sábado, 30 de abril de 2022

Vivir la unidad sirviendo (Hechos 6, 1-7). Sábado de la II semana de Pascua.

La reflexión de hoy pertenece a Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares y está tomada del libro "La Doctrina Espiritual", p. 59.

viernes, 29 de abril de 2022

Comunicado al final de la Asamblea Plenaria de la CEU.


Concluyó hoy la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal del Uruguay, que se encontraba reunida en Florida desde el lunes 24.

Los Obispos iniciaron sus sesiones con un retiro espiritual y un tiempo para compartir, con agenda abierta, sus diferentes preocupaciones, inquietudes y esperanzas. Una reflexión sobre las perspectivas del sacerdocio en el mundo de hoy cerró la primera jornada del encuentro.

La cercanía del Día de los Trabajadores y fiesta de San José Obrero es el motivo de un mensaje de la Conferencia Episcopal, en el que saludan a los hombres y mujeres del mundo del trabajo y con el Papa Francisco, llaman a poner siempre la dignidad de la persona y del trabajo humano en el centro de la vida social.

Los pastores coincidieron en valorar muy positivamente la participación de los fieles en Semana Santa. Percibieron la alegría de muchos católicos por este reencuentro después de las restricciones de estos dos años de pandemia. Igualmente, se notó que este tiempo llevó a muchas personas a replantearse la fe que da sentido a la vida. A propósito de este momento nuevo, los Obispos decidieron recordar a los fieles algunas de las normas de la Iglesia que contribuyen a una mejor participación en la Eucaristía (ver “Al recibir el Cuerpo del Señor: recomendaciones al finalizar la emergencia sanitaria”). También se pide a los sacerdotes estar atentos a la situación de sus comunidades.

Integrantes de “Prudencia Uruguay” compartieron con los Obispos su posición en la actual discusión sobre la eutanasia. Es oportuno recordar que la Conferencia Episcopal entregó en junio de 2020 un aporte al debate público con el título “Declaración sobre Eutanasia y suicidio médicamente asistido. Afrontar el final de la vida”, en el que se manifiesta la posición de la Iglesia sobre el delicado tema.

La Iglesia en todo el mundo está hoy trabajando con miras al Sínodo convocado por el Papa Francisco para el año próximo "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión". La reflexión que los fieles católicos vienen haciendo en las distintas diócesis será recogida y sintetizada en una Asamblea pre sinodal nacional que se realizará a fines de julio, con representantes de fieles laicos, personas consagradas y clérigos.

Los Obispos recibieron la visita del nuevo Nuncio Apostólico en el Uruguay, Mons. Luciano Russo, acompañado por el secretario de la Nunciatura, Mons. Simón Sánchez. Éste último, que durante un año estuvo como Encargado de Negocios de la Santa Sede, se despidió del Uruguay y recibió el agradecimiento de los prelados.

El sostenimiento de la educación católica, sobre todo en barrios periféricos de Montevideo y localidades del interior del país ha sido una constante preocupación de los Obispos. Eso motivó, hace algunos años, la creación de la Fundación Sophía, iniciada en la arquidiócesis y extendida ahora al interior. Un directivo de la Fundación presentó un informe de la situación. En total son 34 los colegios integrados en Sophía: 15 en Montevideo y 19 en el interior, trabajando para ofrecer una educación de calidad con identidad católica.

Mientras se sigue esperando y rezando por la beatificación del venerable Jacinto Vera, primer Obispo del Uruguay, es un gran motivo de alegría la canonización, el próximo 15 de mayo, de quien será la “primera santa del Uruguay”. Se trata de la beata Francisca Rubatto, fundadora de las Terciarias Capuchinas de Loano. Nacida en Italia, eligió vivir sus últimos años en Uruguay, desde donde continuó dirigiendo su obra apostólica. Por su decisión, sus restos descansan en nuestra tierra. En un breve mensaje, la CEU invita a participar en las celebraciones de la canonización que se harán posteriormente en nuestro país (ver adjunto).

Conferencia Episcopal del Uruguay. Mensaje con motivo del Día de los Trabajadores y la fiesta de San José Obrero.


En este 1º de Mayo, Día de los Trabajadores y fiesta de San José Obrero, hacemos llegar nuestro saludo y cercanía a todos quienes, con su trabajo cotidiano, generan el sustento diario y hacen posible la construcción y desarrollo de la casa común.

Vivimos momentos complejos. Hemos logrado superar esta etapa de emergencia sanitaria, pero las secuelas que la pandemia ha dejado contribuyen a mantener la desigualdad de oportunidades de acceso al trabajo para todos los habitantes del país.

Es vital abrir puertas a un trabajo digno e inclusivo para hombres y mujeres, jóvenes y adultos, los nacidos en nuestro suelo y los venidos desde otras tierras; las personas de diversas etnias y aquellas con diferentes capacidades, así como las que buscan rehabilitarse y reintegrarse a la sociedad.

El trabajo, desde nuestra visión cristiana, forma parte de la esencia del ser humano como colaborador en la creación, en relación con los demás y con la naturaleza.

Somos criaturas de un Dios cuyo Hijo se hizo hombre y habitó entre nosotros compartiendo las condiciones de vida, las tareas cotidianas y el trabajo con su pueblo.

Para que constituya un camino de desarrollo humano, social y ambiental, el trabajo humano no puede considerarse una mercancía o un mero instrumento en la cadena de producción de bienes y servicios. La persona debe ser el centro. Así lo expresa el Papa Francisco: 

«Tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos»” (Fratelli Tutti 168).

En el complejo mundo de hoy enfrentamos serios problemas de desempleo, explotación, trata de personas, inadecuadas condiciones de trabajo, agotamiento de los entornos naturales.

Francisco nos llama insistentemente a marcar el rumbo hacia un modelo de desarrollo sostenible, que ubique en el centro a la persona e integre los temas laborales y ambientales, respondiendo de una manera integral, pues “todo está interconectado”: 

“porque la paz real y duradera sólo es posible «desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana»” (Fratelli Tutti 127).

En sus palabras, el Santo Padre nos llama a velar por una sociedad en la que todos nuestros hermanos y hermanas accedan a “las tres T”: Techo, Trabajo y Tierra. (Cf. Discurso a los participantes del encuentro mundial de movimientos populares, 5 de noviembre de 2016)

Es el momento, como pueblo oriental, de unir esfuerzos y proyectar un futuro donde estos sueños puedan volverse realidad.

Tras los recientes acontecimientos en el escenario político nacional, valoramos nuestra democracia que habilita mecanismos de decisión ciudadana con transparencia y armonía, y oramos para que la búsqueda del bien común prime sobre las diferencias que deben convivir en un régimen democrático.

En este día recordamos con gratitud a todos los compatriotas que, en el contexto de la pandemia, prestaron sus servicios con gran generosidad y entrega.

Pedimos la intercesión de san José Obrero, por todos aquellos que sufren por la falta o por las condiciones inadecuadas de trabajo. Invocamos al Espíritu Santo para que ilumine y guíe a nuestro pueblo para seguir los pasos de Jesús, el Hijo de Dios, conocido como “el hijo del carpintero”, que se hizo servidor de todos.

