miércoles, 30 de octubre de 2019

"Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (Lucas 19, 1-10). Domingo XXXI del Tiempo durante el año.




La constitución de Estados Unidos es una de las más antiguas actualmente vigentes en el mundo. Cuando entró en vigor en 1787, Benjamín Franklin, uno de los “padres de la nación” norteamericana, escribió:
“por lo que parece, nuestra nueva constitución promete quedar firme;
pero en este mundo solo hay dos cosas seguras: la muerte y los impuestos”.
Para Franklin, eran las únicas dos cosas inevitables. Aquí en el sur, muchos dirían que la muerte es la única segura… pero la verdad es que, de una forma u otra, todos pagamos impuestos, desde que las sociedades humanas se fueron dando formas de gobierno. Los reyes cobraban impuestos a sus súbditos. Los imperios pedían tributos a los pueblos que iban conquistando.

Así sucedía en el Imperio Romano. Los encargados de recaudar impuestos eran conocidos como “publicanos”. Los romanos no tenían una Dirección General Impositiva, con empleados e inspectores. Hoy diríamos que era un sistema tercerizado. Se llamaba a licitación para recaudar impuestos en una región determinada. Los interesados hacían sus ofertas y se adjudicaba al mejor postor. Los publicanos cobraban lo suficiente para cubrir lo que se entregaba al imperio
y para tener su propia ganancia… y ganaban bien.

Seguramente en ningún lugar del Imperio Romano los publicanos eran personas queridas y populares. Pero en la provincia de Palestina, en la tierra de Jesús, el juicio de la gente era terrible: su oficio era considerado pecaminoso. Los rabinos tenían cuatro listas, de malo a peor, de diferentes ocupaciones consideradas despreciables. Los publicanos estaban en la cuarta lista: la de los más despreciados.

La razón: los publicanos se enriquecían de modo injusto. Pero, además, si en un momento un publicano hubiera querido realmente cambiar de vida, pedir perdón, hacer penitencia, no podía hacerla, porque debía dar una reparación a todos aquellos a quienes había dañado o engañado…
y ni siquiera sabía quiénes eran.

Pero en la sociedad judía, el castigo para los publicanos no era solo ser despreciados y detestados. Perdían toda consideración y derecho dentro del ámbito judío. Si un fariseo se hacía recaudador de impuestos, era inmediatamente expulsado del movimiento. Un publicano no podía ser juez dentro de la sociedad judía; ni siquiera podía ser testigo y en eso era equiparado al esclavo. Pensemos también qué sucedería con su familia, su esposa, sus hijos, en la vida social o, si era aún soltero ¿qué padre piadoso aceptaría como marido para su hija a semejante individuo, por más rico que fuera? Por eso la conducta de Jesús que recibía a los publicanos y pecadores y comía con ellos era escandalosa, especialmente para los fariseos.

El domingo pasado escuchamos la historia del fariseo y el publicano; este domingo nos encontramos con un jefe de publicanos.
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad.
Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
Jericó era una ciudad importante, en el camino a Jerusalén. Por eso no es raro que hubiera allí un jefe de publicanos. El hombre se llama Zaqueo, con “zeta”. Es una abreviatura de Zacarías, que significa “el justo” (1). Sin embargo, Zaqueo se dedicaba al “saqueo”, con “ese”: a quedarse con lo que no es suyo, a enriquecerse a costa de los demás.
Era un hombre muy rico. Jesús advirtió muchas veces sobre el peligro del dinero convertido en un ídolo, cuando el hombre solo vive para acumular tesoros en la tierra y no es rico ante Dios.
¿Podrá el evangelio de Jesús tocar el corazón de este hombre?
Él quería ver quién era Jesús,
pero no podía a causa de la multitud,
porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo,
porque iba a pasar por allí.
Zaqueo quería ver a Jesús… ¿por qué? ¿para qué? Las intenciones de su corazón se revelarán cuando se encuentren. Para ver a Jesús tiene que superar obstáculos. Por su baja estatura se sube a un árbol, algo que no parece muy digno de un personaje importante. Podemos imaginarnos los comentarios de la gente al descubrirlo entre las ramas… más de uno habrá deseado que la rama se rompa.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo:
«Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa».
Zaqueo ve a Jesús, tal como él deseaba; pero también Jesús lo ve a él.
Y ahí sucede lo inesperado: Jesús lo llama por su nombre
y anuncia que ese día va a quedarse en su casa.
Jesús le ha dicho “baja pronto”, y Zaqueo no se demora:
Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
La gente reacciona ante este acontecimiento inaudito:
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
«Se ha ido a alojar en casa de un pecador».
Para la gente ya es incomprensible (imaginemos cómo reaccionarían los fariseos); pero Zaqueo ha comprendido bien. Su búsqueda de Jesús ha adquirido sentido. Él ha encontrado a Jesús y Jesús lo ha encontrado. Ya en la casa, Zaqueo anuncia una decisión que ha tomado:
Zaqueo dijo resueltamente al Señor:
«Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres,
y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más».
Sus palabras anuncian un profundo cambio de vida.
Al llamar a Jesús “Señor”, expresa su fe en Él.
Lleno de gratitud, se desborda en generosidad: va a dar la mitad de sus bienes a los pobres, mucho más que la quinta parte, que se consideraba un acto de caridad.
A quienes ha perjudicado, les dará cuatro veces más; reconoce su culpa y hará la reparación que la ley le indica.
Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa,
ya que también este hombre es un hijo de Abraham,
porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido»
Jesús es el buen pastor, que ha salido a buscar a la oveja perdida. Ahí está la explicación de su gesto escandaloso: alojarse en casa de un pecador.
Jesús describe a Zaqueo como “un hijo de Abraham”. Aunque por su sangre pertenece al Pueblo judío, al pueblo de la primera alianza, Zaqueo es un hijo de Abraham, sobre todo porque Abraham es el padre de los creyentes. Los cristianos seguimos hoy reconociendo a Abraham como nuestro padre en la fe.

Jesús dice “HOY ha llegado la salvación a esta casa”. Antes había dicho “HOY tengo que alojarme en tu casa”.
El tiempo de la salvación, el tiempo de Dios es siempre presente: es siempre HOY.
Recordemos a San Expedito, aquel soldado romano que se convirtió al cristianismo y deseaba hacer su camino para recibir el bautismo cuanto antes.
Se cuenta que el demonio, en forma de cuervo, le decía “CRAS, CRAS” que, aunque parece un graznido, significa en latín “mañana, mañana”. A eso, Expedito respondió, aplastando al cuervo con su pie: HOY.

