viernes, 28 de diciembre de 2018

La Sagrada Familia: “Juntar todas las cosas” para crecer en sabiduría (Lucas 2,41-52).







“Que la inocencia te valga”. Con esa frase suele todavía coronarse las bromas del día de los inocentes, cada 28 de diciembre. Quién sabe cómo se asoció esa humorada al recuerdo de esa terrible matanza de niños organizada por Herodes, con la cual pretendía eliminar al niño Jesús. Es curioso como ese rey tirano se sentía amenazado por un recién nacido, al punto de ordenar una masacre como aquélla.

La inocencia está asociada a los niños. Pasar a la edad adulta significa, en muchos aspectos, perder esa inocencia, pero también entrar en la etapa definitiva de la vida. Se entra a la vida adulta cuando se asumen responsabilidades. A veces la adolescencia se prolonga en el tiempo. Se sigue manteniendo la dependencia respecto a los padres, sin hacerse cargo de la propia vida, sin ganarse el pan de cada día ni formar una familia. En fin, sin decisiones importantes.
En otros casos, nos sorprenden muchachos y muchachas que, aún jovencitos, muestran ya una gran determinación y emprenden el camino de la vida dispuestos a todo para alcanzar sus sueños e ideales, a veces superando situaciones muy difíciles.

En la tradición judía existe un rito llamado Bar Mitzvah que hoy en día se realiza para los varones judíos a los 13 años. Bar Mitzvah significa “hijo de los mandamientos”. Eso significa que, a partir de esa iniciación, el joven entiende los mandamientos de Dios y se hace él mismo responsable de cumplirlos, sin necesidad de que sus padres se lo recuerden. No sólo los diez mandamientos, los principales, sino los 613 preceptos contenidos en la Torá (los cinco primeros libros de la Biblia).
A partir de allí el joven adquiere la mayoría de edad desde el punto de vista religioso y puede leer en voz alta la Torá en un acto público de la sinagoga. El Bar Mitzvah comenzó a celebrarse en la Edad Media; pero ya existía una antigua tradición judía con respecto al momento en que los jóvenes pasaban a estar regidos por los mandamientos y a poder leer en la sinagoga. Ese momento parece haber sido el de los 12 años.

Delante de ese telón de fondo, podemos ubicar el episodio de la vida del joven Jesús que nos presenta el Evangelio de este domingo, en el que celebramos a la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, María y José.
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.
De Nazaret a Jerusalén, como decíamos la semana pasada, hay al menos seis días de camino. Se viajaba en un grupo grande de familiares y vecinos, lo que justifica que la ausencia de Jesús no se notara al principio. El momento y el lugar del reencuentro serán muy significativos.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Jesús se había quedado en Jerusalén, la ciudad donde, mucho después, moriría en la cruz. Lo encontraron “al tercer día” … al poner este paréntesis de tiempo, Lucas juega con el gran Tercer Día: el de la Resurrección, donde es reencontrado vivo el crucificado al que se creía perdido para siempre.
En nuestro episodio de hoy, Jesús está entre los doctores de la Ley y muestra ante ellos un conocimiento sorprendente; no sólo por lo que dice, sino por lo que pregunta. Un viejo dirigente israelí decía que su formación se la debía a su madre, que al volver de la escuela no le decía “¿Qué aprendiste hoy?” sino “¿Qué pregunta hiciste hoy?”.

Pero María y José tienen una pregunta para Jesús y lo que esperan es su respuesta:
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
María pregunta, pero Jesús responde… con dos preguntas:
«¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?»
Ellos no entendieron lo que les decía.
El relato termina con la vuelta a lo que había sido normal hasta entonces:
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos.
Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
María y José “no entendieron” en ese momento lo que Jesús había hecho.
Ellos fueron madurando su fe en medio de situaciones que a veces los dejaron perplejos o angustiados y en otras que los llenaron de gozo.

El evangelista Lucas hace notar que María “conservaba estas cosas en su corazón”. El verbo griego que traducimos como “conservaba” significa “poner juntas las cosas”. María no borraba lo que no entendía. Al contrario, lo que no entendía lo ponía junto con lo que iba comprendiendo.
En el camino de la vida junto a su Hijo, esas cosas se fueron acomodando y ella fue entendiendo los misterios de los designios de Dios. No olvidemos: María es la primera evangelizada por Jesús, la primera discípula. Ella y José, al igual que Jesús, debían crecer en gracia y sabiduría… como también tenemos que crecer nosotros ¿no es verdad?