Los Obispos del Uruguay

Al recibir el Cuerpo del Señor: recomendaciones al finalizar la emergencia sanitaria. Mensaje de la CEU.


Cristo Resucitado, vivo y presente en medio de nosotros, como a los discípulos a la orilla del lago, nos sigue invitando a estar con Él y compartir su mesa. El tiempo de pandemia significó gran dolor y tristeza para todos. Después de esta experiencia, llega el momento en que podemos retomar sin restricciones las celebraciones de la Santa Misa. Por eso, comunicamos que todas las medidas y protocolos sanitarios tomados por la Conferencia Episcopal del Uruguay dejan de estar vigentes. Recomendamos a los párrocos estar atentos a la situación sanitaria de la comunidad.
           
Aprovechamos la oportunidad de este anuncio, para recordar a las comunidades, los siguientes puntos:

EL PRECEPTO DOMINICAL

La Eucaristía es constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia. Por eso, la antigüedad cristiana designó con la expresión “Corpus Christi” tanto el cuerpo nacido de la Virgen María, como el cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesial. Este dato, muy presente en la tradición, ayuda a aumentar en nosotros la conciencia de que no se puede separar a Cristo de la Iglesia y a la Iglesia de la Eucaristía.

El tercer mandamiento de la ley de Dios de santificar las fiestas y el mandato de Cristo “Hagan esto en memoria mía” fundamentan el precepto de la participación en la celebración de la Eucaristía comunitaria el Domingo, Día del Señor y en los demás días señalados. En el Uruguay estos son: el 6 de enero, la Epifanía del Señor; el 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción de María y el 25 de diciembre, Navidad del Señor.

EL SALUDO DE LA PAZ

El saludo de paz es un gesto muy significativo y querido por el pueblo de Dios, que desde el comienzo de la pandemia, por razones sanitarias, suspendimos en su modo habitual.
                                                                                                     
Este saludo está ubicado entre los ritos que preparan a la Comunión. Tiene un sentido teológico propio:

“la Iglesia implora para sí misma y para toda la familia humana la paz y la unidad, y los fieles se expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de comulgar con el Sacramento”. 

No se ha de perder esta perspectiva; por eso debe expresarse la paz sobriamente y sólo a los más cercanos. Debe evitarse: los desplazamientos de los fieles para intercambiarse la paz, que el sacerdote abandone el altar para dar la paz a los fieles, que en algunas circunstancias el darse la paz sea ocasión para expresar otros saludos.

De esta forma, el saludo de paz adquirirá su pleno significado en la comunión sacramental, por la cual el comulgar con el mismo Pan nos hace uno con el Señor y con los hermanos. La Eucaristía es sacramento de unidad y caridad, 

“es el encuentro personalísimo con el Señor y sin embargo, nunca es un mero acto de devoción individual”. (1)

LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA

En la celebración de la Eucaristía, después que el sacerdote ha comulgado, distribuye el Pan consagrado a quienes van a comulgar, los cuales se acercan procesionalmente.
Desde la época de los apóstoles y durante varios siglos, la comunidad cristiana mantuvo con naturalidad la costumbre de recibir el Pan eucarístico en la mano. Con la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, se restituye la posibilidad de recuperar este valioso gesto de los primeros siglos de la Iglesia, así como la posibilidad que los ministros laicos puedan ser llamados a distribuir la Eucaristía dentro y fuera de la celebración.

La Sagrada Comunión se distribuye a través de los ministros que la Iglesia ordena o autoriza para esto. De esta manera, se resalta que es un don que viene de Dios y que el ministro realiza un servicio. Por tanto, los fieles no toman de la mano del sacerdote la Comunión ni comulgan por ellos mismos tomando la hostia del altar, “ni mucho menos que se lo pasen entre sí de mano en mano” (2).

Queda a discreción del fiel el recibir la Sagrada Comunión en la mano o en la boca. Ambas maneras pueden ser respetuosas y expresivas. A propósito de la comunión en la mano, decía san Cirilo de Jerusalén: 

“Cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor... haz de tu mano derecha, un trono para tu mano izquierda, ya que recibirás al Rey. En el centro de tu mano recibe el cuerpo de Cristo diciendo: Amén; y con precaución tómalo” (3).

Siguiendo esa tradición, quien se acerca a comulgar extenderá sus manos, palma sobre palma, izquierda sobre derecha y el ministro depositará allí la hostia consagrada. El fiel, delante del ministro, la tomará con su derecha y comerá el Cuerpo del Señor.

Tanto en el modo de comulgar, como en el de llevar la Comunión a los enfermos, póngase de manifiesto la reverencia de la Iglesia al Cuerpo de su Señor.  

Los Obispos del Uruguay

Florida, 28 de abril de 2022.

1) Benedicto XVI. Homilía In Cena Domini, Jueves Santo, 21 de abril de 2011.
2) Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos - Instrucción Redemptionis Sacramentum sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía, n.94
3) Patrología Griega, Jacques Paul Mignes (trad. latina), Catequesis 23 (Mistagógica V.), 21.                                                                                                                    

Madre Francisca Rubatto, primera santa del Uruguay. Mensaje de la CEU.

El próximo 15 de mayo, en la Plaza de San Pedro, será canonizada, junto a otros beatos, la Madre Francisca Rubatto, fundadora de las Terciarias Capuchinas de Loano. Nacida en Italia, el 14 de febrero​ de 1844, se hizo uruguaya por su propia elección. Murió en Montevideo el 6 de agosto de 1904 y por su voluntad sus restos descansan en nuestra tierra. Los Obispos del Uruguay manifiestan su alegría por esta canonización e invitan a todo el Pueblo de Dios a alegrarse y participar en las celebraciones que se harán posteriormente en las distintas diócesis.

A todo el pueblo de Dios en el Uruguay.

Queridos hermanos y hermanas:

“La Iglesia te saluda, sor María Francisca de Jesús, fundadora de las Hermanas Terciarias Capuchinas de Loano… primera beata del Uruguay”.

Con estas palabras, el 10 de octubre de 1993, san Juan Pablo II sorprendió a muchos de los católicos uruguayos que participaban de la celebración de beatificación de esta religiosa nacida en Italia, pero que quiso vivir entre nosotros sembrando el evangelio y ser sepultada en nuestra tierra.

Hoy nos unimos con profunda alegría a la celebración de su canonización en Roma, donde el Papa Francisco la proclamará santa, el próximo 15 de mayo.

La Madre Francisca Rubatto, siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, nos ha dejado un testimonio de caridad evangélica sirviendo a los enfermos y a los más pobres, a la vez que con dulzura y cercanía anunciaba el evangelio de Jesús.

La Congregación de las Hnas. Capuchinas que ella fundó sigue presente entre nosotros, perpetuando la memoria luminosa de su entrega.

Como Iglesia en Uruguay nos encomendamos a la intercesión de esta futura santa, a la vez que los invitamos a unirse a la celebración eucarística que se celebrará el domingo 29 de mayo, a las 16 horas, en la Catedral de Montevideo y a las otras celebraciones que tendrán lugar en nuestro país, con motivo de su canonización.