Amigas y amigos: como dice el refrán, “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. No demoremos nuestra respuesta a la invitación de Jesús. Él nos busca HOY. Vayamos a su encuentro.
Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

(1) Ver 2 Macabeos 10,19.

jueves, 24 de octubre de 2019

“Se tenían por justos y despreciaban a los demás” (Lucas 18,9-14). Domingo XXX del Tiempo durante el año.







Apartheid es una palabra del idioma afrikáans que significa “separación”. Con esa palabra se definía un sistema de segregación o separación racial que existió en Sudáfrica hasta 1992. Consistía básicamente en segregar a las personas según su raza: lugares separados para cada grupo étnico, prohibición de matrimonios interraciales y privación de varios derechos a quienes no pertenecían a la minoría blanca. El sistema creó estrictas reglas que debían ser observadas totalmente, con severos castigos a quien las violara.

Una separación de otro tipo, aunque también basada en reglas estrictas, fue la que establecieron los fariseos, un movimiento religioso que existió en tiempos de Jesús. Fariseo significa “separado”. ¿Separados de qué? Separados de los pecadores. Los fariseos tenían como principio fundamental cumplir escrupulosamente todos los mandamientos de la Ley de Dios y aún hacer más que lo que estaba mandado. Estaban convencidos de que la persona que cumplía los mandamientos era justa, pero quien no los cumplía era un pecador ¡y no querían saber nada con los pecadores! Ningún contacto con ellos: al contrario, querían estar separados. El evangelio de Juan recoge lo que pensaban los fariseos de los que no cumplían la Ley:
“Esta multitud que no conoce la Ley, es maldita” (Juan 7,49)
Cuando los fariseos decían que la gente no conocía la Ley, es probable que no se equivocaran. La Ley de Dios no son solo los diez mandamientos que muchos aprendimos en la catequesis. Esos diez grandes preceptos siguen siendo una verdadera guía para la convivencia humana y la relación con Dios… Cuando un hombre le preguntó a Jesús qué debía hacer para heredar la vida eterna, Jesús le respondió:
“Ya sabes los mandamientos: no mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre”.
Jesús mencionó solo algunos de los diez, dando por supuesto que el hombre conocía bien los otros.

Pero para un judío del tiempo de Jesús no había solo diez mandamientos: había muchos más. Los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio son conocidos desde tiempo antiguo como “la Torah”, que significa “la Ley”. Los estudiosos del Pueblo de Israel, los “maestros de la Ley”, contabilizaron 613 preceptos que se aplicaban sobre distintos aspectos de la vida.

Algunos se preguntaban -esa pregunta le llegó a Jesús- cuál era el mandamiento más importante. Para los fariseos, ningún mandamiento era menor. Trataban de cumplirlos todos: cuidadosamente, escrupulosamente y, como decíamos, en algunos casos, yendo incluso más allá de lo que estaba mandado. En todo eso había méritos y esos méritos los hacían sentirse superiores a los demás.

Notemos como comienza el Evangelio que escuchamos este domingo:
Refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo también esta parábola.
El evangelista nos adelante el sentido de la enseñanza de Jesús: es un juicio sobre quienes se presentan ante Dios pretendiendo ser “justos”. En la Biblia, el hombre justo es el que está en perfecta sintonía con la voluntad de Dios. Así se dice de san José: “era un hombre justo”; pero no lo dice él; en cambio, aquí se trata de los que se consideran justos a sí mismos por el hecho de cumplir las normas de la ley y del culto.

Después de esa introducción, Jesús comienza a hablar así:
Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano.
El lugar es importante. El Templo no es uno de tantos; es el único templo, el templo de Jerusalén, lugar por excelencia de la presencia de Dios. Estos hombres se presentan ante Dios… pero lo hacen de maneras muy diferentes:
El fariseo, de pie, oraba así: «Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas».
El fariseo da gracias porque no tiene los pecados que otros cometen: él cumple los mandamientos y va más allá: ayuna dos veces por semana, mientras que lo que está mandado es ayunar una vez al año:
“No comer ni beber en el día del perdón (Yom Kippur)” (Lev. 23,29).
El problema es que el fariseo piensa que su justificación, su salvación, es algo que él ha ganado por sus méritos, por su esfuerzo. No deja espacio a la obra de la Gracia, de la Misericordia, del amor de Dios. Él se presenta ante Dios con derechos adquiridos, esperando reconocimiento de Dios y de los demás. No se le pasa por la cabeza pensar que también él es un pecador que necesita de la misericordia de Dios.

Su actitud contrasta totalmente con la del otro hombre:
El publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!»
El hombre no se adentra en el templo. Se siente indigno de aproximarse al “Santo de los Santos”, el lugar más simbólico de la presencia de Dios. No levanta los ojos porque siente vergüenza de su vida pasada. Se golpea el pecho, expresión de tristeza y deseo de ablandar el corazón endurecido por el pecado. Aunque no busca ser notado por los demás, su gesto de arrepentimiento es público; es el reconocimiento de su pecado. Pide a Dios piedad diciendo “soy un pecador”; todo él se reconoce como pecador. No tiene ninguna obra buena, ningún mérito para presentarle a Dios; sólo, pero nada menos que su arrepentimiento.

Llega la conclusión de la parábola de labios de Jesús:
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero.
Porque todo el que se eleva será humillado y el que se humilla será elevado.
Delante de Dios, que sondea los corazones, el hombre no puede vanagloriarse de nada. El ser humano no puede colocarse por sí mismo en la categoría de justo, considerar que él es agradable a Dios; es a Dios a quien corresponde hacerlo. Reconocer nuestra realidad pecadora es ponernos en manos de Dios y de su misericordia. Esa fue la respuesta de santa Juana de Arco cuando le preguntaron si ella estaba “en estado de Gracia”, es decir, si estaba justificada, sin pecado, en amistad con Dios:
“no lo sé” – dijo la santa – “Si lo estoy, que Dios allí me guarde; y si no lo estoy, que Dios allí me ponga”.
Amigas y amigos: no tengamos miedo de presentarnos delante de Dios con el corazón abierto, reconociendo sinceramente nuestra fragilidad y nuestras faltas y confiándonos a su misericordia.

0o0o0o0o0

Este domingo tenemos elecciones nacionales en Uruguay y Argentina. Oremos por quienes resulten electos para que puedan desempeñar sus cargos con honestidad y actitud de servicio, especialmente promoviendo a los más humildes.

Gracias por su atención; que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

domingo, 20 de octubre de 2019

"Me hice débil con los débiles" (1 Corintios 9,22). Diez años de la Fazenda de la Esperanza en Uruguay.