Gracias, amigas y amigos por seguirme a lo largo de este año. Pedimos al Señor, por la intercesión de la Virgen María y de San José, que haga crecer a nuestras familias sobre el fundamento de su gracia y de su paz. Hasta pronto, ya en el entrante 2019. Muy feliz año para todos.

Navidad: Dios cree en nosotros

Natividad: mural de la iglesia de San Juan Bautista en el río Jordán
“Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad” dice un viejo villancico. Esta noche, a las 21 horas, en la Catedral de Melo, celebraré la Misa de Nochebuena y mañana a las 20 la Misa de Navidad en la Parroquia San José Obrero de Treinta y Tres, para hacerme así presente en las dos principales ciudades de esta Diócesis que abarca los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres.

¿Qué celebramos? Aquello que está en el origen y en el centro de la fiesta de Navidad: “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”. El nacimiento de Jesús es el cumplimiento de esa antigua profecía. Jesús es Dios con nosotros. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, se ha hecho uno de nosotros. De esta forma se ha unido a cada ser humano, a cada hombre o mujer que viene a este mundo.

A veces nos desalienta contemplar lo que somos los seres humanos… vemos tanto egoísmo, tanta violencia, tanta corrupción… lo vemos en los demás, pero, cuando nos damos cuenta, no somos tan diferentes del resto. Compartimos las mismas miserias: “en el mismo lodo todos manoseaos”, como diría Discépolo.

En esos momentos en que nuestra estima por la condición humana -no solo nuestra autoestima- llega al punto más bajo, es bueno recordar esto: Dios ha querido hacerse uno de nosotros. Tal vez el primer paso para creer en Dios es darnos cuenta de que Él, a pesar de todo, cree en nosotros. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Juan 3,16-17).

Percibir que Dios cree en nosotros puede ayudarnos a ver signos de esperanza que estaban escondidos a nuestro pesimismo. El mundo no sólo tiene necesidad de amor, sino que sabe dar amor. Este mes llegaron a Melo nueve jóvenes de Medellín, que dejaron su ciudad para compartir la Navidad con nosotros. Hicieron un gran esfuerzo para venir, por su cuenta; renunciaron a estar con su gente en un tiempo en que las familias se reúnen y comparten intensamente. Brindaron su mensaje a niños, jóvenes y adultos con mucho cariño: pero también lo encontraron y lo recibieron de todos aquellos que fueron encontrando desde el 1 de diciembre. Nos recordaron nuestra propia capacidad de amar. Esta noche se despiden en la Misa de la catedral. Estarán también allí los muchachos y muchachas de las Fazendas de la Esperanza. Jóvenes que estuvieron a punto de arruinar o perder definitivamente sus vidas y que hoy hacen su caminata entre nosotros, sanando sus propias heridas y ayudando a sanar las que ellos mismos infligieron a sus seres queridos y a la sociedad, reencontrando su capacidad de amar y descubriendo que ellos también pueden ser amados. Los dos grupos han compartido también en estos días encuentro con los jóvenes de la capilla Santa Inés, de Toledo, Fraile Muerto, otro grupo que alienta nuestra esperanza.

Dios sigue llegando hoy a nuestra vida, a través de personas y acontecimientos que nos lo hacen presente. No cerremos los ojos ni el corazón a esas señales, y no las dejemos caer en el olvido. Al contrario, atesoremos esos signos preciosos que fortalecen el corazón y alimentan la fe. Así, reconociendo al Dios-con-nosotros, tengamos una Feliz Navidad.

+ Heriberto, Obispo de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres)

jueves, 20 de diciembre de 2018

Cuarto Domingo de Adviento - Belén, Nazaret y Ain Karim (Lucas 1,39-45)







En muchos países del mundo hay un lugar que se llama Belén. En Uruguay tenemos el nuestro, con su rica historia. Fue fundado en lo que hoy es el departamento de Salto, el 14 de marzo de 1801 por el capitán de Blandengues Jorge Pacheco. El pueblo ya no está en su lugar original, porque el embalse de la represa de Salto Grande lo cubrió y debió ser relocalizado, quedando, sí, a orillas del lago.