Que el Señor, que nos llama a todos a la santidad de vida, los bendiga especialmente en este tiempo de Pascua.

Los obispos del Uruguay

“Apacienta mis ovejas” (Juan 21,1-19). III Domingo de Pascua. San José Obrero. Día de los Trabajadores.

Amigas y amigos: ¡feliz día de los trabajadores y feliz fiesta de San José Obrero!
Un saludo especial a las comunidades parroquiales de Paso Carrasco y Montes, con las que nos encontraremos este domingo, para celebrar su fiesta patronal y también a la capilla de San José de los Troncos, en la ciudad de Canelones, San José de los Obreros en Parque del Plata Norte y San José Obrero en Cassarino, comunidades que también celebran a su patrono.

En el evangelio de hoy continuamos contemplando las apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos. A diferencia del que leímos el domingo pasado, el encuentro de hoy se da en un lugar abierto, un espacio muy conocido por los primeros que siguieron a Jesús. Nos cuenta san Juan:

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar.» Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros.»
Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Los discípulos parecen haber regresado a su vida anterior. Habían sido llamados a ser “pescadores de hombres”, pero han vuelto a navegar y a echar las redes al mar. Sin embargo, no han sacado nada de su esfuerzo. Ahora, Jesús aparece en la escena.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él.
Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No.»
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán.» Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!»
En realidad, el regreso a las barcas y a las redes, que los discípulos habían dejado para seguir a Jesús, los transporta al momento en el que fueron llamados, al despertar de su vocación. Volvieron a ese punto de inicio y allí reencontraron a Jesús y volvieron a seguir detrás de él.
Una etapa del discipulado había concluido: aquella en la que el maestro estaba corporalmente presente. Pero el discipulado no ha terminado: continúa bajo la guía del Maestro interior, el Espíritu Santo, que Jesús les ha entregado.

Este pasaje se cierra con un diálogo de Jesús y Pedro. Éste había negado a Jesús tres veces. Ahora escuchará tres preguntas: “¿me amas más que estos? ¿me amas? ¿me quieres?”

A cada respuesta afirmativa de Pedro, Jesús le confía la misión del Buen Pastor: “apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”. La confianza de Jesús en Pedro, la responsabilidad que le da en la comunidad cristiana, está basada en la respuesta a la pregunta “¿me amas?”. El amor de Pedro al Señor lo prepara para ser curado de sus negaciones y para vivir su misión. Jesús resucitado ha aparecido, pidiendo amor y dando amor. Un amor que perdona, sana y salva.

San José Obrero

A propósito del Año de San José que celebramos en 2021, el Papa Francisco escribió su carta “Patris Corde”, es decir: “Con corazón de Padre” y ofreció una serie de catequesis. La del 12 de enero de este año estuvo dedicada a “San José, el Carpintero” y de ella les resumo algunos pasajes:

“Carpintero” u “obrero de la madera” era una calificación genérica, que indicaba tanto a los artesanos de la madera como a los trabajadores de la construcción. Un oficio bastante duro, trabajando con materiales pesados, como madera, piedra y hierro. Desde el punto de vista económico no aseguraba grandes ganancias, como se deduce del hecho de que María y José, cuando presentaron a Jesús en el Templo, ofrecieron solo un par de tórtolas o pichones (cf. Lc 2,24), como prescribía la Ley para los pobres (cf. Lv 12,8).

Jesús adolescente aprendió del padre este oficio. Por eso, cuando de adulto empezó a predicar, sus paisanos asombrados se preguntaban: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?» (Mt 13,54), y se escandalizaban a causa de él (cf. v. 57), porque era el hijo del carpintero, pero hablaba como un doctor de la ley, y se escandalizaban por eso.

Mirando al mundo del trabajo de hoy, continúa diciendo Francisco:

Este dato biográfico de José y de Jesús me hace pensar en todos los trabajadores del mundo, de forma particular en aquellos que hacen trabajos duros en las minas y en ciertas fábricas; en aquellos que son explotados con el trabajo en negro; en las víctimas de los accidentes de trabajo; en los niños que son obligados a trabajar y en aquellos que hurgan en los vertederos en busca de algo útil para intercambiar... Todos estos son hermanos y hermanas nuestros, que se ganan la vida así, con trabajos que no reconocen su dignidad. ¡Y esto sucede hoy!

Pienso también en quienes están sin trabajo… y por eso se sienten heridos en su dignidad. Lo que te da dignidad es ganarte el pan. Si nosotros no damos a nuestra gente la capacidad de ganarse el pan, esto es una injusticia social en ese lugar, en esa nación, en ese continente. Los gobernantes deben dar a todos la posibilidad de ganarse el pan, porque el trabajo es una unción de dignidad. Muchos jóvenes, padres y madres viven el drama de no tener un trabajo que les permita vivir serenamente. Viven al día. Y muchas veces la búsqueda de empleo se vuelve tan dramática que los lleva hasta el punto de perder toda esperanza y deseo de vivir.

Es hermoso pensar que Jesús mismo trabajó y que aprendió este arte propio de san José. Hoy debemos preguntarnos qué podemos hacer para recuperar el valor del trabajo; y qué podemos aportar, como Iglesia, para que sea rescatado de la lógica del mero beneficio y pueda ser vivido como derecho y deber fundamental de la persona, que expresa e incrementa su dignidad.

Concluye Francisco invitándonos a rezar esta oración del papa san Pablo VI.

Oh, san José,
patrono de la Iglesia,
tú que junto con el Verbo encarnado
trabajaste cada día para ganarte el pan,
encontrando en Él la fuerza de vivir y trabajar;
tú que has sentido la inquietud del mañana,
la amargura de la pobreza, la precariedad del trabajo;
tú que muestras hoy el ejemplo de tu figura,
humilde delante de los hombres,
pero grandísima delante de Dios,
protege a los trabajadores en su dura existencia diaria,
defiéndelos del desaliento,
de la revuelta negadora,
como de la tentación del hedonismo;
y custodia la paz del mundo,
esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos. Amén

(San Pablo VI, 1 de mayo de 1969)
Gracias, amigas y amigos. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

No correr el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios (Hechos 5,34-42). Viernes de la II semana de Pascua.

La Iglesia hace hoy memoria de santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia. 

Habiendo entrado en las Hermanas de la Penitencia de Santo Domingo, deseosa de conocer a Dios en sí misma y a sí misma en Dios, se esforzó en asemejarse a Cristo crucificado. 

Trabajó también enérgica e incansablemente por la paz, para que el Papa regresara a Roma y por la unidad de la Iglesia, dejando espléndidos documentos llenos de doctrina espiritual.

Murió en 1380.

jueves, 28 de abril de 2022

“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5,27-33). Jueves de la II semana de Pascua.

La Iglesia recuerda hoy a dos santos sacerdotes:

San Pedro Chanel, presbítero de la Sociedad de María y mártir, que dedicó su ministerio a atender a campesinos y niños, pero enviado después con algunos compañeros a evangelizar la Oceanía occidental, llegó a la isla de Futuna, donde no había aún cristianos y, a pesar de las muchas dificultades que encontró, con su singular mansedumbre convirtió a algunos, entre los cuales estaba el hijo del rey del lugar, que, furioso, lo mandó matar, siendo el primer mártir de Oceanía (1716).