 
Inauguración de la Fazenda Quo Vadis, 1 de agosto de 2009


Con la presencia de tres de los fundadores de la Fazenda de la Esperanza: Fray Hans Stapel, Nelson Giovannelli e Irací Leites, la Fazenda Quo Vadis de Cerro Chato, celebró los diez años de la Fazenda en Uruguay. Esta es la homilía de Mons. Heriberto.

Queridas hermanas; queridos hermanos:
los fundadores que están hoy aquí, Fray Hans, Nelson e Irací; las misioneras de la Escuela Misonera Internacional, los y las jóvenes de las Fazendas de Melo y Cerro Chato, sus familias, los voluntarios y voluntarias… en fin, todos aquellos que nos sentimos miembros o amigos de esta gran familia, queridos todos:

Creo que todos sabemos que hay una Palabra que ha sido la clave en la fundación de la Fazenda de la Esperanza. Es aquella que encontramos en la Primera carta a los Corintios y que Nelson quiso poner en práctica. Dice así:
“Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles;
me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (1 Corintios 9,22)
Aunque Nelson está aquí y él podría compartirnos una vez más lo que significó poner en práctica esa palabra, a mí me gustaría compartir lo que yo fui descubriendo en la Fazenda desde esa Palabra. Hablo por mí, pero creo que muchos de quienes nos hemos acercado a la Fazenda hemos ido viviendo lo mismo. Yo creo que esa experiencia se podría traducir así:
“Encontrándome con los débiles, encontré mi propia debilidad
y con ellos encontré fortaleza en Cristo”.
Creo que san Pablo estaría de acuerdo conmigo, porque él cuenta su propia experiencia de fragilidad y cómo encontró la fuerza salvadora de la gracia de Cristo.
Una persona que mire la vida de san Pablo con los valores de este mundo puede ver un hombre audaz, emprendedor, que asume riesgos, que se juega. Puede ver en él una especie de héroe, e imaginarse un hombre fuerte, de mucho carácter…
Pero Pablo, en cambio, nos confiesa que, cuando él se sintió débil y pidió que se terminara aquello que lo hacía sentir así, Jesús le dijo:
«Te basta mi gracia, porque mi fuerza se muestra perfecta en la debilidad».
Y Pablo sigue diciendo:
“con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis debilidades,
para que habite en mí la fuerza de Cristo.
Por eso me complazco en mis debilidades,
en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando soy débil, es entonces cuando soy fuerte.” (2 Corintios 12,9-10).
Los que venimos a la Fazenda como voluntarios o colaboradores, podríamos pensar “pobres muchachos, pobres chicas, qué terrible, qué frágiles, qué débiles que son… como pudieron caer en todo esto… menos mal que encontraron la Fazenda y ahora los podemos ayudar”.

Si pensáramos así, yo creo que perderíamos el sentido del “hacerme débil con los débiles”. “Hacerme débil con los débiles” no es ponerme a compartir una conducta que ellos quieren dejar atrás y en la que nosotros no queremos entrar; se trata de vernos en ellos como un espejo, que nos ayuda a ver que todos tenemos nuestras propias fragilidades: nuestras faltas de fe, de esperanza y de amor; nuestros egoísmos… podemos no tener adicciones, pero sí tener algunas conductas adictivas, algunos apegos… todos necesitamos alimentarnos con la Palabra e irnos haciendo hombres y mujeres nuevos en Cristo.

A Chiara Lubich le gustaba mucho este testimonio de san Pablo, porque lo veía relacionado al “hacerse uno”. Hacerme débil con los débiles puede leerse también “me hice uno con los débiles”.

Eso es lo que hizo Jesús. Jesús “se encarnó”: eso quiere decir que tomó nuestra “carne”. “Carne” en el lenguaje de la Biblia quiere decir el ser humano débil. No tomó la debilidad que lleva al pecado, pero sí la debilidad que hace posible el sufrimiento y la muerte. Se hizo “de carne y hueso”, como decimos cuando queremos expresar que no somos “de fierro”, que somos vulnerables.

Chiara dice, comentando el texto de san Pablo, en febrero de 1982:
“Dios, encarnándose, se hizo cercano a cada hombre; pero en la cruz, se hizo solidario con cada uno de nosotros pecadores, con nuestra debilidad, con nuestro sufrimiento, con nuestras angustias, con nuestra ignorancia, con nuestros abandonos, con nuestros interrogantes, con nuestras cargas...”
Cuando Pablo dice “me he hecho débil con los débiles” nos está diciendo que así quiere vivir, que quiere seguir el camino de Jesús. Y sigue diciendo Chiara:
“El porqué de la vida que tienes es llegar a Dios. Pero no llegar solo, sino con los hermanos. También hasta ti ha llegado una llamada de Dios semejante a la que tuvo Pablo. También tú, como el Apóstol, debes «ganar» a alguien, «salvar a toda costa a alguno».”
En esto que comenta Chiara vemos el porqué, no solo de la Fazenda, sino de toda la Iglesia: la Iglesia, la comunidad, existe para que no hagamos solos el camino hacia Dios, sino acompañándonos, apoyándonos, animándonos unos a otros en la caminata, que no es solo la de un año en la Fazenda, sino que es la de toda la vida.

Demos gracias a Dios porque la Fazenda nos ha ayudado a encontrar una forma -no la única- pero sí una forma especial, que le ha llegado a cada uno de nosotros como una llamada de Jesús, para hacernos uno en Él, para caminar juntos con Él hacia nuestra Casa, hacia la Casa del Padre. Amén.

miércoles, 16 de octubre de 2019

"Orar siempre sin desanimarse" (Lucas 18,1-8). Domingo XXIX del Tiempo durante el año.







“¿Qué es lo que deseas? Heme aquí dispuesto a obedecer tus órdenes como el más humilde de los esclavos.”
Así le habló el genio al azorado joven del antiguo cuento “Aladino o la lámpara maravillosa”, que se encuentra en el libro de Las mil y una noches, abriéndole al muchacho posibilidades totalmente inauditas para él.
“¿Qué es lo que deseas?”
A propósito del deseo, escribe el filósofo español Julián Marías:
“Se puede desear todo: lo posible y lo imposible, lo inconciliable, lo presente, lo futuro y hasta lo pasado; lo que se quiere, lo que no se quiere y hasta lo que no se puede querer. El deseo (…) es la fuente de la vitalidad, el principio que nos mueve a todo…” (Antropología Metafísica)
Se puede desear todo… pero no es lo mismo desear que querer. La pregunta del genio sería más propiamente “¿Qué es lo que quieres?”, porque él, en la ficción, tiene el poder de hacerlo realidad. El deseo es más amplio que el querer, como explicaba el filósofo: se puede desear lo imposible, se puede desear algo sobre el pasado, que ya no puede volver a suceder ni ser cambiado.
El deseo impulsa, abre horizontes… el querer elige, define, hace tomar caminos en la vida. Lleva a concretar lo posible, lo realizable; pero el deseo hace que no nos convirtamos en “una máquina de optar, de juzgar, de decidir”, como dice también Julián Marías.