Claro que el primer Belén es el que más nos interesa. Hoy es una ciudad de 27.000 habitantes, ubicada en Cisjordania, territorio bajo la Autoridad Palestina. Los habitantes son mitad cristianos ortodoxos y mitad musulmanes. Los turistas y peregrinos que viajan a la tierra de Jesús suelen visitar el lugar de su nacimiento, sobre todo en Navidad, a pesar de las dificultades que ofrece a veces el paso desde Israel a territorio palestino.

La primera lectura de este domingo, tomada del profeta Miqueas, nos da una referencia de Belén, mucho antes de la Navidad:
Así habla el Señor:
Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá,
de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel:
sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial.
Belén significa “casa del pan”, un nombre que ya nos anticipa a Jesús como el Pan verdadero, el Pan de vida. “Efratá” puede interpretarse como “fecunda”, la ciudad de la que saldrán numerosos hijos.
El profeta la llama “pequeña” y, como hemos visto, no es, ni siquiera hoy, una gran ciudad; sin embargo, esa pequeñez contrasta con su lugar en la historia: “de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel”.
Esto es una alusión a un descendiente del gran rey David, que era oriundo de Belén. No olvidemos que Jesús va a ser llamado “Hijo de David”, es decir, descendiente de aquel rey de Israel.

Pero aquí no estamos todavía en la celebración del nacimiento de Jesús que, sí, nos llevará a Belén. El Evangelio nos conduce a otro lugar, conocido hoy como Ain Karim, donde vivían Zacarías e Isabel, los padres de Juan el Bautista. En aquellos tiempos era una pequeña aldea muy cerca de Jerusalén. Hoy ya es parte de la Ciudad Santa.

Ain Karim se encuentra a unos 150 km de Nazaret. Para cubrir esa distancia se necesita caminar más de 30 horas. A unos 25 km por día, como hacen los peregrinos del camino de Santiago, el viaje duraría al menos 6 días.

Ese camino hizo María para ver a su prima Isabel. El ángel Gabriel ya había visitado a María, le había anunciado su misión como Madre del Hijo de Dios y había recibido su Sí. Pero también le había dado una valiosa información: Isabel, ya muy mayor y considerada estéril, estaba esperando un hijo. “Ya está de seis meses”, dijo el ángel.

Al enterarse de eso, María se puso en camino. No iba para una visita social. Iba dispuesta a servir, a ayudar a su prima en sus últimos meses de embarazo. No en vano Ella será la madre del que dijo “yo no he venido a ser servido sino a servir”.

Al llegar María, entró en la casa y saludó a Isabel, que le devolvió el saludo. No hay palabras de saludo de Zacarías porque, recordemos, él ha quedado mudo y sólo volverá a hablar cuando nazca su hijo. Pero, atención a las palabras de Isabel, porque no es sólo ella la que habla:
Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
«¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá
lo que te fue anunciado de parte del Señor.»
Este saludo tiene muchos detalles curiosos. María es una jovencita; Isabel una mujer mayor. En aquella sociedad, la edad avanzada daba una posición socialmente superior a las personas. A los ancianos se les debía tratar de forma especialmente respetuosa. Sin embargo, es la mujer mayor la que trata con una particular consideración a la más joven, reconociendo que ella es una persona que ha sido bendecida por Dios y aun llegando a decir:
“¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?”.
“Quién soy yo”. Es una gran expresión de humildad. La anciana Isabel ensalza a la joven María.

