verdad del amor del Padre, que entrega a su hijo para la salvación de toda la humanidad; la verdad del amor del Hijo, que entrega en amor su vida, porque, como él mismo dirá en su momento, nadie ama más que quien da la vida por los que ama.

Comunidad Dios Proveerá en Carrasco del Sauce

En esta semana hemos recibido en la parroquia de Toledo a la comunidad Dios Proveerá, de origen brasileño, que colaborará en la vida pastoral parroquial y diocesana. Dos misioneros, a los que se sumará un tercero, se instalarán en la casa contigua a la capilla Inmaculada Concepción, en Carrasco del Sauce. La comunidad los ha recibido con mucho cariño y esperamos que puedan desarrollar muy bien su servicio entre nosotros.

Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

lunes, 4 de marzo de 2024

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu” (Salmo 51 [50], 12). Palabra de vida, Marzo 2024

La frase de la Escritura que se nos propone en este tiempo cuaresmal forma parte del Salmo 51, donde en su versículo 12 encontramos la conmovedora y humilde invocación: 

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”. 

El texto que la contiene es conocido con el nombre de “Miserere” (o Súplica del pecador arrepentido). En él, la mirada del autor se inicia con la exploración de los escondrijos del alma humana para luego captar las fibras más profundas, las de nuestra completa incompatibilidad frente a Dios y, al mismo tiempo, del insaciable anhelo de plena comunión con Aquel de quien procede toda gracia y misericordia.

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.

El salmo parte de un episodio bien conocido de la vida de David. Llamado por Dios a cuidar al pueblo de Israel y a guiarlo en los caminos de la obediencia a la Alianza, transgrede la propia misión por haber cometido adulterio con Betsabé y mandar a matar en la batalla a su marido, Urías, el hitita, oficial de su ejército. El profeta Natán le marca la gravedad de su culpa y lo ayuda a reconocerla. Es el momento de la confesión del propio pecado y de la reconciliación con Dios.

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.

El salmista pone en boca del rey invocaciones muy fuertes que surgen de su profundo arrepentimiento y de la total confianza en el perdón divino: “purifícame”, “lávame”, “borra”. En particular en el versículo que nos interesa emplea el verbo “crea” para indicar que la completa liberación de la fragilidad del hombre le es posible únicamente a Dios. Es la conciencia de que sólo él puede hacernos criaturas nuevas, de “corazón puro”, colmándonos con su espíritu vivificante, dándonos la verdadera alegría y transformando radicalmente nuestra relación con Dios (firmeza del espíritu) y con los demás seres vivientes, con la naturaleza y el cosmos.

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.

¿Cómo poner en práctica esta Palabra de Vida? El primer paso será reconocernos pecadores y necesitados del perdón de Dios, en una actitud de ilimitada confianza frente a él.

Puede suceder que nuestros repetidos errores nos desanimen, nos lleven a cerrarnos en nosotros mismos. Es necesario entonces dejar entreabierta al menos un poco la puerta de nuestro corazón. Escribía Chiara Lubich en los primeros años de la década del 40 a alguien que se sentía incapaz de superar sus propias miserias: 

“Es necesario quitar del alma todo otro pensamiento. Y creer que Jesús se siente atraído por nuestra exposición humilde, confiada y amorosa de nuestros pecados. Nosotros, por nosotros mismos, no hacemos más que miserias. Él, por sí, para con nosotros no tiene sino una sola cualidad: la Misericordia. Nuestra alma puede unirse a Él solamente ofreciéndole como regalo, como único regalo, no las propias virtudes sino los propios pecados. Si Jesús vino a la tierra y se hizo hombre, sólo quiere con ansias ser el Salvador, el Médico. No desea otra cosa” [1].

“Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu”.

Luego, una vez liberados y perdonados, y teniendo presente la ayuda de los hermanos, porque la fuerza del cristiano proviene de la comunidad, pongámonos a amar concretamente al prójimo, sea quien sea. 

“Lo que se nos pide es un amor recíproco, de servicio, de comprensión, de participación de los dolores, las ansias y las alegrías de nuestros hermanos. Un amor que todo lo cubre y lo perdona” [2].

Por su parte, dice el papa Francisco: 

“El perdón de Dios es aquello que necesitamos todos, y es el signo más grande de su misericordia. Un don que todo pecador perdonado está llamado a compartir con cada hermano o hermana que encuentra. Todos los que el Señor nos ha puesto a nuestro lado, los familiares, los amigos, los colegas, los parroquianos… todos, como nosotros, tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bonito ser perdonado, pero también tú, si quieres ser perdonado, debes a su vez perdonar. ¡Perdona! Para ser testigos de su perdón, que purifica el corazón y transforma la vida” [3].

Augusto Parodi Reyes y equipo de Palabra de Vida

NOTAS

[1] Lubich C. Cartas de 1943-1960.

[2] Lubich C. Palabra de Vida mayo 2002.

[3] Papa Francisco. Audiencia general del 30 de marzo 2016.

sábado, 2 de marzo de 2024

3 de marzo de 1879. Hace 145 años, el beato Jacinto Vera confió la parroquia de San Isidro de Las Piedras a los Padres Salesianos.