En el Evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la oración de petición.
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
Orar sin desanimarse… el asunto es qué pedir. A veces esperamos que Dios actúe como el genio de la lámpara, dispuesto a cumplir todos nuestros deseos transformados en voluntad: “yo quiero…”
Sin embargo, aunque desearíamos ser favorecidos por un gran premio en la lotería o que nuestro equipo favorito ganara todos los partidos, nos damos cuenta de que ésas no son peticiones adecuadas… ¿por qué Dios tendría que favorecer, en cualquiera de esos casos, mi petición y no la de otros que piden ser los afortunados, o los hinchas del club contrario que ruegan por un triunfo?

Es diferente cuando pedimos por un bien inestimable que está en juego: la salud y la vida de nuestras personas más queridas. Rezamos unos por otros, hacemos cadenas y grupos de oración, pedimos que se recen Misas por esas personas… sin embargo, sabemos que tenemos que dejar espacio a la voluntad de Dios. San Pablo expresa esto con mucha sabiduría y confianza:
“sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Romanos 8,28)
Dios interviene para bien, enseña Pablo. El bien puede no ser evidente para nosotros. Nosotros lo vemos de otra forma. Lo vemos en el alivio del sufrimiento, en la curación inmediata, en la recuperación que parece imposible, en la permanencia de la vida que se está retirando rápida e inexorablemente. Dios no deja de ver como un bien lo que pedimos, porque lo es. La vida y la salud son dos grandes bienes. Pero el proyecto de Dios apunta a un bien todavía mayor: al reencuentro y la reconciliación con Él y en Él de toda la familia humana, desde ahora y para la eternidad. Nosotros hacemos nuestra petición desde el breve tiempo de nuestra existencia. Dios quiere que entremos en su proyecto de salvación, que abarca mucho más que nuestro tiempo. Dice el salmo 102:
Los días del hombre duran lo que la hierba (…)
Pero la misericordia del Señor dura por siempre;
su justicia pasa de hijos a nietos, para los que guardan la alianza…
(Salmo 102,15.17)

Hace quince días, la oración inicial de la Misa tenía dos frases que pueden ayudarnos en esta reflexión. La oración comienza así:
Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso
sobrepasas los méritos y los deseos de los que te suplican,
Dejo de lado lo de los méritos, que es todo otro tema, y les hago notar esa referencia a los deseos: Dios sobrepasa nuestros deseos; es decir, tiene para nosotros algo que va más allá de lo que podemos desear. Si nuestros deseos pueden ser tan amplios, tan abarcadores como dice Marías, mucho más son los deseos de Dios para nosotros. Leemos en la primera carta de Juan:
“Miren que amor nos ha tenido el Padre… ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos” (1 Juan 3,1-2)
La oración de la que estábamos hablando continúa así:
derrama sobre nosotros tu misericordia
perdonando lo que inquieta nuestra conciencia
y concediéndonos aún aquello que no nos atrevemos a pedir.
¿Qué es lo que no nos atrevemos a pedir? ¿Algo inadecuado? No es eso lo que Dios nos va a dar... Creo que no nos atrevemos a pedir aquello que realmente puede cambiar nuestra vida… una verdadera conversión, la fuerza para abandonar nuestras conductas destructivas para con los demás y para con nosotros mismos… nuestros egoísmos y apegos, nuestras actitudes posesivas y manipuladoras, nuestra pereza espiritual…

Hay otro pasaje del evangelio de Lucas donde Jesús dice:
“pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá” (Lucas 11,9)
Y más adelante, después de algunos ejemplos, Jesús concluye:
“Si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuanto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan” (11,13)
Pedir el Espíritu Santo… nos asusta. Sin embargo, es allí donde Dios sobrepasa nuestros deseos y nos concede aún lo que no nos atrevemos a pedir. El Espíritu Santo es la presencia de Dios mismo en nosotros, para ayudarnos a recordar y comprender las palabras de Jesús y a ponerlas en práctica. Es el maestro interior que guía nuestra vida, que anima nuestra fe y nuestra esperanza, que ensancha nuestra capacidad de amar derribando los límites que nosotros ponemos.

Con un ejemplo de insistencia -la viuda pobre que pide justicia al juez injusto- Jesús nos anima en este domingo a presentar al Padre nuestras peticiones, levantando hacia Él nuestro corazón, poniéndonos en sintonía con sus deseos para nosotros… para todo eso se necesita fe. No es posible orar sin fe, aunque sea tan pequeña como un grano de mostaza. Jesús concluye sus palabras con una promesa y un desafío:
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos [Dios] les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
Amigas y amigos, este 20 de octubre, la Iglesia celebra el Domingo universal de las Misiones, llamado DOMUND. Este año, todo el mes de octubre es un Mes misionero extraordinario, para que los católicos tomemos conciencia de nuestra condición de bautizados y enviados por Jesús en misión al mundo, a dar testimonio de su Evangelio. En nuestra oración recordemos con gratitud a todos los misioneros que hemos recibido en nuestra diócesis y a todos aquellos que desde aquí hemos enviado.

Gracias por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

martes, 15 de octubre de 2019

“Un amor que no descansa”: Fazenda de la Esperanza en Uruguay



Grupo misionero de la Fazenda visitará Cerro Largo, Treinta y Tres, Tacuarembó y Rivera.

“Encontrarle sentido a la vida”. Esa es la propuesta de la Fazenda de la Esperanza para quienes se internan voluntariamente en esta comunidad terapéutica con el deseo de resolver problemas de adicciones (drogas, ludopatía, desórdenes de la alimentación, etc.).

En Uruguay hay, por ahora, dos comunidades (femenina, en Melo; masculina, en Cerro Chato) y se va encaminando la fundación de una tercera en Montevideo. La internación tiene la duración de un año, a lo largo del cual cada persona se va reencontrando consigo misma, con los demás y con Dios. La convivencia, el trabajo y la espiritualidad son los tres pilares de la propuesta para reencontrar el sentido de la vida.