Pero antes, cuando María recibió el saludo del Ángel, ella había respondido:
«Yo soy la servidora del Señor».
Ahora, al saludo de Isabel, María va a responder diciendo:
«Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador,
porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora.» (Lucas 1,46-48)
“La pequeñez de su servidora”. Así se ve María a sí misma: pequeña servidora. En el Uruguay, cuando una persona considera que su cargo o su posición social la ponen muy por encima de los demás, decimos que “se la cree”, es decir, que se cree así, alguien que está por arriba de todos, y que tiene el mundo a su servicio.
Pensemos en el lugar que tiene María en la historia de este mundo.
No ha habido en toda la humanidad persona humana, ni hombre ni mujer, más grande que María. Pero María no “se la cree”. María “cree”, que es algo muy diferente. María ha creído en la promesa de Dios. Por eso Isabel le dice:
«Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor»
Ya cerca de Navidad, les invito a contemplar con cariño a María, la pequeña, la humilde servidora, que se dispone a entregar al mundo el Hijo de Dios que lleva en su seno.
Contemplándola, dejémonos inundar por sus sentimientos y dispongamos nuestro corazón para recibir al Hijo de Dios, el Hijo de María y a darle verdaderamente lugar en nuestra vida.
Amigas, amigos, gracias por su atención. Que Dios nos haga constantes en la fe, alegres en la esperanza y activos en la caridad. Tengan todos ustedes una muy Feliz y Santa Navidad.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Tercer Domingo de Adviento - Alégrense siempre en el Señor (Filipenses 4,4)







En el año 1963 una compañía de seguros de los Estados Unidos atravesaba un momento difícil. Muchos trabajadores temían perder su empleo. Algunos entraron en depresión. La compañía decidió hacer una campaña interna para levantar los ánimos.

La empresa pidió algo nuevo: sonreír. Sonreír en el trabajo, sonreírse entre compañeros, sonreír a los clientes y hasta sonreír hablando por teléfono. Para animar a todos a hacer ese gesto, se contrató a un diseñador gráfico llamado Harvey Ball.

En diez minutos, Ball dibujó un círculo amarillo, colocó allí dos óvalos negros como ojos y una amplia sonrisa debajo. Así nació Smiley, esa carita que fue apareciendo en pegotines y camisetas y desde hace años está presente en las computadoras y en los teléfonos. A ella se fueron agregando otras similares con diferentes emociones.

Sonreír hace bien, tanto para quien sonríe como para los demás, que muchas veces se sorprenden a sí mismos devolviendo la sonrisa. Hay extensos estudios sobre eso. Pero… ¿se puede programar la sonrisa? ¿se puede pedir a la gente que esté siempre alegre? Una sonrisa artificial, forzada, se nota… una alegría que es solo exterior, pero que no está en el fondo del corazón, no se sostiene... ¿Cómo encontrar la verdadera alegría?

Este tercer domingo de adviento tiene un nombre particular: es el domingo “Gaudete”, domingo de la alegría. “Gaudete” significa en latín “alégrense”. Esa exhortación está tomada de la carta de San Pablo a los Filipenses, en el pasaje que se lee este domingo y que comienza así:
Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. (Filipenses 4,4)
¿Cómo entender estas palabras? Nos ayudaría mucho leer el resto de la carta que, por otra parte, es breve. Allí veremos el especial cariño que Pablo sentía por esta comunidad de la ciudad de Filipos. Era una comunidad muy humilde que, sin embargo, con muchos sacrificios ayudó más de una vez a Pablo y a su equipo misionero. A Pablo no le gustaba mucho recibir regalos y ayudas, porque esas cosas crean compromisos y quitan libertad; pero aceptaba la ayuda de los Filipenses porque no le importaba quedar atado a ellos, precisamente porque ellos formaban esa comunidad pobre y fervorosa. Pablo llega a decirles que ellos son la única Iglesia con la que tiene abierta una cuenta de “debe y haber” (4,15) y en esa cuenta Pablo se pone como deudor.

Pablo escribe la carta en un momento muy difícil para él. Cuatro veces habla de sus cadenas. “Me hallo en cadenas por Cristo”, dice. Las dificultades no vienen sólo por estar preso a consecuencia de anunciar el Evangelio. Pablo sufre por algunas cosas que no han andado bien entre los mismos cristianos. Habla de rivalidad, hipocresía, vanagloria, maldad, falsedad; de otros que pretenden también anunciar el Evangelio, pero, en realidad, solo buscan sus propios intereses y no los de Cristo.