San Luis María Grignion de Montfort, presbítero, que evangelizó las regiones occidentales de Francia anunciando el misterio de la Sabiduría Eterna y fundó dos congregaciones. Predicó y escribió acerca de la Cruz de Cristo y de la verdadera devoción hacia la Santísima Virgen, y después de convertir a muchos, descansó de su peregrinación terrena en la aldea de Saint-Laurent-sur-Sèvre (1841).

miércoles, 27 de abril de 2022

“El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz” (Juan 3,16-21). Miércoles de la II semana de Pascua.

En Argentina y Uruguay la Iglesia recuerda hoy a Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima.

Siendo laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido para esa sede y se dirigió a América donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias veces la extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos los abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia, catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente en Saña, del Perú, descansó en el Señor (1606).

viernes, 22 de abril de 2022

“¡Felices los que creen sin haber visto!” (Juan 20,19-31). Domingo de la Divina Misericordia.

“Fin de semana” es una expresión corriente para referirnos a ese tiempo que comienza en algún momento del viernes y se prolonga hasta la noche del domingo. El lunes es el primer día de la semana laboral.
Sin embargo, esa manera de hablar nos hace olvidar que, en realidad, la semana no comienza en lunes sino en un día especial, el día del Señor, que es lo que significa la palabra “domingo”.
Las lecturas de hoy, precisamente, nos ubican en ese día y en el acontecimiento que le da su significado: la resurrección de Jesucristo y el encuentro con sus discípulos.

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!» (Juan 20,19-31)
Ese día, “ese mismo día, el primero de la semana” es el día de la resurrección de Jesús. El domingo pasado acompañamos a María Magdalena y luego a Simón Pedro y al otro discípulo en su hallazgo del sepulcro vacío (Juan 20,1-9). El relato culminaba con estas palabras: “él también vio y creyó”. Subrayamos la importancia de ese “creyó”, pero no olvidemos que lo que vio fue la tumba vacía, no a Jesús resucitado.
Ese capítulo continúa (Juan 20,10-18) contando el encuentro de Jesús con María Magdalena. Ella es la primera que ve al resucitado y recibe de Él el encargo de anunciar a los discípulos que había visto al Señor y comunicarles lo que Él le había dicho (Juan 20,18). Es eso lo que le vale a la santa mujer el título de “apóstol de los apóstoles”.
Ahora llegamos al atardecer y Jesús se presenta a sus discípulos, que no lo habían visto todavía y por eso seguían llenos de temor. Al escuchar su saludo y al ver en sus manos y su costado las marcas de su pasión, todo cambia:
Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. (Juan 20,19-31)
Así se manifiesta la voluntad de Jesús: este día, el primero de la semana, es el día en que quiere encontrarse con sus discípulos. En la segunda lectura, tomada del comienzo del libro del Apocalipsis, el apóstol Juan comienza a narrar lo que le ha sido revelado (no olvidemos: Apocalipsis significa “revelación”); lo que le ha sido revelado “el día del Señor”:
El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía: «Escribe en un libro lo que ahora vas a ver… (Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19)
El evangelio y esta segunda lectura nos hacen conscientes de la importancia y el sentido de la celebración del domingo, el día del Señor. En este día, reunidos con nuestros hermanos, por la fe y por la Eucaristía encontramos al Señor.

La Iglesia nos ha señalado como precepto, es decir, como mandato, participar en la Misa el Domingo, el día del Señor. De esa manera los cristianos cumplimos el tercer mandamiento de la Ley de Dios, que estableció un día sagrado. Sin embargo, ese día era el sábado (Éxodo 31,15).
Pasar de la observancia del sábado a la del domingo no fue una caprichosa decisión humana, sino consecuencia de la obra salvadora de Dios.
Así lo explica san Ignacio de Antioquía, que murió mártir hacia fines del siglo primero:
«Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por Él y por su muerte» (San Ignacio de Antioquía, Epístola a los Magnesios, 9, 1).
A medida que vamos profundizando nuestra fe, que vamos gustando la Palabra de Dios y el encuentro con Jesús en la Eucaristía; a medida que avanzamos en nuestra vida cristiana y nos confrontamos con nuestra fragilidad humana, la participación en la Misa del domingo se convierte, más que en una obligación, en una necesidad sentida. Recuerdo a una catequista de Paysandú que me compartió, en forma coloquial, porqué sentía la necesidad de la Misa dominical: “una necesita recargar las pilas”, me dijo.

Pero no se trata de conectarse con un flujo de energía. Se trata del encuentro, en comunidad, con la Palabra del Señor, que ilumina nuestra vida y que buscamos llevar a la práctica. Es el encuentro con el Señor que se nos da como alimento, para que recibamos la fuerza del Espíritu Santo que hace posible nuestra peregrinación de fe por esta vida. Es nuestro encuentro con Jesucristo, que nos prometió “yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).

Volvamos al evangelio de hoy. Hay alguien que, aquel domingo, por decirlo así, “faltó a Misa”: faltó al encuentro con el Señor. Fue Tomás, quien, además, no creyó en el testimonio de sus hermanos.
Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!»
Tomás respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos,
si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré.»
(Juan 20,19-31)
El evangelio continúa, diciéndonos que “ocho días más tarde”, es decir, de nuevo, el primer día de la semana, los discípulos estaban reunidos. La comunidad sigue encontrándose y el Señor sigue haciéndose presente. Esta vez, Tomás no ha faltado a la cita. Jesús le dice:
«Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe.»
Tomás respondió: «¡Señor mío y Dios mío!»
Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!»
(Juan 20,19-31)
Tomás no había creído el testimonio de sus hermanos. Quiso llegar a la fe por su propio camino, reclamando ver y tocar. En el encuentro con Jesús comprenderá que lo que había pedido no tenía sentido. Jesús no ha “revivido”, es decir, no ha vuelto a la forma de vida en que sus discípulos lo habían conocido. Jesús ha resucitado, ha entrado en una nueva realidad. Tomás se abre a la fe y a la nueva presencia del maestro, al que reconoce como su Señor y su Dios.

Jesús proclama felices a los que creen sin haber visto. Es una bienaventuranza que mira hacia los que vendríamos después, cuando ya no estuvieran en este mundo los testigos oculares de la vida, muerte y resurrección de Cristo.

Creer pasa por buscar y encontrar al Señor cada domingo en la asamblea de los fieles. Es encontrar en los sacramentos la vida que ha brotado de la cruz. No se trata de visiones o hechos extraordinarios: estos no convencen a quienes no creen y quienes creen no los necesitan.
Nos basta la presencia viva y vivificadora del Señor que nos comunica su Espíritu, en la Iglesia, donde sigue predicándonos el Evangelio y partiendo para nosotros el Pan.