La Fazenda fue fundada en Brasil en 1983 y hoy está presente en 18 países con más de 150 comunidades. Sus fundadores, el franciscano Hans Stapel y Nelson Giovanelli Rosendo y las fundadoras de la rama femenina Lucilene Rosendo e Irací Leites, estarán en Uruguay a partir del miércoles. Los fundadores de la rama masculina desarrollarán actividades en Montevideo, donde serán recibidos por el Cardenal Daniel Sturla y el Nuncio apostólico y visitarán la posible sede para la tercera Fazenda de Uruguay.

Melo recibirá la visita de Irací, que ya estuvo en 2015, a poco de inaugurarse la Fazenda Femenina. Viene acompañando a un grupo de 20 mujeres jóvenes que hacen parte de la “Escuela Misionera Internacional” (EMI) de la Fazenda.

Jueves y viernes: intensa actividad en Melo y la región.

El grupo va a desarrollar una intensa agenda que lo llevará, repartido en equipos, a distintos ámbitos vinculados a la Iglesia Católica en Melo, Treinta y Tres, Río Branco, Noblía, Aceguá, Tacuarembó y Rivera.

El sábado 19, la Fazenda masculina de Cerro Chato recibirá a los fundadores, la EMI y todos los visitantes para celebrar allí los diez años de presencia de la Fazenda de la Esperanza en Uruguay. Fue allí, en Cerro Chato, donde se inauguró la primera comunidad, el 1 de agosto de 2009.

sábado, 12 de octubre de 2019

A los pies de la Virgen del Pilar. Homilía en la fiesta diocesana.

Participantes en la 3a. asamblea diocesana 12 de octubre de 2019

Queridas hermanas, queridos hermanos:

Nos reunimos una vez más a los pies de nuestra madre, bajo su advocación de Nuestra Señora del Pilar, patrona de este Pueblo de Dios que peregrina en los departamentos de Cerro Largo y Treinta y Tres: la Diócesis de Melo. La imagen de María, con el niño en brazos nos contempla con ternura y nos invita, una vez más, a poner nuestra atención en su Hijo, a escuchar su Palabra y a llevarla a la práctica.

El Papa Francisco ha dado a este mes de octubre de 2019 el carácter de Mes Misionero Extraordinario. “Bautizados y enviados: la Iglesia de Cristo en misión en el mundo”. Ése es el lema de este tiempo. Nuestra Iglesia diocesana tiene la experiencia de haber recibido y de estar recibiendo muchos misioneros y misioneras a lo largo de sus cien años. Algunos de ellos están, aquí mismo, entre nosotros. Seamos agradecidos con ellos.
También, de acuerdo con la palabra del Señor que nos trasmitió san Pablo, hemos encontrado que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35) y hemos dado desde nuestra pobreza: hemos compartido de lo nuestro con quienes viven situaciones aún más difíciles que la nuestra, enviando misioneros: allí tenemos que ubicar a nuestro Obispo emérito Luis del Castillo, en misión en Cuba, pero también a sacerdotes y laicos que han estado o están en misión. Algunos de los que han sido misioneros están también aquí.
Nuestra diócesis sigue recibiendo misioneros: en diciembre nos visitarán nuevamente jóvenes de Medellín del grupo “La Mirada de Dios” y la próxima semana estará aquí la Escuela Misionera Internacional de la Fazenda de la Esperanza femenina.
Somos conscientes de que la misión no es sólo ese intercambio, ese ir y venir, y no concierne únicamente a quienes identificamos como “misioneros”: la misión está también aquí y ahora y todos somos corresponsables, como discípulos-misioneros de Jesús.

Varios de los que estamos hoy congregados venimos de participar en la asamblea diocesana: delegados de todas las parroquias, personas consagradas, diáconos permanentes, sacerdotes. Hemos completado el trabajo previsto para este año, en camino a la elaboración de un proyecto pastoral diocesano. Un proyecto que, en comunión con el Papa Francisco y con toda la Iglesia, nos ayudará a desarrollar nuestra misión en esta historia y en esta geografía que habitamos junto con tantas personas que no han encontrado a Cristo en su vida o se han alejado de Él o no lo conocen suficientemente.
La asamblea ha definido algunas prioridades: los jóvenes, las vocaciones, la familia, los adultos mayores; diversas situaciones de sufrimiento: pobreza, prisión, adicciones. Ver los desafíos de la misión a la que estamos llamados nos ha hecho sentir la necesidad de una formación más profunda, no sólo en saberes necesarios sino también en nuestra vida de fe, en nuestra vida espiritual, renovando nuestro encuentro con Jesucristo.

En este año, el 20 de diciembre, se cumplirán cien años de la llegada a Melo del primer Obispo, Mons. José Marcos Semería. Con su llegada se inició la vida diocesana, en un territorio que abarcaba cuatro departamentos más que hoy. Mons. Semería estuvo poco tiempo entre nosotros, pero sus restos descansan en esta catedral y lo recordamos con gratitud. Si pensamos en cien años de vida diocesana, no podemos dejar de mencionar que una gran parte de esos años fue llenada por la presencia de Mons. Roberto Cáceres, que nos dejó al comienzo de este año. Presencia sostenida no sólo durante sus 34 años al frente de la Diócesis, sino en los muchos años siguientes como Obispo emérito que continuaba en actividad y en contacto con nuestra gente.

La Iglesia uruguaya, en camino hacia su V Congreso Eucarístico Nacional ha querido, en este año, renovar la consagración a Nuestra Señora, la Virgen de los Treinta y Tres, realizada por san Juan Pablo II. El domingo 10 de noviembre, en cada una de nuestras parroquias, nos vamos a unir en esa oración con la de todos los obispos y los fieles congregados en Florida, a los pies de nuestra patrona.
Consagrarse a María significa ponernos en sus manos, a su servicio y disposición. Ella nos guiará hacia Jesús. Ella conoce mejor el camino. Por eso vamos “a Jesús por María”.
La contemplamos y la celebramos hoy como Nuestra Señora del Pilar. Dice la tradición que ella se apareció en España al apóstol Santiago. El apóstol se encontraba en un momento difícil, desanimado, al encontrar muchos reveses en la misión. Tal vez recordaba las palabras de Jesús: “Y si no los reciben ni escuchan sus palabras, salgan de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de sus pies” (Mt 10,14). En ese momento en que Santiago está a punto de tomar otro rumbo, aparece María. Ella se manifiesta sobre un pilar, para trasmitirle al apóstol la firmeza de la fe, expresada en esa columna.
Hoy somos nosotros quienes miramos a María, pidiendo su guía e intercesión para llegar a Jesús, renovar cada día nuestro encuentro con Él, abrir el corazón a su palabra, meditarla y ponerla en práctica. Así sea.