Pero toda la carta está sazonada con alegría. “Ruego con alegría por todos ustedes”. “Cristo es anunciado y esto me alegra y seguirá alegrándome”. Le pide a los filipenses que “colmen su alegría”, viviendo unidos en el amor, en el mismo sentir. Llega a decir que aunque su sangre fuera derramada -lo que no sucederá todavía- se alegraría por ellos y les pide que se alegren con él. Les envía un colaborador muy querido para que se llenen de alegría y lo reciban con alegría; y dos veces les dice “alégrense en el Señor” (3,1 y 4,4).

La alegría de Pablo, entonces, no es alegría superficial, de fachada, que solo esconde amarguras… es una alegría profunda, que se impone por sobre los padecimientos. ¿De dónde viene esa alegría? En primer lugar, de su fe, de su relación con Cristo. Pablo se ha entregado totalmente a la causa de Jesús. Vive para Él, para hacerlo conocer, para anunciar su Evangelio.

En segundo lugar, su alegría surge al ver lo que sucede cuando la gente cree en Jesús, cuando la gente llega a tener una fe auténtica, como esa comunidad de los filipenses. La fe no es poner a Dios a mi servicio. Es ponerme al servicio de Dios. No es buscar la forma en que Dios responda a mis intereses, sino buscar la forma de servir a los intereses de Dios.

Pasemos ahora al Evangelio. Hay un contraste. Juan el Bautista no parece un personaje muy alegre, con su estilo de vida austero y su severidad. Sin embargo, en el anuncio de su nacimiento, el ángel Gabriel había dicho que su llegada sería motivo de gozo para muchos, porque vendría a preparar para Dios un pueblo bien dispuesto.

¿De qué forma se prepara un pueblo bien dispuesto? Con un cambio de actitud -conversión- y recibiendo el bautismo como un signo de ese cambio.
Un cambio de actitud es dejar el egoísmo y practicar la misericordia con el pobre y necesitado:
«El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto.»
Eso vale para todos, pero algunos soldados y publicanos le preguntan algo más específico:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer?»
Uno esperaría que Juan les dijera que dejaran sus oficios, sobre todo los publicanos, colaboradores del imperio romano y considerados por todos como pecadores. Sin embargo, Juan responde:
«No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo.»
Esas son las actitudes que les pide para disponerse a recibir la salvación de Dios.

El relato concluye diciendo que Juan,
...por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.
El Evangelio, como el Papa Francisco suele repetir, es portador de alegría, una profunda alegría que nos da el encuentro con Jesucristo, que cambia el corazón, que cambia nuestra relación con Dios y con los hermanos.

Ahora, cada uno de nosotros puede hacerse esa pregunta: ¿qué debemos hacer? ¿qué cosas tenemos que cambiar para llevar una vida honrada? ¿Dónde y con quién estamos llamados a vivir la misericordia?

Que Dios nuestro Padre nos ayude a vivir en fidelidad este tiempo de espera para que podamos festejar con alegría la venida de Jesús y alcanzar el gozo que nos da su salvación.

viernes, 7 de diciembre de 2018

75 años de la fundación del Movimiento de los Focolares



El 7 de diciembre de 1943, vísperas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, una joven de 23 años llamada Silvia Lubich hizo voto de castidad en la Tercera Orden Franciscana, tomando el nombre de Chiara (Clara), que expresaba su profunda admiración por la radical opción de Santa Clara de Asís.

Hoy se cumplen 75 años de aquel “Sí” de Chiara que fue fundacional, aunque ella dijera una vez que aquella fría mañana ella no tenía intención de fundar nada: “Me había casado con Dios. Lo esperaba todo de él”.

Eso sucedía en la ciudad de Trento, en el norte de Italia, en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Trento era frecuentemente bombardeada. Chiara y otras jóvenes que estaban en la misma búsqueda espiritual se encontraban muchas veces en los sótanos donde los tridentinos se refugiaban de las bombas. En una de esas ocasiones, leyendo el Evangelio a la luz de la vela, encontraron la llamada “oración sacerdotal” de Jesús, en el Evangelio de Juan. Allí les toca el corazón el versículo donde Jesús pide al Padre “que todos sean uno” (Juan 17,21). En medio del desgarramiento de la guerra, aquellas jóvenes se sintieron llamadas a dar su vida por un Ideal: la Unidad querida por Jesús.