Amigas y amigos, que cada domingo nos sintamos llamados por el Señor y seamos felices de ir a su encuentro en la Eucaristía. Que tengan un venturoso tiempo de Pascua y que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

“Sabían que era el Señor” (Juan 21,1-14). Viernes de la Octava de Pascua.

 

jueves, 14 de abril de 2022

“Él también vio y creyó” (Juan 20, 1-9). Domingo de Pascua.

No es raro hoy encontrarse, en algunos lugares, con gente que sale a correr, vestidos y calzados con equipo adecuado para ello. Últimamente se pusieron de moda las palabras runners y running, tomadas del inglés, que hacen referencia a esas personas y al ejercicio que practican.

También nos cruzamos con gente que corre para llegar a tiempo a un compromiso, o para alcanzar el ómnibus que está a punto de arrancar.

En el evangelio de hoy encontramos también gente que corre. Evidentemente, no lo hace como ejercicio, ni tampoco por el apuro de llegar a una hora señalada. Estos corredores, estos runners, se dejan mover por un apremio que nace en su corazón, por una urgencia que los desborda y los impulsa a andar velozmente. ¿Cómo se desencadenó todo eso?

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.

Había pasado el sábado, el Shabat, el séptimo día de la semana, día de descanso del hombre, día que recuerda el reposo de Dios Creador.
El cuerpo de Jesús había descansado en el sepulcro. El primer día estaba comenzando, la tierra estaba en penumbra… María Magdalena fue y vio; pero todavía no podía interpretar lo que había visto. Solo encontró una explicación humana y, por eso:

Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
María corrió. Su urgencia puede entenderse pensando en la reacción de alguien que ha descubierto un robo y cree que si se actúa rápidamente se puede recuperar lo robado. Cada segundo, cuenta; no hay tiempo que perder.
Pero su agitación puede responder a algo más profundo: la necesidad de saber qué había sucedido realmente. La necesidad de entender qué había pasado.
Y tal vez eso fue lo que transmitió a los discípulos, porque vemos que:
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Al correr sigue el ver, introduciéndonos un poco más en este misterio. María solo vio que la piedra había sido sacada y corrió a buscar a los discípulos. El otro discípulo se asomó a la tumba y vio el interior.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; éste no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Seguimos avanzando. Simón Pedro hizo algo más: entró al sepulcro. Entonces todo pudo verse con mayor detalle. Las vendas, ya inútiles, caídas en el suelo; pero el sudario enrollado, aparte. Un detalle de orden, de cuidado.

Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

“Creyó”: ahora sí. Ahí está lo importante, lo definitivo, al menos para esta vida.
El discípulo creyó en la resurrección de Jesús.
“La resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo.” (CIC 638).
Creer en Jesús resucitado es creer en la vida. No solo en la vida presente y en la necesidad de que esta vida sea cuidada y respetada, que sea digna de ser vivida, sino de una vida más allá de nuestros límites humanos, más allá de la muerte.
En este mundo, en esta vida que conocemos, nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de nuestra propia existencia. Todo es caduco.
Las más sublimes manifestaciones de la humanidad, aun aquellas que han perdurado a través de los siglos, siguen siendo amenazadas por la destrucción y la ruina.
Nos asusta la fuerza destructora de la guerra y de las múltiples formas de la violencia humana. Por otra parte, dos años de pandemia nos han mostrado lo frágil que puede ser nuestra vida y lo indefensos que podemos llegar a sentirnos.

Sin embargo, Dios trabaja en la noche del mundo, como trabajó en la oscuridad del sepulcro de su Hijo. No sabemos cómo lo hace, pero el Padre construye en Jesús Resucitado un amanecer de vida y esperanza para esta humanidad.

Más allá de la muerte: más allá de la muerte está la vida verdadera. La resurrección de Jesús no es solo un hecho sorprendente, pero que queda aislado, como un especial privilegio concedido a cambio o en compensación de su terrible sufrimiento. Jesús resucitado no será el único, sino el primero, el que abre a la humanidad la entrada a la vida en Dios. Así lo expresa san Pablo:
Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos. (1 Corintios 15,20)
La resurrección confirma la vida y la misión de Jesús entre nosotros.
Jesús no estuvo en este mundo esperando pasivamente ese momento culminante.
En la primera lectura, Pedro nos dice:
El pasó haciendo el bien… lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día. (Hechos 10, 34a.37-43)
Creer en Jesús no es solo creer en su muerte y su resurrección. Es creer que su vida entera, que culmina en su Pascua, es la manifestación definitiva de Dios a la humanidad. Con una sencilla frase, Pedro nos da la clave de esa vida: “pasó haciendo el bien”: sanando, purificando, levantando, liberando, perdonando… pasó haciendo “las obras del Padre”, la obra de la Misericordia.

Amigas y amigos: en nuestros momentos de oscuridad o de luz; de certezas o de incertidumbre, de dolor o de consuelo, que sea la luz de Jesús Resucitado la que nos ilumine, la que nos haga ver el sentido de cada momento de nuestra vida. Que su Pascua nos llene de esperanza, para que, siguiéndolo a Él, pasemos también nosotros “haciendo el bien”.

Muy feliz Pascua de Resurrección. Que los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

“Ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” (Juan 13,1-15). Jueves Santo.

El momento en que Jesús lavó los pies a sus discípulos no fue anecdótico. San Juan lo introduce solemnemente:
"Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin."
Realizada su acción, con la misma solemnidad, Jesús dice a los discípulos:
"Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
Los días que estamos viviendo nos dan una especial oportunidad de realizar esto.
Hay muchas maneras de “lavarse los pies unos a otros”.
Todos podemos hacer algo… pidamos al Señor poder hacerlo en el espíritu de sus palabras: “ámense unos a otros como yo los he amado”.

miércoles, 13 de abril de 2022

Prepararse para la Pascua (Mateo 26,14-25). Miércoles Santo.

o0o0o0o0o0o

30 monedas, 30 siclos de plata, fue el precio que aceptó Judas para entregar a Jesús. Cuando no es posible comprar a un hombre que molesta, entonces se busca quien lo venda, quien lo entregue o lo elimine. ¿Cuánto está dispuesto a pagar Dios por cada uno de nosotros? ¿Cuál es nuestro precio?

martes, 12 de abril de 2022

“¿Darás tu vida por mí?” (Juan 13,21-33.36-38). Martes Santo.

Aquí está también mi reflexión del año 2020, al comienzo de la pandemia... pero luego de una breve mención al momento, nos centramos en el mensaje del Evangelio:

domingo, 10 de abril de 2022

Colecta pro Tierra Santa: vida y esperanza para los cristianos de Cercano Oriente.