+ Heriberto, Obispo de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres)

viernes, 11 de octubre de 2019

12 de octubre - Nuestra Señora del Pilar - Fiesta Diocesana

El sábado 12 de octubre, fiesta de Nuestra Señora del Pilar, la Diócesis de Melo (Cerro Largo y Treinta y Tres) celebrará a su patrona con la Misa a las 17 horas en la Catedral.

La Diócesis de Melo fue creada en 1897 por el Papa León XIII. Hasta ese momento, todo Uruguay formaba una sola diócesis: la de Montevideo.

León XIII creó la Provincia eclesiástica del Uruguay. Montevideo pasó a ser Arquidiócesis y se desprendieron de su territorio las diócesis de Salto y Melo.

Las circunstancias políticas del Uruguay en 1897 y en los años sucesivos determinaron que las sedes episcopales de Melo y Salto quedaran vacantes, bajo la administración del Arzobispo Mons. Mariano Soler. A la muerte de éste, quedó también vacante la sede de la Arquidiócesis.

En 1919, al entrar en vigencia la primera reforma de la constitución del Uruguay, que introdujo la separación de la Iglesia y el Estado, la Santa Sede pudo nombrar a los nuevos obispos sin necesidad de contar con la venia del gobierno uruguayo. Juan Francisco Aragone (arzobispo de Montevideo), Tomás Gregorio Camacho (obispo de Salto) y José Marcos Semería (obispo de Melo) recibieron la ordenación episcopal el 9 de noviembre de aquel año en la Catedral de Montevideo.

Mons. Semería llegó a Melo el 20 de diciembre de 1919, siendo recibido con gran alegría por toda la población. Así comenzó la vida diocesana propiamente dicha en la Diócesis de Melo que, en aquel entonces, abarcaba los departamentos de Rivera, Tacuarembó, Durazno, Florida, Treinta y Tres y Cerro Largo.

La fiesta diocesana de este año 2019 se ubica, pues, en el marco de este centenario. El año ha sido dedicado en forma especial a elaborar un proyecto diocesano, a través de tres asambleas: las dos primeras realizadas en febrero y mayo, seguidas de encuentros zonales, y con su culminación en la tercera asamblea diocesana este mismo 12 de octubre, en la que se definirán opciones y prioridades para la labor evangelizadora de la Iglesia en Cerro Largo y Treinta y Tres.

“¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?” (Lucas 17, 11-19). Domingo XXVIII del Tiempo durante el año.







Permiso, perdón, gracias, son tres palabras que el Papa Francisco ha señalado en más de una oportunidad como expresiones de tres actitudes fundamentales para la buena convivencia:
“normalmente las entendemos como palabras de buena educación. Está bien: una persona educada pide permiso, dice gracias o se disculpa si se equivoca. La buena educación es muy importante. San Francisco de Sales solía decir que “la buena educación ya es media santidad”. 
Agradecer significa reconocer que lo que hemos recibido es un don, algo que va más allá de aquello que nos corresponde, aquello a lo que podemos tener derecho…

Muchas veces la persona que nos presta un servicio no hace más que realizar su trabajo, por el cual recibe una remuneración, o simplemente cumplir con su deber… ¿por qué, entonces, darle las gracias?

Pues simplemente porque no estamos ante un robot (aunque cada día encontremos más de esos aparatos). Estamos ante otra persona humana. Si ha sido amable con nosotros, ha puesto algo de su humanidad y es eso lo que estamos reconociendo al expresar nuestra gratitud… y si no ha sido amable con nosotros, si nos ha atendido de forma seca o hasta descortés, agradeciéndole le estamos haciendo la invitación a reconocernos como personas y, más aún, a que ella misma se vea como persona y se humanice… pequeñas cosas que hacen la vida simplemente más humana.

De gratitud y también de fe, nos habla el evangelio de este domingo:
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
Estos diez enfermos de lepra se mantienen a distancia porque no les está permitido acercarse a las demás personas. Su enfermedad hace que sean considerados “impuros”. Impuros quedan también quienes tengan contacto con ellos. No solo no pueden tener relación con los demás, sino que tampoco pueden entrar al templo o a la sinagoga. Eso no les impide dirigirse a Jesús, gritando para hacerle llegar su súplica: ¡ten compasión de nosotros!
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes».
Y en el camino quedaron purificados.
El leproso que quedaba curado debía presentarse ante el sacerdote para que éste verificara la curación y certificara que esa persona había dejado de ser impura y podía reintegrarse a la vida religiosa y social de manera normal. Pidiéndoles que vayan a presentarse a los sacerdotes, Jesús está expresando que esa curación les llegará. Por el hecho de ponerse en camino, los diez leprosos ya dan una respuesta de fe, esa fe que tantas veces pide y espera Jesús para que se produzca un milagro. El milagro sucede y quedan curados… pero continúan su camino. Aunque no todos.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
El hombre que regresa hacia Jesús, alabando a Dios, es un extranjero. Pertenece a ese grupo con el que los judíos no tienen trato, pero con el que Jesús no puso barreras. Jesús le habló a la samaritana junto al pozo y puso al buen samaritano como modelo de amor al prójimo. Ahora es un samaritano el que ha vuelto para agradecer su curación:
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
Los diez hombres quedaron curados y, por tanto, purificados; los diez podrán reintegrarse al hogar, al trabajo, a la sinagoga; pero solo uno supo agradecer… y recibió mucho más. No sólo ha sido curado y purificado: él ha sido salvado. “Tu fe te ha salvado” le ha dicho Jesús.

La salvación es mucho más que la salud, aunque las dos palabras tienen mucha relación entre sí. El samaritano puede decir que ahora está “sano y salvo”. Ha encontrado en Jesús la salvación, en una nueva relación con Dios.

El hombre regresó a dar gracias porque descubrió y experimentó la gratuidad de Dios. Ha recibido un don, algo que no merecía ni podía reclamar. Lo ha recibido gratuitamente. Ha recibido una gracia de Dios. La experiencia de la gratuidad lleva a la gratitud y la auténtica gratitud despierta la generosidad. Quien descubre todo lo que ha recibido y sigue recibiendo de Dios no solo da las gracias: comienza a dar de sí mismo, a dar de su tiempo, de su saber, de sus bienes; en fin, da su vida, con generosidad.