Otro pasaje del Evangelio también las había tocado profundamente: el grito de dolor de Jesús abandonado en la Cruz (Mt 27,46). Chiara le dijo a una de sus compañeras: «¡Tenemos una sola vida, gastémosla lo mejor que podamos! Si el dolor más grande de Jesús fue el abandono por parte de su Padre, nosotras seguiremos a Jesús abandonado».

Sobre esos cimientos evangélicos se fue construyendo la espiritualidad del Movimiento. La Palabra de Dios tiene allí un lugar central: pero se trata de que la Palabra sea realmente vivida, puesta en práctica, en el amor.

En 1962 el Papa San Juan XXIII le da una primera aprobación, con el nombre de “Obra de María”. Hoy, más de dos millones de personas en todo el mundo han abrazado la espiritualidad del Movimiento. La Obra de María se ha extendido, ramificado en diversas expresiones y producido ricos y variados frutos.

En nuestra Diócesis de Melo, algunos laicos y sacerdotes participan de esta espiritualidad; Mons. Cáceres, durante mucho tiempo y ahora yo mismo frecuentamos los encuentros de Obispos Amigos del Movimiento.

La llegada de la Fazenda de la Esperanza a nuestra Diócesis (masculina, en Cerro Chato, 2009 y femenina, en Melo, 2015) nos trajo aún mayor cercanía con los Focolares. Si bien la Fazenda no es parte del Movimiento, dos de los cuatro fundadores, Nelson Giovanelli y Lucilene Rosendo, iniciaron el camino de la comunidad terapéutica movidos por la espiritualidad focolarina. Nelson lo hizo precisamente buscando poner en práctica la Palabra “Me hice débil con los débiles…” (1 Corintios 9,22) que lo llevó a acercarse a un grupo de jóvenes adictos que frecuentaban una esquina de su barrio. Cuando un joven pidió ayuda para poder salir de la droga, Nelson, junto a su párroco Fray Hans Stapel OFM, fueron buscando la forma de ayudar. La rama femenina tuvo también como confundadora a Irací Leite. La propuesta se fue armando sobre tres pilares: convivencia, trabajo y espiritualidad. Cada día los jóvenes internos meditan un versículo de la Palabra de Dios y buscan vivirlo a lo largo de la jornada, como hizo Nelson en 1983 cuando se acercó a los jóvenes de aquella esquina, hoy “Esquina de la Esperanza”.

+ Heriberto

Segundo Domingo de Adviento: Aconteció la Palabra de Dios (Lucas 3, 1-6).







Cuando un latinoamericano llega por primera vez a una capital europea, le llama la atención la ausencia de algo que en nuestros países nos es familiar: la plaza con la estatua del héroe nacional; esa figura alrededor de la cual se construye la identidad de un país: Artigas, San Martín, O’Higgins, Bolívar… Nuestros relatos históricos los presentan como conductores, hacedores de la historia.
Hace algunos años, sin embargo, un destacado historiador uruguayo escribió un artículo sobre nuestro héroe nacional titulado “Artigas, conductor y conducido”. Allí hacía referencia a cómo, en determinados momentos, no fue Artigas quien dio los giros del timón, sino el pueblo o sus representantes, participando en la conducción de nuestra historia e incluso imponiendo otra dirección. Voluntad de los dirigentes, voluntad de los pueblos… ¿quién da realmente dirección y sentido a la historia?