Miércoles de Ceniza 2022

[Sr. Obispo] Querido hermano en Cristo:

El Santo Padre, en la homilía del Domingo de Ramos de 2021, ha usado unas palabras muy fuertes para hablar de la Pasión del Señor: 

«Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. (...) Ver al Dios del universo despojado de todo. (...) Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto? / Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. (...) Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. (...) Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó» (Papa Francisco, Homilía del 28 de marzo de 2021).
El Papa Francisco ha vivido en 2021 dos peregrinaciones de esperanza entre las comunidades cristianas de Medio Oriente y de Tierra Santa; esperando contra toda esperanza, mientras todo el mundo se encontraba todavía bajo el embate de la pandemia, ha querido acercarse a algunos de los más pobres y afligidos por el dolor: nuestros hermanos y hermanas de Irak, tierra de Abraham, tierra del exilio, tierra que ha sabido custodiar el nombre de Cristo, aun a pesar de la violencia de la guerra y la persecución. Junto a Él, con la oración y el afecto, también nosotros hemos recorrido las calles de Mosul y de Qaraqosh, nos hemos detenido, en oración, en la catedral siro-católica de Bagdad, recordando a los testigos de la fe asesinados el 31 de octubre de 2010 mientras celebraban la liturgia, que el Oriente gusta llamar “el Cielo en la tierra”. Ese día la tierra se tiñó de sangre y escombros, y, sin embargo, reconocemos, como creyentes, que se liberó ahí la luz de la Pascua de Pasión y Resurrección y se difundieron el bálsamo y el perfume de aquellos que siguen al Cordero inmolado hasta el don de la propia vida. También en Chipre y después en Grecia [isla de Lesbos], tierras de la predicación apostólica, el Papa se ha encontrado con el sufrimiento de la división: de una tierra, de los pueblos, de los mismos creyentes en Cristo, que aún no pueden sentarse en la misma mesa de la Eucaristía, de aquellos que, en gran número, han llegado allí buscando refugio y acogida. No han faltado otras llamadas, gestos e invitaciones a la paz para otras tierras que la historia de la salvación y los episodios bíblicos nos mueven a considerar como “Tierra Santa”.

Ante estos gestos del Santo Padre, que testimonian el deseo de cercanía, de encuentro, de llevar al menos un poco de alivio, como si fuese la caricia del Nazareno, hemos de tener –personalmente y como comunidades cristianas– la valentía de preguntarnos: ¿qué es lo que estoy viendo, de qué me estoy dando cuenta? ¿Cuál es la amplitud de mi mirada? En la Pascua hacia la que nos conduce el camino cuaresmal que hoy hemos comenzado a recorrer, ¿dejaré que el Señor pueda visitar mis y nuestras soledades? Y al Amor que vendrá a visitarme, ¿sabré responder con amor? ¡El amor no se paga sino con amor!

Si en términos personales Cristo ha sufrido y ha muerto una sola vez y no puede de nuevo morir, en su Cuerpo, que es la Iglesia, sigue sufriendo, especialmente en Medio Oriente, pero también en todos los otros lugares del mundo en los que la libertad de vivir la fe es conculcada e impedida: en muchos casos por la persecución, en otros por el ambiente hostil, frecuentemente por la globalización de la indiferencia, y también por la violencia de la guerra, de la que desgraciadamente la humanidad no parece saciarse jamás, como está ocurriendo ahora en Ucrania.

Durante dos años consecutivos los cristianos de Tierra Santa han celebrado la Navidad y la Pascua en una especie de aislamiento, sin el cariño y la amistad solidarias de los peregrinos que visitaban los Lugares Santos y las comunidades locales. Las familias han sufrido más allá de toda medida, y ello más por la falta de trabajo que por los efectos inmediatos de la misma pandemia.

Se debe al expreso deseo de los Romanos Pontífices que se haya celebrado y se continúe celebrando la “Collecta pro Terra Sancta”, habitualmente colocada en el día de la Pasión salvífica del Señor: el Viernes Santo. No se trata de una realidad vieja y superada, porque, por el contrario, en ella se expresa el reconocimiento, ante todo, de nuestras raíces, que se encuentran en el anuncio de la redención, el cual se difundió desde Jerusalén y ha llegado hasta todos nosotros. El gesto de la oferta, aun pequeña, pero realizada por todos, como óbolo de la viuda, permite que nuestros hermanos y hermanas puedan seguir viviendo y esperando, y puedan también seguir ofreciendo un testimonio vivo del Verbo hecho carne en los Lugares y por las calles que vivieron su presencia. Si perdiésemos nuestras raíces, ¿cómo podríamos ser, en cualquier lugar del mundo en el que nos encontremos, un árbol que crece y da frutos de amor, caridad y generosa entrega?

Mirando pues a Cristo, que ha tocado hasta el fondo nuestra realidad humana, dejando que nos inspiren los gestos de proximidad que ha cumplido el Papa Francisco en sus Viajes Apostólicos, y acogiendo su invitación a ser solidarios con nuestros hermanos y hermanas de Tierra Santa, demos nuevo vigor y nueva savia a la práctica de la Colecta de Tierra Santa: a través de las competentes oficinas diocesanas y gracias a la presencia y a lo operado en todo el mundo por los Comisarios de Tierra Santa de la Orden de los Frailes Menores, vivamos la Colecta, y cuidemos igualmente su preparación por medio de testimonios, oraciones o la sencilla celebración del Vía Crucis. En Jerusalén, en Belén y en otros muchos santuarios y monasterios de Tierra Santa, todos los días se celebra la liturgia y se reza por la Iglesia en todo el mundo. Y a nosotros se nos invita a que nos acordemos con el corazón y con un pequeño donativo de todas esos fieles que, con agradecimiento por nuestra generosidad, pronuncian nuestro nombre ante el Señor. El material informativo que todos los años viene distribuido, facilita el ver todo el flujo de caridad y de vida que se hace posible gracias a la Colecta.

A usted, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles –que ponen su generoso esfuerzo al servicio del buen resultado de la Colecta, manteniendo de este modo su fidelidad a una obra que la Iglesia pide que, con los medios habituales, sea cumplida por todos sus hijos–, gozosamente les transmito el vivo agradecimiento del Santo Padre Francisco. Y mientras invoco abundantes bendiciones divinas para la comunidad encomendada a su cuidado espiritual, le transmito mi más fraterno saludo en el Señor Jesús.

Suyo devotísimo

✠ Leonardo Card. Sandri

Prefecto


✠ Giorgio Demetrio Gallaro

Arzobispo Secretario

N.B. Un sumario de las obras de la Custodia de la Tierra Santa y de esta Congregación se encuentra en el sitio web de este Dicasterio: www.orientchurch.va / Colletta Terra Santa.

sábado, 9 de abril de 2022

Semana Santa 2022. Catedral Nuestra Señora de Guadalupe, Canelones.

Sábado 9 de abril. 

16.00 hs. Misa con bendición de ramos en la capilla San Isidro. Ruta 11, km 108.
NO HAY MISA EN LA CATEDRAL.

Domingo 10 de abril. DOMINGO DE RAMOS EN LA PASION DEL SEÑOR.

10.30 HS. Bendición de ramos en el liceo Guadalupe. Procesión hacia la Catedral. Misa.

11 de abril. LUNES SANTO.

8.00 HS. Laudes
10.00 a 12.00 hs. Confesiones.
18.00 hs. Misa.

12 de abril. MARTES SANTO

8.00 HS. Laudes
10.00 a 12.00 hs. Confesiones.
18.00 hs. Misa

13 de abril. MIÉRCOLES SANTO.