Más aún… quien ha experimentado el amor gratuito de Dios en forma de misericordia, no puede menos que ser misericordioso. “Misericordiosos como el Padre” fue el lema del Año de la Misericordia que impulsó el Papa Francisco a lo largo de 2016. Las obras de misericordia corporales y espirituales siguen siendo cauces abiertos para la generosidad de quien quiere de verdad dar gracias a Dios.

o0o0o0o0o

Finalmente, una “yapa” de esta reflexión… ¿qué respondemos cuando nos dicen “gracias”? Los uruguayos solemos decir “de nada”. A veces de una manera bastante seca, casi como molestos… En ese sentido, suenan mejor las viejas maneras: “no hay de qué” o “no tiene porqué”. Con un sentido distinto, más positivo, está el “para servirle”. A mí me agradó la expresión que se usa en Colombia y esa es mi respuesta cuando me agradecen algo: “con mucho gusto”. Ahí se los dejo.

o0o0o0o0o 

El próximo 20 de diciembre se cumplirán cien años de la llegada de Mons. José Marcos Semería a Melo. La diócesis, que abarcaba los departamentos de Rivera, Tacuarembó, Durazno, Florida, Treinta y Tres y Cerro Largo, estaba sin pastor desde su creación, en 1897. Con la llegada del nuevo obispo comenzó para las comunidades de ese vasto territorio la vida diocesana. Celebraremos este centenario el próximo sábado, 12 de octubre, en la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, patrona de la Diócesis. Les invitamos a participar en la Misa que tendrá lugar en la Iglesia Catedral, a las 17 horas.

 o0o0o0o0o

Es ahora mi turno de agradecer, como lo hago siempre: gracias, amigas y amigos por su atención. Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

domingo, 6 de octubre de 2019

“Auméntanos la fe” (Lucas 17,3b-10). Domingo XXVII del Tiempo durante el año.







A cierta altura de la vida: ¿qué es lo que nos hace levantar cada mañana y volver a encontrarnos con la vida de cada día, con nuestros compromisos y deberes? ¿Qué es lo que puede hacer que se disipe la niebla que produce en nuestro corazón todo aquello que no tenemos ganas de volver a encontrar o de volver a hacer? Más todavía ¿qué es lo que puede hacer que, aún en medio de la cerrazón, nuestro día sea luminoso?

Todos necesitamos algo que sea en nuestra vida una fuente de sentido, de energía, de profunda alegría… una fuerza suprema que nos impulse.

Todos creemos en algo. Aunque alguien se diga ateo, todo el mundo tiene un dios, en cuanto hay algo que ocupa en su vida el primer lugar: puede ser el amor, las personas queridas: pareja, hijos, familia; puede ser dinero, fama, poder; puede ser la carrera, los logros; puede ser un equipo de fútbol; puede ser la figura de un líder, un partido, una causa, una ideología, un ideal… de cualquiera de esas cosas esperamos que nos inspire y nos sostenga.

Si el primer lugar en tu vida lo ocupa un ser verdaderamente trascendente, alguien que está más allá de tus límites humanos, tendrás un Dios con mayúscula. Si, en cambio, es una cosa de tu mundo o de tu mente, será un dios con minúscula; pero, en cualquier caso, lo que pongas primero en tu vida será algo que para ti es divino. Divino, en el sentido fuerte de la palabra, no como cuando decimos ¡qué divino! como podríamos decir “que bonito”. Divino, porque es Dios o porque lo hemos puesto en el lugar de un dios.(1)

En nuestro Uruguay que, comparado con otros países de América Latina no se destaca por ser muy religioso, hay un 75% de personas que cree en Dios. Muchas de ellas se manifiestan creyentes, pero sin adherir a una religión determinada. Pero ¿qué es creer?

“Creer”. En hebreo, el idioma en que fue escrita la primera parte de la Biblia, el verbo que significa “creer” es “amán” (2).

Muchas veces la historia de una palabra nos ayuda a comprender su sentido. Amán significaba al principio “agarrar o sujetar a alguien, para que no se caiga”. Una forma de ese verbo se convierte en un sustantivo que significa “columnas” o “pilares”, o sea esas partes de una construcción que sostienen paredes y techo.
También de ese verbo deriva una palabra que significa “maestro”, entendiendo al educador como el “apoyo” del educando.
Vamos viendo porqué amán va a llegar al significado de “creer”: siempre aparece expresando esta idea de apoyo, de algo que no te deja caer.
Otra forma de amán significa “ser o estar firme”, “permanecer”. Cuando el sujeto de ese verbo es Dios, entonces significa “Dios permanece”, “Dios es fiel”, “Dios es digno de fe”.
Finalmente, amán llega a significar lo que traducimos como “creer”: confiar, tener fe; creer en una persona humana, pero, especialmente, creer en Dios. Aunque nuestra fe no sea muy firme, no tenemos que perder nunca la certeza de que Dios es fiel. Antes que nosotros creyésemos en Dios, Dios cree en nosotros: Dios es fiel.
Eso es lo que significa, en su sentido más profundo nuestra palabra “amén”. Digo nuestra palabra, porque está en la lengua castellana: pero viene de ese antiguo verbo hebreo “amán”, después de haber pasado, sin modificarse, por el griego y por el latín. Decir “amén”, que a veces traducimos como “así sea” es decir: en eso creo; creo en Dios, en Dios confío, me apoyo en Dios seguro y fiel. Amén.

¿Qué dice Jesús acerca de la fe?

Muy a menudo, Jesús pone en relación la fe de la persona con el milagro que él hace; pero no se trata de que la gente crea en Jesús porque hace milagros, sino que Jesús hace milagros porque la gente cree en Él.
“Viendo Jesús la fe de ellos” (Lucas 5,20) es el comienzo del relato de la curación de un paralítico. Jesús se admira de la fe del centurión: “ni en Israel he encontrado una fe tan grande” (Lucas 7,9). Frecuentemente dice: “tu fe te ha salvado” (Lucas 7,50; 8,48).
También se sorprende de la ausencia de fe: “no pudo hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravillaba de su falta de fe” (Marcos 6,5-6).
Cuando Jesús manifiesta que “todo es posible para el que cree” (Marcos 9,23)
un padre grita desesperado diciendo: “¡Creo, pero ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,24).

Con respecto a los discípulos, es frecuente el reproche de Jesús por su falta de fe.
En el evangelio que escuchamos este domingo, los discípulos piden:
«Auméntanos la fe».
La petición de los discípulos es muy breve y puede parecernos simple; pero esto no se dice porque sí. Los discípulos sienten que necesitan más fe porque encuentran difíciles de vivir las exigencias de Jesús. Pidiendo la fe, la reconocen como un don de Dios. La piden y se disponen a recibirla, pero es cuestión de Dios el darla.
La respuesta de Jesús al pedido de los discípulos parece dura, hasta irónica…
Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.
El grano de mostaza es la semilla más pequeña. Su tamaño contrasta con el de la morera, un gran árbol. La fe, aún pequeña, tiene un gran poder, dice Jesús. Pero se trata de la fe en Dios, no la fe en sí mismo o en los poderes de este mundo. La fe de los apóstoles crecerá después de la resurrección de Jesús y los llevará incluso a dar la vida por Él.