Invitación a Misa
 
Decreto del beato Jacinto Vera

Del Piamonte a "América"

¿Por dónde empezar a contar esta historia? Me gustaría empezar por la historia de un joven salesiano, en el norte de Italia, allá por el año 1876. Este padrecito tenía 26 años y había sido ordenado sacerdote tres años antes. 
Una tarde de septiembre de ese año, un sacerdote mayor lo encontró desconsolado, llorando, en el patio.
Al preguntarle que le pasaba, el joven respondió:
- Acabo de salir de la oficina de Don Bosco. Me propone marcharme a América, como director del nuevo colegio de Villa Colón. Le expresé mis dificultades y me dijo que a la fuerza nunca me mandaría; pero me dio un plazo de veinticuatro horas para reflexionar.
Ante su amigo mayor, el joven compartió sus sentimientos. La ilusión que le daba la obra en la que estaba trabajando, los hermanos mayores de los que estaba aprendiendo tanto, su temor de irse tan lejos de don Bosco, del santuario de María Auxiliadora y de su patria…
El sacerdote mayor, después de escucharlo, le aconsejó:
- Vuelve a hablar con Don Bosco, plantéale tus dificultades, tus sentimientos y luego déjalo a él disponer lo que crea más conveniente para la gloria de Dios y el bien de tu alma.
Al otro día, volvieron a encontrarse. El joven parecía más tranquilo y resignado.
- ¿Qué pasó? 
- Hice lo que Ud. me aconsejó. Después de escucharme, Don Bosco me dijo: muy bien. Entonces, prepárate para partir. Y yo -concluyó el joven sacerdote- partiré.
Así fue como el P. Luis Lasagna, que era aquel joven sacerdote, llegó a "América", es decir, al Uruguay, para dirigir el colegio de Villa Colón.
Y ahí tenemos a dos de los personajes de esta historia: Don Bosco que lo envió y Luis Lasagna que obedeció y vino. Y pronto fue posible ver que Don Bosco sabía muy bien a quién había enviado y que no se había equivocado para nada.

Una capilla de la parroquia de Las Piedras

Quienquiera que haya leído un poco sobre nuestro beato Jacinto Vera sabrá que fue párroco durante muchos años de Villa Guadalupe, es decir, de la hoy ciudad de Canelones y que, siendo niño ya estuvo vinculado a nuestro departamento, porque sus padres, que vivieron al principio en Maldonado, compraron un campo en la zona de Toledo.
En Toledo los Vera frecuentaban la capilla de Nuestra Señora del Carmen, más conocida como “la capilla de Doña Ana”. Allí Jacinto hizo su primera comunión.
Esa capilla estaba en el territorio de la parroquia de San Isidro y ahí tenemos un primer vínculo de Jacinto con Las Piedras.
Cuando Jacinto se estaba preparando para entrar al seminario, fue fundamental la ayuda del P. Lázaro Gadea, que le dio clases de latín y de otras materias necesarias para los estudios que iba a emprender. El P. Gadea era párroco de Peñarol y hasta allí iba Jacinto desde Toledo, a caballo, dos leguas de ida y dos leguas de vuelta.
Cuando se pidieron informes sobre Jacinto con miras a su posible ordenación sacerdotal, uno de esos informes, muy positivo, lo presenta el párroco de Las Piedras, que era, en ese momento, el P. Lázaro Gadea.
Ya como vicario apostólico, Jacinto fue muchas veces a Las Piedras, sobre todo en mayo, para la fiesta patronal del 15, pero, significativamente, celebró confirmaciones el 18 de mayo, en dos años distintos. 
(El 18 de mayo se celebra en Las Piedras el aniversario de una batalla librada en sus cercanías en el año 1811, en el proceso de independencia del Río de la Plata).
Estuvo también en misión, como lo hizo por tantos lugares del país.

Un obispo urgido por la falta de clero

En un momento dado, la parroquia de San Isidro quedó vacante. El obispo no tenía sacerdotes para enviar a Las Piedras y pidió ayuda a los salesianos. Le escribió a Don Bosco, con quien tuvo una amistosa correspondencia, que muestra el mutuo afecto con que se trataban.

Puede verse allí la falta de sacerdotes de Jacinto y la falta de sacerdotes de Don Bosco, por razones muy distintas: el primero, en tiempos en que la Iglesia en Uruguay se estaba reorganizando; el segundo, en el momento en que la congregación salesiana estaba afianzándose y recibía llamados de todas partes.

Sin recibir respuestas positivas ni encontrar solución en ninguna parte, Monseñor Jacinto tomó una decisión. Por medio de una carta comunicó al Padre Lasagna que lo nombraba administrador parroquial de San Isidro, dejando abierta la posibilidad de que él delegara a los sacerdotes que pudieran atenderla. Y terminaba diciendo: “En la confianza de que no se negará a prestar este servicio a la Iglesia de este país, le ruego pase, el día que pueda, a esa Iglesia parroquial y tome posesión de cuanto pertenece al cargo de Cura.”

Y así empezó esta historia de 145 años de presencia salesiana.

La carta de Mons. Vera al P. Lasagna

Montevideo 3 de marzo de 1879.

Hallándose vacante la parroquia de San Isidro de Las Piedras he resuelto encargar a V. R. la administración de aquella parroquia para que por sí, o por los Padres que designe, se sirva desempeñar ese puesto Ecco. y para el efecto se le conceden todas las facultades y prerrogativas de que por derecho gozan los Curas Párrocos.

En la confianza de que no se negará a prestar este servicio a la Iglesia de este país, le ruego pase, el día que pueda, a esta Iglesia parroquial y tome posesión de cuanto pertenece al cargo de Cura.

Quiera V. R. aceptar las seguridades de mi respeto y consideración.

(firmado) Jacinto Obispo

(sello: Hyacinthus Vera Episcopus Montisvidei)

[Dirigido a] 

Pbro. Dr. D. Luis Lasagna Director del Colegio Pío de Villa Colón.