8.00 HS. Laudes
10.00 HS. Misa Crismal.

14 de abril. JUEVES SANTO. Comienza el Triduo Pascual.

8.00 HS. Laudes
20.00 hs. Misa de la Cena del Señor
(Traer alimentos no perecederos para los más necesitados).
Luego de la misa HORA SANTA COMUNITARIA. El templo estará abierto hasta las 00.00 hs.

15 de abril. VIERNES SANTO.

8.00 HS. Laudes. Continúa el oficio de lecturas
10.00 HS. Celebración comunitaria de la Santa Unción (para personas mayores de 60 años).
15.30 HS. Celebración de la Pasión del Señor.
17.00 HS. Vía Crucis por las calles de Canelones hacia la Capilla de Fátima.

16 de abril. SÁBADO SANTO.

8.00 HS. Laudes
20.30 HS. SOLEMNE VIGILIA PASCUAL. Traer velas.

17 de abril. DOMINGO DE PASCUA.

8.00 HS. Laudes
10.30 HS. Misa.
19.00 HS. II Vísperas
NO HAY MISA EN LA CAPILLA DE FÁTIMA.

Felices Pascuas de Resurrección.



Él dio la vida por nosotros (Juan 11,45-57). Sábado de la V semana de Cuaresma.

jueves, 7 de abril de 2022

Fin de la emergencia sanitaria: Comunicado del Consejo Permanente de la CEU

 

Montevideo, 7 de abril de 2022.

A todos los fieles católicos en el Uruguay.

Queridos hermanos:

Damos gracias a Dios porque va remitiendo la pandemia que tanto ha afectado la vida familiar, social, económica, así como la vida de nuestras comunidades.

Al levantarse la emergencia sanitaria, nos alegramos de poder volver a la normalidad en nuestras celebraciones comunitarias, sobre todo, pensando en las cercanas celebraciones de Semana Santa.

Recomendamos mantener la prudencia con algunos cuidados:

-    Para los sacerdotes y demás ministros de la Comunión: continuar usando tapabocas y alcohol en gel durante la distribución de la Sagrada Comunión.
-    Para los fieles en general: mantener el uso del tapabocas cuando haya una gran cantidad de asistentes.
-    Por el momento continuar omitiendo el saludo de la paz.

Tengamos en cuenta en nuestras oraciones a los enfermos y a quienes han perdido la vida a consecuencia de la pandemia. Recemos por el fin de la guerra en Ucrania y en otras tantas naciones.

Con el deseo de que el Señor Resucitado nos colme de su paz, les saluda:

El Consejo Permanente de la CEU

“Gritarán las piedras” (Lucas 19,28-40). Domingo de Ramos.

 

Amigas y amigos: comenzamos hoy la Semana Santa, en la que celebramos la Pascua de Cristo, siguiendo los pasos que lo llevan a su pasión, su muerte y su resurrección. Ese es el centro de nuestra fe: Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, dio su vida por nosotros en la cruz y el Padre lo resucitó. La resurrección confirma a Jesús como Cristo, es decir Mesías, Salvador. En Él tenemos nuestra salvación, nuestra reconciliación con Dios.
Los acontecimientos que vamos a celebrar a lo largo de la semana comienzan con la entrada de Jesús en Jerusalén. Leemos en el evangelio de Lucas:

Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén.
Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles:
«Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo …».
… llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. (Lucas 19,28-40)
Hoy recordamos este acontecimiento con una procesión hasta la iglesia en la que se celebrará la Misa. Reunidos los fieles en el punto de partida, se bendicen los ramos de olivo o de palmera y se proclama el pasaje del evangelio cuyo comienzo acabamos de leer. A continuación, se inicia la procesión hasta el templo. Ya en la Misa, llegado el momento, se lee el relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, este año en la versión de san Lucas.
El recuerdo de la entrada de Jesús y la lectura de la Pasión marcan el Domingo de Ramos.

El ingreso de Jesús a Jerusalén está narrado en los cuatro evangelios. Los relatos coinciden en lo esencial, pero cada evangelista le da su propio color, según el aspecto que quiera resaltar.
Las cuatro narraciones coinciden en que Jesús entró montado en un asno. Eso tiene una importancia simbólica. Quienes entraban a caballo a las ciudades eran los guerreros; entrar montado en un burrito es un anuncio de paz. Tanto Mateo como Juan hacen referencia a una antigua profecía:
“¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno…” (Zacarías 9,9).
Una segunda coincidencia es que Jesús es aclamado por la gente:
Bendito el que viene en nombre del Señor
De distintas formas, en esas aclamaciones también se hace referencia a que Jesús viene como rey.
En Mateo, Marcos y Juan se repite la aclamación “¡Hosanna!” que viene del hebreo hôshia-nā הושיעה נא (hoshí aná) que se podría traducir como “sálvanos”, es decir, el ruego dirigido al salvador. En el canto de la multitud que recibe a Jesús Hosanna se hace expresión de alabanza y reconocimiento de Jesús como Mesías.

Ahora bien ¿quiénes son los que aclaman a Jesús? Según Mateo, Juan y Marcos se trata de la gente que ha salido al encuentro de Jesús y comienza a marchar con él.
En cambio, Lucas nos dice:
Todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: «¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!». (Lucas 19,28-40)
Vamos a volver sobre esto. Pero antes, veamos lo de los ramos, que dan nombre a este domingo. Muchos tenemos la imagen de gente agitando ramas de olivos y palmeras.
Mateo, Marcos y Lucas nos dicen que la gente extendió sus mantos sobre el camino que iba a recorrer Jesús. Mateo y Marcos agregan que algunos cortaban ramas de los árboles para ponerlas también sobre el camino. Mateo, Marcos y Lucas mencionan que todo esto sucedía junto al monte de los Olivos, de lo que se deduce que las ramas son cortadas de esos árboles. Juan, en cambio, no habla ni del monte ni de los olivos, sino de hojas de palmera que lleva la gente que sale al encuentro de Jesús.
Estos gestos tienen el mismo sentido que las aclamaciones: reconocimiento de Jesús como Mesías.

Como decíamos antes, según Lucas son solo los discípulos quienes aclaman a Jesús. No tenemos que pensar únicamente en el grupo de los doce. Lucas dice “todos los discípulos”. Recordemos que en este evangelio muchas veces se menciona otros grupos de discípulos y también discípulas, como los setenta y dos (Lucas 10,1) y las mujeres que seguían a Jesús (Lucas 8,1-3). Ser discípulo es creer en Jesús como salvador, escuchar y vivir su palabra y participar de su misión. Los discípulos no pueden callar lo que han visto y oído:
Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron:
    «Maestro, reprende a tus discípulos».
    Pero él respondió:
    «Les aseguro que, si ellos callan, gritarán las piedras».
Los otros evangelios, de alguna manera, nos hacen ver el contraste entre la multitud que aclama tan alegremente a Jesús que posiblemente sea, al menos en parte, la misma que el viernes santo gritará ante Pilatos “¡crucifícalo, crucifícalo!”. Así actúa el frágil corazón humano cuando se ilusiona vanamente sin ver en profundidad el misterio del Hijo de Dios.
Lucas nos invita a tomar nuestra decisión frente a Jesús: seguirlo, de corazón como discípulos; participar en su misión; pasar con Él por la pasión y la cruz, para entrar con Él en la resurrección y la vida.