“Aumenta mi fe” es una petición que muchas veces hacemos, con ésas o parecidas palabras. Lo pedimos frente a lo desconcertante, frente a situaciones que se presentan como un túnel de sombras, que parece no llevarnos a ninguna parte más que a la oscuridad o el vacío.

Jesús, auméntanos la fe, para que, creyendo en ti, 
nos dejemos cambiar por tu Palabra, 
vivamos con tu estilo de vida y sigamos tus pasos.
Cristo Jesús, auméntanos la fe, para renovar cada día nuestro encuentro contigo c
omo Maestro y Señor que se ha hecho servidor de todos 
y contigo nos hagamos servidores.
Señor Jesús, auméntanos la fe, para reconocer la presencia de tu Reino que crece 
y colaborar contigo en hacer la vida más humana, como lo quiere el Padre.
Jesús, auméntanos la fe, para vivir con pasión por Dios 
y actuar con compasión por el ser humano sufriente.
Cristo Jesús, auméntanos la fe, para reconocer tu cruz y seguirte, 
tomando cada día la nuestra.
Señor Jesús, auméntanos la fe, para que experimentemos en nuestras comunidades 
y en nuestras vidas la fuerza de tu resurrección 
y llevemos a todos la alegría de una vida nueva.

Gracias, amigas y amigos, por su atención.
Que el Señor los bendiga y hasta la próxima semana si Dios quiere.

(1)  Cfr. Albert Nolan, “¿Quién es este hombre?” Jesús, antes del cristianismo. Sal Terrae, Santander, 1981, p. 221.
(2)  Cfr. Manuel Iglesias, Las Palabra y las palabras. Pequeño vocabulario hebreo para uso espiritual. B.A.C., Madrid, 2013, p. 25.

viernes, 4 de octubre de 2019

San Francisco de Asís en un poema de Juana de Ibarbourou

Relato del beso al leproso
Juana de Ibarbourou

Juana de Ibarbourou (Juana Fernández Morales, 1895-1979), nacida en Melo, Cerro Largo, Uruguay.

Tardecita de la Umbría
en un mes de primavera
huele el viento a menta fresca,
a viñedos, a hojas nuevas,
a granados florecidos
y a rocío entre la hierba.

Por un camino musgoso
que hacia Asís derecho lleva,
va Francisco Bernardone
de regreso de una fiesta,
silencioso y pensativo,
con su alazán de la rienda.

Gusta de andar, paso a paso,
en la penumbra creciente,
y una emoción nueva y pura,
entre su pecho se enciende,
como una rosa purpúrea,
que lo perfuma y lo hiere.

Tristeza que no se explica,
dulzura desconocida,
desgano de lo que era
hasta ese instante su vida,
entretejida de fiestas
y de mundana alegría.

Mozo gallardo es Francisco,
rico, elegante, lujoso,
galanteador de doncellas,
culto y fino como pocos.
¿Por qué ese hastío que llega
a morderle como un lobo?
¿Por qué tan joven ya siente
que sus caminos son otros?

Hace mucho que unas voces
entre sus sueños le hablan
con acentos misteriosos
que no precisan palabras,
y anda intranquilo Francisco
sin comprender qué le pasa.

Y esa tarde, tan inquieto,
que dejó temprano el baile,
va por la senda ya en sombras
pensando en cosas distantes.

Paso a paso va Francisco,
paso a paso su caballo,
y una dulzura sin nombre
desciende desde lo alto.
Paso a paso anda Francisco,
triste, intranquilo, callado.

De pronto, desde el ribazo
se alza una voz plañidera:
-¡Dadme, por Cristo, una ayuda
antes que de hambre me muera!

Sorprendido paró el mozo,
miró hacia abajo asombrado,
y vio una cara de monstruo
surgiendo junto al vallado.

Y una mano tumefacta,
terrible mano leprosa,
le interceptaba el camino
tendida hacia la limosna.

Hurgó bolsillos y cinto,
abrió la bolsa vacía,
en tanto la boca horrible
desesperada gemía:
-¡Ved, señor, cuanta miseria!
¡Qué interminable agonía!
¡Dios prueba a sus criaturas
en esta tierra de Umbría!

Ni una moneda quedaba
en la escarcela de seda.
Francisco cerró los ojos
pensando en otras monedas
de mayor valor que aquellas
con que pagaba sus fiestas.

Y de súbito inclinóse,
tomó entre sus manos finas
la enorme cara monstruosa
toda de llagas roída,
y un beso, signo celeste,
puso en su horrenda mejilla.

Dio el mendigo un alarido,
mezcla de sollozo y risa
de asombro y deslumbramiento
de gratitud y de dicha,
y palpándose extasiado
la mejilla carcomida,
gritó: -¡Señor, este beso,
Dios en su reino os lo pague!
sólo un divino elegido
limosna tal pudo darme.

Y del rostro de Francisco,
en la noche ya caída
una luz como de aurora
resplandeciente fluía,
en tanto un olor a nardos
por los aires se esparcía,
y un ángel, sin que él le viera,
en la sombra le seguía.

Continuó andando Francisco
sin saber lo que pasaba.
Era feliz como nunca
pensó que a serlo llegara.
¡Y sintió que en ese instante
toda su vida cambiaba!

San Francisco, San Francisco,
que diste un beso al leproso,
¡Cuán grande eres por ello!
¡Cómo eres bello y heroico!
¡Oh San Francisco de Asís,
dulce misericordioso!

martes, 1 de octubre de 2019

Santa Teresa de Jesús, patrona de las Misiones



Santa Teresa del Niño Jesús es una de las patronas de la Misión.
¿Por qué es así, siendo una carmelita de clausura, es decir, que no llevó adelante ninguna "misión", ningún anuncio del Evangelio a pueblos que no conocían a Jesús?
Escuchemos esta presentación de la vida de esta santa que murió a los 24 años de edad, pero que sintió profundamente la misión en su corazón y acompañó y animó con su oración a sus hermanos espirituales misioneros.
Texto tomado del libro "Bautizados y enviados. La Iglesia de Cristo en misión en el mundo" publicado por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y Obras Misionales Pontificias, como subsidio para la celebración del Mes Misionero Extraordinario.