El Evangelio que escuchamos este segundo domingo de adviento nos lleva al tiempo en que Juan el Bautista comenzó su predicación. Juan el Bautista tenía la misión de preparar la aparición pública de Jesús, que comienza precisamente cuando Jesús es bautizado por Juan. El evangelista Lucas, en una forma que ningún otro de los evangelistas había hecho, ubica el contexto histórico y el espacio geográfico en el que Juan aparece:
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás,
Ubicándolo en la geografía y en la historia, san Lucas nos está diciendo que Juan el Bautista no es un ser de leyenda, una figura mítica, sino un personaje real, histórico. Sin embargo, no deja de llamar la atención que lo sitúa en el tiempo de otras figuras de aquella época.
Lucas comienza nombrando al emperador, a las autoridades de Palestina, pero también a reyes de comarcas vecinas, indicando que el mensaje que vendrá a continuación no estaba ni está dirigido solamente a la gente de un lugar, sino que quiere extenderse universalmente.
Algunos de esos hombres estarán después en la Pasión de Jesús: Pilato, Herodes y los sumos sacerdotes Anás y Caifás.
Grandes personajes, protagonistas de la historia de aquellos tiempos y luego actores en la pasión y muerte de Jesús.
Pero para Lucas, esos personajes son solo un telón de fondo. El va a introducir al principal protagonista, el que verdaderamente hace la historia. Y no se trata de Juan el Bautista, aunque él va a tener un papel muy importante. Dice el Evangelio:
Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
Dios dirigió su Palabra. Dios es el protagonista de la historia, a través de su Palabra. Una traducción mejor, aunque pueda sonarnos un poco rara, sería la siguiente:
La palabra de Dios aconteció sobre Juan.
Para Juan, recibir la Palabra de Dios fue un acontecimiento, por eso se puede decir aquí que la Palabra aconteció sobre él. Es un acontecimiento, porque la Palabra entró en su vida transformándola totalmente, dándole a su misión un profundo sentido. Juan será el portador de esa Palabra de Dios que lo ha tocado hasta el tuétano y lo ha puesto en un movimiento imparable. Si la Palabra de Dios no hubiera acontecido en su vida, Juan, que estaba en búsqueda espiritual, se habría quedado esperando.

Lucas dice también donde ocurrió este acontecimiento de la Palabra sobre Juan: en el desierto. Decir que Juan el Bautista estaba en el desierto nos puede hacer pensar que se encontraba solo, aislado… en realidad, Juan no estaba muy lejos de Jerusalén. Cuando comenzó a predicar, la gente cruzó el río Jordán y fue hasta donde él estaba para escucharlo y hacerse bautizar. Y fue mucha gente. Juan el Bautista “predicaba en el desierto”, pero predicaba para multitudes.
Pero el desierto evoca otras cosas… el desierto fue el lugar del camino del Pueblo de Dios para llegar a la tierra Prometida. Lugar de encuentros, desencuentros y reencuentros con Dios. Lugar donde se selló la Alianza y también donde a veces se rompió y se volvió a sellar.
Los evangelistas nos hablan del estilo de vida austero de Juan, viviendo en el desierto. Al desierto se lleva sólo lo estrictamente necesario. Por eso es un lugar propicio para la conversión, para un cambio de vida, porque allí se descubre lo que es superfluo, lo que tenemos que dejar y aquello con lo que tenemos que quedarnos, lo que es realmente esencial.

¿De qué habla Juan después de que acontece en él la Palabra de Dios?
comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,
Juan habla de un bautismo, es decir de un signo, que consiste en sumergirse en el agua del río Jordán. Ese bautismo es de conversión y ésa es la palabra central. Conversión significa darse vuelta, cambiar la orientación del camino de la vida, volviéndose hacia Dios. Es nuestra respuesta cuando nos sentimos tocados por la iniciativa de Dios que viene hacia nosotros. Podríamos decir, humanamente hablando, que nos encaminamos hacia Dios porque vemos que Dios camina hacia nosotros. La conversión lleva a recibir el perdón: conversión para el perdón de los pecados, es decir para todas nuestras acciones y omisiones que nos han encerrado en nuestro egoísmo, alejándonos de Dios y de los demás. Recibir el perdón de Dios es lo que nos hace posible también ser capaces de perdonar a quienes nos han lastimado.

Amigas, amigos, muchas gracias por llegar hasta aquí en su lectura. Que san Juan Bautista los acompañe en estos días y que la Palabra de Dios acontezca también en cada uno de ustedes.

Palabra eterna y creadora,
¡ven, Señor!
a renovar todas las cosas,
¡ven, Señor!

Imagen de la luz eterna,
¡ven, Señor!
a iluminar nuestras tinieblas,
¡ven, Señor!

Verdad y vida encarnada,
¡ven, Señor!
a responder a nuestras ansias,
¡ven, Señor!

Pastor y Rey de nuestro pueblo,
¡ven, Señor!
a conducirnos a tu Reino,
¡ven, Señor!

¡Despertemos, llega Cristo!
¡Ven, Señor!
¡Acudamos a su encuentro!
¡Ven, Señor!