Vivamos esta Semana Santa que estamos iniciando, buscando crecer en nuestra unión con Jesucristo, Hijo de Dios, que nos amó y se entregó por cada uno de nosotros, cumpliendo su propia palabra: “nadie ama más que aquel que da la vida por sus amigos”.

Misa Crismal

El miércoles santo celebraremos la Misa Crismal en la catedral de Canelones. Es una Misa única en cada diócesis. En ella se bendicen los óleos o aceites que se utilizan con los catecúmenos y en la Unción de los enfermos y se consagra el santo Crisma, el óleo que se utiliza especialmente en la Confirmación y también en el bautismo y en la ordenación sacerdotal. Los sacerdotes y los diáconos renuevan las promesas hechas en el día de su ordenación.

Triduo Pascual

La Semana Santa tiene su punto más alto en el Triduo Pascual que se inicia el Jueves Santo con la celebración de la Cena del Señor en la que representamos el gesto de humildad y servicio de Jesús, que lavó los pies de sus discípulos.
Sigue el Viernes Santo de la Pasión del Señor, marcado por una celebración en hora próxima a la hora de la muerte de Jesús, en la que se lee la pasión según san Juan y se adora la Santa Cruz. Ese mismo día suele rezarse un Vía Crucis “callejero”.
El Sábado Santo es una jornada de silencio y meditación, unidos a la Soledad de María, preparando la celebración de la noche: la Vigilia Pascual. Es la celebración más importante del año. Las lecturas que recuerdan el desarrollo de la historia de la salvación, los signos de la luz y del agua son el marco para los sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, comunión, confirmación. Es una celebración extensa, a la que hay que ir con el corazón bien dispuesto, para salir animado y confortado.
El Domingo de Resurrección: después de la austeridad de la Cuaresma, el domingo de Pascua abre el tiempo pascual, tiempo festivo, que conduce hasta la solemnidad de Pentecostés.

Amigas y amigos: que el Señor les regale poder vivir una verdadera Semana Santa y los bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Vivir la alianza con Dios (Génesis 17,3-9), V semana de Cuaresma.

 

lunes, 4 de abril de 2022

Palabra de Vida, abril 2022: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación » (Mc 16, 15).

Palabra de Vida, propuesta mensualmente para la reflexión por el Movimiento de los Focolares. En la Fazenda de la Esperanza, se medita sobre esta Palabra todos los lunes del correspondiente mes.

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación».

El Evangelio de Marcos reserva las últimas palabras de Jesús Resucitado a una única aparición de Él a los apóstoles.
Estos están sentados a la mesa, como los habíamos visto a menudo con Jesús ya desde antes de su pasión y muerte, pero esta vez la pequeña comunidad está marcada por el fracaso: han quedado once en lugar de los doce que Jesús había escogido, y en el momento de la cruz alguno de los presentes lo había negado y muchos habían huido.
En este último y decisivo encuentro, el Resucitado los reprende por haber cerrado el corazón a las palabras de quienes habían dado testimonio de la resurrección (cf. Mc 16, 9-13), pero al mismo tiempo confirma su elección: a pesar de que son frágiles, les encomienda precisamente a ellos que anuncien el Evangelio, esa Buena Noticia que es Él mismo, con su vida y sus palabras.
Después de este solemne discurso, el Resucitado vuelve al Padre, pero al mismo tiempo «permanece» con sus discípulos y les confirma sus palabras con signos prodigiosos.

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación ».

Así pues, la comunidad que Jesús envía a continuar su misión no es un grupo de personas perfectas, sino más bien llamadas ante todo a «estar» con Él (cf. Mc 3, 14-15), a experimentar su presencia y su amor paciente y misericordioso. Luego, solo en virtud de esta experiencia, los envía a «anunciar a toda la creación» esta cercanía de Dios.
Y está claro que el éxito de la misión no depende de sus capacidades personales, sino de la presencia del Resucitado, que él mismo encomienda a sus discípulos y a la comunidad de los creyentes, en la cual crece el Evangelio en la medida en que es vivido y anunciado (1).
Por tanto, lo que podemos hacer nosotros como cristianos es gritar el amor de Dios con nuestra vida y con nuestras palabras, saliendo de nosotros mismos con valentía y generosidad, para ofrecer a todos con delicadeza y respeto los tesoros del Resucitado, que abren los corazones a la esperanza.

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación».

Se trata de dar siempre testimonio de Jesús y nunca de nosotros mismos; incluso de «negarnos» a nosotros mismos, de «menguar» para que Él crezca. Hay que hacer sitio en nosotros a la fuerza de su Espíritu, que empuja a la fraternidad: 

«[…] Debo seguir al Espíritu Santo, el cual, cada vez que me encuentro con un hermano o hermana, me pone en actitud de “hacerme uno” con él o con ella, de servirles con perfección; me da la fuerza de amarlos si son en cierto modo enemigos; me llena el corazón de misericordia para saber perdonar y poder entender sus necesidades; me lleva a comunicar con diligencia, cuando llega el momento, las cosas más bellas de mi alma. A través de mi amor se revela y se transmite el amor de Jesús. […] Con este y por este amor de Dios en el corazón podemos llegar lejos y hacer partícipes de nuestro descubrimiento a muchas otras personas […] hasta que el otro, dulcemente herido por el amor de Dios en nosotros, quiera “hacerse uno” con nosotros, en un intercambio recíproco de ayudas, ideales, proyectos y afectos. Solo entonces podremos dar la palabra, y será un don, en la reciprocidad del amor». (2)

«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación».

«A toda la creación»: es una perspectiva que nos hace conscientes de nuestra pertenencia al gran mosaico de la creación y de la cual somos especialmente sensibles hoy. En este nuevo camino de la humanidad, los jóvenes son en muchos casos una punta de lanza; siguiendo el estilo del Evangelio, confirman con los hechos lo que anuncian con palabras. Robert, de Nueva Zelanda, comparte su experiencia en la web : 

«Una actividad en curso en nuestro territorio apoya la recuperación del puerto de Porirua, en la parte meridional de la región de Wellington, en Nueva Zelanda. Esta iniciativa ha implicado a las autoridades locales, la comunidad católica maorí y la tribu local. Nuestro objetivo es apoyar a esta tribu en su deseo de liderar la recuperación del puerto, asegurar que las aguas discurran limpias y permitir la recogida de moluscos y la pesca habitual sin miedo a la contaminación. Estas iniciativas han tenido éxito y han creado un nuevo espíritu comunitario. El desafío es evitar que se quede en algo pasajero y mantener un plan a largo plazo que preste ayuda y apoyo y marque la diferencia sobre el terreno».

LETIZIA MAGRI

(1) Cf. CONCILIO VATICANO II, constitución dogmática Dei Verbum sobre la Divina Revelación, 8 .

(2) C. Lubich, Palabra de vida, junio de 2003: Ciudad Nueva 399 (6/2003), pp. 24-25.